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domingo, 20 de febrero de 2022

***NOM-VATICANO II: El mito de la hermenéutica de la continuidad

El mito de la hermenéutica de la continuidad
 20/02/2022 

La papolatría es un hecho muy extendido en la Iglesia católica. Muchos fieles tienden a dar rango de infalibilidad a todo lo que dice el Papa sin saber que el sucesor de Pedro sólo es infalible en condiciones muy restringidas y determinadas, cuando habla ex catedra, hecho que en la práctica se da en muy pocas ocasiones. Los grupos conservadores y muchos fieles en la Iglesia tienen una especial veneración por el Concilio Vaticano II y los documentos conciliares. Un concilio meramente pastoral al que elevan en la práctica a dogmático e inerrante. Siguiendo la tesis de Benedicto XVI de la hermenéutica de la continuidad quieren interpretar el Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición, sin rupturas ni fisuras, dando por bueno todo. Y esto no puede ser

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José María Permuy

José María Permuy profesional en el ámbito educativo. Conferenciante y autor de numerosos artículos relacionados con la doctrina tradicional de la Iglesia. En esta ocasión nos habla de las ambigüedades y contradicciones del Concilio, vistas a la Luz de la Tradición.

En relación al Concilio Vaticano II, ¿Por qué no puede admitirse esta tesis de la hermenéutica de la continuidad (con la Tradición)?

Porque es una verdad a medias, por muy bien intencionada que pueda ser. Es cierto que hay textos conciliares que admiten una doble o múltiple interpretación. Pero en ello, precisamente, reside el problema. Si esos textos fueran claros, no darían lugar a interpretaciones diversas. El problema de fondo, pues, no son las interpretaciones subjetivas, sino las ambigüedades y contradicciones objetivas en que incurren algunas de las afirmaciones del Concilio Vaticano II cuando se comparan con el Magisterio de siempre.

Es verdad que a lo largo de los años los Papas han tratado de aclarar algunas cuestiones doctrinales, como el primado del Papa o la necesidad de Cristo y su única Iglesia para la salvación.

Pero no es menos cierto que, en otras ocasiones, los Papas, incluido Benedicto XVI, han favorecido, teórica o prácticamente ideas conciliares contrarias o ajenas a la Tradición de la Iglesia, tales como la separación entre la Iglesia y el Estado, los encuentros ecuménicos e interreligiosos para orar juntos, el reconocimiento del “martirio” de los herejes y cismáticos, la traducción de la Misa a las lenguas vernáculas y la progresiva introducción o permisión de la comunión en la mano, los ministros extraordinarios de la Eucaristía y las niñas monaguillo…Francisco no hace otra cosa sino llevar hasta sus últimas consecuencias esas erróneas ideas.

Si los propios Papas han incurrido en interpretaciones heterodoxas en algunos importantes aspectos, es porque los textos conciliares se lo han permitido. Es evidente que, si se atuvieran a encíclicas como Mortalium animos, Mediator Dei, Quas primas, Vehementer nos, o Inmortale Dei, ello no hubiera sido posible.

¿Qué supuso realmente el Concilio Vaticano II para la Iglesia?


A raíz del Concilio se ha hecho más visible una falsa “iglesia” que parasita la única Iglesia de Cristo, que es la católica. Afortunadamente la Iglesia es una e indivisible. La doctrina no cambia. La unidad de gobierno, bajo la autoridad del vicario de Cristo, no cambia, aun cuando en ocasiones, tal como enseña Santo Tomás de Aquino, tomado ejemplo del apóstol san Pablo, los fieles tengamos el derecho, y aun el deber, de enfrentarnos al Santo Padre y corregirle si toma decisiones que ponen en riesgo la integridad de la doctrina de la fe o la salvación de las almas.

Hasta el Concilio Vaticano II los herejes abandonaban la Iglesia o eran expulsados de ella. Los heterodoxos eran amonestados y castigados. Hoy están dentro, muy adentro. Son cardenales, obispos, sacerdotes, teólogos. No se van, No quieren irse. Prefieren quedarse dentro y tratar de que sus errores se impongan en la teoría o, al menos en la práctica. Lo peor es que los Papas apenas intervienen. En ocasiones no sólo no se oponen, sino que siguen o impulsan algunas de esas corrientes novedosas y heterodoxas.

Las puertas del infierno no prevalecerán. Es una promesa de nuestro Divino Salvador, Pero ello no quiere decir que, como advirtió, Pablo VI, el humo de satanás no haya podido infiltrase en la Iglesia y provocar un proceso de autodemolición de la misma. ¿Lograrán Satanás y sus peones demoledores echar abajo la Iglesia? No. Podrá causarle gravísimos desperfectos? Sin duda. En ello estamos.

¿Podría hacer una distinción entre las partes erradas, ambiguas e indiferentes de los documentos conciliares?

Con respecto a esto, para ser sinceros y ecuánimes, hay que empezar por reconocer que no sólo existen partes erradas, ambiguas e indiferentes, sino que la casi totalidad de las enseñanzas del Vaticano II son plenamente ortodoxas, edificantes, conformes con el Magisterio extraordinario y con el Magisterio ordinario universal de la Iglesia, así como, consecuentemente, con la Tradición católica. Pero, como es sabido, para ser hereje basta con negar una sola verdad de fe, aunque se defiendan vehementemente todas las demás.

Por otra parte, no todo error teológico es necesariamente una herejía. Aunque no por ello deja de ser error y, por tanto, peligroso y rechazable. El Concilio Vaticano II contiene afirmaciones indiferentes. Por ejemplo, cuando habla de la importancia de los medios de comunicación u otros asuntos similares que no tienen relación directa con la fe y la moral.

Contiene documentos ambiguos, como Dignitatis humanae, que, por un lado, afirma dejar íntegra la doctrina tradicional católica acerca de los deberes de las sociedades para con Cristo y la verdadera religión, pero, por otro lado, sostiene, en oposición al Magisterio Tradicional, que la libertad de difundir públicamente las religiones falsas es un derecho que los Estados deben respetar.

Existen errores, como afirmar, sin mayores aclaraciones, en contra de lo establecido en el Concilio Ecuménico de Florencia, que los herejes y cismáticos pueden ser mártires si derraman su sangre por confesar a Cristo.


Y no olvidemos los silencios cómplices, como la ausencia de condena moral explícita al comunismo. No es lugar esta entrevista para hacer una enumeración exhaustiva de las ambigüedades y errores del Vaticano II. Para abundar en el tema, recomiendo tres libros: Iota unum, de Romano Amerio; Vaticano II, una explicación pendiente, de Brunero Gherardini; Sinopsis de los errores imputados al Concilio Vaticano II, Sí, sí, no, no.

Por lo tanto, no sería parte de la Tradición todo lo enseñado allí…

Desde luego que no. En materias como la libertad religiosa, las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política o el papel de las religiones falsas y las comunidades heréticas y cismáticas en la salvación de los hombres, por poner solo algunos ejemplos. Hay enseñanzas novedosas, no compatibles con la Tradición.

Monseñor Lefebvre fue contrario a los errores del Concilio y firme en defensa de la Tradición…

Ciertamente Monseñor Lefebvre ha sido, no sé si el primero, pero sí el más destacado Pastor de la Iglesia que, desde el principio y hasta su muerte, perseverantemente, denunció los errores, contradicciones, omisiones y ambigüedades del Concilio Vaticano II.

Hoy, cuando contemplamos atónitos como un día tras otro Francisco impulsa lo peor del Concilio Vaticano II hasta sus consecuencias más extremas y nefastas, la figura de Monseñor Lefebvre deslumbra más que nunca como la de un hombre profético.

¿Por qué los grupos conservadores defienden ciegamente el Concilio?

No es fácil encontrar una explicación. De hecho, puede haber muchos motivos y no siempre ni en todos los casos impulsados por mala fe y voluntad. En el caso de algunos obispos, sacerdotes y superiores de órdenes religiosas y congregaciones, es muy posible que, aunque quieran autoconvencerse de que lo hacen por obediencia, pese en ellos el miedo a las represalias, perder su cargo, incluso su sustento diario; el riesgo de ser intervenidas sus comunidades por la Santa Sede…

Otro motivo es lo que muchos denominamos papolatría. Considerar que los Papas no se pueden equivocar nunca cuando hablan en materia de fe y moral. El Concilio Vaticano I definió la infalibilidad del Papa cuando se dan determinadas condiciones: que expresamente quieran definir como definitiva una verdad referente a la fe o la moral.

Ello implica que, si no se dan esas condiciones, los Papas no necesariamente están asistidos por el espíritu Santo con el carisma de la infalibilidad, pueden errar. También en cuestiones de fe y moral. Si no fuera así, el Concilio Vaticano I hubiera definido que el Papa no se equivoca nunca cuando habla de fe y moral, y punto. Sin más distinciones, matices, aclaraciones y disquisiciones.


Por otra parte, los Papas, aún sin proferir o escribir herejías, no están exentos de la posibilidad de pecar favoreciéndolas, por acción u omisión, como demuestra el caso del anatematizado Papa Honorio I.

Otra razón por la cual hay católicos no progresistas que defienden el Concilio Vaticano II es que, como Benedicto XVI, consideran que los pasajes oscuros o ambiguos del Concilio pueden ser reinterpretados a la luz de la Tradición.

Es decir, si existe un párrafo oscuro, se proyecta la luz de la doctrina tradicional y ya todo se aclara. No aciertan a reconocer que lo malo es que el párrafo, en sí mismo, sea oscuro. Además, no todo el mundo tiene un conocimiento del magisterio tradicional de la Iglesia como para reinterpretar correctamente esos oscuros textos. De hecho, el Concilio Vaticano II se ha convertido en el casi único texto magisterial de referencia para todos los católicos. ¿Dónde se imparten ya las enseñanzas de Trento o el Magisterio de los Papas anteriores al Vaticano II?

