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lunes, 13 de julio de 2015

APOCALIPSIS según Leonardo Castellani: Teología de la Historia, la Victoria de Cristo y el Milenio,...El ANTICRISTO de Benson o de Soloviev (1379)

Alfredo Sáenz, S.J. 
(Buenos Aires)
Introducción
I. El Apocalipsis y la Teología de la Historia
1.–Typo y antitypo.
2.–El estilo profético. 
3.–Los signos de los tiempos.
II. Las reluctancias frente al Apocalipsis
III. El Apocalipsis como drama
1.–Cristo y el Dragón. 
2.–La Primera Bestia. a.–El Obstáculo y la aparición del Anticristo. b.–La figura del Anticristo. c.–El poder y la obra del Anticristo. d.–La sede del Anticristo. 
3.–La Segunda Bestia. 
4.–Las tres Ranas. 
5.–El Pequeño Resto. 
6.–La Mujer Coronada.
IV. La victoria de Cristo y el Milenio
1.–El Caballero del Blanco Corcel. 
2.–La Primera Resurrección. 
3.–El Milenio. a.–El séptimo milenio. b.–Tipos de Milenismo. c.–El Reino de Cristo.
V. El último remezón
VI. Ni optimismo ni pesimismo, sino esperanza
Obras consultadas
(Según Leonardo Castellani)
María Virginia Olivera, Catequista 
(Argentina)
Recuerda Mons. Juan Straubinger en su edición del Nuevo Testamento que “el Apocalipsis era, en tiempos de fe viva, un libro de cabecera de los cristianos, como lo era el Evangelio. Para formarse una idea de la veneración en que era tenido por la Iglesia, bastará saber lo que el IV Concilio de Toledo ordenó en el año 633: “La autoridad de muchos concilios y los decretos sinodales de los santos Pontífices romanos prescriben que el Libro del Apocalipsis es de Juan el Evangelista, y determinaron que debe ser recibido entre los Libros divinos, pero muchos son los que no aceptan su autoridad y tienen a menos predicarlo en la Iglesia de Dios. Si alguno, desde hoy en adelante, o no lo reconociera, o no lo predicara en la iglesia durante el tiempo de las Misas, desde Pascua a Pentecostés, tendrá sentencia de excomunión” .(Enchiridion Biblicum Nº 24). El momento está cerca: esto es, el de la segunda Venida de Cristo. Véase 22, 7 y 10; 1 Co. 7, 29; Fil. 4, 5; Hb. 10, 37; St. 5, 8; 1 Jn. 2, 18. Si este momento, cuyo advenimiento todos hemos de desear (2 Tm. 4, 8), estaba cerca en los albores del cristianismo ¿cuánto más hoy, transcurridos veinte siglos?”
Hoy sabemos, lamentablemente, que si algo brilla generalmente por su ausencia en la predicación y catequesis, son los artículos del credo referidos a los últimos tiempos. Gracias a Dios, no obstante, muchos esperan sinceramente la segunda venida de Jesucristo, pero con penosa frecuencia se pasa por alto que ésta no sobrevendrá tras un grado óptimo de paz y desarrollo mundial, en una “primavera universal", sino todo lo contrario. No es que uno sea “aguafiestas", sino que la verdad es lo que enseña claramente el Catecismo de la Iglesia Católica:
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
La segunda venida de Nuestro Señor será precedida por la conversión de Israel, (Mt 23,39; Hch 3,19-21; Rm 11,11-36), y también por grandes tentaciones, tribulaciones y persecuciones (Mt 24,17-19; Mc 14,12-16; Lc 21,28-33).
Sobre la “ültima prueba de la Iglesia", señala el Catecismo que
675 (…) deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne(cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico” “de esta especie de falseada redención de los más humildes”; GS 20-21).
Cada vez en más naciones, se va haciendo evidente que la fidelidad es sinónimo de martirio, ya sea éste cruento o incruento, debido a una proliferación de errores como jamás se ha visto en la historia.
