Carlos V respetó la tumba de Lutero
Juan Carlos Domínguez Nafría
10-9-2018
«La enseñanza que esta historia nos propone es la de que abrir las tumbas de los enemigos, recientes o seculares, nunca es bueno para nadie, entre otras razones, porque siempre dificulta las posibilidades de paz y reconciliación. En el caso que nos ocupa últimamente en España, parece un completo despropósito, porque la reconciliación de los españoles ya se alcanzó hace cuarenta años, con la Constitución de 1978»
Ángeles del presbiterio de la Basílica del Valle de los Caídos
El Concilio cadavérico de los profanadores de tumbas (y 2)
Laureano Benítez Grande-Caballero
10-setiembre-2018
Jamás se atreverán a exhumar a Franco
porque saben que un Himalaya de maldiciones caerá sobre ellos
«Los fascistas del futuro se llamarán
a sí mismos antifascistas» (Winston Churchill)
En España, la «Damnatio memoriae» de la Roma antigua ha pasado a llamarse «memoria histórica», la cual, además de cambiar nombres de calles de derechistas, de destruir estatuas de personas non gratas para las turbas izquierdistas, y otras prácticas totalitarias por el estilo, tiene su más cruda especialidad en el desentierro de cadáveres. O sea, que se aplica con todo incluido, constituyendo así una «damnatio» a la estaliniana.
Ya lo han hecho con Mola, con Sanjurjo —aunque les saliera el tiro por la culata—, quieren hacerlo con Moscardó y Milans del Bosch —enterrados en una cripta del Alcázar de Toledo que no se visita— y ahora le toca a Franco, cuya profanación fue aprobada por un Kongreso convertido en un «Concilio Cadavérico», donde ni uno solo de los 350 diputados votó en contra de la perversa proposición no de ley que da luz verde a la profanación de Franco, y eso a pesar de que la democracia se supone que tiene su base en la representatividad, y el hecho incuestionable es que el 54% de los españoles no aprueban la profanación. La pregunta cae por sí misma: ¿Quién representa actualmente a esa mayoritaria opinión pública en contra de la exhumación? Y también la viceversa: ¿A quién representan estos politicastros? Aunque la pregunta es una perogrullada, porque ya sabemos a qué poderes inclinan servilmente la cerviz.
La cripta del Monumento a los Caídos donde se encontraba Sanjurjo
Por cierto, que la venganza profanadora sobre Franco también afectará a sus familiares, pues sus parientes sepultados en el Ferrol ya están amenazados también de profanación. Ni los satánicos soviéticos se habían atrevido a ir tan lejos.
Realmente, ¿qué podía esperarse de un gobierno «Frankestein» sino una manía patológica por desenterrar cadáveres? Ahí vienen, con sus ojos inyectados en sangre, con las uñas bien afiladas para escarbar la tierra, con su cara macilenta de draculines en celo, con sus palas mecánicas, con sus tuneladoras listas para arrasar basílicas, mausoleos, lápidas, cementerios…
La profanación de Franco es un ejemplo prístino de lo que puede llamarse «resurreccionismo político», que consiste en desenterrar cadáveres con el fin de vengarse de un enemigo político o ideológico. En sus orígenes, los «resurreccionistas» eran delincuentes que desenterraban a los muertos para luego venderlos a científicos para sus estudios del cuerpo humano. Esta práctica llegó a ser tan corriente, que los familiares de un difunto solían montar guardia junto su sepulcro varias semanas, hasta que se aseguraban de que el tiempo transcurrido había sometido al cuerpo a tal grado de putrefacción, que lo hacía inservible para cualquier estudio.
Por supuesto, siempre han existido los resurreccionistas que destinaban los cadáveres a prácticas de magia negra y satanismo, pero la vertiente política de los profanadores de tumbas es la última moda, desde que los marxistas irrumpieron con sus programas luciferinos, que también buscan vengarse «postmortem» de los enemigos políticos, de aquellas personas que en vida ofrecieron resistencia a grupos de presión conectados con las ideologías dominantes neomarxistas, a pesar de que estas ideologías se disfracen bajo la careta de los «derechos humanos».
Tal fue el caso del robo de los restos de Gladys Hammond, en un cementerio inglés, perpetrado por defensores extremistas de los derechos de los animales, los cuales hacían campaña contra la granja Darley Oaks, que criaba cobayas para fines científicos. Hammond tuvo la mala suerte de ser la suegra de los sueños de la granja. Impresionante. Es un ejemplo de la degradación que el neomarxismo produce en la especie humana: lo animales valen más que las personas.