Por eso, lo que hay que hacer, no es proyectar luz sobre los textos oscuros, sino cambiar esos textos para que en sí mismos y para todo el que los lea, sean claros.

También hay quienes, aprovechando que en el Concilio Vaticano II, junto con expresiones o afirmaciones sombrías sobre algún tema, coexisten otras que sí son nítidas y acordes con la Tradición, lo que hacen es destacar estas últimas y obviar las primeras. Hacen lo mismo que los progresistas, pero en sentido contrario

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jueves, 10 de noviembre de 2022

“El Libro Negro del Concilio Vaticano II”: el libro que desvela las causas de la “Gran Apostasía”. Por Ramiro Grau Morancho

“El Libro Negro del Concilio Vaticano II”: el libro que desvela las causas de la “Gran Apostasía”
9 NOVIEMBRE 2022

“Después del Concilio Vaticano II no puede haber un retorno al Syllabus del Papa Pío IX.”

EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II, del filósofo argentino Patricio Shaw (Buenos Aires, 1961) es una obra única en su género, un texto arrollador que despertará las conciencias dormidas de muchos católicos (y no católicos) en torno a la penosa realidad del Concilio Vaticano II: sus frutos degradados son la prueba más patente de cuanto realmente supuso, significándose como una de las maniobras más logradas del Gobierno Mundial en la Sombra por la aceleración del Nuevo Orden Mundial satánico (y los consiguientes preparativos para el advenimiento del Anticristo).

Como es bien sabido, el propio Pablo VI denunció una "autodestrucción de la Iglesia". Postularla es blasfemo. Tal son las cosas, demuestra el autor del libro, que “el Concilio Vaticano II destruye el dogma católico que asegura y perpetúa a la Iglesia Católica su unidad y santidad. Reconoce derecho de existir y obrar, y reconoce presencia divina, a religiones humanas falsas, pasionales, contradictorias, e inclusive históricamente anticatólicas”.

Como demuestra Shaw, “el Concilio Vaticano II niega poder coercitivo alguno a la Verdad Soberana y Salvífica de Cristo, y deja a las almas a la merced de todos sus enemigos, libradas a lo que puedan sus recursos intelectuales y devocionales personales”. Tristemente así es, pues “después del Concilio Vaticano II no puede haber un retorno al Syllabus del Papa Pío IX.”

EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II es un libro anti-modernista que apuesta por la Verdad Católica, liberada de las correas heréticas del liberalismo impío.

Con razón, el gran Papa León XIII, en su exorcismo mandado publicar en 1884, incluye estos dos párrafos:

“Los astutísimos enemigos de la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, la han llenado de amargura y le han dado a beber ajenjo; han puesto sus manos impías sobre todos los objetos de sus deseos.

Donde estaba establecida la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos pusieron el trono de la abominación de su impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le atacan y dale la victoria.”

Patricio Shaw Mihanovich (Buenos Aires, Argentina, 1961) es traductor, filólogo y filósofo católico. Estudió Griego, Latín, Filosofía e Historia en la Universidad de Malta. Gran entusiasta de las lenguas extranjeras, domina hasta trece idiomas y tiene rudimentos sobre otros siete. Autor de media docena de libros, recientemente ha traducido del maltés los Diálogos Eucarísticos de Monseñor Luis Vella, inéditos hasta hoy en lengua española. Con EL LIBRO NEGRO DEL CONCILIO VATICANO II y tras CÓMO SOBREVIVIR A LA ERA DEL ANTICRISTO, Shaw firma sin duda la más necesaria de sus obras, entregada al mundo por Caridad y Amor a la Verdad.


Ramiro GRAU MORANCHO es Graduado Social (Premio Extraordinario), Licenciado en Ciencias del Trabajo y Abogado.
Profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, Derecho Penal y Administrativo, en varias Universidades, Públicas y Privadas.
Ha publicado treinta libros sobre temas jurídicos y sociales, y miles de artículos en prensa, diarios jurídicos y revistas especializadas.
Tiene un blog, titulado Navegando Contracorriente, y sus libros se venden en www.graueditores.com
Es Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

lunes, 21 de enero de 2013

Falsificación Vaticano II: Tradicionalistas cismáticos, Modernistas y Apóstatas (723)


 InfoCatólica
Blog "Reforma o Apostasía"
José María Iraburu 
(204). Apostasía: De Cristo o del mundo-XLVI
(18.01.13)

–Yo sé de algunos que, viendo que se cita al Vaticano II, entrarán en tromba.
–Estoy preparado para recibirlos. Y también, si en algunos casos pudiera convenir, para cerrarles la puerta.

Termino mis consideraciones sobre el mundo secular de nuestro tiempo examinando lo que sobre él enseñó el Concilio Vaticano II, acerca del cual se han hecho muy falsas interpretaciones.

La falsificación del Concilio Vaticano II se inició durante su misma celebración. La mayor parte de los medios de comunicación y las ruedas de prensa y comentarios de algunos teólogos y Obispos progresistas consiguieron en gran medida que la difusión mediática de las enseñanzas conciliares estuvieran ampliamente dominada por la orientación modernista. De entre las muchas falsificaciones, una de las más patentes y de peores consecuencias fue la que interpretaba la doctrina del Concilio, concretamente la de la constitución Gaudium et spes (1965), como unareconciliación plena de la Iglesia con el mundo moderno.

Evidentemente esa intención y doctrina, que hubiera significado una renuncia al Evangelio y una ruptura con el Magisterio apostólico tradicional, era perfectamente ajena y contraria a la mente y voluntad de los 2.344 padres conciliares que dieron su voto favorable al documento, frente a 6 que lo dieron en contra.

Sin embargo, fueron muchos los que malinterpretaron ése y otros textos conciliares. Muy poco después del final del Concilio, señalaba A. Sigmond que «la primera impresión después del Concilio fue que la Iglesia quería redefinir su postura frente al mundo, al que ya no consideraba como adversario. No mostraba ya desconfianza hacia las realidades de este mundo. No se sentía amenazada por este mundo; al contrario, se sentía capaz de ayudarle con su contribución, y en consecuencia, podía reconquistar [en el mundo] un puesto digno de ella. Se habló, pues, de una nueva relación Iglesia-Mundo. Pero muy pronto (bien vite) se entendió que tal fórmula era falsa (maladroite)» (Dialogue dans un monde sécularisé, «La Vie Spirituelle» 120, 1969-1, 329). Muy pronto, también, se denunciaron las interpretaciones falsas del Concilio.

Pero éstas, difundidas por los modernistas, siguieron produciéndose y llegaron a predominar en los medios de comunicación e incluso en muchos teólogos hasta nuestros días. De tal modo que algunostradicionalistas radicales, que habían recibido y aún firmado los documentos conciliares, comenzaron a escandalizarse del Concilio, reprobándolo cada vez más abiertamente (el caso, por ejemplo, de Mons. Lefebvre y sus seguidores). Doctrinas conciliares como las referidas al mundo fueron consideradas por ellos completamente inadmisibles. Y rechazaron así frontalmente las enseñanzas del Concilio, entendiendo que había enseñado realmente las tesis falsificadas profundamente por los modernistas: Por fin la Iglesia había entendido que las pesimistas prevenciones de Cristo al enviar sus discípulos al mundo –«el mundo os odiará y os perseguirá» (Jn 15,19-20); «yo os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10,3)– eran falsas y completamente injustificadas. Sólo podían entenderse a la luz de una concepción triunfalista de la Iglesia y sumamente pesimista del mundo secular. En todo caso, aunque fuera con un gran retraso de veinte siglos, finalmente la Iglesia había logrado superar ese planteamiento erróneo, causa de tantos malentendidos y sufrimientos inútiles para los cristianos, y había aceptado el humilde oficio de co-laboradora del mundo.

El cese de hostilidades entre Iglesia y mundo establecido, de hecho, en muchos ambientes trajo consigo, lógicamente, una mundanización considerable de buena parte del pueblo cristiano, que lo llevó con frecuencia a la apostasía. Aquella primera interpretación falsa del Concilio ha marcado, pues, profundamente los 50 años del postconcilio. Para los progresistas esta reconciliación de la Iglesia con el mundo sigue siendo una doctrina «conciliar» evidente y de gran fuerza apostólica renovadora. Para los católicos tradicionales –es decir, los católicos, que para ser católicos han de ser siempre bíblicos y tradicionales– es una falsificación del Vaticano II, que trae consigo una mundanización lamentable de la vida cristiana. Y para los tradicionalistas es un escándalo insuperable, una ruptura obvia de la Iglesia con el Evangelio y el Magisterio tradicional, perpetrada por el Concilio Vaticano II.

Muchos manuales de espiritualidad postconciliares, concretamente –y gran parte de los teóricos dirigentes del campo de la pastoral–, suprimieron prácticamente «el combate espiritual» del pueblo cristiano con su mundo circundante. Desde la enseñanza de Cristo y de los Apóstoles (por ejemplo Mt 13,1-30; Ef 2,1-3), en la doctrina de los Padres y grandes maestros de la espiritualidad, la Iglesia ha considerado en tradición unánime que los enemigos del Reino de Dios entre los hombres son tres: demonio, mundo y carne –en este blog (160)–. Y hemos podido comprobar en la serie que vengo desarrollando, De Cristo o del mundo, que la Iglesia siempre ha enseñado la necesidad de vigilancia y de lucha frente al mundo secular, para no configurarse a él en ideas y costumbres (Rm 12,2), para poder librarse de su cautividad, y para mejorarlo y salvarlo, transformándolo con la gracia de Cristo Salvador. Esa misma doctrina se mantiene todavía en los manuales de espiritualidad más usados en la primera mitad del siglo XX, sea cual fuera el autor o la escuela espiritual.

