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Fray Junípero Serra (1713-1784)
Fray Junípero Serra (1713-1784)
Franciscano español. Doctor en filosofía y teología
Fundó 9 misiones españolas en la Alta California
Murió en la Misión de San Carlos Borromeo del Carmelo
Pablo J. Ginés / ReL (23/9/2015): El Papa Francisco ha canonizado al misionero español del siglo XVIII fray Junípero Serra. Un milagro que se barajaba para la canonización (www.stjunipero.org) era la curación milagrosa de la hija de Ernestina de Soto, una india chumash, enfermera católica en Santa Bárbara, aunque al final Francisco decretó una canonización sin necesidad de milagro. Ernestina es hija de la última hablante de lengua chumash conocida, aunque quedan unos 3.000 miembros de esta etnia. Ernestina oró por su hija enferma (“de una extraña neumonía criptogénica”) y usó una reliquia del beato mallorquín (un fragmento de hueso). Y la hija se curó. Ernestina entiende que durante el periodo español en California, y también después, hubo violencia y abusos, pero “no es algo que me dañe”, dice a la prensa californiana. Es curioso que la curación de una chumash se considerase para esta canonización. Los chumash fueron al principio hostiles con Junípero, pero luego lo ayudaron en cierto apuro y él desarrolló por ellos un cariño especial. Los chumash protagonizaron en 1824, ya con México independizado, una rebelión sangrienta contra las misiones y los soldados cercanos.
Junípero es santo, las misiones no tanto
Mucho se ha escrito contra fray Junípero Serra y el sistema de misiones de los franciscanos estos días. En realidad, una cosa es la valoración de quien ya es San Junípero, y otra es valorar las misiones. Junípero las puso en marcha y las supervisó sólo 15 años antes de morir. Intentaba aplicar un sistema mejorado de lo que había visto en México. Pero no funcionó bien.
Los indios de México eran sedentarios, tenían ciudades y pueblos, artesanos… los de California eran nómadas, sin poblaciones. No solo había que cristianizarlos, sino hacerles cambiar por completo de estructura vital.
Las misiones no eran plantaciones de esclavos
Los enemigos de la canonización y de las misiones han hablado muy fuertecomparándolas con un sistema de esclavos. Siguen en esto al navegante francés La Pérouse, el primer visitante extranjero en las misiones de California, un ilustrado, que declaró tras su visita en 1786 a Monterrey que las condiciones de los indios en las misiones "apenas difieren de la de los negros de nuestras colonias, al menos en las plantaciones que son gobernadas con más suavidad y humanidad".
Es una crítica que se ha repetido: las misiones como campos de esclavos para servir a la Iglesia y el Imperio Español. Norma Flores, de familia india gabrileña, una de las activistas contrarias a la canonización, declaró al Santamaria Sun que Serra fue el “Adolf Hitler de California”. Católica, pero no confirmada (porque “mi madre no quería que un cura me diese un cachete”), Norma Flores citaba a La Pérouse como su gran fuente… aunque el texto de La Pérouse dice también que el látigo se aplicaba “con poca severidad”. De hecho, llamarle látigo no sería correcto, comentan otros historiadores, porque no era de cuero, sino una cuerda con nudos, que causaba mucho menos daño.
El libro de James A. Sandos "Converting California" recuerda que es injusto comparar con las plantaciones francesas del Caribe o los estados del sur de EEUU. Estas plantaciones buscaban enriquecer a sus dueños, mientras que las misiones buscaban alimentar y sostener a sus habitantes.
"El propósito de una misión era organizar una comunidad religiosa aislada que pudiera nutrirse a sí misma física y espiritualmente. El excedente de producción se usaba para alimentar a otras misiones, presidios y pueblos. El ánimo de lucro no se consideraba, al contrario que en las plantaciones, donde era la razón de su existencia", afirma Sandos.
Sandos recuerda que las plantaciones de esclavos producían materias para exportar (azúcar, algodón) y que se castigaba a los esclavos que producían poco porque dañaban el enriquecimiento de su amo. Además, esos esclavos en las plantaciones estadounidenses podían comprarse y venderse, algo inconcebible en las misiones hispánicas.
