España, bajo el poder de Satanás
Acaba la vida y empieza la supervivencia
8-enero-2020
España, casa desolada, casa batida por el viento, muros derrumbados en las cumbres borrascosas de Monte Pelado, desde cuyas madrigueras sombrías se descuelgan vampiros rojos en busca de sangre patriota, buitres carroñeros que buscan los huesos de nuestros héroes, entre el siseo de brujas femen en escobas volanderas, y el fragor horrísono de los Falcons sanchistas.
España, páramo galopado por las negras pezuñas de los jinetes del Apocalipsis, que tocan sus siniestros tambores mientras las ventiscas inmisericordes traen aullidos lobunos, gritos de checas, satánicas internacionales, cantadas a coro por los íncubos y súcubos que poseen a milicianos y brujas, a tiorras perturbadas, a hierofantes engendrados en noches de aquelarres, con cucurucho y todo.
Y es insufrible la pestilencia sulfurosa, el hedor nauseabundo de las pavesas de iglesias incendiadas, de cadáveres chamuscados, de libros achicharrados en hogueras marxistas; es insoportable la fetidez que oscurece una Luna española viuda de toros enamorados, de Adoraciones Nocturnas.
España, fortaleza derruida por los zapadores del Tártaro, que entraron en nuestra Patria por los portones de Bellido Dolfos, empujando sus demonios de Troya, ávidos de holocaustos caníbales, de momentos leninistas, con los que instalar en España una revolución programada por el mundialismo luciferino.
España… campos, pueblos y ciudades donde los demonios de siempre agitan la cebada y arrancan gallardetes y faralaes rojigualdas; valles colmatados por los detritos de las diabólicas chusmas que arrancan cruces, desentierran momias, ultrajan caudillos, y conviertan nuestra Patria en el más desolador de los mundos distópicos.
Tiembla el útero de España, profanado por engendros infernales que con sus aterradores colmillos babean sobre cómo destripar vientres católicos, cómo destrozar la yugular de la España de siempre, para llevarla al reino de los no-muertos, del nunca-jamás.
España, historia mancillada por lacayos del Averno, avatares cornudos en directo desde San Jerónimo Street, dirigidos por el Señor de Monte Pelado, que desencadena sus polstergeists desde tribunas, hemiciclos, tertulias y tuits.
España, España gótika, akelarre de blasfemadores, de profanadores, de mamelukos fusilando de nuevo en Monkloas y Parakuellos, de femens zugarramurdianas de verrugas y garras negras, de desenterradores marca Frankestein, que hurgan en los estercoleros de nuestra historia, sedientos de sangre católica, de Valles y Caídos, de Cruces alzadas al cielo español como enhiestos surtidores de luces y sueños.
España, soledad poblada de aullidos, donde «aliens» maléficos devoran la vitalidad de un pueblo que una vez se llamó España, que durante mucho tiempo fue católico y cabal, y que ahora es un despojo perdido en la inmensidad del nunca-jamás, en una noche carbonaria de carroñeros marxistas, de vampiros de rasta y medianoche, amenazando a los patriotas y católicos con guillotina, horca, boleto y baile.
España, España mía, la de los pueblos que desaparecen por abortos subvencionados… Patria de soledades y escarchas, cuya sangre exprimen dráculas de capa roja, nosferatus sin corbata, hienas que se ríen de ti y de mí, sanguijuelas entrenadas para medrar en nuestras entrañas, sacamantecas que caen sobre nuestro pueblo como langostas perfectas, chupasangres en manada violando la Patria como si fuera una muchacha en flor, rojos-queen que se contonean con lascivia en catedrales y capillas, que arrasan con los patriotas mientras se llaman antifascistas.
España, ¿quién a contemplarte baja? ¿Quién se atreverá a descolgar nuestras antiguas cítaras de los sauces llorones? ¿Quién te librará de ser un arpa olvidada en un oscuro rincón? ¿Quién podrá ver regresar a las viejas golondrinas que anidaron en nuestra historia, en nuestras ventanas imperiales, en los rosetones de nuestros centenarios templos?
Mientras veo cómo tiemblan los faroles de la calle, cómo un viento arisco nos clava puñales de escarcha en nuestro milenario corazón, cómo se derrama en los salones antaño gloriosos, pienso en ti, y te sigo amando, España, mi España, antaño surtidor de sueños, y hoy chorro que a los infiernos casi alcanza, páramo desolado… España, antaño tierra de gallardía, de raigambre católica, de caudillos invencibles, de espíritus indomables, de siglos dorados e imperios inconcebibles… lo que el viento se llevó.
Y aquí, bailoteando en los hemiciclos, podéis ver a los diablos de Monte Pelado, succionando las yugulares de los diputadísimos, que vendieron su alma a Mefistófeles y la bruja Circe, aquella femen que convierte a los hombres en cerdos… y allí veis a los españolitos, que van y vienen, y respiran, triscando entre terrazas cerveceras, cantando sus goles y extasiándose con sus Netflix, como si con ellos no fuera la cosa… Y allí, en la cumbre de Monkloa Pelada, de España Pelada, allí está la apocalíptica presencia del Señor de las Moscas, presidente de Expana, marioneteando a Soros, y al Profanador, y al Koletudo… Señor de las Moscas… Satanás, ése es el nombre que nadie dice, el innombrable, el Señor de Expana en la hora actual.
No estará mucho tiempo ahí, en sus salones rojos, pavoneándose ante los que le ganaron la guerra, porque su pronta derrota ante las fuerzas celestiales es segura, pero su égida será devastadora, así que danzad, danzad malditos… danzad los kobardes, los indiferentes, los traidores, los ignorantes… bailad mientras encantadores diablos os agarran por la cintura para llevaros al mundo de nunca-jamás…
¿Dónde está nuestro valor?: fuese. ¿Dónde está España?: desapareció.
Acaba la vida y empieza la supervivencia.