La mantienen autores como Tanquerey, Compendio de teología ascética y mística (1923); Royo Marín, OP, Teología de la perfección cristiana (1968, 5ª ed.); Albino del Bambino Gesù, OCD (Roberto Moretti), Compendio di Teologia Spirituale (1966); Gustavo Thils, Santidad cristiana(1968, 5ª ed.); C. V. Truhlar, SJ, Structura theologica vitæ spiritualis (1966,3ª ed.); Ch. A. Bernard, SJ, Compendio di Teologia Spirituale (1973, 2ª ed.) y Teología Espiritual (1994). Después del Vaticano II, J. son pocos los manuales que siguen esa tradición; entre ellos, Rivera - J. M. Iraburu, Síntesis de espiritualidad cristiana (2008, 7ª ed.; orig. 1988). Todas estas exposiciones sistemáticas de la Espiritualidad cristiana, cuando tratan de los enemigos de la vida evangélica que han de ser superados con la gracia del Nuevo Adán, incluyen siempre, junto a la concupiscencia o «la carne», un capítulo sobre «el mundo» y otro sobre «el demonio». Puede decirse que, hasta el Vaticano II es ésta una distribución presente en casi todas las obras de espiritualidad más conocidas.

Por el contrario, la falsificación del Vaticano II ha traído consigo que en no pocos tratados actuales de espiritualidad tanto el «mundo», en cuanto adversario, como el «demonio», como enemigo de los hombres, son prácticamente ignorados o reducidos a mínimos vergonzantes. Algunos, es cierto, siguen hablando algo del mundo –del demonio nada–, pero casi solamente en términos de colaboración y de diálogo con él, silenciando por completo o minimizando la fuerte doctrina de Cristo sobre el mundo –la misma de San Juan y San Pablo, la mantenida por la Tradición–, incluso la rechazan, como felizmente superada.

El Concilio Vaticano II enseñó sobre el mundo secular una doctrina pefectamente católica, fiel al Evangelio y al Magisterio tradicional. En sus documentos, concretamente en la Gaudium et spes, se «desarrollan» doctrinas tradicionales, pero siempre en «continuidad» con el Magisterio apostólico precedente, nunca en «ruptura». Y así como desde el principio se difundió una interpretación falsa del Concilio en esta materia, también desde el primer momento se defendió una interpretación verdadera del mismo. Podemos verlo, por ejemplo, en un artículo del año 1965 escrito por el Cardenal Danièlou, uno de los principales teólogos del Concilio. En su estudio Mépris du monde et valeurs terrestres d’aprés le Concile Vatican II, resumía así la doctrina conciliar:

1º.–El Vaticano II afirma el valor del mundo, es decir, de las realidades terrestres seculares. El Concilio valora altamente la cultura científica y técnica, el progreso social y económico, las diversidades culturales de la humanidad, etc. Y es en este aspecto en el que el Concilio desarrolla la tradición cristiana anterior, marcando ciertos énfasis nuevos. En efecto, ante ciertas actitudes espiritualmente defectuosas de desconfianza o suspicacia excesivas ante el mundo visible, el Vaticano II hace notar cómo el aprecio supremo de las realidades eternas en forma alguna debe conducir al desprecio o a la indiferencia hacia las realidades temporales. Éstas, por el contrario, muestran precisamente toda su dignidad cuando son consideradas en relación a la vida eterna (421-424).

2º.–El Concilio, junto a eso, rechaza toda forma de idolatría del mundo y de los valores temporales. Esta idolatría, según Danièlou, toma actualmente dos formas principales: «un primer rasgo del mundo moderno consiste en hacer de la producción de bienes materiales el fin último de la existencia. Viene a ser el “materialismo práctico”. La abundancia de satisfacciones terrrestres insensibilizan a las realidades divinas». Éste es «el pecado del mundo», cuyo culmen histórico es el ateísmo de masas. Y como segundo rasgo, «la otra perversión del mundo moderno es la pretensión del hombre de bastarse por sí mismo, limitándose a sus propias posibilidades». También es ésta una forma de ateísmo (426).

Pues bien, entre lo que el Concilio aprueba y lo que reprueba del mundo secular, concretamente del actual, no hay contradicción alguna, según Danièlou: «Si los valores terrestres son la creación de Dios, el pecado del hombre ha hecho de ellos ídolos. Si el mundo moderno es el desarrollo de la creación, es también al mismo tiempo su perversión. Por eso el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno es doble: total comunión con todo lo que en este mundo es desarrollo de la creación de Dios; y total denuncia de todo lo que en este mundo moderno está falsificado por el pecado del hombre» (424; subrayados míos).

Las enseñanzas del Concilio sobre el mundo secular son amplias, profundas y armoniosas, plenamente fieles a la tradición católica que desarrollan. Son falsas las interpretaciones que ven en ellas una «ruptura» con la Biblia y el Magisterio tradicional, lo que puede demostrarse por dos vías principales. –Es imposible que los padres de un sagrado Concilio ecuménico, por abrumadora mayoría, cambiaran o suprimieran una importante doctrina de la Escritura formalmente revelada y unánimemente enseñada por la tradición de veinte siglos. –El examen de los textos de ningún modo permite esas interpretaciones heréticas. El Vaticano II, concretamente la Gaudium et spes, es fiel a la enseñanza bíblica y tradicional respecto al mundo, como realidad grandiosa creada por Dios, al mismo tiempo marcada profundamente por el pecado, y necesitada del «Salvador del mundo» en forma absoluta.

Son varios los criterios que han de seguirse para interpretar con verdad un documento de la Iglesia, concretamente de un Concilio, el Vaticano II; y de ellos destaco tres. 1.–Conocer la mente e intención de los Padres autores del texto, que lo autorizaron con su aprobación. Las Actas conciliares, las objeciones y explicaciones en ellas recogidas, expresan esa mente e intención: qué quisieron enseñar y qué no quisieron decir. 2.–Interpretar un texto conciliar aislado a la luz siempre de la enseñanza del conjunto del Concilio. –Interpretar los textos conciliares, todos ellos asistidos especialmente por el Espíritu Santo, a la luz del Magisterio tradicional precedente, producido bajo esa misma asistencia. Es falsa, por tanto, toda interpretación que ignore lo que los Padres realmente pensaban y quisieron decir; que entiende ciertos textos aislados y oscuros en un sentido ciertamente incompatible con otros textos claros, contrarios y reiterados por el mismo Concilio; y que se atreve a afirmar interpretaciones cuyo contenido es incompatible con el Magisterio tradicional de la Iglesia. Digo lo mismo, muy brevemente, con un ejemplo. Afirmar, como se ha hecho, que el Vaticano II sustituye «la religión de Dios» por «la religión del hombre», decir que abandona el «teocentrismo» cristiano por un «antropocentrismo» inadmisible, apoyándose, por ejemplo, en algunas frases concretas (como «el hombre es […] el quicio (cardo) de toda la exposición que sigue», GS 3a), es una forma manicomiale de falsificar el Concilio Vaticano II.

La constitución Gaudium et spes, por ejemplo, es plenamente consciente de los graves males del mundo actual. Ella, centrada en el tema Iglesia y mundo, señala los efectos devastadores causados «con frecuencia» por el pecado en el mundo de hoy, que abruma al hombre con «muchos males» (13a). Hace ver que los hombres «con frecuencia fomentan [la libertad] en forma depravada» (17). Atestigua la difusión del ateísmo en proporciones nunca antes conocidas (19-20). Condena con energía «la autonomía de lo temporal» mal entendida, que se independiza de Dios (36c). Denuncia la distancia «cada día más agudizada» entre los pueblos ricos y los pobres (63). Enseña, en fin, consiguientemente que, desde los orígenes de la humanidad, se combate continuamente «una dura batalla» entre las fuerzas del bien y del mal (13b; 37b). El documento, pues, lejos de toda falsa positividad pelagiana, profesa con toda firmeza la necesidad de Cristo Salvador, el verdadero Hombre nuevo (22), el único que por su cruz y resurrección puede salvar a la humanidad de sus males (38), el Alfa y la Omega de toda la historia del mundo (45). Negar el «teocentrismo y cristocentrismo» del Vaticano II y acusarle de «reconciliación ilícita con el mundo» es calumniar el sagrado Concilio Ecuménico XXI.


El Catecismo, fiel al Vaticano II, y citándolo, enseña sobre esa relación Iglesia-mundo: «Esta situación dramática del mundo, que “todo entero yace en poder del Maligno” (1Jn 5,19; cf. 1Pe 5,8), hace de la vida del hombre un combate: “a través de toda la historia humana se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo” (Vat. II, GS 37b)» (Catecismo 409).

Quienes afirman (los modernistas y los tradicionalistas cismáticos) que el Vaticano II ha cambiado la doctrina de la Iglesia sobre el mundo enseñada por la Biblia y la Tradición no pueden hallar fundamentos doctrinales en los documentos conciliares, como no sea malinterpretándolos. Para conseguirlo necesitan agarrarse a algunas frases sueltas de los textos, en ocasiones realmente desafortunadas, como ya vimos en otra ocasión (24) –cosa nada extraña en un Concilio que produce un libro de 500 o 700 páginas–, entendiéndolas de mala manera, y realizando de ellas una interpretación obviamente ajena a la mente e intención de los padres conciliares, contraria al conjunto documental docente del Vaticano II, e inconciliable con el Magisterio apostólico precedente.