Ningún país del mundo permite la profanación de los cadáveres, práctica que está mundialmente considerada como delito. En el Código Penal español se establece en su artículo 526 que «El que, faltando al respeto debido a la memoria de los muertos, violare los sepulcros o sepulturas, profanare un cadáver o sus cenizas o, con ánimo de ultraje, destruyere, alterare o dañare las urnas funerarias, panteones, lápidas o nichos será castigado con la pena de prisión de tres a cinco meses o multa de seis a 10 meses».
También el protocolo funerario de la Comunidad de Madrid de 2007 establece que la exhumación de un cadáver solamente se efectuará con el consentimiento de la familia. Normativas que son agua de borrajas para la patología necrofílica del «Concilio Cadavérico». Al igual que parece darles lo mismo que los restos de Franco estén en suelo sagrado, inviolable desde todo punto de vista según el Concordato firmado con la Santa Sede en 1979.
No es difícil entender que la profanación de los cadáveres es una evidente manifestación de una patología morbosa a la que clínicamente se le da el nombre de «necrofilia». Para el psicólogo neomarxista Erich Fromm —perteneciente a la malévola «Escuela de Frankfurt», por cierto—, la persona con patología necrofílica siente fascinación enfermiza por todo lo muerto: cadáveres, heces, basura… Por ello, viven en el pasado —que está muerto—, y no en el presente.
Se les podría representar como escarabajos peloteros, empujando su cosmos de basura y estiércol hacia sus infectas madrigueras. ¿Hay algún modo mejor de metaforizar al Terror Rojo, solo que la bola sería de cadáveres pertenecientes a todas las víctimas que han masacrado, torturado, humillado, vejado, destruido y asesinado?
Imagen de los monjes benedictinos del Valle de los Caídos
También explica Fromm que los necrófilos sienten atracción por la violencia, por la destrucción, por el suicidio, el sadismo y los deseos de matar. En último término, viene a decir que el necrófilo vive sin estar realmente vivo. Genial manera de describir a la patulea luciferina que nos malgobierna.
Este obsesión por las morgues, los tanatorios y los cementerios, explica que a los neomarxistas les pongan cachondos horrores necrófilos como el aborto, la eutanasia, y la profanación de cadáveres, y, si tenemos en cuenta sus evidentes conexiones con sectas iniciáticas adoradoras del Señor de las Moscas —cuyos insectos se dan un festín con los despojos de sus enemigos—, todo este maremágnum de terror desemboca en la cultura de la muerte que preside hoy nuestra civilización, y especialmente España, cuya bandera ya está trufada con el siniestro «jolly roger» de la calavera con las tibias cruzadas. Spain skull@bones, para decirlo con un término de la anglofilia que aborrezco.
Republicanos profanando restos humanos del bando nacional
Y es que el Frente Popular que se instaló en el poder mediante un golpe de Estado escandaloso está formado por los mismos partidos que protagonizaron el apocalíptico espectáculo necrofílico de la República, terror de momias, holocausto zombie, que en días de cristales rotos y ataúdes abiertos rindieron culto a su señor Belcebú.
Pero que este Gobierno a tumba abierta tenga cuidado, mucho cuidado, porque existen las maldiciones que machacarán a los profanadores, porque Tutankhamon no es ningún cuento, y haberlos haylos.
Por ejemplo, Hugo Chávez ordenó el 16 de julio de 2010 la profanación de la tumba de Simón Bolivar, con el fin de intentar demostrar que su muerte no se debió a tuberculosis, sino a una conspiración orquestada por Colombia, país con el que el dictador venezolano tuvo algunos altercados durante su mandato.
Sin embargo, la opinión pública creyó desde el primer momento que lo hacía para distraer la atención de la grave crisis política y económica de Venezuela —el país donde la profanación es una costumbre, por cierto—. Y, ojo al dato, la nueva inhumación se hizo en una tumba con forma de pirámide masónica, a pesar de que Bolívar había abandonado la masonería antes de su fallecimiento.
El caso es que nueve personas que tuvieron especial protagonismo en la profanación fallecieron al poco tiempo en extrañas y sorprendentes circunstancias, incluido el mismo Hugo Chávez. ¿Casualidad?