Por eso es sumamente grave y peligroso, dejar de predicar estos misterios, y esta esperanza nuestra, que pasa inexorablemente a través de la Cruz. Y toda vez que se pretende cifrar la salvación en los empeños del hombre para abolir la cruz de nuestras vidas, es preciso que reaccionemos. ¿Qué otra cosa son, si no, los numerosos silenciamientos de la verdad, con la pretendida excusa de lograr la “armonía universal”? Y habrá que insistir, entonces, en que el silencio es contra el Verbo.
Dice el P. Castellani acerca de esos últimos tiempos:
«El Anticristo reducirá a la Iglesia a su extrema tribulación, al mismo tiempo que fomentará una falsa Iglesia. Matará a los Profetas y tendrá de su lado una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre, hierofantes que proclamarán la plenitud de los tiempos y una felicidad nefanda. Perseguirá sobre todo la predicación y la interpretación del Apokalypsis; yodiará con furor aun la mención de la Parusía. En su tiempo habráverdaderos monstruos que ocuparán cátedras y sedes, y pasarán por varones píos, religiosos y aun santos, porque el Hombre del Pecado tolerará y aprovechará un Cristianismo adulterado» (El Apokalipsis de San Juan, cuad. III, visión 11).
Cuanta más confusión respiremos, entonces, con mayor firmeza habrá que atender la exhortación de San Pablo, para no perder el rumbo definitivo:
«Estad atentos, pues, no sea que se emboten vuestros corazones por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente, venga sobre vosotros aquel día, como un lazo; porque vendrá sobre todos los moradores de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre» (Lc 21,34-35).
«Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios;pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3,1-2).
El Santo Cura de Ars nos exhorta: «consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro» (De una catequesis sobre la oración).
Y por amor de Dios, no nos dejemos engañar: no desatiende las cosas de aquí abajo, ni el orden de la caridad, quien mira hacia el último fin. Ni es “cosa de viejos y monjas” el mirar hacia Allá, sino por el contrario, cuantas más responsabilidades temporales recibamos, más clara habrá de estar la “hoja de ruta”, para servir de faros de nuestros hermanos, buscando los medios más aptos para llegar a ese Fin en todo momento y lugar. No ha sido otra la enseñanza de la Iglesia a través de Concilios y de santos, y no ha de ser otra la que recibamos hoy como auténticamente católica.
Cuanto menos se piensa en el fin, por el contrario, más fácilmente será caer en torpezas, tropiezos, guerras y herejías. Más hallaremos, entonces, multitud de propuestas estériles, caza-bobos. Sólo la mirada al Fin Último nos dará la lucidez y el coraje para afrontar los tiempos en que Dios nos ha dado vivir.
Por eso creemos que estos párrafos del p. Castellani que seleccionamos a continuación, vienen muy bien para colocar algunos puntos en su sitio acerca de lo que esperamos -o no-, y sobre lo cual, en última instancia, debemos hablar a nuestros hijos, para que ni ellos ni sus hijos caigan en la tramposa ilusión de que el “cielo y tierra nueva” llegarán por el avance de la técnica, ni por la custodia celosa de las urnas democráticas. Un repaso de las diferentes concepciones del Anticristo que aquí se mencionan, puede ayudar a discernir ciertos signos de los tiempos, poniéndolos siempre en paralelo con la fe de la Iglesia. Por de pronto, es bueno conocerlas, para no esperar que sólo Hollywood se encargue de ilustrarnos sobre estos temas. A ver si un buen día nuestros descendientes se despiertan felices, celebrando estúpidamente con suelta de globos y fuegos artificiales, el reinado del Anticristo, porque no les hemos hablado suficientemente claro, transmitiendo la fe que profesamos…
Mis palabras no pasarán (sobre el estilo profético):
El mundo actual está ansioso de profecía. Ante los desastres y las amenazas de esta época catastrófica, es natural que todos queramos saber lo porvenir. El que no sabe adonde se dirige, no puede dar un paso. ¿Adonde va el mundo?, claman todos.A esta hambre actual de profecía se le propinan profecías falsas. Es menester dar la buena profecía, que para eso la tenemos.(…) Las revistas argentinas Maribel, Mundo Argentino, El Hogar, ofrecen con asiduidad las profecías de Nostradamus, de la Gran Pirámide, de Madame Thébes, del abad Malaquías… Algunos católicos sin mucha teología se dedican temerarios a espigar profecías privadas en el campo peligroso de los libros devotos.Hay que dar, pues, la gran profecía primordial, la profecía escatológica de Jesucristo, de San Pablo, del Apokalypsis de San Juan.Este mundo terminará. Su término será precedido de una gran apostasía y una gran tribulación. A ellas sucederá el advenimiento de Cristo, y de su Reino, el cual no ha de tener fin. Estas profecías están contenidas primeramente en el llamado sermón esjatológico de Nuestro Señor, que está en los tres Sinópticos: San Lucas XVII, 20; San Mateo XXIV, 23; y San Marcos XIII, 21. 