Es cierto que puede hallarse –mejor, que se halla– una «apertura al mundo» inadmisible en los alrededores del mismo Concilio, e incluso en la mente personal de algunos de sus Padres, y por supuesto en no pocas teologías y medios de difusión que después del Concilio se alejaron más y más de la ortodoxia. Pero éste es un proceso, como ya hemos visto ampliamente (186-197ss), iniciado varios siglos antes del Vaticano II, y eclosionado en el siglo XX, sobre todo en las naciones cristianas más ricas.

También es cierto que «el talante anímico» de no pocos Padres conciliares, en el marco esperanzador que siguió a la II Guerra Mundial, adolecía de un ingenuo optimismo en relación al mundo, que pronto habría de verse desengañado en un ambiente de apostasía creciente y de persecución cada vez mayor del cristianismo en Occidente. Esto es solamente, sin embargo, unaanécdota histórica, bastante lamentable, por cierto. Pero la verdad auténtica de los documentos del Concilio Vaticano II no la hallamos ni en sus alrededores profanos mediáticos, ni tampoco en el ánimo –por otro lado difícilmente verificable– de una parte de los Padres conciliares. La verdad auténtica del sagrado Concilio Ecuménico Vaticano II está expresada en sus propios documentos, aprobados masivamente bajo la asistencia del Espíritu Santo, que asegura la indefectibilidad de su Iglesia, una, católica, apostólica y romana.

Las desviaciones mundanizantes postconciliares son pronto combatidas por la Iglesia. Pablo VI hubo de reprobar, concretamente en la relación de la Iglesia con el mundo, muchos errores que eran presentados como recibidos de la escuela del Concilio o, como tantas veces se ha dicho, propias del espíritu del Concilio. El Papa econoce claramente la existencia amplia de esos errores dentro de la Iglesia, pero hace ver que ellos con contrarios al Magisterio apostólico, y no proceden del propio Concilio, sino de errores de los teólogos y de relajamientos morales lamentables de pastores y fieles. Dice Pablo VI:

«Hemos sido quizá demasiado débiles e imprudentes en esa actitud a la que nos invita la es­cuela del cristianismo moderno: el reconocimiento del mundo profano en sus derechos y en sus valores; la simpatía incluso y la admiración que le son debi­das. Hemos andado frecuentemente en la práctica fuera del signo. El contenido llamado permisivo de nuestro juicio moral y de nuestra conducta práctica; la transigencia hacia la experiencia del mal, con el sofisticado pretexto de querer conocerlo para saber­nos defender luego de él…; el laicismo que, que­riendo señalar los límites de determinadas competen­cias específicas, se impone como autosu­ficiente, y pasa a la negación de otros valores y de otras realida­des; la renuncia ambigua y quizá hipócrita a los sig­nos exteriores de la propia identidad religiosa, etc., han insinuado en muchos la cómoda persuasión de que hoy aun el que escristiano debe asimilarse a la masa humana como es [algunos dirán que esto viene exigido por la ley de la encarnación], sin tomarse el cuidado de marcar por su propia cuenta alguna dis­tinción, y sin pretender, nosotros cristianos, tener algo propio y original que pueda frente a los otros aportar alguna saluda­ble ventaja».

«Hemos andado fuera del signo en el conformismo con la mentalidad y con las costumbres del mundo pro­fano. Volvamos a escuchar la apelación del após­tol Pablo a los primeros cristianos: “No queráis con­formaros al siglo presente, sino transformaos con la renovación de vuestro espíritu” (Rm 12,2); y el apóstol Pedro: “Como hijos de obediencia, no os conforméis a los deseos de cuando errábais en la ig­norancia” (1Pe 1,14). Se nos exige, pues, una dife­rencia entre la vida cristiana y la profana y pagana que nos asedia; una originalidad, un estilo propio. Digámoslo claramente: unalibertad propia para vivir según las exigencias del Evangelio». Actualmente es necesaria unaascesis fuerte, «tanto más oportuna hoy cuanto mayor es el asedio, el asalto del siglo amorfo o corrompido que nos circunda. Defenderse, preser­varse, como quien vive en un ambiente de epidemia» (Aud. gral. 21-11-1973).

Este lenguaje de Pablo VI, autorizado intérprete del Concilio, es el lenguaje bíblico y tradicional, el de Cristo y sus apóstoles, el de todos los santos. Es el mismo que Pablo VI expresa cuando previene a la XXXII Congregación General de la Compañía de Jesús ante ciertas actitudes peligrosas, que «pueden degenerar en relativismo, en conversión al mundo y a su mentalidad inmanentista, en asimilación al mundo que se quería salvar, en secularismo, en fusión con lo profano» (3-XII-1974).

El Occidente des­cristianizado ha consumado en la práctica, e in­cluso en la teoría, una conciliación pacífica entre los cristianos y el mundo moderno vi­gente, tal como es. En no pocas Iglesias locales de Occidente esa mundanización generalizada del pueblo cristiano ha ido adelante en formas graduales apenas perceptibles, paso a paso, pero cada vez más aceleradas, estimuladas con frecuencia por la intelligentsia eclesial, que interpreta esta derrota como si fuera una victoria, una superación del cristianismo anterior. Y finalmente, por ese camino, la mundanización plena conduce a la apostasía.


Ya los cristianos no quieren seguir siendo en el mundo ni un día más «corderos entre lobos»: prefieren ser lobos entre lobos, sin sufrir ya persecución de éstos. No se sienten en este mundo pervertido como «forasteros y extranjeros», sino como peces en el agua. Y esta «conversión al mundo», como ya he señalado, ha sido realizada por los cristianos precisamente cuando el mundo de Occidente se halla más corrompido que nunca, en su pensamiento y en sus costumbres. Pero no hay en ello ninguna paradoja inexplicable, pues la pésima corrupción actual del mundo en Occidente «consiste» precisamente en la apostasía de los pueblos que antes eran cristianos.

Ésta es la verdad, sin duda. Pero ¿conviene decirla abiertamente?… Ya hemos visto lo que el Vaticano II dice de los males del mundo actual, y ya hemos recordado también los diagnósticos de los Papas últimos (202). ¿Conviene decir esas verdades públicamente?… Es evidente que la proposición de cualquier verdad, en su modo y frecuencia, debe ir siempre regida por la prudencia de la caridad pastoral: «yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no os di comida porque aún no la admitíais» (1Cor 3,1-2). Ahora bien, con todas las prudencias que sean necesarias en la afirmación de la verdad, es indudable que los cristianos de Occidente «deben hoy saber» que viven en un mundo secular perverso, alejado de Dios y de la verdad, profundamente en sus costumbres. Sería criminal mantener a los cristianos en la ignorancia de esta realidad, más aún, inducir en ellos un juicio de la situación histórica presente gravemente erróneo. Las consecuencias serían –son– extremadamente negativas. Pero no lo sabrán si no se les dice la verdad; más aún, si se les dicen mentiras.

Es el conocimiento de la verdad, también el de la verdad histórica, el que nos hace libres (Jn 8,32). Sólo conociendo la verdad del mundo en que vivimos podremos los cristianos mantenernos en una actitud vigilante, sin caer en sus trampas mentales o conductuales. Sólo así podremos con Cristo, Salvador del mundo, evangelizar y salvar al mundo: ésa es la forma cristiana auténtica de compadecerse de él y, al mismo tiempo, de vencerlo. Sólo así podrán los laicostransformar realmente el mundo en sus ideas y costumbres, en sus leyes, en su cultura y su arte, en su vida social y política. Sólo así podremos evitar esa nefasta conformidad con el mundo, que hace de los hijos de Dios hijos del siglo.

Y digámoslo de paso, sólo así podrán las Iglesias locales recuperar su normal fecundidad en vocaciones sacerdotales y religiosas. Es muy comprensible que ningún ciudadano, ni siquiera aquel que sienta una clara vocación militar, quiera ser capitán de un ejército que renuncia a combatir, no solo por cobardía, dando siempre por inevitable la derrota, sino por convicción ideológica. A un ejercito que estima justo, equitativo y saludable que el mundo se sujete no a Dios, Señor del cielo y de la tierra, sino a la Bestia secular, que ha recibido del Dragón infernal todo su poder.

El mundo está corrompido en sus pensamientos y caminos, y sin Cristo no puede dejar de estarlo, no puede liberarse de esa cautividad del Padre de la mentira y del pecado. A veces será bastante decir esto muy poco, pero hay que decirlo. E incluso a veces ni es preciso decirlo: basta saberlo, basta pensarlo, mejor aún, basta creerlo de verdad, pues las palabras y acciones que brotan de esa fe expresarán ya esa convicción de modo implícito, el más eficaz muchas veces para dar testimonio de la verdad.
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domingo, 6 de noviembre de 2022

Interpretación del Concilio Vaticano II y su relación con la crisis actual de la Iglesia. Por Mons. Athanasius Schneider

Interpretación del Concilio Vaticano II
 y su relación con la crisis actual de la Iglesia
Por Mons. Athanasius Schneider
 5/11/2022

La crisis sin precedentes que atraviesa actualmente la Iglesia se puede comparar con la crisis general del siglo IV, cuando el arrianismo había contaminado a la abrumadora mayoría del episcopado y asumido una posición dominante en la vida de la Iglesia. Por un lado, debemos procurar ver la presente situación con realismo, y, por otra parte, con espíritu sobrenatural, con profundo amor por la nuestra Santa Madre Iglesia, que está sufriendo la Pasión de Cristo a causa de esta tremenda y general confusión doctrinal, litúrgica y pastoral.

