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sábado, 6 de febrero de 2016

Corridas de TOROS: Fiesta Nacional y Patrimonio Cultural de ESPAÑA y Francia. TOREROS: Vídeos de José Tomás en Barcelona, Madrid y Nimes; Enrique Ponce en México; Joselito y Belmonte; y Manolete, leyenda viva. Goya y Picasso. Historia del Arte de Torear o Tauromaquia. Orígen de la Cultura del Toro. Larra y las Corridas de Toros. Conde de Villamediana: "Son mis amores reales" (2080)

ACTUALL-Víctor Gago (14/3/16): Manifestación histórica a favor de la tauromaquia. Miles de personas pidieron este domingo en Valencia respeto para la tradición del toreo, al grito de “libertad, libertad”. El contexto de esta protesta es la ofensiva de partidos políticos y grupos animalistas para prohibir la tauromaquia en España. Entre los participantes, asistieron José Tomás, El Juli, José Mari Manzanares, César Rincón, Enrique Ponce o Morante de La Puebla. También se mezclaron con los aficionados algunos políticos valencianos, como la presidenta regional del PP, Isabel Bonig. [El País]
Goya
Corridas de TOROS
Patrimonio cultural de España y Francia
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA  
(5/6/2015).
En el año 2011, la nación de Victor Hugo y Descartes, de Rodin y Renoir, de Balzac y Sartre, decidió considerar a las corridas de toros patrimonio cultural de Francia. Se sumó después España y la fiesta nacional pasó a depender del Ministerio de Cultura, relegando al Ministerio del Interior. Escultura viva, ballet del arte y el valor, los toros son “un prodigioso mágico sentido, un recordar callado en el oído, un sentir que en mis ojos sin voz veo, una sonora soledad lejana, fuente sin fin de la que insomne mana la música callada del toreo”.
Los versos de mi inolvidado amigo Rafael Alberti se desgranan sobre la realidad artística de los toros, que, como escribió José Ortega y Gasset, ha vertebrado la cultura española de los dos últimos siglos en la pintura y la escultura, en la poesía y la novela, en el teatro y la ópera, en el cine y la televisión, en Francisco de Goya y Pablo Picasso, en Mariano Benlliure y Salvador Dalí, en Pérez de Ayala y Federico García Lorca, en Botero y Barceló, en Pere Gimferrer y Mario Vargas Llosa.
La revista Mercurio ha tenido el gran acierto de dedicar, en estas fechas de la feria de San Isidro, un número a la tauromaquia y la literatura, instalando a la fiesta en el lugar que le corresponde: la cultura. Alberto González Troyano, Carlos Marzal, Jacobo Cortines y Felipe Ramírez Reyes reflexionan sobre la vibración intelectual de las corridas de toros. Y de forma especial Javier Villán, que desmenuza el asentamiento literario del periodismo taurino. Santiago Pelegrín, Antonio Díaz-Cañabate, Mariano de Cavia, Luis Calvo, Gregorio Corrochano, Andrés Amorós, Joaquín Vidal, son nombres que responden al criterio literario de Javier Villán. Y Vicente Zabala, considerado como el mejor crítico taurino del siglo XX, que tiene en su hijo, Zabala de la Serna, continuidad en la maestría y la calidad.
Entiendo muy bien a los intelectuales hostiles a los toros y no niego los aspectos de crueldad que ellos perciben y subrayan. Respeto máximo, por consiguiente, para los que rechazan en conciencia la fiesta taurina, lo que no significa coincidir con ellos.
Tuve yo la suerte de ganar, al alimón con Mario Vargas Llosa, el premio Baltasár Ibán con un artículo en el que reflexionaba sobre la crueldad que, sin repercusión artística y sin réditos culturales y económicos, por el puro placer individual, se ejerce sobre algunos animales. Al lucio, por ejemplo, decía, el pescador deportivo le clava el anzuelo donde más daño le hace: en el paladar. El dolor se incrementa cuando el pobre animal huye despavorido mientras el pescador tira del hilo o lo suelta, jugando hábilmente con su víctima para llevarla y traerla. Entre sufrimientos espantosos, enhiesta finalmente la caña, el pez sale al aire y se asfixia en una agonía atroz. “¡Qué gran pelea ha hecho en el agua, qué gran pelea ahora!”, dice el pescador entusiasmado. Coge finalmente al animal entre sus manos, domina los últimos coletazos y lo mete, todavía agonizante, en el cesto.
