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lunes, 4 de agosto de 2014

Revolución Francesa-Genocidio de La Vendée-1793: La rebelión ocultada [The Hidden Rebellion] es un film USA sobre la epopeya de unos campesinos capitaneados por Charette de la Contrie, enfrentándose a fuerzas revolucionarias aplastantes en número y armamento, el 40% de la población vandeana fue exterminada por los apóstoles de los Derechos del Hombre. Es una oportunidad para redescubrir el coraje de los mártires de la Revolución Francesa (1449)





Las autoridades revolucionarias 
ordenaron un genocidio en la Vendée 
tras el alzamiento católico 
contra el Terror y la diosa Razón. 
Una gran película católica sobre la Revolución Francesa:
 «La rebelión ocultada» recordará a los mártires


Es un precedente  de las rebeliones católicas 
"Cristiada" y "Alzamiento Nacional" 
contra gobiernos masones y ateos. 
Estimación de víctimas y beatificados:
Francia-La Vendée (1793-1796): 300.000 y 450 mártires
México (1926-1929): 25.000 y 25 mártires 
España (1936-1939): 125.000 y 1.500  mártires

Vittorio Messori-Leyendas negras de la Iglesia (Planeta capítulo 23): Genocidio, pues; verdadero holocausto; y, como comenta Secher, tales términos remiten al nazismo. Todo lo que pusieron en práctica las SS fue anticipado por los “demócratas” enviados desde París: con las pieles curtidas de los habitantes de la Vendée se hicieron botas para los oficiales (la piel de las mujeres, más suave, era utilizada para los guantes). 

Centenares de cadáveres fueron hervidos para extraer grasa y jabón (y aquí se superó a Hitler: en el proceso de Nüremberg se documentó –y las mismas organizaciones judías lo confirmaron- que el jabón producido en los campos de concentración alemanes con los cadáveres de los prisioneros es una “Leyenda negra”, sin correspondencia con los hechos). Se experimentó por primera vez la guerra química, con gases asfixiantes y envenenamiento de las aguas. las cámaras de gas de la época fueron barcos cargados de campesinos y curas, llevados en medio del río y hundidos.

Carmelo López-Arias / ReL (12/7/2014): Daniel Rabourdin es francés, pero lleva un cuarto de siglo viviendo en Estados Unidos. Los últimos dieciséis años ha trabajado como productor de programas para la cadena católica EWTN. Pero en 2013 decidió dejarlo todo para concentrarse en un proyecto: dar a conocer, a través de una película, lo que sucedió en una región de su país, La Vendée, en 1793.

Un alzamiento colectivo en defensa de la Fe y por pura supervivencia, una vez que las autoridades del Terror decretaron contra ellos el que suele considerarse primer genocidio sistemático de la Historia contemporánea. Miles de vandeanos fueron masacrados, muchos de ellos como auténticos mártires. Se calcula que en torno al 40% de la población vandeana fue exterminada por los apóstoles de los Derechos del Hombre.

Rabourdin ha llamado a su film La rebelión ocultada, para destacar el silencio o el menoscabamiento con el que suele abordarse ese hecho histórico en las visiones complacientes sobre lo que fue la Revolución Francesa (ver abajo el tráiler). Y ello a pesar de que la epopeya de unos campesinos armados, capitaneados por un gran héroe militar, el célebre Charette (François-Athanase Charette de la Contrie (1763-1796), enfrentándose a una fuerzas revolucionarias aplastantes en número y armamento, contiene todos los elementos dramáticos para una gran obra del Séptimo Arte.

Es lo que pretende Daniel, haciéndolo además en Estados Unidos como meca del cine. La película ya está rodada, pero le falta presupuesto para la post-producción y elementos tan esenciales como la banda sonora. "Lo estoy haciendo un poco según la estrategia de Madre Angélica", confiesa: "No espero a tener todo el dinero para empezar". Se refiere el cineasta galo a la religiosa de 91 años que creó de la nada el gran emporio mediático que es hoy EWTN. La Madre Angelica, artífice de EWTN es inspiradora de nuevos proyectos mediáticos y culturales.

No es mucho lo que le falta: 19.000 dólares, una vez que ya ha obtenido 11.000 de los 30.000 que solicitó mediante una campaña de donativos. Pide ayuda para concluir el docudrama y dar a conocer estos hechos que numerosos libros de texto ni siquiera mencionan. Y tiene importantes respaldos, como el de Dominique Rey, obispo de Fréjus-Toulon (Francia), quien ve en el proyecto "una oportunidad para redescubrir el coraje de los mártires y los errores del pasado".