Tenemos que renovar nuestra fe para creer que la Iglesia está en las seguras manos de Cristo, y que Él siempre intervendrá para renovarla en los momentos en que parece que la barca de la Iglesia está a punto de zozobrar, como resulta patente en nuestros días.

Por lo que respecta a nuestra actitud con relación al Concilio Vaticano Segundo, hay que evitar dos extremos: rechazarlo totalmente (como hacen los sedevacantistas y un sector de la Fraternidad San Pío X (FSSPX), o atribuir un carácter infalible a todo lo que dijo el Concilio.

El Concilio Vaticano II fue una asamblea legítima presidida por los pontífices, y tenemos que mantener una actitud respetuosa hacia el mismo. Ahora bien, eso no quiere decir que nos esté vedado expresar dudas razonablemente fundadas o proponer con respeto mejoras con respecto a determinadas cuestiones, en tanto que lo hagamos basados en la totalidad de la Tradición de la Iglesia y su Magisterio perenne.

Las tradicionales y constantes afirmaciones del Magisterio a lo largo de un los siglos tienen precedencia y constituyen un criterio para verificar la exactitud de las afirmaciones magisteriales posteriores. Toda nueva declaración del Magisterio debe ser de por sí más precisa y más clara, pero nunca ambiguas ni parecer que contradiga previos pronunciamientos constantes del Magisterio.

Las afirmaciones del Concilio Vaticano II que son ambiguas deben ser leídas e interpretadas según las de la totalidad de la Tradición y del Magisterio constante de la Iglesia.

En caso de duda, las afirmaciones del Magisterio constante (es decir, los concilios y documentos pontificios cuyo contenido ha demostrado ser una tradición segura y constante durante siglos en un mismo sentido) se imponen sobre las que son objetivamente ambiguas o las afirmaciones novedosas del Concilio Vaticano II que, con toda objetividad, difícilmente concuerdan con las afirmaciones del Magisterio constante anterior (v.g., el deber del Estado de venerar públicamente a Cristo, Rey de toda sociedad humana, el verdadero sentido de la colegialidad episcopal con relación al primado petrino y al gobierno universal de la Iglesia, el carácter nocivo de las religiones no católicas y el peligro que suponen para la salvación eterna de las almas).

Hay que ver y aceptar el Concilio Vaticano II como tenía por objeto ser y como lo que fue en realidad: un concilio ante todo pastoral. Es decir, que la intención de dicho concilio no era proponer nuevas doctrinas ni hacerlo de forma definitiva. La mayor parte de sus afirmaciones confirmaban la doctrina tradicional y perenne de la Iglesia.

Algunas de las nuevas afirmaciones del Concilio (v.g. la colegialidad, la libertad religiosa, el diálogo ecuménico e interreligioso, la actitud para con el mundo) carecen de carácter definitivo, y por ello aparentemente o en realidad, no se ajustan a las afirmaciones tradicionales y constantes del Magisterio, y es necesario complementarlas con explicaciones más exactas y suplementos doctrinales más precisos. 

Una aplicación ciega del principio de la «hermenéutica de la continuidad» tampoco ayuda, porque de ese modo se crean interpretaciones forzadas que no convencen ni ayudan a llegar a un conocimiento más claro de las verdades inmutables de la fe católica y su aplicación concreta.

A lo largo de la historia se han dado casos de afirmaciones no definitivas de concilios ecuménicos que más tarde, gracias a un sereno debate teológico, fueron matizadas o tácitamente corregidas (por ejemplo, las afirmaciones del Concilio de Florencia con relación al sacramento del Orden, según lo cual la materia la constituía la entrega de instrumentos, cuando la más cierta y constante tradición afirmaba que bastaba con la imposición de manos por parte del obispo; esto fue confirmado por Pío XII en 1947). Si después del Concilio de Florencia los teólogos hubieran aplicado ciegamente el principio de la «hermenéutica de la continuidad», a dicha declaración del Concilio de Florencia (que es objetivamente errónea), defendiendo la tesis de que la entrega de instrumentos como materia del sacramento del Orden se ajustaba al Magisterio constante, probablemente no se habría llegado a un consenso general de los teólogos con respecto a la verdad que afirma que sólo la imposición de manos por el obispo constituye la verdadera materia del sacramento del Orden.

Es necesario fomentar en la Iglesia un clima sereno de debate doctrinal en relación con aquellas declaraciones del Concilio Vaticano II que son ambiguas o han dado lugar a interpretaciones erróneas. No hay nada de escandaloso en tal debate doctrinal; todo lo contrario, contribuirá a mantener y explicar de un modo más seguro e integral el depósito de la fe inmutable de la Iglesia.

No se debe hacer excesivo hincapié en un concilio determinado, otorgándole un carácter absoluto o equiparándolo a la Palabra de Dios oralmente transmitida (Sagrada Tradición) o por escrito (Sagradas Escrituras). El propio Concilio Vaticano II afirmó correctamente (cf. Dei Verbum, 10), que el Magisterio (el Papa, los concilios y el magisterio ordinario y universal) no están por encima de la Palabra de Dios, sino por debajo, supeditados a ella, y es solamente su siervo (de la Palabra de Dios transmitida oralmente = Sagrada Tradición, y de la Palabra de Dios escrita = Sagradas Escrituras)

Desde un punto de vista objetivo, las afirmaciones magisteriales (del Papa y de los concilios) con carácter definitivo tienen más valor y más peso comparados con las de naturaleza pastoral, que son de por sí mudables y temporales en función de las circunstancias históricas o de situaciones pastorales circunscritas a un momento determinado, como sucede con la mayoría de las declaraciones del Concilio Vaticano II.

El aporte original y valioso del Concilio Vaticano II radica en la llamada a la santidad de todos los miembros de la Iglesia (cap. 5 de Lumen gentium), en la doctrina sobre el papel central de Nuestra Señora en la vida de la Iglesia (cap. 8 de Lumen gentium), en la importancia de los fieles laicos para mantener, defender y promover la fe católica y en el deber de éstos de evangelizar y santificar las realidades temporales con arreglo al sentido perenne de la Iglesia (cap. 4 de Lumen gentium), y en la primacía de la adoración de Dios en la vida de la Iglesia y la celebración litúrgica (Sacrosanctum Concilium, nn. 2; 5-10). 

El resto se podría considerar hasta cierto punto secundario, provisional, y probablemente en un futuro hasta olvidables, como ha sucedido con algunas afirmaciones no definitivas, pastorales o disciplinarias de diversos concilios ecuménicos del pasado.

Las cuatro cuestiones siguientes -Nuestra Señora, la santificación de la vida personal, la defensa de la fe con la santificación del mundo según el espíritu perenne de la Iglesia y el carácter prioritario de la adoración de Dios- son los que con más urgencia se tienen que vivir y aplicar hoy en día. En esto, el Concilio Vaticano II tiene un papel profética que, desgraciadamente, no se ha cumplido todavía de modo satisfactorio.

En vez de vivir estos cuatro aspectos, un sector numeroso de la nomenclatura teológica y administrativa de la Iglesia lleva medio siglo promoviendo cuestiones doctrinales, pastorales y litúrgicas ambiguas, distorsionando con ello la intención original del Concilio o abusando de afirmaciones doctrinales ambiguas o poco claras con miras a crear una iglesia diferente, de tipo relativista o protestante. Hoy en día asistimos a la culminación de este proceso.

La crisis actual de la Iglesia consiste en parte en que a algunas declaraciones del Concilio Vaticano II que son objetivamente ambiguas, o en que a esas pocas afirmaciones que difícilmente se ajustan a la tradición magisterial constante de la Iglesia, se las ha llegado a considerar infalibles. Y así se ha llegado a bloquear un sano debate con las respectivas correcciones necesarias, implícitas o tácitas. 

Al mismo tiempo, se ha fomentado el surgimiento de afirmación teológicas en conflicto con la tradición perenne (v.g. con relación a la nueva teoría del llamado doble sujeto supremo ordinario del gobierno de la Iglesia, es decir, el Papa por sí solo y todo el colegio episcopal junto con el Papa, la doctrina de la neutralidad del Estado hacia el culto público que debe rendir al Dios verdadero, que es Jesucristo, Rey también de toda sociedad humana y política, y la relativización de la verdad de que la Iglesia Católica es la única vía de salvación querida y ordenada por Dios).

Tenemos que liberarnos de las cadenas que imponen un carácter absoluto e infalible al Concilio Vaticano II y pedir un clima de debate sereno y respetuoso motivado por un amor sincero a la Iglesia y a la fe inmutable de la Iglesia.

Podemos ver una señal positiva de ello en que el 2 de agosto de 2012 Benedicto XVI escribió un prefacio al volumen relativo al Concilio Vaticano II en la edición de sus obras completas, en el cual manifiesta sus reservas con respecto a contenidos concretos de Gaudium et spes y Nostra aetate. Del tenor de dichas palabras de Benedicto XVI se deduce que los defectos concretos de determinadas partes de los documentos no se pueden mejorar con la «hermenéutica de la continuidad».

Una FSSPX canónica y plenamente integrada en la vida de la Iglesia podría hacer un aporte muy valioso a dicho debate, como deseaba también el arzobispo Marcel Lefebvre. La presencia canónica plena de la FSSPX en la vida de la Iglesia actual contribuiría también a suscitar un clima general de debate constructivo a fin de que lo que siempre creyeron todos los católicos en todas partes durante dos mil años se crea de un modo más claro y seguro también en nuestros tiempos, realizando así la verdadera intención pastoral de los padres del Concilio Vaticano Segundo.

