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martes, 6 de agosto de 2013

La Misericordia de Dios en los Tiempos Finales y Visiones de la vida de la Virgen María por la Beata Ana Catalina Emmerick (953)




Santoral, Devociones y Noticias: Útiles para todo aquel que, siendo creyente ó no, está en la búsqueda de la respuesta y el consuelo Divino. No descuidar nuestra fe, los Bautizados en la Iglesia Católica debemos estar atentos y prepararnos día a día.


Anna Catalina Emmerich nació en Alemania en 1774 de familia muy pobre; tuvo una vida de continuas enfermedades agravadas al quedarse inválida por un accidente. En los últimos años de su vida, hasta su muerte en 1824, recibió las visiones de la vida de Cristo, de la Virgen María y de la vida después de la muerte, así como otras videncias de sucesos que acontecerían tiempo después como el Muro de Berlín, el Concilio Vaticano II, etc. Con sus visiones en la mano descubrió Reynolds los restos de la ciudad de Ur de Caldea, y la recién descubierta morada de la Virgen en Efeso resultó ser también tal como ella la había descrito. Del mismo modo se descubrieron en 1981 los pasadizos bajo el Templo de Jerusalén, que Ana vio al contemplar el misterio de la lnmaculada Concepción de María, dogma que no sería proclamado por la Iglesia hasta treinta años después de la muerte de esta vidente.

Misterios de la vida de María


A menudo oí a María contar a algunas mujeres de su confianza, Juana Chusa y Susana de Jerusalén, diferentes misterios relativos a Nuestro Señor y a ella misma, que sabía por iluminación interior del cielo o por lo que le había narrado Santa Ana. Le oí decir a Susana y a Marta que durante el tiempo que llevaba a Jesús en su seno jamás había sentido el más pequeño sufrimiento, sino un continuo regocijo y felicidad indecible. Contaba que Joaquín y Ana se habían encontrado bajo la Puerta Dorada en una hora también dorada; que en aquel sitio habían recibido la plenitud de la gracia divina en virtud de la cual ella sola había recibido la existencia en el seno de su madre por efecto de la santa obediencia y del puro amor de Dios, sin mezcla de impureza alguna. Les hacía comprender también que, sin el pecado original, la concepción de todos los hombres hubiera sido igualmente pura.

Vi en seguida de nuevo todo lo relacionado con la gracia acordada a los padres de María, desde la aparición del ángel hasta su encuentro bajo la Puerta Dorada. Bajo ella he visto a Joaquín y a Ana rodeados de una multitud de ángeles que resplandecían con luz celestial. También ellos eran luminosos y puros, casi como espíritus. Hallábanse en el estado sobrenatural en que ninguna pareja humana se hubo hallado antes. Creo que era bajo la Puerta Dorada donde tenían lugar las pruebas y ceremonias de la absolución para las mujeres acusadas de adulterio, así como otras expiaciones. Debajo del templo había cinco pasajes subterráneos de esa clase y existía además otro bajo el lugar donde habitaban las vírgenes. Estos pasajes servían para ciertas expiaciones.

Ignoro si otras personas pasaron por este camino antes que Joaquín y Ana; pero fue este un caso muy raro. No recuerdo si lo usaban para los sacrificios que se ofrecían por las personas estériles; pero sé que en esta circunstancia les fue ordenado a los sacerdotes disponer las cosas en la forma sucedida.

Víspera del nacimiento de María

Qué alegría tan grande hay en toda la naturaleza!… Oigo cantar a los pajaritos, veo a los corderitos y cabritos saltar de alegría, y a las palomas rondar en bandadas de un lado a otro con inusitado alborozo, allí donde estuvo antes la casa de Ana. Ahora no existe nada: el lugar es todo desierto. Tuve una visión de peregrinos de muy antiguos tiempos que, recogidos sus vestidos, con turbantes en las cabezas y largos bastones de viaje, atravesaban esta comarca para dirigirse al monte Carmelo. Ellos también notaron esta alegría extraordinaria de la naturaleza. Cuando manifestaron su extrañeza y preguntaron a las personas con las cuales se hospedaron, la razón de tal suceso, les respondieron que tales contentos y manifestaciones de alegría se notan todas las vísperas, desde el nacimiento de María y que allí había estado la casa de Ana. Hablaron entonces de un varón santo, de tiempos antiguos, que había observado esta renovación de la naturaleza, que fue la causa de que se celebrase entonces la fiesta del nacimiento de María en la Iglesia Católica.