De este sermón de Cristo, cuyo eco son los pasajes esjatológicos de Pablo y Pedro, y la gran revelación de Juan, hace la impiedad contemporánea su argumento principal contra la Divinidad de Cristo. Pretenden, en efecto, que Cristo se equivocó y engañó a sus Apóstoles creyendo que el mundo se acababa entones mismo, cuando El predicaba, o muy poco después. Esgrimen exactamente la frase que en labios de ellos pone San Pedro: “Falló la promesa relativa a la Segunda Venida.” Luego, Cristo -dicen- no es lo que El dijo. La palabra en que se apoyan principalmente es la siguiente: “En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todas estas cosas sean hechas. 
El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará (Mc.13,30).Es un solemne juramento de Jesucristo que parecería fallido. Se equivocó Cristo, entonces. Pero esta precisión misteriosa del tiempo contiene precisamente la clave de la interpretación profética.Toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo, llamadotypo, y otro remoto, llamado antitypo. ¿Cómo podría un profeta describir sucesos lejanísimos, para los cuales hasta las palabras faltan, a no ser proyectándolos analógicamente desde sucesos cercanos? 
El profeta se interna en la eternidad desde la puerta del tiempo y lee por trasparencia trascendente un suceso mayor indescriptible en un suceso menor próximo; en el modo que existe también analógicamente en los grandes poetas.De la manera que Isaías describe la redención de la humanidad en la liberación del cautiverio babilónico, y San Juan la Segunda Venida en la destrucción de la Roma étnica, así Cristo el fin del mundo en la caída de Jerusalén y en la dispersión milenaria del pueblo judío.
Eso justamente le preguntaron los Apóstoles, creídos que las dos cosas habían de ser simultáneas. Al decirles, saliendo del Templo, que de él no quedaría piedra sobre piedra, pensaron en el fin del siglo, y le interrogaron: “¿Cuándo será esto y qué señal habrá de tu triunfo y de la conclusión del siglo?”. Cristo, sin desengañarlos de su error, entonces inevitable, respondió a la vez a las dos preguntas y describió en un mismo cuadro pantografiado la ruina de la Sinagoga, que era el final de una edad, y el final de todas las edades, o, como ellos decían, “la consumación del evo”.
“Esta generación” significa, pues, a la vez los Apóstoles allí presentes con referencia altypo, que es el fin de Jerusalén; y también la descendencia apostólica y su generación espiritual con referencia al antitypo, el Fin del Mundo. Los Apóstoles vieron el fin de Jerusalén, la Iglesia verá el fin de Roma.De esta manera la objeción racionalista ha servido de ocasión para estimular y para iluminar la interpretación católica, ahora en posesión de la llave de la exégesis.(…)
EL ANTICRISTO
-Las Dos Bestias
Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecadoy el Falso Profeta, un Rey del Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el “Pseudoprofeta”.
