Reforma o Apostasía
–Vaya por Dios. Otro tema tenebroso.
–¿Tenebroso?… Los exorcismos son manifestaciones gloriosas del poder liberador del Salvador. «Volvieron los setenta y dos llenos de alegría» al ver que en el nombre de Jesús se les sometían los demonios (Lc 10,17).
Los tres sacramentales más importantes, según enseña el Catecismo son las bendiciones(1671), las consagraciones, que son bendiciones constitutivas (un abad, un altar, etc.) (1672) y losexorcismos (1673). Toca, pues, ahora que hable de éstos. Pero conviene recordar antes algunas verdades fundamentales de la fe en referencia al demonio y a su acción maligna contra el hombre y las sociedades. Sobre ello escribí en este blog hace cuatro años. Les invito a recordar aquellos artículos, aunque sólo sea repasando rápidamente sus líneas destacadas en negrita:
(16) El demonio –I. Hoy no creen en el demonio muchos cristianos. -En el Antiguo Testamento el demonio. -En el Nuevo Testamento, Cristo se manifiesta como el vencedor del demonio. -Cristo es un exorcista potentísimo. -También los Apóstoles son exorcistas. -Reforma o apostasía.
(17) El demonio –II. Los libros de espiritualidad cristiana que ignoran al demonio son un fraude. -La doctrina de los Padres. -El Magisterio de la Iglesia. -El demonio es el Tentador que inclina a los hombres al pecado. -Conocemos bien las estrategias y tácticas del demonio en su guerra contra los hombres. -El demonio ataca a todos los cristianos, pero, lógicamente, sobre todo a los apóstoles. -Apocalipsis, victoria próxima y total de Cristo sobre el demonio.
(18) El demonio –y III. El demonio vence al hombre cuando éste se fía de sus propias fuerzas. -Los medios ordinarios de lucha espiritual contra el demonio. -La armadura de Dios. -La verdad es el arma fundamental. -Los sacramentales de la Iglesia. -No tener miedo al demonio. -El diablo ataca al hombre en ciertos casos con una fuerza persistente muy especial. -El medio apropiado de lucha espiritual contra el demonio, en estos casos extremos, son los exorcismos. -Aumentan hoy los asedios y posesiones del diablo. -Y al mismo tiempo disminuyen los exorcismos.
Los cristianos debemos ser muy conscientes de que nuestra lucha espiritual aún más que contra «mundo y carne», es contra «el demonio», «contra los espíritus malos» (Ef 6,11). En la vida de Cristo, sobre todo desde el inicio de su vida pública (las tentaciones satánicas del desierto), hasta su muerte (la hora del poder de las tinieblas), muestra el Evangelio claramente que el principal enemigo del Reino, en cada persona y en el mundo, es el demonio. Su impugnación es mucho más poderosa que la de fariseos, Sanedrín, romanos, pecadores, etc., pues es el demonio quien asiste a todos éstos contra Cristo. Y lo mismo se comprueba tanto en la vida y ministerio de los Apóstoles como a lo largo de toda la vida de la Iglesia.
No debemos temer al demonio; es él quien debe temernos a nosotros. El Señor nos mandó: «no se turbe vuestro corazón, ni tengáis miedo» (Jn 14,27). Pero debemos ser bien conscientes de sus continuas asechanzas, resistiéndolas con la oración y la virtud, con el ayuno y la penitencia, con todos los medios que la Iglesia nos ofrece; también con los exorcismos, en casos extremos.
No lo tememos porque sabemos bien que Cristo venció al Demonio y lo sujetó. Ahora es como una fiera encadenada, que no puede dañar al cristiano si éste no se le acerca, poniéndose en ocasión próxima de pecado y pecando. El poder tentador de los demonios está completamente sujeto a la providencia del Señor, que lo emplea para nuestro bien como castigo medicinal (1Cor 5,5; 1Tim 1,20) o como prueba purificadora (2Cor 12,7-10).
El diablo ataca especialmente a los cristianos más santos. El Demonio tienta a los buenos, pues a los pecadores les tienta sobre todo a través de mundo y carne, manteniéndose él oculto; y con eso le basta para perderlos. Pero se ve obligado a hostilizar directamente, a cara descubierta, a los santos, porque son cristianos que ya están muy libres de mundo y de la carne. Eso explica que en todas las vidas de los santos hallamos normalmente directas agresiones diabólicas. La Iglesia supo todo esto desde el principio.
San Juan de la Cruz da la causa: «Conociendo el demonio esta prosperidad del alma –él, por su gran malicia, envidia todo el bien que en ella ve–, en este tiempo usa de toda su habilidad y ejercita todas sus artes para poder turbar en el alma siquiera una mínima parte de este bien; porque más aprecia él impedir a esta alma un quilate de esta su riqueza que hacer caer a otras muchas en muchos y graves pecados, porque las otras tienen poco o nada que perder, y ésta mucho» (Cántico 16,2).