Doscientos cincuenta años después del tránsito de María al cielo vi a un piadoso peregrino atravesar la Tierra Santa y visitar y anotar todos los lugares por donde había estado Jesús en su peregrinación sobre la tierra, para venerarlos y recordarlos. Este hombre gozó de una inspiración sobrenatural que le guiaba. En algunos lugares se detenía varios días, probando especial dulzura y contento, y recibía revelaciones mientras estaba en oración y meditación piadosas. Había tenido siempre la impresión de que del 7 al 8 de septiembre había una grande alegría en la naturaleza en Tierra Santa y oía en ese tiempo armoniosos cantos de pájaros. Finalmente obtuvo, después de mucho pedir en oración, la revelación de que esa era la fecha del nacimiento de María.

Tuvo esta revelación en el camino al monte Sinaí y el aviso de que allí había una capilla murada dedicada a María, en una gruta del profeta Elías. Se le dijo que debía decir estas cosas a los solitarios que habitaban en las faldas del monte Sinaí, adonde le he visto llegar. Donde ahora están los monjes, había ya ermitaños que vivían aislados: el lugar era entonces tan agreste del lado del valle, como ahora, necesitándose un aparato para poder subir. Observé que, según sus indicaciones, se celebró allí la festividad del nacimiento de María el 8 de septiembre del año 250 y que luego pasó esta fiesta a la Iglesia universal. Vi también que los ermitaños, juntos con el peregrino, escudriñaron la gruta de Elías buscando la capilla murada de María.

No era cosa fácil encontrarla, pues había muchas grutas de antiguos ermitaños y de los esenios, entre jardines y huertas agrestes, donde aún crecían hermosas frutas. El vidente dijo que trajeran a un judío, y la gruta de la cual el judío fuera arrojado afuera, sería la señal de que ésa era la de Elías. Le fue dicho esto en una revelación. Tuvo luego la visión de cómo buscaron a un viejo judío y lo llevaron a la gruta del monte, y como éste era siempre arrojado afuera de una gruta, que tenía una puerta angosta amurallada, a pesar de que él se esforzaba por entrar. Por este prodigio reconocieron la gruta de Elías, dentro de la cual encontraron una segunda cueva amurallada, que había sido la capilla donde el profeta había orado a la futura Madre del Salvador.

Allí dentro hallaron huesos sagrados de profetas y de antiguos padres, como también biombos tejidos y utensilios que habían servido antiguamente para el servicio divino. El lugar donde estuvo la zarza se llama, según el lenguaje de la región, “Sombra de Dios”, y es visitado por los peregrinos, que se descansan antes. La capilla de Elías estaba hecha con hermosas piedras de colores y floreadas. Hay en las cercanías una montaña de arena rojiza, en la falda de la cual se cosechan hermosas frutas.

Oraciones para la fiesta de la Natividad de María

Vi muchas cosas relacionadas con Santa Brígida y tuve conocimiento de varias comunicaciones hechas a esta santa sobre la Concepción Inmaculada y la Natividad de María. Recuerdo que la Virgen Santísima le dijo que cuando las mujeres embarazadas santifican la víspera del día de su Nacimiento, ayunando y recitando con devoción nueve veces el Ave María, en honor de los nueve meses que ella había pasado en el seno de su madre, y cuando renuevan con frecuencia este ejercicio de piedad en el curso de su preñez y la víspera de su alumbramiento, acercándose con piedad a los sacramentos, lleva ella esas oraciones ante Dios y les obtiene un parto feliz, aunque las condiciones se presenten difíciles.

