Blas Infante Pérez (Málaga 1885-Sevilla 1936): Inspirador del movimiento andalucista. Este notario de Sevilla, cercano a los ideales del krausismo masónico y del regeneracionismo, desarrolló un pensamiento nacionalista original aplicado a Andalucía, que plasmó en su obra Ideal andaluz (1915).
En sus propuestas, fuertemente idealistas, Blas Infante buscaba la «regeneración» de Andalucía por la acción, al margen de los partidos, de un movimiento de «hombres nuevos» (los andalucistas) que acabaran con el caciquismo y fomentaran la imprescindible reforma agraria para crear una clase media de campesinos propietarios.
Aislado, a pesar de su empuje inicial en la creación de órganos de prensa y Centros Andaluces, en los últimos años de la Restauración. Tras la proclamación de la Segunda República (1931), Blas Infante aprovechó el nuevo marco democrático para introducirse en la política: transformó los Centros Andaluces en Junta Liberalista de Andalucía, se presentó sin éxito a las elecciones de 1931 en una candidatura andalucista cercana al Partido Republicano Federal, vio rechazado su intento de acercarse al Partido Social Revolucionario por la desconfianza de los líderes obreros, y se integró en Izquierda Radical Socialista (1932), partido con el cual volvió a fracasar en las elecciones de 1933. Decepcionado de la política, se retiró a su casa de Coria, dejando libertad de voto a sus seguidores. Murió fusilado por partidarios de los militares sublevados en los primeros momentos de la Guerra Civil.
La vida y obra de Blas Infante ha dado para alimentar a muchas mentes y para sonrojar a otras. Sin ir más lejos, su conversión al Islam. Este episodio de su vida ha sido borrado de la memoria colectiva por los moderados y ensalzado por los filo-islámistas andaluces. Durante una peregrinación a Agmhat, cerca de Marrakech, al encuentro de la tumba de Al-Mutamid, último rey moro de Sevilla, Infante se convertiría al Islam en 1924. Según Muhammed Ali Cherif Kettani, en su libro “El resurgimiento del Islam en Al-Andalus”, la ceremonia de la Shahada tiene lugar en una pequeña mezquita de Agmhat ante dos descendientes de moriscos, llamados Omar Dukali y Beni-Al-Ahmar. Infante tuvo una enorme y creciente devoción por el Islam hasta el punto de hacerse construir su residencia en Coria del Río a la usanza norteafricana y llamarla Dar al Farah (La casa de la alegría).
Blas Infante (1885-1936) es el tercer orate antiespañol con Sabino Arana (1865-1903) y Enric Prat de la Riba (1870-1917). Es el inventor de la nación andaluza que justfica por tres antecedentes históricos: el reino de los Tartesos, la provincia romana de la Bética y el califato omeya de Córdoba. Adoptó la bandera del profeta Mahoma para Andalucía y se convirtió al Islam. Propuso una nueva lengua con alfabeto diferente al español. Defendió la herencia genética árabe cuando la realidad es: número reducido de invasores, bereberes en su mayoría, que tenían prohibido unirse a las cristianas, excepto si eran esclavas. Infante es el padre de la nación andaluza que hoy 28 de febrero celebra su autonomía ilegal a causa de que la provincia de Almería votó NO en el Referendo.
La "patria" andaluza
Pio MOA
(27/2/2015)
El 28 de febrero es el día de “la patria andaluza”, en que los politicastros rinden homenaje a Blas Infante. Hace unos años el pepero Arenas reprendió a Chávez, creo recordar, porque se le había “olvidado” la ceremonia ¡Qué irresponsabilidad, qué falta de sentido del deber! criticaba el necio jefecillo del PP.
