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sábado, 31 de julio de 2021

San Pío V, la Batalla de Lepanto y la Virgen de la Victoria. Por Alberto Bárcena

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NOM: Hitos históricos de la Masonería hacia la III Guerra Mundial

Hitos históricos de la Masonería
 hacia la III Guerra Mundial
19/3/2020

La III Guerra Mundial se inició en 2001 
con el atentadoen Nueva York
  1. Lutero y Guerras de Religión (1524-1697)
  2. Otomanos en Viena y Lepanto (1529-1571)
  3. Concilio de Trento (1545-1563)
  4. Masonería (1717)
  5. Imperio masónico británico
  6. Conspiración masónica contra España
  7. Ideologías satánicas (1751)
  8. Independencia masónica de USA (1776)
  9. Illuminati-Nuevo Orden Mundial (1776)
  10. Revolución masónica francesa (1789)
  11. Napoleón, emperador masón (1804-1815)
  12. Constitución masónica de Cadiz (1812)
  13. Waterloo-Bolsa de Londres-Banca Rothschild (1815)
  14. Beata Ana Catalina Emmerick-Masones (1820)
  15. Tesis, Antitesis y Síntesis de Hegel-Illuminati y Marx (1840)
  16. Sor Patrocinio, la monja de las llagas, desterrada por el masón Bravo Murillo (1852)
  17. John D. Rockefeller y Pike-Mazzini (1871)
  18. I República Masónica (1873)
  19. London School of Economics-Nuevo Orden Mundial (1885)
  20. Reina Victoria del Imperio británico masonico y Jack el Destripador (1888)
  21. Vázquez de Mella-Congreso antimasónico de Trento (1896)
  22. William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, judios y masones comunistas, promovieron la guerra hispanoamericana (1898)
  23. PNV-Sabino Arana felicita al masón Theodore Roosevelt por la independencia de Cuba (1902)
  24. Guerras del Siglo XX
  25. I Guerra Mundial (1914-1918)
  26. Genocidio Armenio en Turquia (1915-1923)
  27. Fátima (1917)
  28. Rockefeller Center y Gran Logia Rockefeller 666 (1920)
  29. San Maximiliano Kolbe y El Congreso masónico de Bucarest (1926)
  30. Guerra Cristera de México (1926-1929)
  31. II República Masónica (1931-1939)
  32. Guerra de Liberación de España (1936-1939)
  33. II Guerra Mundial (1939-1945)
  34. Régimen nacional-católico de Franco (1936-1978)
  35. Franco: Ley de represión de la Masonería (1940)
  36. ONU Masónica (1945)
  37. Bilderberg-Nuevo Orden Mundial-Élite masónica (1954)
  38. Nueva Era-New Age (1960)
  39. Garabandal (1961-1965)
  40. Concilio Vaticano II (1962-1965)
  41. Magnicidio del católico presidente Kennedy (1963)
  42. Teología de la Liberación (1968)
  43. Magnicidio del presidente almirante Carrero Blanco (1973)
  44. FRANCO en la Memoria (20N-1975)
  45. Inicio de los Pucherazos electorales masónicos (1977)
  46. Constitución masónica de Juan Carlos (1978)
  47. Crimen masónico de las 3 niñas de Alcácer (1992)
  48. Autogolpe real masónico contra España (22F-1981)
  49. Visitas (5) de Juan Pablo II a España (1982-2003)
  50. Atentado masónico de Nueva York-Torres Gemelas (11S-2001)
  51. Atentado masónico de Madrid-Atocha (11M-2004)
  52. Mel Gibson y Ana C. Emmerick: La pasión de Cristo (2010)
  53. Ricardo de la Cierva: Europa masónica (2012)
  54. Calentamiento global: 5º Informe del masónico IPCC (2013)
  55. David Rockefeller, el hombre más poderoso del planeta, muere a los 101 años (2017)
  56. Rebelión masónica en Cataluña para una República Federal (2017)
  57. Exhumación masónica de Franco (2019)
  58. Pucherazo electoral para la III República (10/11/19)
  59. Coronavirus del Nuevo Orden Mundial (2020)
  60. Pandemia: consecuencia de la Guerra biológica para el Nuevo Orden Mundial (4/4/20)
  61. III Guerra Mundial (20xx)
  62. Gobierno mundial del Anti-Cristo (20xy)

***NOM: La letra pequeña de la Agenda 2030, hoja de ruta del Nuevo Orden Mundial, es el nazismo con tecnología punta

La letra pequeña de la Agenda 2030, 
hoja de ruta del Nuevo Orden Mundial, 
es el nazismo con tecnología punta
Por Magdalena del Amo
18 julio 2021

El proyecto nazi, aparentemente fallido, fue un experimento a gran escala que sentó las bases para el mundo distópico de hoy, aunque muchos están tan dormidos que aún no se han enterado de lo que ya asoma sobre el terreno abonado durante décadas. Las semillas llevan tiempo sembradas y han ido enraizando en nuestras mentes. El Mal trabaja de manera subterránea y sigilosa, pero implacable.

El ciudadano no tiene ni idea de lo que esconde la Agenda 2030, representada en ese pin multicolor y siniestro que todos los líderes del mundo, incluido el rey de España Felipe VI, lucen en sus almidonadas solapas. Lo hacen, además, con cierto regusto, al estilo de los asesinos en serie, siempre dejando pistas en ese juego macabro de huida y exhibicionismo. Los psicópatas de Davos, auténticos asesinos a sueldo de las élites globalistas ya han dejado caer algunas perlas sobre la vida que le espera al género humano en este planeta que están diseñando a su antojo y medida; perlas como “no tendréis NADA, pero seréis felices”. Ese NADA no solo se refiere al despojo de la propiedad privada, sino a la LIBERTAD en todo su concepto, al libre albedrío inherente como seres humanos y divinos.