Raro es el detractor de los toros que se refiere a la tortura de la pesca deportiva. El toro de lidia muere de manera mucho más digna que la mayor parte de los animales utilizados para el entretenimiento. La demagogia barata sobre la fiesta de los toros, la ignorancia de su significado artístico, cultural e histórico,el desconocimiento del origen religioso de la corrida, es algo que los taurinos están habituados a soportar. En España, en Europa, hay muchos centenares de miles de pescadores aficionados que someten a los peces a prácticas considerablemente más crueles y dolorosas que la lidia taurina. Y no lo hacen para crear o estimular el arte. Tampoco para comer. Pescan sencillamente para divertirse.
La más alta inteligencia del siglo XX español, el filósofo José Ortega y Gasset, escribió: “La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que, sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”.
Orígen de la Cultura del Toro
Taurocatapsia en la Creta Minoica
La tauromaquia (del griego ταῦρος, taūros 'toro', y μάχομαι, máchomai' luchar') se define como «el arte de lidiar toros», tanto a pie como a caballo, y se remonta a la Edad de Bronce. Su expresión más moderna y elaborada es la corrida de toros, una fiesta que nació en España en el siglo XII y que se practica también en Portugal, sur de Francia y en diversos países de Hispanoamérica como México, Colombia, Perú, Venezuela, Ecuador y Costa Rica. Es también espectáculo de exhibición en China, Filipinas y Estados Unidos.
Esta actividad tiene antecedentes que se remontan a la Edad de Bronce, y se ha desarrollado a lo largo de siglos como una forma de demostración de valentía, al estilo de algunas tribus que aún practican ritos de paso de la niñez a la edad adulta. 
Atlantes emigrados de Creta hacia 15000 aC, al final de la civilización minoica, destruida por la catástrofe volcánica de la isla de Santotrini, se instalan en la costa Sur de nuestra Península y en el valle del Guadalquivir, rico en minerales, aceite y vino. fundando el reino de los Tartessos. Platón (360 aC) en Diálogo con Critias, describe la guerra entre la Atenas pre-helénica y la Atlántida, hipotético imperio occidental en una isla misteriosa. Critias sostiene que existió en una época muy remota, más allá de las columnas de Heracles (Estrecho de Gibraltar) y que fue tragada por el mar.
Teseo y el Minotauro
El Minotauro (del griego Μινόταυρος [Minótauros]) era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El mito tiene su versión más completa en la Biblioteca mitológica de Apolodoro. Su nombre significa "Toro de Minos", y era hijo de Pasífae y el Toro de Creta. Fue encerrado en un laberinto diseñado por el artesano Dédalo, hecho expresamente para retenerlo, ubicado en la ciudad de Cnosos en la isla de Creta. Por muchos años, siete hombres y otras siete mujeres eran llevados al laberinto como sacrificio para ser el alimento de la bestia hasta que la vida de ésta terminó a manos del héroe Teseo. Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento.
Dios Mitra matando un toro (Museo Británico)
Mitra es un dios conocido desde la antigüedad, principalmente en Persia e India. Mitra es el dios del Sol de origen persa que pasó a formar parte del imperio romano. Se conservan diversas esculturas, en su mayor parte del siglo III. Se le representa como un hombre joven, con un gorro frigio, matando con sus manos un toro.
Durante el Imperio romano, el culto a Mitra se desarrolló como una religión mistérica, y se organizaba en sociedades secretas, exclusivamente masculinas, de carácter esotérico e iniciático. Gozó de especial popularidad en ambientes militares. Obligaba a la honestidad, pureza y coraje entre sus adeptos.
