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viernes, 10 de febrero de 2012

¿Traicionó la Iglesia al Franquismo? (250)


Pío Moa: Blog "Presente y Pasado" en Intereconomía

De la degradación al gangsterismo judicial

¿Traicionó la Iglesia a Franco?

Un régimen sin una justicia independiente y creíble no es una democracia, y la involución en España se manifiesta especialmente ahí. / La Iglesia, en el sentido de jerarquía y aparato del clero, no sacó ningún fruto de su oposición a Franco.

Si Suárez significó un gran bajón en la exigencia democrática y casi redujo la política a chalaneo, todo empeoró con la llegada del PSOE al poder, avalado por el lema, absolutamente ficticio, de “cien años de honradez y firmeza”. A poco de plantar sus reales en la Moncloa, en 1982, Alfonso Guerra proclamó la intención socialista de poner fin a la democracia: Montesquieu ha muerto, afirmó; y no recuerdo ahora si poco antes o poco después su partido perpetró la expropiación de Rumasa “madre de todas las corrupciones”, como se la ha llamado, desacreditando de paso a un Tribunal Constitucional que no ha levantado cabeza desde entonces. No consiguió acabar del todo con la dignidad judicial, entre otras cosas porque, contra lo que dicen los indocumentados, España venía de un estado de derecho. Es curioso cómo le acusan de lo contrario los corruptos y totalitarios, pero, según recuerdo en La Transición de cristal, Herrero de Miñón (como tantos otros políticos, cambió mucho, hasta recibir el premio Sabino Arana, nombre del fundador del Partido Nacionalista Vasco, racista y separatista extremo) señaló el cuidadoso legalismo del régimen franquista: Según Herrero, uno de los padres de la Constitución de 1978, “Si los constituyentes de 1978 pudimos consagrar algunos principios generales como los de legalidad, jerarquía, publicidad, irretroactividad, seguridad, responsabilidad e interdicción, ello fue posible, en gran parte, merced a la doctrina legal elaborada por el Consejo de Estado de décadas anteriores”. “Cuando veo con cuánta insolvencia de fondo y forma se hacen ahora las leyes, no puedo dejar de compararlo con el rigor técnico que preocupaba (…) a los funcionarios del tardofranquismo”. “El Estado franquista (…) era un verdadero Estado de Derecho (…); pese a su precaria legitimidad, los poderes públicos actuaban según normas preestablecidas y donde jueces y funcionarios nos tomábamos muy en serio ese genio expansivo del gobierno de las leyes en lugar del gobierno de los hombres”. Ya hablaremos también de aquella Constitución, en gran parte cocinada a espaldas de las Cortes por Abril Martorell y Alfonso Guerra, el enemigo de Montesquieu.

Desde el primer momento el PSOE se puso a la obra de dominar y politizar la justicia como parte de su programa corrupto de “dejar a España que no la reconozca ni la madre que la parió”, según explicó el propio Guerra en lenguaje acorde con su grotesca nulidad intelectual. El resultado fue una progresiva degradación de la justicia y su desprestigio ante la opinión pública, que quizá Garzón personifique mejor que nadie. Conviene leer el libro Riofrío. La justicia del señor juez, de Santiago Muñoz Machado, para hacerse una idea del personaje y de su concepción “progresista” de la justicia al servicio de una megalomanía enfermiza. Garzón aceptó encabezar la maniobra de Felipe González de disimular la corrupción rampante de su gobierno tratando de ponerse al frente de las protestas, obviamente con el propósito de neutralizarlas. De juez pasó directamente a político (y a político al servicio de la corrupción felipista); y la degradación del poder judicial volvió a mostrarse cuando pudo volver tranquilamente a la carrera judicial una vez González dio por concluida su carrera política. Pues algo debió de ocurrir entre los dos personajes por lo que González no dio a Garzón el ministerio que este ambicionaba; y entonces, vuelto a la judicatura, el ex político pasó a ejercer una cumplida venganza reabriendo y utilizando el terrorismo gubernamental del GAL hasta dejar a González a un paso de la cárcel. Así eran –son—aquellos personajes dotados de un poder desmesurado.