El ser humano será una especie de zombi, robotizado y dominados por la inteligencia artificial, completamente esclavizado y sin voluntad. Por eso dicen que seremos felices, como los personajes de Huxley, pero peor. Tendremos los hijos que nos permitan, los pensamientos que nos “inoculen” a través de mensajes explícitos y, sobre todo, subliminales por medio de frecuencias, y nuestras emociones y estados de ánimo puntuales serán controlados desde el gran ordenador central. No será necesario prohibir pensar, porque al transhumano de los próximos años le darán todo pensado. El planeta será una cárcel vigilada por satélites, drones y demás artilugios manejados por policías androides, sin empatía de ningún tipo. Los gobiernos tendrán licencia para matar –casi como ahora— no solo a los viejos y tullidos, sino a los considerados indeseables para la estabilidad del rebaño. Con la particularidad de que nadie se extrañará y a nadie le importará. Habrá un tope de vida útil. Llegados a esa edad, en los propios centros de confinamiento de viejos, tan tristes como los morideros actuales, pero peores, aplicarán un remedio de punto final, y listo.

Tampoco nadie se extrañará y todos se alegrarán porque será por la salud del planeta, mucho más importante que la de los humanos, el nuevo sacramento inmolatorio de la religión del clima. Ni siquiera parece ciencia ficción, pues la profecía de Orwell hace tiempo que empezó a cumplirse, así como otras hipótesis futuristas sustanciadas en la industria de Hollywood y las modernas series ad hoc de manipulación a través del efecto priming, –mal traducido por primado negativo—para crear la memoria implícita. A través de la ficción nos fijan la idea –los Simpson llevan años adelantándose a todo tipo de “innovaciones”—. Conscientemente lo contemplamos como película, pero nuestro subconsciente no diferencia entre lo real y lo imaginario, por lo cual cuando aparece el hecho real ya nos resuena y nos es más fácil admitirlo. Podríamos poner un buen número de ejemplos de los últimos años. ¿Vamos a permitirles que nos sigan destruyendo?

El experimento colectivo del nazismo

Antes de Davos y de Bilderberg, el nazismo fue un experimento colectivo, financiado por las élites, en el que todos los países “avanzados” estaban de acuerdo en mayor o menor medida. De este periodo, durante años, solo ha salido a la luz aquello que ha convenido al sistema, estableciendo la estrategia del silencio con el fin de borrar de la mente colectiva los horrores perpetrados contra inocentes humanos.

A propósito de los no menos horrores de esta pandemia COVID, puesta en marcha por los herederos de los que diseñaron el nazismo y protegieron a Hitler, condecorándolo con miles de alabanzas, se habla de unos nuevos Procesos de Núremberg y hay abogados muy comprometidos con la causa, apoyados por miles de personas que buscan justicia, para hacer que estos desalmados sean condenados por crímenes contra la humanidad. Yo añadiría que unos Juicios de Núrembeg, pero de verdad. Esta vez, sin pantomima; nada de paripés como en 1945. Y si allí, en teoría, se juzgó a políticos, militares, médicos y jueces, en esta ocasión el espectro hay que ampliarlo, y nadie debe escapar ni ser dulcificado. Y la OMS, una de las organizaciones más corruptas del mundo, con el resto de organismos de las Naciones Unidas, debe ser fumigada o disuelta. Las inhabilitaciones deben ser generales.

Núremberg fue puro teatro. Después de los Procesos, y una vez condenados algunos de los ejecutores de la muerte, el resto se colocó el disfraz de profesionales honorables que ponían su ciencia al servicio de la sociedad. Nadie quería ni se atrevía a hablar de Núremberg.

Nadie conocía ni había tenido trato con Mengele y otros condenados. Nadie había aplaudido la paranoia de Hitler y sus delirios de exterminio de las etnias consideradas inferiores genéticamente. Terminada la guerra, muchos científicos se presentaron como víctimas del nazismo y el mundo lo creyó. Como bien dice la investigadora Fernanda Núñez: “Esas relaciones fueron ocultadas durante más de cuarenta y cinco años, hasta que los profesores de facultades que habían participado en esas investigaciones desaparecieron de las esferas del poder médico. Las nuevas generaciones de investigadores no tenían ninguna razón para ocultar las ambigüedades y actuaciones de sus antecesores.

Por otra parte, se empezaba a discutir la naturaleza misma de la ciencia y a dudar sobre los cánones que rezaban que la ciencia era intrínsecamente democrática y virginalmente apolítica, paradigmas que habían permitido considerar a la ciencia nazi como una seudociencia, practicada por dementes y maniáticos, y que también habían permitido a los científicos alemanes, al terminar la guerra, presentarse como víctimas del nazismo. Benoit Massin recuerda que quien analizaba las muestras enviadas por el doctor Mengele desde Auschwitz era el Instituto del Premio Nobel Butenandt. Con la versión apologética aceptada por la opinión mundial, los científicos alemanes, cuyo saber era fundamental para la reconstrucción de Europa o los laboratorios yanquis, fueron exculpados de todo pecado, lo que permitió a ambiguos personajes, con un currículum nazi perfecto, seguir dirigiendo las grandes instituciones biomédicas alemanas hasta los años noventa”.

Durante más de cuarenta y cinco años camparon a sus anchas por universidades norteamericanas y alemanas, sin que nadie les recordase su pasado. Solo cuando, debido a la ley natural de la edad, fueron desapareciendo, sus colegas científicos tuvieron vía libre para sacar a la luz las oscuras investigaciones de sus compañeros nazis. Michael Crichton dice a este respecto: “Después de la Segunda Guerra Mundial, nadie era eugenésico y nadie lo había sido. Los biógrafos de los personajes célebres y poderosos no se explayaron sobre la atracción ejercida por esta filosofía en sus biografiados y, en ocasiones, ni siquiera lo mencionaban. La eugenesia dejó de ser tema en las aulas universitarias, aunque algunos sostienen que sus ideas siguen vigentes bajo una forma distinta”. [1]

El concepto utilitarista de “vidas inútiles” se siguió extendiendo. Durante años, apenas se divulgaron noticias que pudiesen recordar lo ocurrido en Alemania, pero eso no quiere decir que los ideólogos no siguieran adelante con su idea de conseguir una raza sin taras y una sociedad que no tuviese que destinar fondos del erario público para atender vidas que no daban la talla, según el baremo de la moderna aristocracia biológica. Tanto en Europa como en Estados Unidos y Sudamérica, médicos y biólogos continuaron con el estudio de las medidas eugenésicas y eutanásicas, y el pasado nazi de muchos quedó en el olvido.

