A finales de los años 50, ETA fue revivida por el sector más joven y radical del PNV, azuzado por los grupos escindidos, en especial por ANV (acandillada por Elías Gallastegui y Telesforo Monzón), un amplio sector del clero vasco montaraz y algún pseudoteólogo de la liberación.
La banda terrorista se ha definido siempre como un grupo revolucionario euskaldun cuyo objetivo sigue siendo la independencia de vascos y navarros en un estado socialista. ETA ha contado frecuentemente con el apoyo de la masonería francesa y ciertos plutócratas del “Nuevo Orden Mundial”. ETA nunca ha perdido los fundamentos del proyecto racista, xenófobo, y excluyente del PNV; es su ejército en la sombra, mantiene permanentes vasos comunicantes con la sociedad nacionalista de izquierda y derecha.
El PNV se declara formalmente en desacuerdo con los métodos violentos, pero acorde totalmente con los fines independentistas, tal como Arzallas manifestó a Calvo-Sotelo en la Moncloa y Garacoechea a Aznar después del pacto del PNV con ETA en Estella-Lizarza.
El terrorismo nacionalista de ETA puede explicarse como un proceso de transferencia de sacralidad entre el catolicismo popular y la religión de la patria vasca (una auténtica idolatría).
En los cincuenta, el debilísimo nacionalismo resurgente se agarraba a lo que podía: la Virgen de Begoña, el Athletic Club, las cuadrillas de chiquiteros del casco viejo de Bilbao, los coros de Santa Águeda, etc.
Los grupos de baile vasco y el teatro eran acogidos en los salones de parroquias y colegios religiosos. El PNV descubrió la cantera y se infiltró en ellos; el alma de la operación fue Iker, primogénito de Elías Gallastegui, guardián de la ortodoxia aranista desde principios de siglo. En la Escuela de Ingenieros de Bilbao, coincidieron varios jóvenes de familias nacionalistas, uno llegó a ser director del proyecto de la Central Nuclear de Lemoniz. Otro fue encarcelado (1959) por el atentado frustrado contra el tren de excombatientes que iban de San Sebastián a Madrid para celebrar el 20º aniversario de la Victoria: su hijo Mikel “Antza” Albizu llegó a ocupar la jefatura de ETA. El tercer ingeniero fue José Luis Álvarez Esperanza, el principal ideólogo de la banda, cuyo lema era: no hay nación vasca sin euskera.
El nido de la serpiente terrorista ocasionó un primer muerto por acción directa: el guardia civil de tráfico José Antonio Pardines fue asesinado a tiros (1968), cerca de Tolosa, por Javier Echevarrieta, jovencísimo exalumno de los Escolapios.
En el verano de 1960, ETA se había cobrado la primera víctima mortal (una niña) con una bomba colocada en la consigna de la estación de Amara de San Sebastián. La lista de víctimas a la fecha supera los mil muertos, incluyendo los atentados del Hotel Corona de Aragón y del avión Madrid-Bilbao. Todos los asesinos y sus cómplices deberán saldar íntegramente sus cuentas con la Justicia.
Autores consultados: Ricardo de la Cierva y Jon Juaristi.