Y el diablo ataca especialmente a los más pecadores. Los malos cristianos están muy sujetos al mundo, y consiguientemente al diablo, príncipe de este mundo. Y también están esclavos de su propia condición carnal a través de sus vicios: orgullo, pereza, lujuria, avidez de prestigio, placeres y riquezas, etc. Los pecadores, alejados de oración y sacramentos, de ascética y de la misma Iglesia, entregados a pecados habituales, y más aún si participan del mundo esotérico del espiritismo, el ocultismo, la magia, la adivinación, el satanismo y tantas otras prácticas perversas antiguas y modernas, son presas seguras del demonio. Ahora bien, muchas veces el demonio prefiere que su dominio sobre el pecador, aun siendo muy profundo, no se manifieste abiertamente, ni sea consciente en sus cautivos, sino que éstos se crean libres. Otras veces, sin embargo, humilla y ataca a los pecadores en modos terribles, en agresiones que pueden revestir una gran diversidad de formas y grados:
–En el asedio, también llamado obsesión, el demonio actúa sobre el hombre desde fuera. Se diceinterno cuando afecta a las potencias espirituales, sobre todo a las inferiores: violentas inclinaciones malas, repugnancias insuperables, angustias, pulsiones agresivas, suicidas, etc. Y se dice externocuando afecta a cualquiera de los sentidos externos, induciendo impresiones sensibles muy realistas en vista, oído, olfato, gusto, tacto, las cuales, aun siendo totalmente falsas, se experimentan como si fueran verdaderas.
–En la posesión el demonio entra en la víctima y la mueve despóticamente desde dentro. Pero adviértase que aunque el diablo haya invadido el cuerpo de un hombre, y obre en él como en propiedad suya, no puede influir en la persona como principio intrínseco de sus acciones y movimientos, sino por un dominio violento, que es ajeno a la sustancia del acto. La posesión diabólica, consecuentemente, afecta al cuerpo, pero el alma no es invadida, conserva la libertad y, si se mantiene unida a Dios, puede incluso estar en gracia durante la misma posesión (cf. Juan Pablo II, 13-8-1986). Lo mismo puede suceder, a fortiori, en quienes se ven acosados por asedios diabólicos, a veces muy fuertes y duraderos.
En casos extremos, el medio apropiado de la lucha espiritual contra el demonio son los exorcismos. Como recordaremos, fueron ejercitados con frecuencia por Cristo Salvador, y él envió a los Apóstoles como evangelizadores y como exorcistas, con especiales poderes espirituales para expulsar a los demonios. Los exorcismos, por tanto, son sacramentales quedeben ser aplicados a aquellos hombres que sufren especialmente los ataques del diablo (Catecismo 1673).
Cristo es un exorcista potentísimo. En los Evangelios, una y otra vez, Jesús se manifiesta como predicador del Reino, como taumaturgo, sanador de enfermos sobre todo, y como exorcista. No conoce a Cristo quien no lo reconoce como exorcista. Es decir, quien no cree en Jesús como exorcista no cree en el Evangelio. La Iglesia cree con una fe cierta en los exorcismos realizados por Cristo, fundamentándose en los relatos evangélicos de la expulsión de demonios, que por cierto pertenecen al fondo más antiguo de la tradición sinóptica.
Los Evangelios testifican reiteradas veces que la expulsión de demonios era una parte habitual del ministerio de Cristo, claramente diferenciado de la sanación de enfermos (Mc 1,25; 5,8; 7,29; 9,25). «Al anochecer, le llevaban todos los enfermos y endemoniados, y toda la ciudad se agolpaba a la puerta. Jesús sanó a muchos pacientes de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios» (Mc 1,32; cf. Lc 13,32). Se trata, ciertamente, de dos acciones distintas. Lascuraciones, sin apenas diálogo, las realiza Jesús con suavidad y gestos compasivos, como tomar de la mano; los exorcismos en cambio suelen ser con diálogo, y siempre violentos, duros, imperativos. Una «aproximación histórica» a la figura de Jesús, que venga a asimilar los exorcismos a las sanaciones, declara en forma indudable que falta la fe en la historicidad de los Evangelios.
El Evangelio refiere numerosos exorcismos de Jesús, y podemos observar que algunos, referidos con más detalle, se dan hoy en los posesos con los mismos rasgos violentos y terribles: aullidos aterrorizadores, fuerza física sobrehumana del poseído, ejercitada en ocasiones contra sí mismo…
«Llegaron a la región de los gerasenos, y en cuanto salió de la barca vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, un hombre poseído de un espíritu impuro, que tenía su morada en los sepulcros, y ni aun con cadenas podía nadie sujetarle, pues muchas veces le habían puesto grillos y cadenas, y los había roto. Continuamente, noche y día, iba entre los monumentos y por los montes aullando ehiriéndose con piedras». Siente el poseso horror al Salvador y a todos los signos sagrados que lo re-presentan: «por Dios te conjuro que no me atormentes». Actuó Jesús sobre él, con su poder divino compasivo, liberándole totalmente del Maligno. Y al correr la noticia, acudió la gente, y «contemplaban al endemoniado sentado, vestido y en su sano juicio» (Mc 5,1-20). No pocos exorcistas actuales han tenido experiencias muy semejantes, aunque la eficacia de su acción sacramental liberadora no haya sido tan rápida y efectiva como la del Salvador.
También los Apóstoles son exorcistas, ya que Cristo, al enviarlos, los potencia especialmente para serlo: «les dió poder sobre todos los demonios y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Jesús profetiza: «en mi nombre expulsarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán» (Mc 16,17-18). Y los Apóstoles, fieles al mandato del Señor, ejercitaron frecuentemente los exorcismos, como lo había hecho Cristo: «Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre» (Lc 10,17). «Dios hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo, hasta el punto de que con solo aplicar a los enfermos los pañuelos o cualquier otra prenda de Pablo, se curaban las enfermedades y salían los espíritus malignos» (Hch 19,11-12).
En el próximo artículo comprobaremos cómo la Iglesia, y muy especialmente los santos, han vivido siempre su lucha contra el demonio como una parte integrante de su esfuerzo para liberarse de todo influjo del Maligno, para unirse cada vez más a Cristo Salvador, para avanzar en el camino de la perfección evangélica, y crecer en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.