Infante era un botarate muy del estilo de la actual chusma política. En "Una historia chocante" le dediqué alguna atención. Para valorarlo, basten unos pocos detalles. El sujeto hablaba de "vivir en andaluz, percibir en andaluz, ser en andaluz y escribir en andaluz". Para escribir en andaluz jugaba que el alfabeto “castellano” era inadecuado y habría que volver al alifato o alfabeto árabe, pues lo propio de Andalucía, según aquel orate, era la cultura árabe (él mismo se convirtió al islam). Según él, Andalucía había sido una nación bajo los árabes, arruinada después por “los reyes castellanos”, por lo que interpretaba como una invasión cristiana, que solo habría traído miseria y atraso. Esta sarta de disparates culminó en 1919 en un manifiesto donde afirmaba: "Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España. Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros. Avergoncémonos de haberlo sufrido y condenémoslo al desprecio. Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad que dicen nacional". Es ciertamente muy típico de la gran cantidad de orates políticos que produce el país, envolver sus disparates en una fraseología de “Libertad”, “Humanidad” y palabras "grandes. Otro especialista era Macià. Entre muchos.
Obsérvese que una nación es una comunidad cultural dotada de un estado, por lo que el nacionalismo implica la secesión, o la aspiración a la secesión. Como es natural, la “nación” andaluza necesitaba unos símbolos, para empezar una bandera, que diseñó el orate voluntariosamente, como otro más al norte, Sabino Arana. Una bandera islámica, claro. Y se burlaba de las pullas y críticas: "¡Qué gobierno, qué país! ¡Llegan a sentir alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado el negro como el duelo después de las batallas y el rojo como el carmín de nuestros sables, y todavía se inquietan". ¡Todo un inocente, el buen Infante! Y lo del "carmín de nuestros sables" está sin duda muy logrado. Los símbolos tienen la mayor importancia, porque condensan las ideas e intenciones de los simbolizadores. Y la intención era, por una parte, asimilar Andalucía al islam y marchar, aunque fuera lentamiente, en esa dirección.
Pues bien, llegó la transición y socialistas, andalucistas y ucederos de Suárez se pusieron de acuerdo para insultar a los andaluces y a la historia y la cultura españolas nombrando a Infante “padre de la patria andaluza”. Nada menos. Para adoptar su bandera y sus símbolos y desatar campañas de engaños a los andaluces sobre la realidad de su historia y del orate, a quien en vida muy pocos hicieron caso, pero que en muerte presentaban como emblema de Andalucía y, no menos sangrante, de la democracia. El haber sido fusilado en los primeros meses de la guerra, como tantos otros en los dos campos, con especial sadismo en el izquierdista, le otorgaba, al parecer, el marchamo de demócrata. Tan demócrata como los que hicieron el montaje.
El fraude y la farsa contra España han seguido su curso. Hace algún tiempo lo comenté con unos andaluces, que afirmaban: “Eso no tiene importancia, aquí todo el mundo lo toma a cachondeo”. "No todo el mundo, les contesté. Y esperad un par de generaciones “educadas” en esos disparates, como en Vascongadas o Cataluña, y ya veremos qué pasa".
España ha tenido la desgracia de sufrir una izquierda antiespañola (la prueba más clara: en la guerra civil, el bando del Frente Popular consistió en una alianza de separatistas e izquierdistas). Pero siempre existió una derecha que, mejor o peor, defendía a España. Eso se acabó con UCD de Suárez y ha empeorado año tras años desde entonces. Hoy, el PP responde a los balcanizantes o separatistas con la “alternativa” de disolver a España y liquidar su soberanía en la UE (como si la soberanía fuera una especie de finca suya). Mientras alienta de mil maneras, a veces por inhibición, a veces por colaboración directa, los separatismos. Es hora de que la gente pase de la queja a la acción, porque esta chusma puede acabar con España, con la democracia y con todo. Estoy hablando básicamente del PP, porque a los otros se les ve venir fácilmente.
"A imagen y semejanza de Dios"
Pio Moa-Blog II
Este domingo hablaremos en Cita con la Historia sobre el proceso de supervivencia de Europa en la llamada Alta Edad Media, llamada despectiva e injustamente “los siglos oscuros”. Fue una época heroica, de invasiones, monasterios y crisis destructiva del Papado, que pudo llevar al colapso la civilización grecolatina y cristiana, es decir, la propia Europa. De no ser por los esfuerzo civilizatorios realizados entonces, es posible que lo que conocemos por civilización europea se hubiera frustrado, como ha ocurrido con otras civilizaciones.