En la antigua Roma se presentaban espectáculos con uros (raza bovina extinta) que eran arrojados a la arena del circo para su captura y muerte por parte de algunos representantes de familias nobles, quienes mostraban así sus dotes de cazadores. También se arrojaban en manadas a los cristianos durante las ejecuciones públicas efectuadas en la época de la persecución; y además, se utilizaba a estos animales durante los enfrentamientos de gladiadores como entretenimiento adicional.
En época medieval comienza la práctica taurina del lanceo de toros, a la que se sabe eran aficionados Carlomagno, Alfonso X el Sabio y los califas almohades, entre otros. Según crónica de la época, en 1128 en que casó Alfonso VII en Saldaña con Doña Berenguela la chica, hija del Conde de Barcelona, entre otras funciones, hubo también fiestas de toros.
Mariano José de Larra se pegó un tiro a los veintisiete años, vencido por el desamor y la terquedad de la sociedad española. Su prosa mordaz, quizá insuperable en el terreno de la crítica rigurosa e irónica, reconforta a sus semejantes. Larra, periodista además de escritor, estudió la historia de la más española de las fiestas patrias y conoció la opinión de los clásicos: los toros eran lo que parecían.
Estas funciones deben su origen a los moros, y en particular, según dice don Nicolás Fernández de Moratín, a los de Toledo, Córdoba y Sevilla. Estos fueron los primeros que lidiaron toros en público. Los principales moros hacían ostentación de su valor y se ejercitaban en estas lides, mezclando su ferocidad natural con las ideas caballerescas, que comenzaban a inundar la Europa. El anhelo de distinguirse en bizarría delante de sus queridas, y de recibir su corazón en premio de su arrojo, les hizo, poner las corridas de toros al nivel de sus juegos de cañas y de sortijas.
El primer español que alanceó a caballo un toro fue nuestro héroe, nunca vencido, el famoso Rui o Rodrigo Díaz de Vivar, dicho el Cid, que venció batallas aún después de su muerte. Hasta este, solo en las baterías de caza habían peleado los españoles con estos hermosos animales; y cuando el Cid alanceó el primer toro delante de los que le acompañaban, éstos quedaron admirados de su fuerza y de su destreza.
En el resumen historial de España del licenciado Francisco de Cepeda, hablando del año de 1100, dice que en él, según memorias antiguas, se corrieron en fiestas públicas toros, y añade, ya refiriéndose a entonces, «espectáculo sólo de España». Y por nuestras crónicas se ve que en 1124, en que casó Alfonso VII en Saldaña con doña Berenguela la Chica, hija del conde de Barcelona, entre otras funciones hubo fiestas de toros. Y en la ciudad de León, cuando el rey don Alfonso VIII casó a su hija doña Urraca con el Rey don García de Navarra, en cuya ocasión también se verificó la de los cerdos.
Reinando don Juan el II de Castilla hubo muchas y grandes fiestas de toros en Medina del Campo en el año 1418, con motivo de su casamiento con doña María de Aragón.
El señor Carlos I les tuvo la mayor afición, y dicen sus contemporáneos que picaba y rejoneaba los toros con gran destreza, y en las fiestas del nacimiento de su hijo el rey don Felipe II mató un toro de una lanzada en la plaza de Valladolid.
Felipe III gustó también de toros, pues se sabe que renovó y perfeccionó la plaza de Madrid en el año 1619.
De Felipe IV se dice que además de alancear y matar los toros, quitó la vida a más de 400 jabalíes con estoque, lanzón y horquilla.