Léase bien este parágrafo: no dice que la Iglesia perderá la fe, como tampoco la Sinagoga había perdido la fe del todo cuando la Primera Venida. “En la cátedra de Moisés… Haced, pues, todo lo que os dijeren…” La Gran Apostasía predicha por Cristo y San Pablo puede entenderse, sin exageración, de una manera ortodoxa.Poco ha, el Presidente Truman y el Rey de Inglaterra decretaron el Día de Acción de Gracias a Dios, porque les concedió la victoria en esta guerra, como era su deber concedérsela, desde el momento que peleaban por Dios mismo, como antes habían ellos mismos infaliblemente definido ex cathedra. Si esto no es ejercer funciones de Sumo Pontífice a la vez que de reyes, que venga Dios y lo diga. Ahora bien, así será también en el Fin del Tiempo, pero en forma mucho más universal y compulsiva, cuando aparezcan la Bestia del Mar y la Bestia d e la Tierra. 
El Anticristo será a la vez una corporación y una persona individual que la encarnará y gobernará:
1. Una corporación, porque eso dice la definición que de él formula San Juan (I Jn.4,3) , a saber, “spiritus qui so lv it J esum ”, “espíritu de apostasía”: y decir unespíritu es decir un modo de ser que informa a cantidad de personas.
2. Un individuo, porque San Pablo (II Tes. 2, 3-4) lo llama: “el hombre de pecado, el inicuo, el hijo de la perdición, que contraría y se levanta contra todo cuanto se dice Dios o culto, hasta llegar a sentarse en el templo de Dios; presentándose como Dios”.
Este último texto es imposible de aplicar a un cuerpo colegiado de individuos, como la masonería o el filosofismo del siglo XVIII. Lacunza (La Venida del Mesias en Gloria y Majestad, tomo II, sección I) intenta acomodarlo con innegable habilidad, pero inconvincentemente. Como todo investigador genial, Lacunza camina flechado siempre a su propia intuición, sin mirar nada fuera de ella. 
Lacunza abogó reciamente la tesis de que el Contracristo no será un hombre particular, sino un cuerpo moral con unidad de doctrina y ánimo apostático; tesis que tiene antecedentes patrísticos; fue exagerada por los protestantes; y es común en los exegetas modernos (por ej. véase Hallo: L’Apocalipse). Le daba en rostro a Lacunza, con razón, la especie de novela exegética que la baja antigüedad nos había trasmitido acerca del gran Emperador Judío , de la tribu de Dan, que reinará en Babilonia o en Jerusalén, destruirá Roma y gobernará el mundo; de cuya historia escribió Maluenda un centón voluminoso, imaginativo y pintoresco, y Leonardo Lesio un interminable tratado.
A la pregunta ¿hombre o espiritu? podemos responder: que el Anticristo será un hombre y una persona determinada, Cornelio Alapide, en II Thessal., 11, 3, lo da como cierto, y aun de fe; que también será un cuerpo social, un ente colectivo, un espíritu objetivo, nos parece actualmente también cierto, por las razones aducidas.
- El Anticristo de la leyenda
El Anticristo es el mayor misterio de la historia humana y la clave de su metafísica. No es de extrañar que atraiga poderosamente la atención de los curiosos, y que los breves y oscurísimos textos que de él tenemos no basten a la curiosidad de los exegetas fantasiosos, entre los cuales hay que contar algunos grandes nombres, como el Ambrosiaster. Se dieron a recoger cuanto texto sacro aludía de cualquier modo al perverso y al apóstata (“el hombre apóstata mueve de boca, guiña del ojo y da del pie”, en el Libro de los Proverbios, VI, 12-13), cuanta coincidencia venía a pelo (como la omisión de Dan entre las tribus de Israel en Apokalypsis, VII, 5, y su apoyo de “sierpe en la senda” en el Libro del Génesis, VII), cuanta figura de Rey Persecutor había en la Escritura o en los anales. Y con estos datos, mezclados a revelaciones privadas o a simples imaginaciones, compusieron una novela más o menos pía, no muy desemejante a algunos de los apókrypha del Nuevo Testamento.