"Para algunos norteamericanos la analogía de las misiones con la esclavitud se mantiene vigorosa, porque los misioneros hacían castigar a los indios que cambiaban de opinión después de bautizarse; dirigían expediciones para devolver a la misión a los neófitos que huían y usaban la fuerza para mantener a los indios en las misiones", señala Sandos.
Entre las peonadas y el sistema de aprendices
James A. Sandos recuerda que en 1858, cuando Abraham Lincoln hablaba contra la esclavitud, en California los dueños -sobre todo anglos- de los ranchos usaban a los indios que antes habían habitado en las misiones como mano de obra gratuita en las llamadas "peonadas de deuda".
"El trabajo de los indios en las misiones se parecía a estas peonadas más que a la esclavitud. Los indios en las misiones podían irse de la misión 5 o 6 semanas al año a visitar amigos y parientes y cazar y pescar. No eran libres para ir y venir a su gusto, sin embargo. Al aceptar voluntariamente el bautismo, lo supieran o no en ese momento, rechazaban su libertad a cambio de una nueva vida que la limitaba. Era una vida con exigencias espirituales y laborales, y los neófitos estaban obligadas a ambas", escribe Sandos.
El bautismo se aplicaba sólo después de 8 días de instrucción religiosa, a veces más. Además de las vacaciones de 5 o 6 semanas repartidas por el año, al contrario de lo que sucedía en algunos sistemas laborales del pasado o actuales, los indios tampoco tenían que trabajar los domingos ni las fiestas de guardar.
Los azotes, algo común en la sociedad
Los castigos a los indios fugitivos eran similares a los que recibían los soldados fugitivos o indisciplinados y los peones fugitivos en México cuando se iban de los ranchos sin pagar las peonadas que debían: azotes o pasar días en un cepo o celda.
En el caso de los hombres, los azotes en las misiones eran públicos, para dar ejemplo a la población. A las mujeres no se les azotaba en público, sino en privado y donde no se oyera su llanto.
Otra forma de entender la mentalidad de la época es que muchos padres azotaban a sus hijos con un cinto o una cuerda si se comportaban mal, y también lo hacían los oficiales artesanos con sus aprendices.
En realidad, todo el sistema de misiones tenía cierto paralelismo con el sistema de aprendices de oficios. Los indios eran vistos por los franciscanos como unos jóvenes e indisciplinados aprendices a los que había que formar en hábitos, religiosidad, disciplina y un oficio, como a cualquier muchacho de México o España.
Un aprendiz podía trabajar de los 11 a los 21 años con un maestro aprendiendo su oficio y sin cobrar nada, pero con cobijo y manutención muchas veces, hasta lograr su mayoría de edad y un título de artesano profesional.
Las misiones, cuando nacieron, en la mente de Junípero Serra y de las autoridades civiles al principio, eran como una escuela que debía durar diez años, imitando esta idea.
Después de una década tras su fundación, una década para aclimatar a los indios a la cultura hispánica (catolicismo, monogamia, sedentarización, oficios) la misión dejaría –en teoría- de estar aislada de los blancos, dependería del obispo con su párroco diocesano y de las autoridades civiles, pagaría impuestos y sería como cualquier otro pueblo de México.
Ese era el plan original. Pero en 70 años de historia de las misiones, ninguna lo cumplió. Para enfado de las autoridades civiles, los indios –insistían los franciscanos- nunca estaban listos, nunca maduraban, nunca alcanzaban a ser “gentes de razón”.
Serra no puede ser culpado por el fracaso de 70 años de sistema: fundó la primera misión en 1769, y murió 15 años después, en 1784. Sólo los últimos 5 años tuvo la autoridad de ser prefecto de misiones.
Fray Junípero se azotaba en público... y quizá a nadie más
El tema de los azotes –tan ligado a la visión de los indios como eternos adolescentes rebeldes- hay que contextualizarlo en el hecho de que los mismos frailes franciscanos se autodisciplinaban con azotes y ayunos en tiempos penitenciales (cuaresma, adviento, los viernes, etc...).
