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Monseñor Fernando Arêas Rifan
(10 agosto 2012)
La religión no es ajena al deporte y la Iglesia siempre ha apoyado el deporte sano. El propósito del verdadero deporte es hacer que el cuerpo sea saludable y dócil, para que, paralelamente al alma, se pueda fortalecer y ennoblecer. En la alta Edad Media, la verdadera y no la falsa que historiadores superficiales a menudo tratan de imponernos, se produjo un florecimiento del ideal del verdadero deporte cristiano
Los actuales Juegos Olímpicos de Londres son una ocasión para reflexionar sobre los valores cristianos de la disciplina, la fraternidad, la paz y la reconciliación del mundo, a través del deporte.
San Pablo Apóstol escribe a los corintios, familiarizados con los Juegos Olímpicos, compartiendo la admiración de los pueblos helenos por las hazañas de los atletas en el estadio y usando su ejemplo para dar una lección sobre la vida espiritual (cf. 1 Co 9, 24-25).
La religión no es ajena al deporte y la Iglesia siempre ha apoyado el deporte sano. El propósito del verdadero deporte es hacer que el cuerpo sea saludable y dócil, para que, paralelamente al alma, se pueda fortalecer y ennoblecer. En la alta Edad Media, la verdadera y no la falsa que historiadores superficiales a menudo tratan de imponernos, se produjo un florecimiento del ideal del verdadero deporte cristiano.
El Barón Pedro de Coubertin, renovador de los Juegos Olímpicos actuales, cuya iniciativa fue alentada por el Papa San Pío X, escribía: “La Edad Media mostró un espíritu deportivo de intensidad y vigor probablemente superiores a los que conoció la propia antigüedad griega”. Él lo atribuía a la influencia primordial de la religión, que creó un ambiente más propicio para el surgimiento y desarrollo del espíritu caballeresco, que consiste en la “lealtad practicada sin dudarlo"” (Pierre de Coubertin, La Pédagogie Sportive). El cristianismo, por lo tanto, tiene una gran influencia en el juego limpio, en el “fair-play”.
El 22 de julio pasado, después del Ángelus, el Papa Benedicto XVI afirmó, en relación con los Juegos Olímpicos de Londres: “Las Olimpiadas son el mayor evento deportivo mundial, en el que participan atletas de muchísimas naciones, y como tal reviste también un fuerte valor simbólico. Por ello la Iglesia católica lo contempla con particular simpatía y atención”.
Hizo un llamamiento a los católicos a rezar para que “la voluntad de Dios, los Juegos de Londres sean una verdadera experiencia de fraternidad entre los pueblos de la Tierra”. “Envío mis saludos a los organizadores, a los atletas y a los espectadores; y rezo para que, en el espíritu de la tregua olímpica, la buena voluntad generada por este evento deportivo internacional pueda dar fruto, promoviendo la paz y la reconciliación en todo el mundo”.
Con ocasión del campeonato europeo de fútbol de 2012, Benedicto XVI, en su mensaje, citó al Beato Juan Pablo II: “Las potencialidades del fenómeno deportivo lo convierten en instrumento significativo para el desarrollo global de la persona y en factor utilísimo para la construcción de una sociedad más a la medida del hombre. El sentido de fraternidad, la magnanimidad, la honradez y el respeto del cuerpo —virtudes indudablemente indispensables para todo buen atleta—, contribuyen a la construcción de una sociedad civil donde el antagonismo cede su lugar al agonismo, el enfrentamiento al encuentro, y la contraposición rencorosa a la confrontación leal. Entendido de este modo, el deporte no es un fin, sino un medio; puede transformarse en vehículo de civilización y de genuina diversión, estimulando a la persona a dar lo mejor de sí y a evitar lo que puede ser peligroso o gravemente perjudicial para sí misma o para los demás”.
Dom Fernando Arêas Rifan, Obispo de la
Administración Apostólica Personal S.Juan María Vianney