En cuanto a mí, se me acercó la Virgen y me dijo, entre otras cosas, que quien en el día de hoy, por la tarde, recite con devoción nueve veces el Ave María en honor de su permanencia de nueve meses en el seno de su madre y de su nacimiento, y continúe durante nueve días este ejercicio de piedad, da a los ángeles cada día nueve flores destinadas a formar un ramillete que ella recibe en el cielo y presenta a la Santísima Trinidad, con el fin de obtener una gracia para la persona que ha dicho esas mismas oraciones. Más tarde me sentí transportada a la altura, entre el cielo y la tierra. Debajo estaba la tierra, oscura y esfumada. En el cielo, entre los coros de los ángeles y santos, vi a la Santísima Virgen ante el trono de Dios. Pude ver construir, para ella, con las oraciones y las devociones de los fieles del mundo dos puertas o tronos de honor que crecían hasta formar iglesias, palacios y ciudades enteras.
Me admiró que estos edificios estuvieran hechos totalmente de plantas, flores y guirnaldas, expresando, las diversas especies, la naturaleza y el mérito de las oraciones, dichas por los individuos o por las comunidades. Vi que para conducirlo hasta el cielo los ángeles y santos tomaban todo esto de entre las manos de quienes decían tales oraciones.

Nacimiento de María Santísima

Con varios días de anticipación había anunciado Ana a Joaquín que se acercaba su alumbramiento. Con este motivo envió ella mensajeros a Séforis, a su hermana menor Marha; al valle de de Zabulón, a la viuda Enue, hermana de Isabel; y a Betsaida, a su sobrina María Salomé, llamándolas a su lado. Vi a Joaquín, la víspera del alumbramiento de Ana, que enviaba numerosos siervos a los prados donde estaban sus rebaños, yendo él mismo al más cercano. Entre las nuevas criadas de Ana, sólo guardó en su casa a aquéllas cuyo servicio era necesario. Vi a María Helí, la hija mayor de Ana, ocupándose en los quehaceres domésticos. Tenía entonces unos diez y nueve años, y habiéndose casado con Cleofás, jefe de los pastores de Joaquín, era madre de una niñita llamada María de Cleofás, de más o menos cuatro años en aquel momento. Joaquín oró, eligió sus más hermosos corderos, cabritos y bueyes y los envió al templo como sacrificio de acción de gracias.

No volvió a casa hasta el anochecer

Por la noche vi llegar a casa de Ana a sus tres parientas. La visitaron en su habitación situada detrás del hogar, y la besaron. Después de haberles anunciado la proximidad de su alumbramiento, Ana, poniéndose de pie, entonó con ellas un cántico concebido más o menos en estos términos: “Alabad a Dios, el Señor, que ha tenido piedad de su pueblo, que ha cumplido la promesa hecha a Adán en el paraíso, cuando le dijo que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente…”.

No me es posible repetir todo con exactitud. Se encontraba Ana en éxtasis, enumerando en su cántico todas las imágenes que figuraban a María. Decía: “El germen dado por Dios a Abraham ha llegado a su madurez en mi misma”. Hablaba luego de Isaac, prometido de Sara, y agregaba: “El florecimiento de la vara de Aarón se ha cumplido en mi”. La he visto penetrada de luz en medio de su aposento, lleno de resplandores, donde aparecía también, en lo alto, la escala de Jacob. Las mujeres, llenas de asombro y de júbilo, estaban como arrobadas, y creo que vieron la aparición. Después de la oración de bienvenida se sirvió a las mujeres una pequeña comida de frutas y agua mezclada con bálsamo. Comieron y bebieron de pie, y fueron a dormir algunas horas para reposar del viaje.