Por qué se ocultó la verdad

Unos cuantos condenados sirvieron como ejemplo de que la justicia actuaba rectamente. Sin embargo, como quedó dicho unas líneas más arriba, gran parte de los participantes en el plan de exterminio nazi salieron impunes y continuaron en sus plazas universitarias y laboratorios; entre ellos, el mentor de Mengele, Otmar von Verschuer, que fue apoyado por la comunidad científica internacional y protegido para que no fuera estigmatizado. Así, todos estos personajes siniestros pudieron seguir investigando sobre sus ideas exterminadoras. La razón de protegerlos internacionalmente –sobre todo, Estados Unidos– fue porque al amparo de las políticas que se estaban llevando a cabo en Alemania, otros estados habían conseguido grandes sumas de dinero –de la Fundación Rockefeller, por ejemplo– para seguir investigando y llevar a la práctica planes de exterminio similares. Conviene recordar una vez más que, casi sin excepción, los científicos seguidores de las ideas de Darwin y demás ideólogos de la manipulación de la vida y la muerte, no trabajan por el bien de la humanidad. Sabiéndolo o no, están al servicio del mal.

Para estos falsos filántropos que proponen y apoyan planes para eliminar a los más débiles, el proyecto nazi fue una especie de experiencia de laboratorio. Pero, conocidos sus crímenes, las mentes diabólicas consideraron que si se condenaba a todo el “elenco” y se le daba la publicidad merecida, la humanidad quedaría inmunizada y nunca más permitiría que desde el poder le impusieran políticas para eliminar a seres humanos. Y eso era trabajar contra sus propios intereses a medio y largo plazo.

Y así llegamos a los años ochenta y noventa, con una amnesia casi absoluta sobre los horrores del Tercer Reich. Es entonces cuando los “amos del mundo”, valiéndose de políticos-marioneta sin escrúpulos, entran a saco con el ventilador de la ingeniería verbal/social, con el fin de manipular a la humanidad para propiciar el cambio de valores, que alcanza el punto culminante en estos días de relajo moral y Cultura de la muerte a gran escala, con aborto a petición, genotipado de embriones, eugenesia, cribado prenatal, eliminación de los bebés con defecto, ideología de género, matrimonio homosexual, promiscuidad al por mayor, sexo desordenado, pornografía, vientres de alquiler, eutanasia a domicilio y suicidio asistido. Todo ello bajo el paraguas de una gran corrupción en todos los ámbitos, incluido el espiritual. Si la sociedad ha ido admitiendo sin rechistar esta inversión satánica de los valores que nos ennoblecen, quiere decir que está gravemente enferma. Aun así, la gente de bien merece que se haga justicia. Un nuevo Núremberg es posible y necesario. ¡Pero esta vez de verdad!

NOTAS:
Fernanda Núñez, Las peligrosas relaciones de las ciencias biomédicas con el nazismo. (http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/139/13900411, pdf).
Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración. Lo mismo si se reproduce el texto en un medio escrito.

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viernes, 30 de julio de 2021

JESU COMMUNIO: Madre Verónica Mª - Meditación acerca de la Bella Pastora

La cruz, siempre la cruz. Por Juan Manuel de Prada

La cruz, siempre la cruz
30 julio 2021

«Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien. 
Hasta los demonios lo creen y tiemblan», 
dice la Carta de Santiago (2, 19). 
Detalle de «El ángel caído» (1847), 
de Alexandre Cabanel.

Ya sabemos que la próxima ley de Memoria Democrática pretende, bajo una farfolla de delicuescencias democratoides, la ‘resignificación’ del Valle de los Caídos y la expulsión de los monjes benedictinos de la abadía, para después -mediante decreto- erradicar cualquier manifestación religiosa del lugar; incluso no se descarta derribar la cruz que preside el conjunto monumental.

La comunidad benedictina del Valle tiene como misión primordial orar por el eterno descanso de las víctimas de la Guerra Civil e implorar al cielo la reconciliación sincera de los españoles. Todo ello a la sombra de la cruz, que León Felipe describía así: «Los brazos en abrazo hacia la tierra/ y el ástil disparándose a los cielos.// Que no haya un solo adorno/ que distraiga este gesto,/ este equilibrio humano/ de los dos mandamientos». Contra esos dos mandamientos simbolizados en la cruz -los brazos que acogen amorosamente a la humanidad sufriente, el ástil codicioso de ascender también amorosamente hacia un Padre común- sólo puede alzarse el odio teológico, que como nos enseña Chesterton tiene una «fosforescencia extraterrenal, que hace brillar su rastro por los crepúsculos de la historia: es el halo del odio alrededor de la Iglesia de Dios».

Sólo esa fosforescencia extraterrenal explica que unos monjes dedicados a la oración sean expulsados de un lugar sagrado. Sólo esa fosforescencia explica que se borren las cruces del paisaje español. En este trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín hemos padecido en diversas ocasiones las expresiones más cruentas de esa fosforescencia. Ahora, en esta fase democrática de la historia, saboreamos las más sibilinas, que se disfrazan de prosa leguleya y amaneramientos modositos. Pero unas y otras encubren la pasión más venenosa de cuantas pueden anidar en el alma humana, el odio teológico, que ni siquiera es mero anticlericalismo, sino odio contra la fe y contra Quien la suscita, odio contra quienes la profesan públicamente, haciendo de su vida una oblación continua.