Se recuerda que Junípero Serra en cierta fiesta de penitencia predicó el arrepentimiento y la penitencia ante los indios azotándose a sí mismo hasta sangrar: todos lloraban ante aquel espectáculo, sobrecogidos. Por lo tanto, cuando Junípero en alguna carta apoya que se azote a alguien como castigo, no pide nada que no hiciera él consigo mismo en público y que no fuera común en la cultura española.
Ningún historiador ha encontrado jamás, por otra parte, un texto que muestre que Junípero azotase nunca a alguien que no fuese él mismo. Además, había un límite de azotes establecido para los infractores, en torno a los 20 o 25.
Hay una lista de 12 fugitivos neófitos que fueron azotados y contaron las causas de su fuga en julio de 1797, muy divulgada por los críticos actuales de las misiones. Son casos variados: el indio Otolón fue azotado "por no haber cuidado de su mujer después de que ella pecara con un vaquero"; molesto por ello, se fugó. Otro caso: el indio Magno se fugó, dijo, porque "ocupado en cuidar a su hijo enfermo, no pudo trabajar, y le dejaron sin ración". El indio Toribio se fugó porque "siempre estaba hambriento". Y el indio Liberato "se escapó para no morir de hambre como habían hecho su madre, dos hermanos y tres sobrinos". El indio Tiburcio se quejaba de que el padre Antonio Danti le había azotado 5 veces "por llorar en la muerte de su esposa e hijo".
Todo esto quedó registrado con la habitual afición española al papeleo y el funcionariado y porque las autoridades civiles, siempre buscando posibilidades de confiscar las tierras y riquezas (escasas) de las misiones acudían en busca de irregularidades y abusos. Pero no se sabe de ningún franciscano que fuese castigado o amonestado, ni por autoridades civiles ni por religiosas, bajo la acusación de haberse excedido en castigos corporales.Tampoco consta que ningún indio muriese por azotes de castigo.
Cuando mataron a su amigo y paisano
Que Serra no era vengativo queda atestiguado durante la revuelta de unos 600 indios kumeyaay en la misión San Diego (hay quien dice que instigados por indios paganos del interior) que en diciembre de 1775 mataron a su amigo, el franciscano mallorquín Luis Jayme, y a otros dos habitantes de la misión (uno de ellos era un carpintero que en su agonía perdonó a sus asesinos y donó a los indios su herencia).
Serra ofició el funeral de su amigo y paisano y pidió a las autoridades militares que los líderes de la revuelta fueran perdonados y que no hubiera campaña militar. “Que sea perdonado de acuerdo con nuestra ley, que nos ordena perdonar a los que nos ofenden y prepararle no para que muera, sino para la vida eterna”, escribió.
Las misiones no funcionaban
En 70 años de historia, los registros de las misiones hablan de unos 80.000 indios bautizados. Pero lo cierto es que las misiones crecían sólo con neófitos, no con hijos. Los historiadores dan por probado que morían más indios en las misiones que los que nacían, y los indios de las misiones morían más que los que se mantenían en la vida pagana fuera de ellas.
John Johnson, antropólogo del Museo de Historia Natural de Santa Bárbara, explica que lo que de verdad acabó con los indios fueron las enfermedades contra las que no tenían inmunidad. Las misiones no conseguían tener descendencia. De hecho, 4 de cada 5 niños morían por enfermedades antes de llegar a la vida adulta.
El libro de Sandos recuerda además algunas costumbres indias que no favorecían la reproducción. Las mujeres chumash, por ejemplo, tenían la costumbre de abortar su primer embarazo porque pensaban que así se fomentaba su fertilidad… obviamente, lo que sucedía –con sus complicaciones ginecológicas- era todo lo contrario.
Otra costumbre nociva era la de practicarse pequeños cortes para hacer tatuajes… lo que podía favorecer una transmisión no sexual de la sífilis, enfermedad difícil de detectar y cuya transmisión no sexual era desconocida.