El Anticristo sería un judío, de la tribu de Dan, hijo de una conversa judía monja ¡y de un obispo! … cuando no del demonio directamente. No tendría ángel de la guarda. Nacería con dientes y blasfemando. Adquiriría con rapidez fantástica todas las ciencias. Satán sería su compañero permanente…, etcétera, etcétera. 
Los comentaristas complacientes describieron su corte, sus conquistas, sus ejércitos, sus mujeres, sus maldades felinas y serpentinas, sus prodigios mágicos, de los cuales uno sería elevarse en los aires para imitar la Ascensión del Señor, el cual lo sopla de golpe y lo manda de cabeza abajo ( “interficiet spirituoris sui”). En suma, prepararon las vías a la novela de Hugo Wast Juana Tabor- 666, la cual por lo menos profesa ser solamente novela, y no es mala novela del todo; ciertamente se lee más fácil que el libro de Maluenda, que es una aburrida novela con máscara de exégesis.
Bossuet, seguido por Calmet y otros, en su sistema que explica el Apokalypsis con la historia de los primeros siglos de la Iglesia -no suyo propiamente, sino tomado de la escuela española de Mariana y Luis de Alcázar, y después saqueado por Renán-, identifica al Anticristo con Diocleciano, el último perseguidor, al cual computa en 666, poniendo en cifras romanas las letras del nombre Diocles Augustas. Pero Bossuet, a quien debemos la elucidación convincente y la vulgarización del typo del Apokalypsis, advierte sabiamente que él no excluye de su sistema “quelqu ’autre sens caché”: es decir, que deja abierto lugar para el antitypo; o sea, el sentido anagógico, trascendental y principal de toda profecía. Eso es lo que suprimió Renán, que convierte el último libro de la Biblia en una mera crónica poética, y, por cierto, crónica delirante y fraudulenta (…)
- El Anticristo histórico
El bajo Medioevo vio al Anticristo en Mahoma; y no dejó de calcular por supuesto el 666 con las letras de su nombre, charada nada difícil. El terrible peligro que el imperio mahomético representó para la Cristiandad y aquel problema histórico del cual en un momento dado no se veía ninguna salida, explica esta apropiación. Y es cierto queMahoma representa uno de los precursores y figuras del Hijo de Perdición, una de las cabezas de la Bestia Bermeja: a nuestro parecer, la Segunda Bestia de Daniel, el Oso.
El sentir común de los escritores eclesiásticos, culminando hoy día en Hilaire Belloccon sus Las Cruzadas y Las Grandes Herejías, sostiene esta conjetura y da pie para otra algo más aventurada, pero no temeraria, que apunta el mismo Belloc en el primero de esos libros, a saber: que el Islam puede renacer como Imperio Anticristiano más poderoso y temible que antes, a manera de aquella cabeza de la Bestia Bermeja que fue herida de muerte y resurgió en los últimos tiempos, con asombro de todo el universo. Profecía que está duplicada en San Juan y en Daniel. No hay razón ninguna para que esto sea imposible; y hay razones para que no vaya muy descaminado.
El 3-4 de marzo de 1945 se formó silenciosamente en Egipto la Liga Arabe. En 1823, el profundo e inspirado escritor eclesiástico conde Josef de Maistre predijo en forma vaga las catástrofes actuales apoyándose en este hecho teológico, que él dilucida con singular sutileza: el protestantismo -dice- vuelto sociniano, desechada la divinidad de Cristo, se ha tornado ni más ni menos que mahometismo, tanto en su dogma -cosa manifiesta en aquel tiempo- como en su moral -patente en el nuestro; ver conferencia de Lambeth de 1928-. Lo cual significa para Occidente y su civilización el retiro súbdolo del cimiento religioso sobre el cual asentaba; o, mejor dicho, su adulteración sustancial.