Rabourdin participa de una poderosa corriente de católicos norteamericanos, dirigida por el ex senador Rick Santorum, aspirante a la nominación presidencial republicana en 2012, que quiere hacer del cine un instrumento de evangelización mediante la producción de películas católicas de calidad y su distribución en parroquias además de en los cines. Santorum dirige en Dallas (Texas) su propia productora, Ecolight.

"Es una oportunidad para que la Iglesia crezca", sostiene Daniel para defender esta "nueva ola de buenas películas": "Hoy es una poderosa nueva vía para la Iglesia poder encargar a los productores obras de arte que glorifiquen a Dios y sean buenas para la gente",

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Ideología Illuminati-Liberal-Anglicana 
para destruir la Iglesia Católica, 
financiada por el Capitalismo del Imperio británico

Clavijo (19/12/2011): La mayoría de los historiadores e intelectuales españoles siguen comulgando con la interpretación jacobina y progresista de la Revolución Francesa (1789). 

Su primer gran crítico y desmitificador fue el irlandés Edmund Burke (1729-1797), genial ideólogo del pensamiento liberal-conservador, cuya heredera intelectual fue la primer ministro Margaret Thatcher, que pensaba que los Derechos Humanos habían ya sido proclamados por John Locke (1632-1704), filósofo inglés del empirismo y fundador del liberalismo. Por el contrario, Carlos Marx reconoció a la Revolución Francesa como su principal fuente de inspiración. La persistente mentira de la R.F. sitúa su inicio el 14 de julio con la toma de la Bastilla. La Declaración de Derechos Humanos estableció las libertades burguesas y la igualdad, la Ilustración como fuente de las leyes y la convivencia y la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) que nunca se cumplió. 

Los clubes revolucionarios proliferaron, el más célebre y radical fue el de los jacobinos, y las logias masónicas fueron la principal fuente de dirigentes de la revolución. La Constitución de 1791 sustituyó a la nobleza en el poder por la burguesía, nacionalizó (robó) los bienes de la Iglesia, creó la Guardia Nacional como garantía armada de la revolución, concedió el voto a cuatro de los veinticinco millones de ciudadanos, impulsó la secularización mediante la “constitución civil del clero” que exigía la elección popular de obispos y párrocos, con obligación de casarse. 

Las masas revolucionarias asaltaron el palacio real de las Tullerías, instigadas por Dantón y Robespierre. La Convención, dominada por abogados y banqueros masones, proclamó la República y declaró la guerra a Austria y Prusia. 

Los reyes de Francia, Luis XVI y María Antonieta de Austria fueron condenados y guillotinados (1793) por una exigua mayoría de votos en la Convención. Fue un asesinato legal. La guerra civil estalló formalmente en la Vendée, región occidental al sur de París, donde el pueblo se sublevó masivamente en defensa del rey y de la religión. Los jacobinos se impusieron a los girondinos en la Convención, que entregó el poder a un “comité de salud pública” dirigido dictatorialmente por un energúmeno iluminado y masón, Robespierre, que implantó el Terror (octubre de 1793 a julio de 1794). Fue un periodo sangriento de arbitrariedad totalitaria que causó más de 40.000 víctimas, sin contar el genocidio de la Vendée (más de 300.000 asesinados). 

Es la verdadera historia de la primera “democracia” nacida en Europa con los ideales de libertad, fraternidad e igualdad, ninguno de los cuales se cumplió. La era napoleónica (1799-1815) es la etapa imperial de la R.F. que esclavizó a los pueblos de Europa, provocando millones de muertos. 

La R.F.no fue el movimiento popular que se nos quiere certificar: sólo el 2% de la población apoyaba a los dirigentes ilustrados y masónicos, cuyo principal objetivo revolucionario era desmantelar el poder social de la Iglesia Católica, a la que estaba vinculada el 80% de la población. Los más bellos monumentos religiosos del arte románico y gótico fueron destruidos o expoliados. Ninguna guerra moderna ha aniquilado tantas riquezas. 

Cuando se aplicó la “constitución civil del clero” sólo la juraron cuatro obispos (de 136) y el 44% de los curas, que se retractaron en muchos casos. No jurar significaba la pérdida del empleo, de la libertad e incluso de la vida. Miles de ellos murieron en una de las peores persecuciones religiosas de la historia; Roma (Nerón, Diocleciano,etc), México (1926-1929:guerra “cristera”) y España (1934-1939:guerra civil). 