Dan Krieger, un profesor emérito de historia en la Misión de San Luis Obispo, que cuenta que lleva estudiando las misiones desde los 8 años, apunta más causas: las misiones intentaban alimentar a niños y mayores con leche… pese a la intolerancia a la lactosa de los indios. Y los franciscanos se empeñaban en juntar a muchos indios en barracones convencidos de que el aire fresco de la noche transmitía las enfermedades… cuando en realidad se transmitían más en esos espacios cerrados y muy poblados. Los franciscanos se volcaban en intentar ayudar a los enfermos, con poco éxito.
No está muy claro cuánto se redujo la población de indios en el periodo español y mexicano en California: hay cierto consenso en que descendió en un tercio.
La gran matanza llegó con los anglosajones
Hay más cifras de lo que pasó después, que fue mucho peor. Sandos recuerda que cuando se descubrió oro en California en 1848, vivían en la región unos 150.000 indios nativos. Doce años después, quedaban 30.000.
La mayoría de estos 30.000 supervivientes a la oleada de mineros y colonos anglos eran los que habitaban las antiguas misiones. Los indios paganos, salvajes, fueron casi todos exterminados por bandas creadas específicamente para ello.
Ruben Mendoza, profesor de arqueología en la California State University, denuncia quese ha querido hacer cargar a Serra con la culpa de las matanzas que los norteamericanos anglos desarrollaron entre 1846 y 1873. Ese infundio es, dice, “el último martirio que Serra ha sufrido".
Mendoza es en parte hispano y en parte indio yaqui (una etnia no californiana) y habló en el Capitolio a favor de mantener su estatua. El libro “Murder State: California’s Native American Genocide 1846-1873,” de Brendan C. Lindsay, recuerda que en esta etapa, la cabellera de indio californiano se pagaba a 5 dólares, y el gobierno californiano destinó un millón de dólares a pagar recompensas por matar indios. Jamás nada parecido se hizo en la California hispana.
La importancia de ser bilingüe
Los historiadores “oficiosos” en los que se ha apoyado la Iglesia para presentar a Serra y su contexto son Robert Senkewicz y su esposa Rose Marie Beebe, profesores en Santa Clara University. Han publicado Junípero Serra: California, Indians and the Transformation of a Missionary, de 500 páginas. Y también un resumen de una página para entregar en un folleto en la canonización.
Rose Marie cree que su biografía es la más equilibrada. Ella es hija de cubana, es perfectamente bilingüe, siempre habló español con su abuela que no sabía inglés y ha señalado muchos errores de matiz en traducciones antiguas.
Por ejemplo, cuando un texto de Serra habla de que sintió “compasión” por unos indios Chumash que le ayudaron en una zona embarrada, hay traducciones –usadas por historiadores que no saben español- que traducen como “salpicaduras de lástima” (spurs of pity), que suena muy distinto, como una emoción no querida y fragmentada, en vez de la compasión cristiana y franciscana.
Otros autores no entienden el término “empresa” (traducido como “enterprise”), que parece sugerir un ánimo de lucro, cuando en realidad en el español de la época, acometer una empresa era emprender un proyecto o iniciativa, no necesariamente de lucro, y desde luego no había afán de lucro en las misiones franciscanas. El tema lingüístico ha tenido un papel en la tergiversación de los hechos.
Senkewicz y Beebe insisten en poner a Serra en su época y recordar que era un hombre culto, titulado en filosofía, seguidor del franciscano medieval Duns Scoto, que defendía la evangelización con el arte, los afectos y el sentimiento, y que intentaba traer obras de arte de México a las misiones. Con el tiempo, las misiones lograron un buen nivel musical, y allí se compusieron las famosas “Misa Viscaína” y “Misa Catalana” (ambas en latín, obviamente) cuyas partituras se han conservado y en varias copias.