Termino con una frase atribuida a Napoleón —mira quien habla: otro profanador de tumbas—: «Vengarse de un muerto es un acto de cobardía. Desenterrar a un muerto que hizo historia, es histerismo e impotencia. Y de hacerlo, el desenterrador, si es valiente, debe estar presente en el acto y mirar y sostener la mirada de las cuencas vacías de la calavera».
Jamás podrán profanar la tumba de Franco, porque, en su cobardía, saben que tendrán pesadillas con la mirada de Franco, y un Himalaya de maldiciones caerá sobre ellos. Que así sea.
El Concilio Cadavérico de los Profanadores de Tumbas (1)
Damnatio Memoriae
Laureano Benítez Grande-Caballero
1-setiembre-2018
Profanación de cadáveres por milicianos rojos.
La mayoría de las revoluciones de que se ha válido la sinagoga de Satanás para implementar el orden luciferino en el mundo han recurrido al terror como instrumento de dominación, dada la perversidad ideológica de sus hierofantes y adeptos, su absoluta falta de moralidad, su ateísmo militante, y el hecho de que solamente mediante «el Gran Miedo» —«Le Grande Peur», patentado en la Revolución Francesa— pueden imponer a las poblaciones que victimizan unas ideologías que están totalmente en contra de las leyes y principios naturales.
Terrores que se han ejecutado a base de guillotinas, ahorcamientos, torturas, masacres, gulags, campos de exterminio, chekas, pogroms, purgas, etc. Devastaciones infinitas, holocaustos y hecatombes, genocidios diabólicos han sido el resultado de estas revoluciones, tanto jacobinas como bolcheviques… Matanzas y carnicerías asombrosas, absolutamente satánicas, escenificadas macabramente en montañas de cadáveres descompuestos entregados al Señor de las Moscas.
Profanación de la iglesia del Carmen en la II república.
Entre todas estas revoluciones, destaca la maldad absoluta de las revoluciones rojas, del «Terror Rojo», cuyas carnicerías han ido a desembocar indefectiblemente en ríos púrpura de pujanza incontenible, en apocalípticas fosas coloreadas de rojo, en una marea sanguinolenta que arrastra los restos de más de cien millones de muertos.
Sin embargo, hay otro terror, desarrollado hasta el paroxismo por las hordas marxistas, por los milicianos rojos engendrados por el mismo Satanás. Hay muchos tipos de dictaduras, de totalitarismos, pero el laurel de la victoria en este terreno también es propiedad del comunismo, un sistema tan totalitario, tan despótico y tan satánico, que, no contento con asesinar, también extiende su terror totalitario a los cadáveres, a los que profana y tortura en explosiones de necrofilia donde se demuestra la vena más satánica del ser humano; milicianos rojos, demonios exterminadores que se complacen sobremanera en matar también el alma de sus víctimas, mediante la tortura que los humilla y los degrada como seres humanos, y mediante la profanación de sus cadáveres: «Terror Negro».
Milicianos rojos durante la profanación de una iglesia en Barcelona
En efecto, profanar un cadáver es la máxima expresión de sadismo, de degeneración y perversidad humana, de horror diabólico, profanación con la que se quiere dar a entender que el estado totalitario también gobierna sobre los mismos muertos, extendiendo sus purgas y su chekas hasta el hasta el más allá, en una actitud tiránica que no tiene parangón.
El respeto a los muertos ha sido una constante en la historia de la humanidad, en gran parte por motivos religiosos, y en otra medida por un miedo supersticioso a que su profanación acarreara a los vivos maldiciones y catástrofes desde el otro mundo, en venganza de los fallecidos por perturbar su descanso eterno.
La profanación de los cadáveres consiste fundamentalmente en desenterrarlos, y someterlos después a prácticas ignominiosas e irrespetuosas, que adquieren muchos grados: desde dejarlos sin enterrar —un gran miedo en la Antigüedad, posiblemente el terror más importante que experimentaba el hombre antiguo— hasta ejecutar con ellos rito siniestros, ceremonias horrendas de humillación, que podían deberse a la simple venganza, o a la experimentación con ellos de prácticas mágicas y satánicas.
«Damnatio memoriae» o la negación de la memoria.
Las prácticas profanatorias pueden considerarse como la ejecución más extrema de lo que en la antigüedad romana se conoció como «Damnatio memoriae», que significa literalmente «condena de la memoria», la cual consistía en anatematizar el recuerdo de un enemigo de Roma tras su muerte, eliminando todo vestigio que pudiera servir para recordar al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegó a prohibir la simple mención de su nombre, que era borrado de las monedas, los edificios, los monumentos, las pinturas y los documentos oficiales («abolitio nominis»). La práctica llegaba hasta el punto de que, si el difunto había construido obras relevantes, se atribuían a sus sucesores, y se derogaban las leyes que había emitido.