Conde de Villamediana
"Son mis amores reales"
Madrid 1622: Toros en la Plaza Mayor
Juan de Tassis y Peralta (Lisboa 1582- Madrid 1622), poeta español del Barroco. Fue hijo de María de Peralta Muñatones, y de Juan de Tassis y Acuña. Gracias a sus tutores, gozó de un profundo conocimiento de los clásicos y compuso algunos poemas en excelente latín humanístico. Cuando Felipe III fue al Reino de Valencia para celebrar su matrimonio con Doña Margarita de Austria, Juan le acompañó y se distinguió tanto que el Rey le nombró gentilhombre de su casa. En palacio conoció a Magdalena de Guzmán y Mendoza, de gran influencia en la Corte como viuda de Martín Cortés de Monroy, II Marqués del Valle de Guajaca (Oaxaca), y futura aya del hijo que iba a tener la reina. Pese a la diferencia de edad mantuvieron una relación sentimental que terminó mal.
Trasladada la Corte a Valladolid, donde permaneció cinco años, contrajo matrimonio en 1601 con Doña Ana de Mendoza, descendiente del famoso Marqués de Santillana, de la que tuvo varios hijos, todos malogrados. Al morir su padre, en 1607, asumió el título y el cargo de correo mayor del reino. Pero por su talante agresivo, temerario y mujeriego adquirió pronto una reputación de libertino, amante del lujo, de las piedras preciosas, los naipes y los caballos, y llevó una vida desordenada de jugador, alcanzando una reputación de adversario temible sobre el tapete por su gran inteligencia. Sin embargo, estos excesos le valieron dos destierros, aparte de por haber arruinado a varios caballeros importantes, también por sus fortísimas sátiras, en las que zahería sin piedad alguna las miserias de casi todos los Grandes de España, ya que como perteneciente al mismo estamento que ellos conocía bien sus defectos y flaquezas, y sabía por dónde atacarlos y hacer daño.
El primero de sus destierros le llevó a Italia, donde estuvo entre 1611 y 1617 con el conde de Lemos, nombrado virrey de Nápoles. Ya vuelto a España, atacó en varias sátiras la corrupción alcanzada bajo el valimiento del duque de Lerma y Rodrigo Calderón de Aranda durante los últimos años del reinado de Felipe III, de forma que estos lograron del rey que le desterrara otra vez de la corte en 1618, aunque esta vez a Andalucía, de donde regresó al poco al fallecer el rey, favorecido como fue por el nuevo valido, el Conde Duque de Olivares.
Tuvo numerosas amantes, con las cuales llegó a veces a las manos públicamente, como en una ocasión durante el estreno de una comedia, y no se paró ante amoríos peligrosos como con una de las cortesanas del rey, una tal Marfisa, quizá doña Francisca de Tavara, bellísima joven portuguesa, dama de la reina y amante del rey. La leyenda afirma también que incendió premeditadamente el coliseo de Aranjuez mientras, durante las fiestas de celebración del aniversario del rey Felipe IV, se estrenaba ante la reina, el 8 de abril de 1622, una obra suya, La gloria de Niquea, inspirada en un episodio del Amadís de Grecia, para poder salvarla en brazos, ya que estaba enamorado de ella y aun tocarla siquiera estaba penado con la muerte. Existe también la leyenda de que se presentó a un baile con una capa cubierta de reales de oro, con lo que aludía a su suerte en el juego, y con la leyenda "Son mis amores reales", lo que era un triple sentido con la palabra reales muy peligroso para la época; con este título y sobre este episodio escribirá en el siglo XX un drama Joaquín Dicenta. Otra leyenda es la del origen de la expresión "Picar muy alto", que se cree se debió a las habilidades como picador del conde que, al ser alabadas por la reina, el rey respondió: "Pica bien, pero pica muy alto", con evidente doble sentido, debido a sus escarceos con la reina.
El poeta y dramaturgo Don Antonio Hurtado de Mendoza pintó su carácter en un romance a su muerte: "Ya sabéis que era Don Juan / dado al juego y los placeres; / amábanle las mujeres / por discreto y por galán. / Valiente como Roldán / y más mordaz que valiente... / más pulido que Medoro / y en el vestir sin segundo, / causaban asombro al mundo / sus trajes bordados de oro... / Muy diestro en rejonear, / muy amigo de reñir, / muy ganoso de servir, / muy desprendido en el dar. / Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera / grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera".


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