Estos historiadores señalan que Serra fue un hombre que podía haberse quedado tranquilamente viviendo en Europa como profesor y predicador franciscano, pero a los 36 años decidió embarcar para evangelizar en el Nuevo Mundo, de 1749 a 1767 trabajó en México con nativos ya evangelizados y a partir de 1769, con 56 años y una pierna muy dañada, se lanzó a recorrer California y a fundar misiones en condiciones duras y con un estilo de vida más que austero.
Las críticas al sistema de misiones olvidan que otras dos potencias de hombres blancos se acercaban a la zona. Los anglosajones, como hemos visto, exterminaron a los indios californianos en apenas 12 años.
Los rusos en América
La otra potencia era Rusia, que había esclavizado a los indios aleutianos para que trabajaran como cazadores de pieles (nutrias y focas) y se había establecido en Alaska. En el siglo XIX incluso levantaron un fuerte en California (una famosa ópera pop en Rusia recuerda el romance real entre el noble oficial ruso y Conchita, la hija del gobernador californiano).
Los españoles descubrieron la presencia de los rusos y en 1774 se apresuraron en ocupar la costa californiana con el sistema de misiones, que parecía el más rápido y eficaz. (España también estableció un fuerte en Nutka, Canadá, de 1789 a 1795, su fortaleza más norteña y aislada).
La Iglesia Ortodoxa Rusa de Rusia y la de EEUU veneran a un tal San Pedro Aleutiano, que habría sido un indio aleutiano (o quizá de Isla Kodiak) de fe cristiana ortodoxa, que cazaba en California y fue detenido y torturado cruelmente hasta la muerte por los franciscanos españoles por no renunciar a la fe ortodoxa, o así cuenta un oficial ruso que le contó otro cazador de Kodiak. Hay dudas más que razonables sobre esta historia y este personaje que nadie documentó jamás en los archivos españoles y californios, pero que cierto nacionalismo ruso ortodoxo usa contra el catolicismo y alimenta la crítica contra las “crueles” misiones españolas.
Pero no está nada claro que los rusos hubieran sido mucho más humanitarios con los indios californios. También ellos habrían transmitido enfermedades. Y su objetivo era sólo uno: el afán de lucro mediante las pieles de nutrias y focas.
Entre las acusaciones más radicales y desequilibradas contra Junípero Serra, publicadas en declaraciones a agencias como Associated Press, se ha dicho que “intencionalmente difundió la viruela para destruir a los indios”, que “creo campos de trabajo y de la muerte” y que “las mujeres y los niños eran violados”. Todo eso es refutado por los historiadores, pero se suma a las leyendas negras contra España o el catolicismo.
Un hombre de su época que quería a los indios
El padre franciscano Ken Laverone, en la Misión San Juan Bautista, consultado por el Santamaria Sun, insiste en que “Serra era un hombre de su época y llevaba consigo las formas de ser padre de su época. ¿Quería dañar a los indios? No, quería enseñarles el amor de Dios. Creo que la Iglesia le ve como un gran evangelizador, como alguien que lo dejó todo, que sufría problemas físicos terribles pero seguía adelante y nunca se detenía”.
El historiador Dan Krieger está convencido de que Serra y los franciscanos intentaron proteger a los indios de sus dos grandes enemigos: los soldados y colonos rapaces e indisciplinados y las enfermedades.
Un caso de manual se encuentra cuando el gobernador Pedro Fages justificaba e incluso facilitaba que los soldados del fuerte de Monterrey accediesen (por la fuerza, se entiende) a mujeres nativas. Como respuesta, Serra trasladó la misión 14 kilómetros más al sur para alejar a los indios de los soldados. Protestó tanto a las autoridades que Fages fue destinado a otros sitio (a guerrear con los apaches en Sonora).
La historia de Junípero Serra se enmarca en la historia de una frontera lejanísima y extrema, donde chocaban la Edad de Piedra nómada y cierta utopía de comuna autosuficiente franciscana que nunca acabó de funcionar bien. Con todo, si hoy California es la más poblada y rica de las regiones de Estados Unidos, debe reconocer su origen en Junípero Serra y admitir, como proclama el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, que los verdaderos padres fundadores de Estados Unidos fueron católicos e hispanohablantes.
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