El Occidente, pues, está hoy musulmanizado. (…).. El mundo moderno, hoy descristianizado, no difiere en nada esencial del mahometismo, a no ser por su atavismo cristiano, y por la resistencia desesperada de los fortines católicos aún en pie (Cfr. Chesterton, The Flying Inn, último capítulo).Y así el mahometismo resurgido será quizá cultural más que político; como las Bestias de Daniel, que representan culturas y religiones más bien que meros imperios políticos, los cuales están representados en la Estatua. 
Existe ya hoy día a plena luz el mahometismo cultural y religioso, que veía De Maistre en la descomposición del Protestantismo.Tomando por ejemplo los libros que documentan fidedignamente la mentalidad común de Yanquilandia, en lo que concierne la moral y la religión (como el Babit y el Elmer Gantry, de Sinclair Lewis, la veintena de novelas policiales difundidísimas de Erle Stanley Gardner o la ingeniosa obra maestra de Kenneth Fearing, The Big Clock), uno comprueba en forma contundente que ese pueblo vivaz, poderosísimo y temible no es amoral ni esinmoral, como lo tachan los resentidos de Sudamérica, sino que tiene realmente una moral y una religión, quizá más acremente afirmada que la golpeada moral católica de South America; pero que esa moral y esa religión corresponden rasgo a rasgo y punto por punto al mensaje de Mahoma y no al de Cristo.
La misma comprobación se podría hacer con la literatura de los demás países protestantes; lo cual omito, por no incurrir en prolijo. La profecía de De Maistre se ha cumplido tanto en la Moral como en la Dogmática. A saber: creencia en un solo Dios inaccesible; supresión o falsificación de la mística; negación de la Encarnación y, en general, del misterio; naturalismo, anti-sacramentalismo, apelo a la emoción y la acción, socialización de lo religioso…
Todo esto en lo dogmático; mas en lo moral: poligamia, esclavitud, guerra santa, culto a la riqueza, energía bárbara,… Me remito a todos los que conocen a Norteamérica. La mentalidad actual del protestantismo degenerado es mahometismo cultural y religioso. Su cosmovisión o su mensaje actual no difieren esencialmente del Islam.
- El Anticristo protestante
El advenimiento del Protestantismo produjo una variación sustancial en la exégesis del Anticristo. Lutero aplicó la terrible etiqueta esjatológica al Papado, con lo cual es el primero que pone explícitamente en el tapete las dos tesis importantes -visibles en algunos Padres, como en Beatus de Liébana- de que:1) el Anticristo no es un hombre singular, sino una institución;2) la Iglesia fundada por Jesucristo puede corromperse, y de hecho se corromperá en los últimos días.Por supuesto, esta última tesis es muy delicada para un católico –véase la cautela con que la propone Lacunza-, y para muchos, omnímodamente nefanda.
Como la propone Lutero, es herética y contra la Escritura. Está ahí la gran promesa de Cristo sobre las Puertas del Infierno. La frase “Ecclesia de medio fiet ”, del primer comentor del Apokalypsis, San Justino Mártir, se debe interpretar en el sentido de una casi extinción, no de una corrupción.“Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿creéis que hallará fe en la tierra?” (Lc. 18,8).
La exégesis protestante se encarnizó por más de un siglo contra el Papado, estribando fuertemente en la “interpretación del ángel” de la Visión 13 del Apokalypsis, o sea, la Visión de la Gran Ramera. Sin ninguna duda, la ciudad que el ángel allí designa es Roma. La evasiva necesaria de esta exégesis no tiene más remedio que referirla: o a la Roma pasada exclusivamente, o bien a una Roma futura, imaginaria y transformada; es decir, o bien a la Roma étnica, que San Pedro apellidó Babilonia, o bien a una Roma renegada, sede del Anticristo, que pudo imaginar, d’aprés Lacunza, Hugo Wast.Lacunza liberó una verdad prisionera del Protestantismo. Es sabido que el pretexto y zlpathos que sostuvo la somera armazón heterodogmática de Lutero y la más rígida de Calvino fue la corrupción de la Roma renascente y el mundanismo de la Roma papal; lo cual, es cierto, no eran meras calumnias, aunque tampoco era aquello que exageraban los vociferantes reformadores. 