Gulag soviético.
No pocos emperadores se vieron afectados por esta costumbre, entre los cuales cabe citar a Calígula y Nerón (por aclamación popular), y Domiciano, Publio Septimio y Maximiano (con carácter oficial). Sin embargo, se da la paradoja de que, en su pretensión de que la «Damnatio» fuera un castigo cuyo objetivo era impresionar al pueblo de Roma y disuadir de la ejecución de conductas contrarias al Imperio, su misma naturaleza suponía que para que el castigo fuese ejemplar era preciso mantener el recuerdo del condenado.
La «Damnatio» ya existía en el mundo helénico, pero donde tuvo su inicio fue en el Antiguo Egipto, donde la eliminación del nombre de algún personaje de archivos y monumentos era especialmente dañina, ya que perjudicaba la estancia del difunto en el país de los muertos tras el juicio de Osiris.
Recogiendo la «Damnatio», el visionario George Orwell creó en el Ministerio de la Verdad de su novela distópica «1984» una comisión encargada de la técnica conocida como «vaporización», consistente en eliminar físicamente a los disidentes, y posteriormente borrar todo recuerdo de él en cualquier tipo de registro.
Por supuesto, el genocida satánico Stalin fue el más fanático practicante de la «Damnatio» contra sus enemigos políticos, en especial entre 1934 y 1953, prohibiendo bajo castigos ejemplares cualquier mención de sus nombres y borrando éstos de todo tipo de documentos. La paranoia llegaba hasta el punto de que las fotografías oficiales donde aparecían los personajes condenados a la «Damnatio» se retocaban por la censura para eliminar de ella a los personajes incómodos para el tirano. Víctimas de Stalin fueron Trotsky, Bujarin, Zenoviev y tantos otros líderes políticos que cayeron en desgracia ante el demente georgiano.
Lenin y Stalin
Sin embargo, desenterrar cadáveres nunca ha sido una práctica habitual en las «damnatios», que se aplicaban más bien a borrar el recuerdo de los difuntos marcados por la venganza de sus verdugos, no a desenterrar sus cuerpos.
Uno de los casos más espectaculares de «Damnatio cadavérica»» lo protagonizó el papa Esteban VI en el año 897, quien aplicó la «Damnatio» al papa Formoso, su antecesor, durante el llamado «Concilio Cadavérico». La escena ha pasado a la posteridad por el impactante montaje con que se realizó: Formoso fue declarado culpable de un conjunto de delitos. Como sentencia, todas sus decisiones fueron declaradas nulas, se le amputaron los tres dedos de la mano con las que había impartido la bendición, y el cadáver fue arrojado al Tíber. Impresionante.
Naturalmente, como no podía ser de otro modo, la inclusión de la profanación de los muertos en las «damnatios» fue obra del comunismo, los maestros indiscutibles de esta práctica dictatorial. Realmente, es asombroso constatar cómo la chusma roja luciferina no se pierde una, pues su innata crueldad les ha llevado a ser feroces practicantes de todas las perversiones que la humanidad ha atesorado en su devenir, muchas de las cuales las han inventado ellos mismos.
Víctimas de una de las purgas de Stalin.
En la «damnatio» del Terror Rojo ya se instauró plenamente la profanación de los cadáveres, pues los bolcheviques, no contentos con matar a los rebeldes blancos que se oponían a su dominio, los desenterraban para después quemar sus cadáveres. Práctica que perfeccionaron en grado sumo los milicianos rojos del Frente Popular, expertos carniceros, blasfemadores diabólicos que desenterraban los cadáveres de religiosos y de religiosas para después conformar con ellos en los mismos templo horrendas escenas sexuales que la gente podía ver previo pago de entrada.
Estas profanaciones no tienen nada de extraño en una chusma satánica que ya lleva en su registros más de cien millones de muertos, cifra tan alta que, por un simple cálculo de probabilidades, un grupo no desdeñable de ellos sufrirían la crueldad "post morten" de asesinos tan despiadados.
En la España actual, la «Damnatio» ha pasado a llamarse «Memoria histórica», de la cual hablaremos en el siguiente artículo.
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