Ana permaneció levantada, y oró. Hacia la media noche, despertó a sus parientas para orar juntas, siguiéndola éstas detrás de una cortina cerca del lecho. Ana abrió las puertas de una alacena embutida en el muro, donde se hallaban varias reliquias dentro de una caja. Vi luces encendidas a cada lado; pero no sé si eran lámparas. Al pie de este pequeño altar había un escabel tapizado. El relicario contenía algunos cabellos de Sara, a quien Ana profesaba veneración; huesos de José, que Moisés había traído de Egipto; algo de Tobías, quizás un trozo de vestido, y el pequeño vaso brillante en forma de pera donde había bebido Abraham al recibir la bendición del ángel y que Joaquín había recibido junto con la bendición.

Ahora sé que esta bendición constaba de pan y vino y era como un alimento sacramental. Ana se arrodilló delante de la alacena. A cada lado de ella estaba una de las dos mujeres, y la tercera, detrás. Recitó un cántico: creo que se trataba de la zarza ardiente de Moisés. Vi entonces un resplandor celestial que llenó la habitación, y que, moviéndose, condensábase en torno de Ana. Las mujeres cayeron como desvanecidas con el rostro pegado al suelo. La luz en torno de Ana tomó la forma de zarza que ardía junto a Moisés, sobre el monte Horeb, y ya no me fue posible contemplarla. La llama se proyectaba hacia el interior: de pronto vi que Ana recibía en sus brazos a la pequeña María, luminosa, que envolvió en su manto, apretó contra su pecho y colocó sobre el escabel delante del relicario. Prosiguió luego sus oraciones. Oí entonces que la niña lloraba. Vi que Ana sacaba unos lienzos debajo del gran velo que la cubría, y fajándola, dejaba la cabeza, el pecho y los brazos descubiertos. La aparición de la zarza ardiendo desapareció.

Levantáronse entonces las mujeres y en medio de la mayor admiración recibieron en brazos a la criatura recién nacida, derramando lágrimas de alegría. Entonaron todas juntas un cántico de acción de gracias, y Ana alzó a la niña en el aire como para ofrecerla. Vi entonces que la habitación se volvió a llenar de luces y oí a los ángeles que cantaban Gloria y Aleluya. Pude escuchar todo lo que decían: supe que, según lo anunciaban, veinte días más tarde la niña recibiría el nombre de María. Entró Ana en su alcoba y se acostó. Las mujeres tomaron a la niña, la despojaron de la faja, la lavaron y, fajándola de nuevo, la llevaron en seguida junto a su madre, cuyo lecho estaba dispuesto de tal manera que se podía fijar contra él una pequeña canasta calada, donde tenía la niña un sitio separado al lado de su madre. Las mujeres llamaron entonces a Joaquín, el cual se acercó al lecho de Ana, y arrodillándose, derramó abundantes lágrimas de alegría sobre la niña. La alzó en sus brazos y entonó un cántico de alabanzas, como Zacarías en el nacimiento del Bautista. Habló en el cántico del santo germen, que colocado por Dios en Abraham se había perpetuado en el pueblo de Dios y en la Alianza, cuyo sello era la circuncisión y que con esta niña llegaba a su más alto florecimiento.

Oí decir en el cántico que aquellas palabras del profeta: “Un vástago brotará de la raíz de Jessé”, cumplíase en este momento perfectamente. Dijo también, con mucho fervor y humildad, que después de esto moriría contento. Noté que María Helí, la hija mayor de Ana, llegó bastante tarde para ver a la niña. A pesar de ser madre ella misma, desde varios años atrás, no había asistido al nacimiento de María quizás porque, según las leyes judías, una hija no debía hallarse el lado de su madre en tales circunstancias. Al día siguiente vi a los servidores, a las criadas y a mucha gente del país reunidos en torno de la casa. Se les hacía entrar sucesivamente, y la niña María fue mostrada a todos por las mujeres que la atendían. Otros vecinos acudían porque durante la noche había aparecido una luz encima de la casa, y porque el alumbramiento de Ana, después de tantos años de esterilidad, era considerado como una especial gracia del cielo.

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