Naufragado el dogma luterano (Cf. Bossuet: Histoire des Variations) y convertido en siniestro espíritu maniqueo de la sociedad capitalista el calvinismo, lo que queda hoy del Protestantismo no es más que ese pretexto y ese pathos que fuera antaño su recóndita alma.
De modo que Chesterton pudo definir el anglicanismo como una mezcla negativa de anticlericalismo y antirromanismo, o sea, orgullo racial nórdico y furor antisacerdotal.(…) Lacunza ha liberado del horror de la soberbia protestante la amarga verdad de la parábola de la cizaña, que permanece mezclada al trigo sin poder ser arrancada ni por los ángeles hasta el fin del siglo. En esta cizaña tropezó Lutero, quien quiso arrancarla y la desparramó.
- El Anticristo de Lacunza
Lacunza fue un jesuita americano, versadísimo en la Escritura, de vida santa y asidua oración, a quien le tocó la hórrida suerte de la expulsión de América primero, y después la extinción total de su orden por Carlos III y el Papa Clemente XIV. La impresión de esta catástrofe fue sin duda la que suscitó en su alma de cristiano nuevo la admirable intuición, inanulable por errores parciales, que forma el fondo de su obra "La Venida del Mesías en Gloria y Majestad", clásica en exégesis, honra de la ciencia americana, que nuestro Manuel Belgrano y su hermano el embajador hicieron publicar en Londres, por puro patriotismo “americano”, como decían entonces (1).
Lacunza juzgó que el Anticristo era el filosofismo del siglo XVIII, en lo cual no creemos haya errado mucho, como se verá en su lugar. Terriblemente resentido - et pour cause- en su corazón y horrorizado ante los pródromos de la Revolución Francesa; el Papa Benedicto XIV carteándose con Voltaire; y el licencioso cardenal de Bernis (Babetla Bouquetiére), hechura de Choiseul y amigo de la ramera Pompadour, intrigando en Roma, no vaciló en aplicar la terrible visión de la Meretriz Magna -ebria de vino sacrilego y entregada a los reyes de la tierra- a Roma; no la Etnica pasada, sino una Renegada futura, obtenida por prolongación de líneas de su Roma coeva; prolongación que por suerte no se verificó.
Digo que al hacer esto -sin escándalo ni pasión de ánimo, antes con bastante humildad y prudencia- liberó una verdad evangélica cautiva de la teología protestante; porque rechácese, si place, su opinión de exégeta, no se puede negar la eficacia de su cirugía de apologeta. En efecto, al pobre protestante que no tiene más excusa de su escisión que “los escándalos terribles del pasado”, le contesta tranquilamente: “Eso no es nada al lado de lo que -puede- lleguemos a ver. Eso no es sino la cizaña del enemigo entre el trigo del paterfamilias, que más bien prueba que desprueba la institución divina de la Iglesia…” Es la retortio argumenti, la gallarda manera de argumentar del Rey de los Apologistas, el Africano. “¿Eso argüís? Pues, yo os concedo eso y estotro, que es mucho más; y en estotro está la clave de lo que os choca y ofusca…”. Es el método del De Civitate Dei contra los paganos.
El Anticristo es probablemente el filosofismo del siglo XVIII, prolongación de la seudo-reforma protestante y precursor de esta nueva religión que vemos formándose hoy día ante nuestros ojos, llámese como se quiera (modernismo, aloguismo, antropolatría), que será sin duda la última herejía, pues no se puede ir más allá en materia de herejías. Y el Anticristo será también un hombre singular, dado que todo espíritu objetivo no existe ni actúa sino encarnado, y todo gran movimiento histórico suscita un hombre. Todo gran movimiento sociológico suscita y reviste una cabeza para ser formado. Eso es una ley histórica obvia, que expuso Carlyle en su Hero and Heroworship. Esta síntesis de la vieja tesis patrística del Anticristo personal con la anti-tesis lacunziana, es bien probable, por no decir cierta. Así pasan las cosas en la historia humana.