La auténtica finalidad pastoral apunta a la salvación eterna de las almas, la cual sólo se puede alcanzar anunciando toda la voluntad de Dios (Hch.20, 27). Una ambigüedad en la doctrina de la fe y en su aplicación concreta (en la liturgia y en la pastoral) supondría un peligro para la salvación eterna de las almas y sería por consiguiente antipastoral, dado que la proclamación de la claridad y de la integridad de la fe católica y de su fiel aplicación es voluntad explícita de Dios. Únicamente la obediencia perfecta a esta voluntad de Dios, que nos reveló la verdadera fe por medio de Cristo, Verbo Encarnado, y de los apóstoles, la fe interpretada y practicada constantemente en el mismo sentido por el Magisterio de la Iglesia, lleva la salvación a las almas.

Para Adelante la Fe

miércoles, 25 de octubre de 2023

Debate sobre Vaticano II: Viganò, Schneider, Di Mattei… piden que se abra

Piden que se abra un debate sobre el Vaticano II
Carlos Esteban
15 julio 2020

Viganò, Schneider, Di Mattei… El Concilio Vaticano II, su alcance, sus consecuencias en la vida de la Iglesia ha entrado en un debate cada vez más abierto. Ahora son ya cincuenta los clérigos, periodistas y profesores quienes, en una carta abierta dirigida a Viganò y a Schneider, apoyan abrir este peligroso ‘melón’. He aquí la carta: de 9 de julio de 2020:

Los abajo firmantes deseamos expresar nuestra sincera gratitud por su fortaleza y cuidado de las almas durante la actual crisis de fe en la Iglesia Católica. Sus declaraciones públicas llamando a una discusión honesta y abierta del Concilio Vaticano II y los dramáticos cambios en la creencia y práctica católica que lo siguieron han sido una fuente de esperanza y consuelo para muchos católicos fieles. El evento del Concilio Vaticano II parece ser único en la historia de la Iglesia, después de más de 50 años de su conclusión. Nunca antes de nuestro tiempo un concilio ecuménico ha sido seguido por un período tan prolongado de confusión, corrupción, pérdida de la fe y humillación para la Iglesia de Cristo.

El catolicismo se ha distinguido de algunas falsas religiones por su insistencia en que el hombre es una criatura racional y que la creencia religiosa alienta, en lugar de suprimir, la reflexión crítica de los católicos. Muchos, incluyendo al actual Santo Padre, parecen colocar al Concilio Vaticano II, y sus textos, actos e implementación, más allá del alcance del análisis crítico y el debate. A las preocupaciones y objeciones planteadas por los católicos de buena voluntad, el Concilio ha sido considerado por algunos como un “superconcilio”, (1) cuya invocación termina en lugar de fomentar el debate. Su llamado a rastrear la crisis actual de la Iglesia hasta sus raíces y a pedir acción para corregir cualquier giro tomado en el Vaticano II que ahora se considera un error, ejemplifica el cumplimiento del oficio episcopal de entregar la Fe como la Iglesia la ha recibido.

Estamos agradecidos por sus llamados a un debate abierto y honesto sobre la verdad de lo que pasó en el Vaticano II y de si el Concilio y su implementación contienen errores o aspectos que favorecen los errores o dañan la Fe. Tal debate no puede partir de la conclusión de que el Concilio Vaticano II en su totalidad y en sus partes está per se en continuidad con la Tradición. Tal condición previa a un debate impide el análisis y el argumento crítico y sólo permite la presentación de pruebas que apoyen la conclusión ya anunciada. Si el Vaticano II puede o no reconciliarse con la Tradición es la cuestión a debatir, y no una premisa planteada a ciegas para ser seguida aunque resulte ser contraria a la razón. La continuidad del Vaticano II con la Tradición es una hipótesis a ser probada y debatida, no un hecho incontrovertible. Durante demasiadas décadas la Iglesia ha visto a muy pocos pastores permitir, y mucho menos alentar, tal debate.

Hace once años, Monseñor Brunero Gherardini ya había hecho una petición filial al Papa Benedicto XVI: (…) “me parece lógico, y urgente, que estos aspectos y contenidos sean estudiados en sí mismos y en el contexto de todos los demás, con un examen atento de todas las fuentes, y desde el punto de vista específico de la continuidad con el Magisterio de la Iglesia precedente, tanto solemne como ordinario. Sobre la base de una obra científica y crítica -tan vasta e irreprochable como sea posible- en comparación con el Magisterio tradicional de la Iglesia, será posible entonces extraer materia para una evaluación segura y objetiva del Vaticano II”. (2)

También les agradecemos su iniciativa de identificar algunos de los temas doctrinales más importantes que deben abordarse en un examen tan crítico y de proporcionar un modelo de debate franco, aunque cortés, que puede implicar un desacuerdo. Hemos recogido de sus recientes intervenciones algunos ejemplos de los temas que ustedes han indicado que deben ser abordados y, en caso de que se consideren deficientes, corregidos. (…)

La libertad religiosa para todas las religiones como un derecho natural querido por Dios

El obispo Schneider: “Entre los ejemplos se encuentran ciertas expresiones del Concilio sobre el tema de la libertad religiosa (entendida como un derecho natural, y por lo tanto positivamente querido por Dios, de practicar y difundir una religión falsa, que puede incluir también la idolatría o incluso peor)…”. (3)

El obispo Schneider: “Desafortunadamente, sólo unas pocas frases más tarde, el Concilio [in Dignitatis Humanae] socava esta verdad al exponer una teoría nunca antes enseñada por el constante Magisterio de la Iglesia, es decir, que el hombre tiene el derecho, fundado en su propia naturaleza, “de no ser impedido de actuar en materia religiosa según su propia conciencia, ya sea en privado o en público, ya sea solo o en asociación con otros, dentro de los debidos límites” (ut in re religiosa neque impediatur, quominus iuxta suam conscientiam agat privatitim et publice, vel solus vel aliis consociatus, intra debitos limites, n. 2).

Según esta afirmación, el hombre tendría el derecho, basado en la naturaleza misma (y por lo tanto positivamente querido por Dios) de no verse impedido de elegir, practicar y difundir, también colectivamente, el culto a un ídolo, e incluso el culto a Satanás, ya que hay religiones que adoran a Satanás, por ejemplo, la “iglesia de Satanás”. De hecho, en algunos países, la “Iglesia de Satanás” es reconocida con el mismo valor legal que todas las demás religiones”. (4)

La identidad de la Iglesia de Cristo con la Iglesia Católica y el nuevo ecumenismo

El obispo Schneider: “Es la distinción [del Concilio] entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica (el problema del “subsistit in” da la impresión de que existen dos realidades: por un lado, la Iglesia de Cristo, y por el otro, la Iglesia Católica); y su postura hacia las religiones no cristianas y el mundo contemporáneo.” (5)

Schneider: “Afirmar que los musulmanes adoran junto con nosotros al único Dios (“nobiscum Deum adorant”), como lo hizo el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium n. 16, es una afirmación teológicamente muy ambigua. Que nosotros los católicos adoramos con los musulmanes al único Dios no es cierto. No adoramos con ellos. En el acto de adoración, siempre adoramos a la Santísima Trinidad, no adoramos simplemente al “único Dios” sino, más bien, a la Santísima Trinidad conscientemente – Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Islam rechaza a la Santísima Trinidad. Cuando los musulmanes adoran, no lo hacen en el nivel sobrenatural de la fe. Incluso nuestro acto de adoración es radicalmente diferente. Es esencialmente diferente. Precisamente porque nos dirigimos a Dios y lo adoramos como hijos que están constituidos dentro de la inefable dignidad de la adopción filial divina, y lo hacemos con una fe sobrenatural. Sin embargo, los musulmanes no tienen una fe sobrenatural”. (6)

El arzobispo Viganò: “Sabemos bien que, invocando el dicho de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivificat [La letra trae la muerte, pero el espíritu da la vida (2 Cor 3, 6)], los progresistas y los modernistas supieron astutamente esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en su momento parecían inofensivas para la mayoría, pero que hoy se revelan en su valor subversivo. Es el método empleado en el uso de la frase subsistit in: decir una verdad a medias no tanto como para no ofender al interlocutor (suponiendo que sea lícito silenciar la verdad de Dios por respeto a su criatura), sino con la intención de poder utilizar el error a medias que se disiparía instantáneamente si se proclamara toda la verdad. Así, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no especifica la identidad de las dos, sino la subsistencia de una en la otra y, por coherencia, también en otras iglesias: aquí está la apertura a las celebraciones interconfesionales, las oraciones ecuménicas y el inevitable fin de cualquier necesidad de la Iglesia en el orden de la salvación, en su unicidad y en su naturaleza misionera”. (7)

La primacía papal y la nueva colegialidad

El obispo Schneider: “Por ejemplo, el hecho mismo de que se necesitara una ‘nota explicativa praevia’ al documento Lumen Gentium muestra que el texto de Lumen Gentium, en el n. 22, es ambiguo con respecto al tema de la relación entre la primacía papal y la colegialidad episcopal. Los documentos que aclaran el Magisterio en la época postconciliar, como las encíclicas Mysterium Fidei, Humanae Vitae y el Credo del Pueblo de Dios del Papa Pablo VI, fueron de gran valor y ayuda, pero no aclaran las citadas declaraciones ambiguas del Concilio Vaticano II”. (8)