¿A quién puede injuriar la visión de una cruz? ¿A quién puede ofender que unos monjes recen por las víctimas de una guerra fratricida y por la concordia de los españoles? Sólo a quienes «creen y tiemblan». Pues el ateo se distingue por profesar una indiferencia orgullosa hacia los más variopintos cultos; sólo quien «cree y tiembla» concentra su aversión exclusivamente en la fe religiosa representada en la cruz y encarnada en unos pacíficos monjes.

La cruz y los hombres que se dedican a propagar su doble mandato, en fin, sólo puede injuriar a quienes desean que arrojemos incienso ante la estatua del Emperador, que en este crepúsculo de la Historia se disfraza con los ropajes de la ‘memoria democrática’. Pero las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan saben bien quién es ese Emperador. Su misión es dividir, separar, crear inquina, acusar y calumniar. Y contra su imperio hay que ejercer una oposición activa, si no se quiere morir en vida.

Publicado en ABC.

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***NOM-CATALUÑA-OBISPOS: Carta de un cura de a pie a los obispos (a todos, claro)

Carta de un cura de a pie a los obispos 
(a todos, claro)
Por P. Custodio Ballester
 8/7/2021 

NOTA.- Puesto que la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha respaldado pública y plenamente lo dicho por los obispos de Cataluña, esta carta, que va dirigida a estos últimos, debe aplicarse a todos los del resto de España.

Reverendísimos Sres. Obispos de Cataluña:

La Nota del 11 de mayo firmada por todos ustedes me ha dejado sumido en la más absoluta perplejidad y tristeza. Afirman sin embozo que se sienten herederos de la larga tradición de nuestros predecesores, que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña, y al mismo tiempo nos sentimos urgidos a reclamar de todos los ciudadanos el espíritu de pacto y de entendimiento que conforma nuestro talante más característico. Seguidamente, para que no haya lugar a dudas, vuelven a insistir: Por eso creemos humildemente que conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura, y que se promueva realmente todo lo que lleva un crecimiento y un progreso al conjunto de la sociedad, sobre todo en el campo de la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales y las infraestructuras.


Perplejidad y tristeza, sí. Porque durante meses se me ha conminado a evitar cualquier connotación, en mis palabras y actuaciones, que pudiese ser interpretada como un posicionamiento a favor de la unidad de España, que forma parte de las legítimas aspiraciones de la mitad del pueblo catalán; porque se me indicó que cualquier manifestación pública en ese sentido podía provocar crispación y división entre los fieles católicos que viven en Cataluña. Por tanto, que la procesión con el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios en Hospitalet estaba fuera de lugar; que la Santa Misa celebrada por los difuntos en acto de servicio de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no era de mi competencia; que la atención pastoral prestada a los nonagenarios socios de la Hermandad de la División Azul y el posterior acto académico eran una provocación en toda regla; y que la manifestación contra la cristianofobia y por la libertad de culto y de expresión en la Plaza de San Jaime –con la imagen de Cristo crucificado– no era conveniente que estuviera acompañada por ningún sacerdote porque producía crispación social.

Me siento profundamente engañado por unas palabras que llegué a considerar hasta sinceras por el empeño que se ponía en hacérmelas comprender casi al precio de parecer tonto. Y referidas en cualquier caso a actuaciones meramente evocativas, sin una directa operatividad política y social. Capítulo aparte merecen los posicionamientos y actuaciones de algunos obispos ante mi participación en las manifestaciones mensuales contra el aborto en el Hospital de San Pablo, intentando desactivarlas a causa de la incomodidad que les generan.


Perplejidad y tristeza, sí. Porque ustedes, señores Obispos, se han posicionado públicamente a través de su Nota afirmando la realidad nacional de Cataluña, concepto no pastoral sino político, no fermento de unidad, sino de discordia. Porque consideran legítimas y ahora legitimadas por ustedes, las aspiraciones de menos de la mitad de los catalanes (aunque por bastante más de la mitad del poder político y eclesiástico) a estimar y valorar una singularidad nacional fabricada hace cien años por Prat de la Riba y las Bases de Manresa. Aspiraciones ahora concretadas en el empeño de esos poderes por un referéndum para consumar la destrucción de una unidad que ha durado siglos. Unidad no sólo de España, sino también de Cataluña, en la que el autodenominado «pueblo catalán» pretende someter a los que tan atinadamente llamó Candel «els altres catalans». De momento, mediante un referéndum que los enfrente y los confronte.

Ustedes, Sres. Obispos ¿se sienten herederos de la larga tradición de sus predecesores que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña? Pues yo también me siento heredero, junto con esa otra mitad de catalanes silenciados también por la Iglesia, de una tradición muchísimo más larga y más catalana que la suya.

Me siento heredero de aquellos que en las Navas de Tolosa unieron las fuerzas de toda la España cristiana –Asturias, Castilla y León, Navarra y Aragón– para defender la libertad de profesar la fe verdadera frente a la intolerancia sanguinaria del Islam. Me siento heredero de aquellos sacerdotes y obispos que enviados por Isabel y Fernando al Nuevo Mundo, evangelizaron las Américas y confirieron la dignidad de hijos de Dios a hombres y mujeres de otras razas que se convirtieron por la fe no en esclavos, sino en súbditos libres de su Madre Patria, iguales en derechos a los demás españoles.

Me siento heredero del Somatén de Sampedor que se levantó con el timbaler del Bruch el dos de mayo de 1808 para defender una patria española que, invadida por los ejércitos de la atea Ilustración francesa, amenazaba con destruir la fe de una nación constituida sobre ella. Me siento heredero también de Mossén José Palau, Sacristán mayor de Nuestra Señora de Belén, bárbaramente mutilado y quemado vivo en su iglesia cuando la multitud anarquizada arrasó con todos los templos de Barcelona el 19 de julio de 1936, y arrebató la vida de cientos de sacerdotes y religiosos, a los que siguieron luego varios miles bajo el mandato de Companys. Me siento heredero de aquellos catalanes que bajo la advocación de la ahora profanada Virgen de Montserrat, levantaron la bandera de la Tradición catalana y regaron con su sangre los campos de España, muriendo por Dios y por su Rey católico. Soy heredero de aquellos hombres y mujeres honrados que prefirieron permanecer fuera, vigilantes, a cielo raso, antes que participar en los restos desabridos de un banquete sucio. Me siento heredero de aquellos que se jugaron la vida para sacar a la luz las catacumbas de Cataluña, y para dar testimonio de la Fe de Cristo en sus calles y en sus plazas; y de aquellos que murieron en un sucio paredón de cara a la madrugada con la mirada puesta en su Dios y en su Patria.


