Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría
Son los "chicos malos”, los "rebeldes”, el "contrapeso de Bruselas” en la Unión Europea. Estas y parecidas etiquetas se aplican desde hace algunos años al llamado Grupo de Visegrado: Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría. En 1991, estos cuatros países acordaron en la ciudad húngara de Visegrado llevar a cabo una cooperación regional para impulsar juntos su integración euroatlántica. Durante años, esta alianza apenas tuvo peso político, pero después vino la crisis de refugiados, y el Grupo de Visegrado volvió a unirse, esta vez contra Bruselas. Desde entonces, el bloque está considerado dentro de la UE como "problemático”.
El Grupo de Visegrado rechaza, al igual que la mayoría de los otros países del este de Europa, que el reparto de los refugiados sea obligatorio. El bloque tilda a la UE de "imperio” y a la Comisión Europea como el "nuevo politburó moscovita” que les impone decisiones desde Bruselas. Estos países temen que una identidad multicultural les lleve a perder el carácter nacional de sus sociedades. También se quejan de que existe un doble rasero hacia el este de la UE, por ejemplo, en lo referente a la calidad de los productos alimentarios. Esa es básicamente la retórica del "bloque del este anti Bruselas”, pero entre el Grupo de Visegrado hay también diferencias de intereses y de opinión muy considerables.
Arremetida contra los políticos de la UE
Sin embargo, en la actual campaña electoral europea parecen volver a mostrarse como un bloque. En Polonia y Hungría, los respectivos partidos gobernantes, PiS y Fidesz llaman a la defensa y salvación de la Europa cristiana. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, acusa a la Comisión Europea de planear un recambio poblacional y un asentamiento masivo de musulmanes. Por su parte, el primer ministro checo, Andrej Babis, arremete contra una Comisión Europea demasiado fuerte y politizada.
En general, los dirigentes políticos de Polonia, Chequia y Hungría abogan por una "Europa de las naciones” más fuerte y por menos competencias para los grupos de trabajo de la UE, aunque apenas han hecho propuestas de reformas para lograrlo. Viktor Orbán sugirió el pasado mes de marzo de 2019 que debería existir un consejo de ministros de Interior de la zona Schengen para ocuparse de las cuestiones fronterizas y migratorias.
Andrej Babis desea que el Consejo Europeo, es decir, el conjunto de jefes de Estado y Gobierno de la UE, se convierta en una especie de última instancia en la toma de decisiones en la UE. En comparación con Orbán, Babis es mucho menos euroescéptico, algo que tiene que ver con sus propios intereses económicos como empresario: su consorcio Agrofert tiene por toda Europa compañías que se benefician mucho de las subvenciones de la UE. A Babis le interesa sobre todo una UE más eficiente.
Por su parte, Eslovaquia es miembro de la eurozona y se siente parte del núcleo europeo. Hace poco fue elegida presidenta del país Zuzana Caputova, de la izquierda liberal y abiertamente proeuropea. Peter Pellegrini, primer ministro eslovaco desde hace un año, es claramente más proeuropeísta que su predecesor, Robert Fico, quien, como líder del gobernante SMER-SD, partido en teoría socialdemócrata, llevó a cabo una política nacional populista.
La gran diferencia: su posición hacia Rusia
La auténtica fisura en el Grupo de Visegrado tiene que ver con una cuestión de política exterior que también divide a muchos otros países de la UE: la relación con Rusia. Polonia considera peligrosa a Rusia y aboga directamente por aplicarle más sanciones y una separación más marcada de las cooperaciones económicas con Moscú, sobre todo en lo concerniente al abastecimiento de gas y petróleo rusos a la UE.
Por el contrario, tanto Eslovaquia como Hungría promueven una política abiertamente rusófila. Sobre todo Viktor Orbán, quien se reúne con Putin con mucha más regularidad que ningún otro jefe de Estado de la UE. Bajo el nombre de "Apertura hacia el este”, Hungría ha expandido enormemente su cooperación económica con Rusia y otros países centroasiáticos en los últimos años.
A los dirigentes políticos del Grupo de Visegrado les gusta quejarse de que en el oeste europeo no se tiene en cuenta su historia y la opresión soviética sufrida durante décadas, una trayectoria que contribuye a "no poder aceptar los dictados de Bruselas”. Pero este argumento no soporta un análisis exhaustivo.
El anticomunismo mesiánico y muy conservador de Jaroslaw Kaczynski distingue a Polonia, mientras que el anticomunismo húngaro de Fidesz, el partido de Orbán, es más bien de palabra. Fidesz impidió activamente, ya en la década de los 90, la investigación del pasado del aparato de seguridad estatal comunista. Por su parte, Andrej Babis, en Chequia, es un antiguo funcionario de economía y trabajador de la seguridad estatal checoslovaca.
Al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, le encantaría ser el líder de un Grupo de Visegrado fuerte, que condujera a un impulso reformador decisivo en la UE para lograr más soberanía nacional. Orbán ya llamó infructuosamente en 2017 a un "año de revueltas” para actuar contra el "establishment” europeo y los "burócratas de Bruselas” y declaró 2018 como el año del "restablecimiento de la voluntad de los pueblos europeos”. Ahora reduce las elecciones europeas a una batalla decisiva por la supervivencia o el hundimiento de Occidente. De nuevo parece volver a equivocarse.
Deutsche Welle
Emisora internacional de Alemania, produce periodismo independiente en 30 idiomas.
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