Francia había alcanzado en 1789 a Inglaterra en renta por habitante, que cayó un 65% en 1799. Diez años de revolución, el uso del papel moneda y las grandes matanzas degradaron definitivamente la economía respecto a Inglaterra. En cuanto a España, la derrota naval en Trafalgar (1805) frente a Inglaterra, por la alianza de Carlos IV con Napoleón y la invasión francesa (1808-1812), aceleraron irreversiblemente la pérdida de nuestro Imperio y la decadencia. 

Además, las ideologías masónicas de la Revolución Francesa sembraron la mortal división de las “dos Españas”, una catástrofe histórica cuyas consecuencias hemos vivido en la II República (1931-1939) y llegan a nuestro tiempo con la social-masonería de Zapatero que soñó con una III República confederada anticlerical.

Fuente: Ricardo de la Cierva. Misterios de la Historia. (1990)

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© Bibliothèque nationale de France


Revolución Francesa: 
¿Por qué persiguió a los católicos?

Aleteia-Marcelo López Cambronero (15/7/2014): Afirmar que la Revolución Francesa persiguió el elemento religioso no es del todo correcto o es, al menos matizable. Cuando decimos algo así tendemos a pensar que los revolucionarios querían construir una sociedad laica en la que los estamentos religiosos no contaran con privilegios ni fuesen factores relevantes en la vida pública; pero eso no es verdad. Más bien lo que se produjo entonces fue la apertura de un proceso en el que las religiones consideradas como “históricas” debían ser sustituidas por una “religión de estado” con sus propias pretensiones teológicas, funcionarios, élites y privilegios que asegurara, por encima de cualquier otra cosa, que los ciudadanos estuviesen sometidos a la ley en conciencia y corazón. El rey ya no sería rey, ni mucho menos por la gracia de Dios, porque ahora la ley, y sólo ella, es dios, diga lo que diga.

Los Estados generales que convocó Luis XVI en 1789 estaban divididos en tres órdenes: el clero, la nobleza y el “tercer estado”. Los dos primeros tenían 561 representantes (291 y 270, respectivamente) mientras que el tercer estado, cuyos comisionados eran elegidos por los varones mayores de 25 años que pagaran impuestos, contó con 578. El número no era tan importante, en principio, puesto que el rey deseaba mantener el voto por estamentos y no por individuo. El objetivo de la convocatoria era ayudar a la monarquía a realizar las reformas que pudieran ayudar a mejorar la situación general del país, que estaba sumido en la pobreza y el desánimo.

Lo cierto es que el clero no era un obstáculo a la política inicial de reformas. Este estamento apoyaba las medidas, promovidas por el tercer estado, que debían establecer la separación de poderes, la reunión frecuente de los estados generales, su supremacía en la fijación de impuestos, el reconocimiento de las libertades individuales, etc., aunque sólo una cuarta parte de sus miembros deseaba la ruptura del orden estamental y el impulso de una revolución democrática. El clero era partidario en su mayoría de una reforma paulatina y no de una ruptura revolucionaria. A pesar de esta actitud moderada la toma de la Bastilla el 14 de julio y la posterior abolición de los privilegios feudales, cuya mayor parte favorecían a la Iglesia, no fueron sucesos que alarmaran especialmente a los obispos y sacerdotes, más preocupados por los resultados de la reforma constitucional que había iniciado una nueva Asamblea. Enseguida la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” promulgó la libertad religiosa, reservando al estado el poder de determinar cuándo las opiniones en materia de credos resultaban incompatibles con la ley.

Sin embargo, esta libertad tuvo una escasa duración real. El 12 de julio de 1790 se estableció la “iglesia constitucional” que, en la práctica y a partir de un rápido proceso de fundamentalismo estatalista, se convirtió en el único credo aceptado por las autoridades. Esta “iglesia” tenía una organización y funcionamiento propio, decidido por el estado, y se ofreció a los sacerdotes católicos la posibilidad de jurar su fidelidad a las normas promulgadas en materia de religión desligándose de la obediencia a su obispo y a Roma. Desgraciadamente, y a pesar de la determinación del Papa Pío VI y de la rebelión de los obispos (sólo cuatro juramentaron el nuevo orden) muchos presbíteros, especialmente del centro del país, se unieron a la “iglesia laica” y se convirtieron en comisionados políticos del estado en materia religiosa. La creación de esta iglesia se celebró en el Campo de Marte, con los oficiantes ataviados con vestimentas tricolores, al estilo de la nueva enseña nacional.

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