Con el mismo derecho que ustedes se declaran «herederos» de los unos, me declaro yo heredero de estos otros como catalán que soy. Con el mismo derecho con que ustedes toman una opción tremendamente discutible, yo tomo la contraria y lo hago también públicamente desde mi conciencia de sacerdote y de cristiano, de la cual ni siquiera la Iglesia puede juzgar. Soy heredero de una tradición que me ha hecho, por la gracia de Dios, ser lo que soy. ¿Ustedes obran en conciencia? Yo también. No les juzgo, no me juzguen ustedes a mí. Dios ya lo hará con todos. Pero ese «pueblo catalán» que está en el poder y aspira a ver reconocida su singularidad nacional, no deja de ser una elucubración hegeliana al servicio de ese poder absoluto e intolerante, no sólo político, sino también moral (desde la perspectiva católica, inmoral) que en Cataluña impide toda discrepancia, hasta la de los obispos. Pero insisten en que se ha de dialogar con ellos. ¿Sobre qué? ¿Sobre el calendario de imposición de la corrupción moral?

Ustedes, Sres. Obispos, mantienen impertérrito el ademán ante la «Constitución» inmoral y anticatólica del nuevo Estado Catalán que parecen aceptar de buena gana, con la única condición de un pacto y un entendimiento que saben que no llegará nunca por la absoluta incompatibilidad de principios y por el carácter rabiosamente totalitario de ese poder. ¿Debemos entonces aceptar que se abra el camino a todos los sacerdotes, religiosos de sus diócesis para que se pongan al servicio incondicional del nuevo Estado inmoral y tiránico que se quiere refrendar contra la mitad del pueblo catalán y contra el resto de España? Me duele profundamente que en su nota conjunta, los obispos de Cataluña no hablen del Pueblo de Dios (que es el que la Iglesia nos confió), sino sólo del pueblo de Cataluña (el medio pueblo de Cataluña que tiene el poder y por el que parecen apostar) elevándolo así a categoría teológica; me duele que no se nombre en ningún momento ni a Cristo ni a su Iglesia y se prescinda del anticristianismo radical de ese «pueblo de Cataluña» que ha profanado ya los símbolos más sagrados de nuestra fe.


Y resulta sorprendente, Sres. Obispos, que apuesten ustedes por una Cataluña cuyos servicios sociales, tan fuertemente anclados en el progreso que ustedes desean, ofrecen niños en adopción al Lobby LGTB; que apuesten por una sanidad que cultiva el aborto, la eutanasia y la experimentación con embriones humanos; y por una enseñanza que adoctrina ya hoy en ideología de género y en plurisexualidad desde la educación primaria. De momento, han conseguido ostentar la tasa más alta de abortos –también en hospitales participados por la Iglesia– pagados con dinero público por la Generalitat. Este progreso que ustedes, señores obispos, desean que se promueva, se cimienta en la nueva Cataluña sobre la más deplorable corrupción moral: contra la que ustedes evitan toda crítica; y se quedan en la calderilla de la corrupción económica. ¿De Cataluña? No, del «conjunto del Estado»: que para eso pertenecen a la Conferencia Episcopal Española. La calurosa felicitación de Carles Puigdemont no se hizo esperar.


Podría haber desahogado mi tristeza y perplejidad en cualquier tertulia de sobremesa en una recóndita casa parroquial. Prefiero hacerlo así, públicamente, como ustedes lo han hecho y con la lealtad de aquel que no puede ni debe esconderse, pues no ha dicho nada ni contra la doctrina ni contra la moral cristiana. Sólo he roto el bozal del pensamiento único y he entrado en la arena del ruedo por la puerta que ustedes mismos me han abierto.


Si defienden la legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basen en la dignidad inalienable de los pueblos y de las personas, espero que respeten también la mía y de tantos otros, pues ustedes ya se han posicionado con la suya; y que no reduzcan al silencio a los discrepantes, con el argumento de autoridad de la obediencia debida.

Ya sé que la discrepancia contra el pensamiento único se castiga severamente. Ya han visto cómo han reaccionado contra el autobús discrepante. Estoy dispuesto a pagar el precio con que se castiga ésta. La defensa de la verdad tiene un precio, ya muy alto en esta sociedad que galopa hacia el totalitarismo. En la refriega en que estamos, es difícil evitar el fuego enemigo, tan fanático. Por eso daré gracias a Dios si consigo esquivar el fuego amigo. Y me aplico el cuento del cartel de esos reivindicadores del derecho a decidir (sólo lo que el poder decida que podemos decidir): Procura que tu prudencia no se convierta en traición. En mi caso, traición al Evangelio, a la Iglesia y al Pueblo de Dios. 

jueves, 29 de julio de 2021

El Milagro de Empel

BATALLA del MILAGRO de EMPEL. Dios es español, dijo el almirante holandés Holak

BATALLA del MILAGRO de EMPEL
Santiago Clavijo
29 JUL 2021


Entrevista a Sánchez de Toca y Catalá: 
«Los holandeses de entonces dijeron que "Dios era español"» 
¿Qué hay de verdad y qué de leyenda en el milagro de Empel?