El Concilio y sus textos son la causa de muchos escándalos y errores actuales

Arzobispo Viganò: “Si la pachamama puede ser adorada en una iglesia, se lo debemos a Dignitatis Humanae. Si tenemos una liturgia protestante y a veces incluso pagana, se lo debemos a la acción revolucionaria de Monseñor Annibale Bugnini y a las reformas post-conciliares. Si la Declaración de Abu Dhabi fue firmada, se lo debemos a Nostra Aetate. Si hemos llegado al punto de delegar decisiones a las Conferencias Episcopales – incluso en grave violación del Concordato, como ocurrió en Italia – se lo debemos a la colegialidad, y a su versión actualizada, la sinodalidad. Gracias a la sinodalidad, nos encontramos con que Amoris Laetitia buscó la manera de evitar que apareciera lo que era obvio para todos: que este documento, preparado por una impresionante maquinaria organizativa, pretendía legitimar la comunión paralos divorciados y los concubinos, así como la Querida Amazonia se utilizará para legitimar a las mujeres sacerdotisas (como en el reciente caso de una ‘vicaria episcopal’ en Friburgo) y la abolición del Sagrado Celibato”. (9)

Viganò: “Pero si en aquel tiempo era difícil pensar que una libertad religiosa condenada por Pío XI (Mortalium Animos) pudiera ser afirmada por Dignitatis Humanae, o que el Romano Pontífice pudiera ver su autoridad usurpada por el fantasma de un colegio episcopal, hoy entendemos que lo que fue astutamente ocultado en el Vaticano II es hoy afirmado ore rotundo en los documentos papales precisamente en nombre de la aplicación coherente del Concilio.” (10)

Arzobispo Viganò: “Podemos afirmar, pues, que el espíritu del Concilio es el propio Concilio, que los errores del período posconciliar fueron contenidos in nuce en las actas conciliares, así como se dice con razón que el Novus Ordo es la misa del Concilio, aunque en presencia de los padres conciliares se celebró la misa que los progresistas llaman significativamente pre-conciliar”. (11)

El obispo Schneider: “Para cualquiera que sea intelectualmente honesto, y no busque la cuadratura del círculo, está claro que la afirmación hecha en Dignitatis Humanae, según la cual cada hombre tiene el derecho basado en su propia naturaleza (y por lo tanto positivamente querido por Dios) de practicar y difundir una religión según su propia conciencia, no difiere sustancialmente de la declaración de la Declaración de Abu Dhabi, que dice: ‘El pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, raza e idioma son queridos por Dios en su sabiduría, a través de la cual creó a los seres humanos’. Esta sabiduría divina es la fuente de la que se deriva el derecho a la libertad de creencia y la libertad de ser diferente”. (12)

Hemos tomado nota de las diferencias que han destacado entre las soluciones que cada uno de ustedes ha propuesto para responder a la crisis precipitada en y después del Concilio Vaticano II. Por ejemplo, el Arzobispo Viganò ha argumentado que sería mejor “olvidar” completamente el Concilio, mientras que el Obispo Schneider, en desacuerdo con él en este punto específico, propone oficialmente corregir sólo aquellas partes de los documentos del Concilio que contienen errores o que son ambiguas. Su cortés y respetuoso intercambio de opiniones debería servir como modelo para el debate más robusto que ustedes y nosotros deseamos. Demasiado a menudo estos últimos cincuenta años los desacuerdos sobre el Vaticano II han sido desafiados por meros ataques ad hominem en lugar de una tranquila argumentación. Instamos a todos los que se unan a este debate a seguir su ejemplo.

Rezamos para que nuestra Madre Bendita, San Pedro Príncipe de los Apóstoles, San Atanasio, y Santo Tomás de Aquino protejan y preserven a sus Excelencias. Que te recompensen por tu fidelidad a la Iglesia y te confirmen en tu defensa de la Fe y de la Iglesia.

En Christo Rege, firmado:
Donna F. Bethell, J.D.
Prof. Dr. Brian McCall
Paul A. Byrne, Doctor en Medicina.
Edgardo J. Cruz-Ramos, Presidente Una Voce Puerto Rico
Dr. Massimo de Leonardis, Profesor (retirado) de Historia de las Relaciones Internacionales
Prof. Roberto de Mattei, Presidente de la Fundación Lepanto
P. Jerome W. Fasano
Mauro Faverzani, periodista
Timothy S. Flandes, autor y fundador de un apostolado laico
Matt Gaspers, Editor General, Catholic Family News
Corrado Gnerre, líder del movimiento italiano “Il Cammino dei Tre Sentieri”
M. Virginia O. de Gristelli, Directora de C. F. S. Bernardo de Claraval, Argentina
Jorge Esteban Gristelli, editor, Argentina
Dra. Maria Guarini STB, editora del sitio web Chiesa e postconcilio
Kennedy Hall, autor del libro
Prof. Dr. Em. Robert D. Hickson
Prof. Dr.rer.nat. Dr.rer.pol. Rudolf Hilfer, Stuttgart, Alemania
Rev. John Hunwicke, Investigador Principal Emérito, Pusey House, Oxford
Prof. Dr. Peter Kwasniewski
Leila M. Lawler, escritora
Pedro L. Llera Vázquez, director de escuela y autor de InfoCatólica
James P. Lucier PhD
Massimo Magliaro, periodista, editor de “Nova Historica”
Antonio Marcantonio, MA
Dr. Taylor Marshall, autor de Infiltración: La trama para destruir la iglesia desde dentro
El reverendo diácono, Eugene G. McGuirk
P. Michael McMahon Prior de St. Dennis Calgary
P. Cor Mennen
P. Michael Menner
El Dr. Stéphane Mercier, Ph.D., S.T.B.
Honorable Andrew P. Napolitano, Analista Judicial Superior, Fox News; Profesor invitado de Derecho, Universidad de Hofstra
P. Dave Nix, Ermitaño Diocesano
Prof. Paolo Pasqualucci
P. Dean Perri
Dr. Carlo Regazzoni, Filósofo de la Cultura, Therwill, Suiza
P. Luis Eduardo Rodríguez Rodríguez
Don Tullio Rotondo
John F. Salza, abogado católico y apologista
Wolfram Schrems, Wien, Mag. theol., Mag. Phil., catequista
Henry Sire, historiador y autor de libros
Robert Siscoe, autor
Jeanne Smits, periodista
Dr. Sc. Zlatko ¬¬ram, Centro Croata de Investigación Social Aplicada
P. Glen Tattersall, Párroco, Parroquia de St John Henry Newman (Melbourne, Australia)
Marco Tosatti, periodista
Giovanni Turco, Profesor Adjunto de Filosofía del Derecho Público de la Universidad de Udine (Italia)
José Antonio Ureta
Aldo Maria Valli,
El Dr. Thomas Ward, Presidente de la Asociación Nacional de Familias Católicas
John-Henry Westen, cofundador y editor jefe de LifeSiteNews.com
Willy Wimmer, Secretario de Estado del Ministerio de Defensa (retirado)

Publicada originalmente en LifeSiteNews
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jueves, 11 de noviembre de 2021

¿Renovación o ruptura?: Concilio Vaticano II. Por Daniel Iglesias Grèzes

¿Renovación o ruptura?
Reflexiones en torno al Concilio Vaticano II 

Esta obra reúne un conjunto de escritos que giran en torno al Concilio Vaticano II y la crisis postconciliar de la Iglesia Católica. Acerca de esos temas existen hoy entre los católicos tres posiciones básicas: 
  • 1) la postura progresista radical, basada en la "hermenéutica de la discontinuidad", que ve al Concilio Vaticano II como una ruptura con la Iglesia preconciliar y la Tradición eclesial y considera esa supuesta ruptura como algo bueno y necesario; 
  • 2) la postura tradicionalista radical, que también sostiene que el Concilio Vaticano II rompió con la Tradición eclesial, pero considera esa supuesta ruptura como algo malo y condenable; y 
  • 3) la postura católica ortodoxa, que, con base en la indefectibilidad de la Iglesia, en principio se adhiere a las enseñanzas doctrinales del último Concilio y acepta sus disposiciones pastorales, interpretando el Concilio a la luz de la Biblia y la Tradición mediante una "hermenéutica de la continuidad", que ve a la Iglesia como un único sujeto social que se desarrolla y reforma sin corromperse esencialmente.
Creo que esta tercera posición es, no sólo la verdadera, sino la única legítima para un católico. ¿Renovación o ruptura? parte de esa premisa básica. Por lo tanto, al considerar la crisis postconciliar de la Iglesia Católica, descarto la posición de quienes la atribuyen fundamentalmente al Concilio Vaticano II y abogan por un rechazo de ese Concilio como el camino para salir de la crisis. Sin negar que los progresistas radicales que causaron la crisis postconciliar influyeran en el Concilio mismo, niego que hayan separado al Concilio de la ortodoxia católica. 

Obviamente hay algunos puntos del Concilio que ameritarían profundizaciones, matizaciones o aclaraciones, pero eso ha ocurrido siempre en la historia de la Iglesia. Por ejemplo, la doctrina cristológica y trinitaria del primer Concilio Ecuménico (el de Nicea, en el año 325) necesitó los complementos y aclaraciones de los cinco Concilios Ecuménicos siguientes. 

Opino pues que la crisis postconciliar no fue causada por el Concilio Vaticano II sino por malas aplicaciones de la reforma delineada por el Concilio. Para superar la crisis debemos volver a la auténtica doctrina conciliar, hoy bastante olvidada, y leerla en el contexto de toda la doctrina católica bíblica y tradicional. El Vaticano II no es un nuevo súper-dogma que deroga todo lo anterior.

jueves, 5 de agosto de 2021

El misterio del Vaticano II. Por Carlos Esteban

El misterio del Vaticano II
Por Carlos Esteban 
4 agosto 2021

Uno de los puntos más curiosos del polémico Traditionis custodes es la instrucción que da el Papa a los obispos para que se aseguren de que los pocos que aún puedan asistir a la celebración de la Forma Extraordinaria acepten expresamente el Concilio Vaticano II.