También procesó Garzón a Augusto Pinochet, pero no a Fidel Castro, un tirano incomparablemente peor y que ha arruinado a su país. Y en España vio otra ocasión inventándose delitos del franquismo y recurriendo a actuaciones grotescas (hay algo de extremadamente grotesco y esperpéntico en todos estos personajes) como pedir los documentos acreditativos de la defunción de Franco, pero sin tocar un pelo al héroe de Paracuellos (precisamente Franco salvó a España de ideas, prácticas y personajes como tal héroe). Ha prevaricado a mansalva durante muy largos años (no hay la menor presunción en ello: es obvio y evidente para cualquiera que estudie mínimamente sus acciones), y ahora está procesado –esto habla algo mejor de una justicia no totalmente estragada por los políticos— por diversas actuaciones suyas. ¡Y hay que leer las excusas que da el hombre para su clarísima fechoría! Y ahora la corruptísima izquierda le respalda, y lo hace del modo demagógico y violento como es normal en ella, con griterío, insultos, provocaciones, en las que participan los titiriteros de la zeja, palmeros del gobierno que ha llevado al país a la ruina, una patulea de jueces y fiscales políticos sin asomo de vergüenza, la Doctora Burrianes y, cómo no, el Sindicato del Crimen, para quienes infringir la ley está muy en su punto si se trata de acosar a sus enemigos políticos. Una concepción, por cierto, marxista, pues esa ideología, la más totalitaria y sangrienta del siglo XX, nunca ha abandonado a nuestra izquierda. Esto tiene mucho de gangsterismo, y con razón la justicia es tan poco apreciada por la opinión pública.

Ha dicho el rey que la justicia es igual para todos. Así debiera ser, pero nada más lejos de la realidad. Compárese el trato exquisito dado a Garzón con el realmente feroz dado a Ferrín Calamita, por poner un caso. Ni es igual para los asesinos etarras, que a cambio de sus crímenes se han convertido, por obra y gracia del PSOE, en una potencia política en las Vascongadas: el asesinato como una remuneradora arte de hacer política. Por no explayarse con la mayoría de los políticos, que dejan el país en ruinas y se van con sus sueldos, pensiones y prebendas. ¿No debiera ser un delito grave haber dejado lo que han dejado?

Creo que es en la justicia donde se aprecia con mayor acuidad la degradación de la democracia española tan prometedoramente emprendida en 1976, hasta alcanzar el nivel vergonzoso de hoy. En esa degradación el elemento agente ha sido el PSOE, con la colaboración pasiva del PP. Y es en la justicia donde habría que empezar por acometer un programa de regeneración si no queremos que la democracia bananera que ya es hoy España, empeore y se eternice.
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¿Traicionó la Iglesia al franquismo?

El concepto de Iglesia se emplea en dos sentidos, el del conjunto de los creyentes católicos (en ese caso hablar de “traición” carece de sentido) y en el de la jerarquía eclesiástica y el clero en general, un sentido en el que se utiliza muy frecuentemente. Cuando decía que la Iglesia había traicionado a quien la libró del exterminio, hablaba de ella en el segundo sentido. Naturalmente, no toda la jerarquía ni todo el clero obraron así, pero la línea que se impuso y dominó fue, precisamente, la de quienes “dialogaban” con el marxismo mientras despreciaban y perjudicaban cuanto podían a quienes habían librado a España del marxismo, convertían las iglesias en centros de agitación política, apoyaban a comunistas, etarras, separatistas y todo lo que oliese a la ideología y práctica del Frente Popular, y hasta hablaban de que la Iglesia (en el sentido del aparato eclesiástico) pidiera perdón por haber apoyado a sus salvadores durante la Guerra Civil. Cierto que esa Iglesia no sacó ningún fruto de tales actitudes. Hizo un enorme daño a sí misma sin perder un gramo del desprecio y la aversión con que siempre la distinguieron las brutales izquierdas españolas. ¿Cómo era aquello de "en el pecado, la penitencia"?
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