El hecho es incontrovertible. Los tercios estaban dispuestos al suicidio colectivo -así lo propuso un capitán-, asediados en un dique por la escuadra holandesa, cuando la súbita e imprevista helada congeló las aguas. Los holandeses tuvieron que marcharse a aguas libres bajo el fuego de los tercios. Los holandeses de entonces dijeron que «Dios era español», y después que fue un insólito concurso de circunstancias fortuitas. Para españoles e italianos -que los había y muchos- no cabía duda que era un milagro, asociado a la vigilia de la Inmaculada y al hallazgo de un cuadro de la Purísima esa misma noche.

-¿Cómo definiría la actuación de Bobadilla?

-Bobadilla actuó con serenidad y esperanza, infundió en sus hombres fe en que vendría ayuda del Cielo. La Sagrada Escritura dice que el miedo no es otra cosa que la falta de confianza en el auxilio divino, y Bobadilla le supo transmitir esta convicción a sus hombres, que estaban al borde de soluciones extremas. Un gran jefe y un gran creyente -con razón-, como se vio.

En Flandes, quince años después de la batalla de Lepanto, el 7 de diciembre de 1585, El Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla combatía en los Países Bajos defendiendo los intereses de España y en contra de los rebeldes protestantes holandeses.

Hacía mucho frio y los 5.000 soldados del Tercio estaba apelotonados en un pequeño montículo rodeado por las aguas del rio Mosa. Completamente bloqueados, sin víveres, ni leña, ni ropa seca. Sufrían el durísimo castigo de la artillería de la escuadra del Almirante Holak. Sin esperanza de auxilio y refuerzos, la situación era desesperada. Se habló de suicidio antes que entregarse a las tropas enemigas. Pero esta vez iba a hacer falta un auténtico milagro para obtener una rotunda victoria y salvar sus vidas: el Milagro de Empel.

Antecedentes Históricos de la Batalla de Empel

La batalla o Milagro de Empel forma parte de las acciones bélicas de la Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes . La guerra se inició en 1568 y finalizó con la Paz de Westfalia en 1648.

Durante este largo periodo se enfrentaron a las diecisiete provincias de los Países Bajos contra su soberano, el Rey de España. La rebelión finalizó con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas (actuales Bélgica y Luxemburgo). Permanecieron leales a la Corona Española los territorios de Lieja que formaban parte del Sacro Imperio Romano Germánico.

Flandes tenía gran importancia geoestratégica para el Imperio Español. Representaba una amenaza permanente para Inglaterra, Francia y Alemania. En aquella época, Felipe II y toda su Corte, estaban convencidos de que España era el guardián del Catolicismo en Europa. Durante las Guerra de Flandes tuvieron lugar numerosas batallas, destacamos , además de la de esta página, el Asedio de Breda, la Batalla de Rocroi, Jemmingen, Haarlem, Ostende y Amberes . Los personajes más influyentes a los largo del periodo, el Duque de Alba, Alejandro Farnesio, Guillermo de Orange, Isabel I de Inglaterra, Ambrosio Spínola, don Juan de Austria.

La Guerra de los Ochenta años se inició con la batalla de Heiligerlee el 23 de mayo de 1568. Las tropas de Luis de Nassau, hermano de Guillermo de Orange, vencieron a las tropas locales del Imperio. Posteriormente el ejército de Luis de Nassau sería derrotado por los tercios del duque de Alba en la batalla de Jemmingen. El ejército holandés quedó completamente destrozado.

El 30 de enero de 1648 la Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes terminó con el tratado de Münster. Este tratado, firmado entre España y las Provincias Unidas, era una parte de la Paz de Westfalia que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años.

Comienza la Batalla del Milagro de Empel

Cuando recuperó Amberes, en el verano de 1585, Farnesio se sintió en condiciones de acudir a las "islas de Gelanda y Holanda " cuyas poblaciones católicas oprimidas por los rebeldes protestantes le pedían auxilio. Farnesio mandó los tercios a la isla de Bómel, situada entre los ríos Mosa y Waal y en respuesta a esta maniobra, el almirante rebelde Holak situó su flota de 10 navíos entre el dique de Empel y la ciudad de Bolduque - Hertogenboch, bloqueando por completo a los españoles. Ahora el Tercio estaba al alcance de la artillería de la flota enemiga y sería fácil de rendir. Estaba claro, el Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla no aguantaría mucho.

Reconociendo su superioridad táctica y con objeto de evitar posibles bajas , Holak que conocía a los españoles, les propuso a una rendición honrosa; pero su respuesta fue clara:

“Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. 
Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.

El orgullo y altanería de los españoles provocó a Holak y decidió el exterminio total de los soldados españoles. Ordenó abrir los diques del canal del rio Mosa, que trascurría por encima del nivel del campamento del Tercio, provocando la inundación de la Isla de Bomel. Los españoles, que estaban alojados en la zona de los pueblos de Dril, Rosan, Herwaardefl y Hurwenen tuvieron el tiempo justo de subir a refugiarse en los diques Las aguas inundaron rápidamente el campamento donde estaban acampadas las fuerzas española, solo quedó como tierra firme el pequeño montecillo de Empel, donde se refugiaron los 5.000 soldados del Tercio para evitar morir ahogados.

"La inundación echó el río sobre casi toda la isla con tanta presteza que apenas tuvo tiempo Bobadilta para llevar tras el Mosa al lugar de Empel y a otros de la vecindad las tropas, artillería y vituallas. Pero ni aquí les dejó Libres la corriente del río, porque si bien los españoles habían tomado los puntos más altos,... el campo desde la isla Bomel a Boldu que era algo más bajo y facilmente llamó a sí las aguas ... y menos unos altos a los que habían subido los soldados, el otro campo del río parecía un mar hinchado ".
Por la tarde la flota rebelde disparó el fuego de su artillería, arcabuces y mosquetes sobre los infantes españoles que se apiñaban en el dique de Empel. La situación era límite los españoles se apiñaban en el montecillo con la ropa húmeda sin comida, ni leñal. Ahora ya eran presa fácil del enemigo. Los soldados del Tercio Viejo estaban en clara inferioridad, habían quedado sitiados por las tropas enemigas y sin posible escapatoria habían decidió clavarse al suelo hasta el final. Pero esta vez, iba a hacer falta un auténtico milagro para obtener una rotunda victoria y salvar sus vidas, el Milagro de Empel.