No Nicea, ni Calcedonia, ni Trento; no la Tradición al completo, no la Doctrina Perenne, no: el Vaticano II. Delata una especie de obsesión que parece responder más a cuestiones cronológicas que a preocupaciones eclesiales. Me explico.

El Vaticano II es un extraño concilio para pedir que se acepte. No define verdades de fe, por expreso deseo de su iniciador, San Juan XXIII, que quiso hacer de él un concilio eminentemente pastoral, fundamentalmente diferente de los veinte anteriores. También es suya la consigna que habría de condicionar la reunión apostólica: ‘aggiornamento’, es decir, ‘actualización’, puesta al día.

Eso lo hace, inevitablemente, efímero, al menos, en muchos de sus efectos. Porque centrarse en el hoy es inevitablemente envejecer muy deprisa. De hecho todos conocemos el efecto por el que algo reciente pero desfasado nos parece más anticuado que lo que, siendo cronológicamente más viejo, se hizo o formuló con pretensiones de eternidad, basado en verdades permanentes.

Así que, al menos en lo pastoral -y, recuérdese, es un concilio fundamentalmente pastoral-, los documentos del Concilio y, sobre todo, su famoso y elusivo ‘espíritu’, reflejan las preocupaciones y debates del mundo en un tiempo histórico muy concreto, preocupaciones y debates que ya no son los de hoy. Si es, en cambio, el tiempo en que buen número de prelados que hoy constituyen la cúpula eclesial despertaban al mundo e iniciaban su ministerio sacerdotal, como el propio Francisco.

Aquel era un tiempo revolucionario en la sociedad secular, es decir, un tiempo en el que los ‘maestros de pensar’, los intelectuales, habían decidido que nada o casi nada de lo pasado valía ya y era necesario crear la cultura de cero. Y esa pulsión por rehacer el mundo se reflejó inevitablemente en la atmósfera del concilio.

Por otra parte, como concilio principalmente pastoral, centrado, pues, en la misión de llevar a Cristo el mundo de su tiempo, su eficacia es perfectamente medible: un absoluto desastre, como el de la New Coke que sacó Coca-Cola hace unas décadas.

Es insincero el hábito de evitar la medición concreta de los fines perseguidos explícitamente por el Concilio. Y el resultado es fácil de comprobar por cualquiera, porque fue muy rápido y se extiende hasta nuestros días: caída en picado de fieles, iglesias vacías, ignorancia doctrinal, desaparición del catolicismo como factor de influencia en la cultura… Da igual el criterio que utilicemos. En la preocupante Alemania de hoy, la que está al borde del cisma, menos del 6% de los católicos va a misa.

¿Y el gran problema es la Misa Tradicional, de verdad?

Coca-Cola reaccionó a la nula aceptación del nuevo producto, sepultó sus ilusiones, y volvió a dar al público el producto de siempre, que es el que querían. Pero la jerarquía eclesiástica sigue fingiendo que el postconcilio supuso una ‘Primavera de la Iglesia’.

Es históricamente común en los ciclos revolucionarios que, cuando primero se ve la absoluta ineficacia de las medidas revolucionarias para lograr los fines propuestos, la reacción del poder sea aumentar la dosis. No se ha ido demasiado lejos, es la conclusión, con resultado invariablemente nefastos.

Ese es el papel de Francisco. Desde el inicio de su pontificado hizo explícito que consideraba su misión llevar a término las promesas del concilio. Complacía así a una camarilla de añosos teólogos católicos, para quienes los dos pontificados anteriores y muy especialmente el de Benedicto constituían “intentos contrarrevolucionarios” con respecto al concilio o, mejor, al postconcilio.

No sin razón. Ratzinger, originalmente en el ala revolucionaria, había llegado a vivir con los ojos muy abiertos la devastación de los años sesenta y setenta y se convirtió en figura señera de la llamada ‘hermenéutica de la continuidad’, por la que el Vaticano II solo cabía interpretarlo a la luz de la Tradición de la Iglesia. Y Summorum pontificum fue una pieza clave de este proyecto.

Con su nuevo motu proprio derogatorio, Francisco hace mucho más difícil sostener argumentalmente esa hermenéutica de la continuidad y parece dedicar un guiño a la escuela contraria, la de la hermenéutica de la ruptura, según la cual el concilio alumbró una nueva Iglesia, rompiendo con la tradición de siglos anteriores.


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viernes, 7 de diciembre de 2018

Historia de la IGLESIA por Antonio Rivero, L.C.

Breve historia de la Iglesia
Introducción

Siglo III

Introducción
I. Sucesos
El gigante del Imperio comienza a tambalearse
Vuelta a las herejías
La furia de las persecuciones
II. Respuesta de la iglesia
Más se expandía la semilla evangélica:«Sangre de mártires es semilla de cristianos»
Catecumenado
Institución de los ministerios
Las herejías consolidaban y explicitaban la fe
Comienza la construcción de iglesias
Conclusión
Introducción
I. Sucesos
El Evangelio llegó, por fin, al palacio imperial
No todo era miel sobre hojuelas
Nuevas herejías
II. Respuesta de la Iglesia
La Iglesia, fiel a su Maestro
¿Qué concilios se celebraron en este siglo?
Aportación de los Padres de la Iglesia[42]
El desierto y la soledad atrajo a algunos...
La Iglesia continuaba profundizando en los sacramentos y en la disciplina
El primado de Roma
¿Sacerdotes casados?
Conclusión

Siglo X

Introducción
I. Sucesos
Época del feudalismo
Otón I, el grande
II. Respuesta de la Iglesia[66]
La Iglesia de Cristo sigue sufriendo y desangrándose...
Dios mandó la Orden de Cluny
Siguen las conversiones
Conclusión
Siglo XI
Introducción
I. Sucesos
Siglo de las cruzadas: «¡Dios lo quiere!»
El arte: pedagogía catequética
Después del enfriamiento de la caridad, vino el cisma de Oriente de la Iglesia griega con la latina
¿Cómo se fue gestando dicho cisma?
II. Respuesta de la Iglesia
Nuevas órdenes religiosas y movimientos eremíticos
La orden del Císter
¿Cómo surgieron los cardenales?
El gran papa Gregorio VII y el problema de las investiduras
«La túnica inconsútil de Cristo...rasgada»
Conclusión
Siglo XII
Introducción
I. Sucesos
¿Cuándo acabarán los abusos?
Gérmenes de herejías:»El enemigo sembró cizaña...»
II. Respuesta de la Iglesia
Concordato de Worms
La Iglesia es santa y sus ministros deben ser santos
Nuevas cruzadas...
Impulso espiritual: Los cistercienses y otras órdenes
La Iglesia, guardiana y fomentadora de la cultura: El siglo de oro de la Escolástica
Conclusión

Siglo XX

Introducción
I. Sucesos
Problemas sociales
Estalló la primera guerra mundial (1914-1918)
Causas:
Consecuencias:
El yunque y el martillo de la revolución rusa
Movimientos fascistas
«¡Viva Cristo Rey!» ¿Cómo fue la guerra cristera en México?[226]
¿Qué pasó con los «mal llamados Arreglos»?
¿Qué frutos podemos enumerar de la Cristiada?
¿Qué mártires sobresalieron en la Cristiada?
Guerra Civil Española (1936-1939)
Un poco de historia de España
¡Una guerra civil entre hermanos!
¿Había razones?
¿Qué más hemos aprendido de todo esto?
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (1939-1945)
¿Cómo estaba la situación por ese entonces?
¿Cómo se desarrolló la guerra?
¿Qué consecuencias tuvo esta segunda guerra? Devastación, muertes, odios, crisis económica y moral.
Ciencia, técnica y cultura del siglo XX
¿Qué nos está pasando?
II. Respuesta de la Iglesia
San Pío X (1903-1914)
¿Qué decir del modernismo?
Benedicto XV: (1914-1922)
Pío XI (1922-1939)
Pío XII (1939-1958)
¿Qué más realizó Pío XII?
Juan XXIII (1958-1963)
¿Qué más hizo este Papa?
¿Cómo resumir todo el legado de Pablo VI?
Juan Pablo I (1978)
Juan Pablo II (1978-)
¿Cómo resumir todo su ministerio de papa?
Respuestas de la Iglesia a los nuevos desafíos de este siglo XX
1. Los sacerdotes-obreros
2. Ecumenismo
3. El tercermundismo
4. Cristianos en la política
5. Algunos problemas específicos en la Teología
El gran evento eclesial del siglo XX: El Concilio Vaticano II (1958-1965)
¿Qué precedentes tuvo?
¿Cómo fue la preparación del Concilio Vaticano II?
¿Qué posturas predominaban durante el concilio?
¿Cómo se desarrollaron las sesiones?
En síntesis, ¿cuáles fueron los documentos del Concilio Vaticano II?
¿Qué características podríamos enumerar sobre el concilio y qué aportó a la iglesia?
¿Tuvo algunas consecuencias imprevistas dicho concilio?
El Vaticano II produjo más frutos positivos que negativos... ¿Quién lo duda?
Otras consecuencias positivas del Concilio Vaticano II
Hubo un papa llamado Karol Wojtyla, que tomó el nombre de Juan Pablo II
¿Cuál podría ser la síntesis de su magisterio?
Conclusión
Apéndice: Sobre el Papa Pío XII
Epílogo

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