- El Anticristo artístico
Tal síntesis ha sido ilustrada por una parábola admirable del gran novelista y psicólogo inglés Roberto Hugo Benson, The Lord o f the World (2). Es una de las obras maestras de la novelística inglesa, sin duda la mejor obra de su autor, un poema teológico de la categoría del Paradise Lost y el Pilgrim Progress. En ella el autor contempla la transformación del humanitarismo moderno en una religión positiva que en aquel su tiempo, año 1910, proponía el entonces líder socialista Gustavo Hervé, discípulo de Augusto Comte; y prolongando las líneas de la apostasía contemporánea, la encarna en un misterioso plebeyo de grandeza satánica, Juliano Felsenburg, orador, lingüista, estadista, quien consigue encaramarse fulgurantemente sobre el trono del mundo con el título de Presidente de Europa. Como es propio de la obra artística, ese retrato imaginario del Hombre de Pecado prescinde de todos los aspectos proféticos de la Parusía, menos uno; y gana así en concentración y en unidad, lo que tal vez pierde la obra Juana Tabor-666 de Hugo Wast, al abarcarlos todos.
El Anticristo será, pues, un Imperio Universal Laico unido a una Nueva Religión Herética; encarnados ambos en un hombre o quizá en dos hombres, el Tirano y el Pseudoprofeta. Por poco tiempo estas dos Bestias tendrán en sus manos el instrumento de extorsión y de persecución más gigantesco que ha existido: la mecánica maquiavélica y brutal de un Estado Internacional Cosmopolita.
Ese instrumento reproducirá línea por línea el sacrílego Imperio neroniano, que Juan tenía ante los ojos al escribir sus fulgurantes visiones. Todo este aparato del efímero y cruel triunfo del Príncipe de este Mundo destruirá el Señor Jesús con el fulgor de su advenimiento y con una sola de sus palabras, que matará al Rey sacrílego y aniquilará la doble Bestia. Pero antes habrán pasado los Escogidos por el colador de la Tribulación Suprema, la cual desemboca en el Día del Juicio; que no será, probablemente, un día de veinticuatro horas, sino un largo período de tiempo, como los días de la Creación.
Notas:
(1) Lo dicho aquí acerca de Lacunza no representa justificación, ni siquiera defensa del escriturista navarro, sino una referencia crítica a su obra, tomada de don Marcelino Menéndez y Pelayo (…) Los estudios de los críticos, encabezados por el gran Menéndez y Pelayo, prueban que la puesta en el índex del libro del navarro no afecta ni la ortodoxia ni la ciencia del autor, mas obedece a razones circunstanciales de escándalo para aquel tiempo; por ejemplo: las “durísimas y poco reverentes insinuaciones, acerca de Clemente XIV, autor del Breve de extinción de la Compañía de Jesús”, están hoy tan borradas, para el lector actual, que ni siquiera las descubre, si no está ya prevenido. Las otras razones muerden más bien el modo de exponer encendido y poco cauto, que la sustancia de la obra. Ellas se pueden reducir a esa especie de sabor judaizante, pues Lacunza se quiso hacer pasar por un rabino judío -no acertamos por qué- firmando Josaphat Ben-Ezra; siendo así que era un navarro, aunque quizá cristiano nuevo por línea materna.
(2) Posteriormente he leído una obra de este mismo tipo mucho más ceñida a la letra del Apokalypsis que la de Benson; a saber: Tres Dialogos (Drei Gespraeche, 1899-1900, Augewaelte Werke Erster Band, II, A. G. Verlag, Stuttgart, 1922) del místico ruso Wladimir Solovieff, escrita poco antes de su muerte en 1900; y mucho más profetica -aunque menos artística con respecto a este tiempo que la posterior obra del monseñor inglés.
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