El sábado 7 de diciembre de 1585, la situación era desesperada. En el momento más crítico, según cuenta la tradición, un soldado del Tercio mientras cavaba una trinchera o su propia tumba, encontró allí enterrada una tabla flamenca de vivos colores con la imagen dibujada de la Inmaculada Concepción. Este hecho levantó la moral de la tropa, pues era la víspera de la Inmaculada. Colocaron la imagen en un improvisado altar sobre una bandera con la Cruz de San Andrés y de rodillas entonaron acto seguido la Salve.

" En ésto, estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Como si hubiera descubierto un tesoro acuden de las tiendas cercanas. 

Vuela allá el mismo Maestre de Campo Bobadilla .Llevanla pues como en procesión al templo entre las banderas la adoran pecho por tierra todos: y ruegan a la Madre de los Ejércitos que pues es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella asechanzas de elementos y enemigos: que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que prosiguiese y llevase a cabo su beneficio ".

"Pusieron la tabla en una pared de la iglesia, frontero de las banderas, y el Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le digesen una salve, y lo continuaban muy de ordinario. Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día".

El maestre Bobadilla convocó a la junta de capitanes para tomar una decisión. Les propuso quemar las banderas del Tercio y hundir la artillería para que no cayese en manos del enemigo. Al llegar la noche atacarían con las pleytas ( barcazas) a las principales naves rebeldes. Algunos capitanes propusieron al maestre matarse unos a otros, lo mismo que hicieron los arévacos en Numancia, y de esta forma evitarse morir a manos del enemigo. El Maestre de Campo no quiso oírlo y los animó de nuevo a que luchasen hasta la muerte y encomendasen su vida a la Virgen Inmaculada.

"¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?"

"¡Si queremos!" fue la respuesta unánime de aquellos infantes españoles.

Milagro de Empel

Durante la madrugada del 7 al 8 de diciembre , empezó a soplar un viento del nordeste terriblemente gélido y empezó a helar, algo que no pasaba desde hace mucho tiempo y que tampoco pasaría en los años siguientes. Las aguas del rio Mosa terminaron por helarse rápidamente. Esta circunstancia hizo que los infantes españoles vieran la posibilidad de atacar a la flota enemiga desde la superficie firme que ofrecia el hielo.

Bobadilla ordenó al Capitán Cristóbal Lechuga que tuviera listos doscientos hombres y tres piezas para atacar al enemigo. De esta forma, al mando del Cristóbal Lechuga los infantes españoles marcharon sobre el hielo y atacaron por sorpresa desde el hielo a los barcos rebeldes al amanecer del 8 de diciembre.

Los tercios combatieron con extrema contundencia animados por la sed de venganza por el asedio de los holandeses. Los rebeldes caían ante las armas española sin posibilidades de reaccionar. Los infantes españoles tomaron prisioneros y capturaron y quemaron todos los barcos de la flota enemiga.

Durante el 9 de diciembre el Tercio cargo con rabia contra el fuerte holandés situado a la orilla del río Mosa. La posición defensiva fue tomada por los españoles y los holandeses huyeron en desbandada aterrorizados por la furia de los arcabuceros y piqueros españoles.

La victoria española fue tan completa que el almirante Holak llegó a decir:

“Tal parece que Dios es español al obrar, 
para mí, tan grande milagro”.

"cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos"

Al día siguiente mejoró el tiempo y los españoles pudieron volver en barcas a Bolduque . Los infantes de Bobadilla estaban agotados, fueron acogidos y curados por la población de Bolduque. Muchos morirían por las penalidades sufridas y otros perdieron pies y manos por congelación. Los tercios españoles había pasada un momento muy crítico y se había salvado de milagro. La ciudad recibió como testimonio de agradecimiento de Farnesio y del propio Felipe II, un cáliz de oro y ochenta vacas para limosna de pobres. Los extraordinaros acontecimientos de esta angustiosa semana se divulgaron rápidamen.

Los católicos holandeses calificaron los sucesos que habían dado lugar a la salvación de los españoles del ejército del Rey como "Het Wonder van Empel", "el milagro de Empel". El 8 de diciembre de 1585 entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia. Pero habría que esperar 269 años para que la bula del Papa Pío IX, Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 proclamase como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima. Posteriormente, el 12 de noviembre de 1892 por real orden de la Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo, se dice: “Declara patrona del Arma de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción”

****NOM-ONU-ABORTO: El nuevo DERECHO

El aborto nuevo derecho humano
 7/7/2021 


La idea de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue elaborada en la declaración emitida en la Conferencia de Yalta celebrada por los aliados del 4 al 11 de febrero de 1945. En ella, Roosevelt, Stalin y Churchill, a fin de mantener la paz y seguridad internacionales, fomentar relaciones de amistad entre las naciones y promover el progreso social, la mejora del nivel de vida, al tiempo que se reemplazaba a la Sociedad de Naciones, fundada en 1919, ya que dicha organización había fracasado en su propósito de evitar otro conflicto internacional.

Después de ciertos avatares entre los distintos Estados miembros, el 25 de abril de 1945 se celebró la Conferencia de San Francisco sobre su organización internacional y el 25 de junio de 1945 se firmó la carta de las Naciones Unidas, entrando en vigor el 24 de octubre de ese mismo año.

Esos eran los propósitos razonables y plausibles que se expusieron a la opinión pública, para tres años después la Asamblea General, principal órgano deliberativo de la ONU tomase las decisiones sobre cuestiones consideradas importantes, como, por ejemplo, las recomendaciones relativas a la paz y la seguridad, la admisión de nuevos miembros y las cuestiones presupuestarias, requiriendo una mayoría de dos tercios. Las decisiones sobre otras cuestiones se deciden por mayoría simple. Y así, el 10 de diciembre de 1948 proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, desde entonces el 10 de diciembre se conmemora el Día Internacional de los Derechos Humanos. Primer gol del trio de la bencina o representantes del contubernio judeo-masónico-comunista, formado por los personajes representativos de Yalta:


El Presidente de la Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, era un masón de total convicción; al respecto, se cuenta que después de haber tomado posesión como Presidente de los Estados Unidos, y vistiendo el traje que utilizó en la ceremonia de toma de posesión, concurrió a Logia Architec Lodge # 519, en la cual uno de sus hijos fue promovido al grado de Maestro Masón. A esta logia pertenecieron también otros dos de sus hijos, James y Franklin Jr.

Churchill fue iniciado en la masonería en 1903 en la logia masónica United Studholme 101 de Londres. No hay duda de que comprendía el mundo esotérico (Todo el desarrollo de su jardín en Westerham, realizado por él mismo en sus años de exilio político, es esotérico), entre sus amigos íntimos se contaban el vizconde Frederick Leathers y el conde de Selborne, miembros del Priorato de Sión.

El Comunista Joseph Stalin cuyo nombre era Iosif David Vissarionovich Dzhugashvili, (significa, en georgiano, hijo de israelita; «shvili», hijo, y «Djuga», israelita), era descendientes de leñadores judíos, sus padres era judíos nacidos en Tskhinvali (ahora Stalinessere). Judío que, paradójicamente, practico el antisemitismo.

El primer fruto refleja, sin lugar a dudas, su procedencia y su futuro, en el artículo 1 de la Declaración de los Derechos Humanos que dice así: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

De hecho, el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, propio de los masones, es algo insólito, ya que de su libertad es igual a cero, puesto que están atados a la logia, de fraternidad, ídem de ídem, pues solo se practica son sus “hermanos”, y, por último, en cuanto a la igualdad, que se sepa, solamente tienen 33 grados diferentes.


Precisamente, haciendo gala de esta trilogía deberían haber publicado ese mismo día las correspondientes Obligaciones Humanas. Porque su desconocimiento y desprecio a estas obligaciones y responsabilidades, han acarreado enemistad y desunión, ya que siendo como son, inherentes al comportamiento de todos los seres humanos, su omisión, ha originado constantemente actos de injusticia entre los miembros de la sociedad, que han alterado la convivencia pacífica, y fomentado el odio y el rencor de unos contra otros, estimulando la violencia y poniendo en peligro la paz que debe presidir siempre las relaciones humanas.

Hemos de tener en cuenta que es esencial para la convivencia, que las obligaciones humanas sean fomentadas a todos los niveles en un régimen de Derecho y que se basen en el respeto mutuo a la persona, y a su intrínseca dignidad.

Cuando no existe el respeto entre las personas individualmente consideradas, como entre las agrupaciones políticas, económicas, culturales y religiosas, es necesario promoverle obligatoriamente. Igualmente deben existir entre los pueblos y las naciones para fomentar su respeto en el seno de sus relaciones internacionales en las Naciones Unidas y en todos los foros de la Comunidad internacional.


Amén de que todas las personas están obligadas a respetar la vida ajena, desde el mismo instante de su concepción en el que el ser humano comienza a ser persona en gestación y desarrollo, científicamente hablando, hasta su muerte natural. No hacerlo así, es contrario a Derecho.

Pues bien, yendo al meollo, a pesar de que en la mayoría de los países del continente el aborto es legal, el Parlamento Europeo ha sentenciado un informe para instar a los países miembros a eliminar cualquier obstáculo en el acceso al aborto, y considerarlo como un “derecho humano” (que más bien es un derecho femenino, porque al padre no tiene derecho a opinar). El denominado “Proyecto Matic” (1) sobre “la situación de la salud y los derechos sexuales y reproductivos en la Unión Europea, en el marco de la salud de la mujer” pretende además que esta práctica sea garantizada por la sanidad pública de los países miembros, aunque ello suponga menoscabar el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios.

¡He ahí el nuevo derecho humano! Reconociendo, el perverso liberalismo político, unos logros positivos, pretendiendo que el sistema democrático del consenso mayoritario, sea la fuente de la verdad, cuando es un totalitarismo relativista.

Es tal el confusionismo existente entre derechos humanos positivos que protegen a la mujer contra la esterilización y aborto forzoso, la mutilación genital, los efectos dañinos de algunos anticonceptivos, la violación, etc., y los derechos humanos adulterados al aborto, a la anticoncepción, a la libre opción sexual, etc.


Hay que tener en cuenta que este “derecho humano” socava la dignidad y la singularidad de las mujeres como madres. En lugar de ofrecer verdaderas opcionales a las mujeres que están embarazas, e informarlas objetiva y debidamente, tal y como se espera en cualquier ámbito sanitario, las ofrece, como opción única o preferente, el asesinato de su propio hijo, que lleva en su vientre. Esto, como vemos, atenta directamente contra la dignidad de la mujer en su maternidad y también afecta el derecho a la objeción de conciencia, proponiendo la anticoncepción y el aborto o infanticidio en lugar de la maternidad. Amén de que nunca ha sido reconocido por ningún tribunal internacional como derecho humano

La Unión Europea, siguiendo este procedimiento de incluir derechos espurios y contra natura, posiblemente en el próximo aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos (10-12-21) aprueben como derecho humano el matrimonio gay, la salud sexual y reproductiva, la ideología de género, el amancebamiento, la eutanasia obligatoria para ciertas edades, o cualquier aberración que propongan los hijos de la viuda y sus dirigidos.

(1) Predrag Fred Matić, autor de este proyecto, (nacido el 2 de junio de 1962) es croata socialista, miembro del Parlamento Europeo por Croacia desde 2019. Anteriormente se desempeñó como Ministro de Asuntos de los Veteranos de 2011 a 2016, en el Gabinete de Zoran Milanović. 

miércoles, 28 de julio de 2021

¿Es lícito luchar por Cristo?. Los Santos en las Cruzadas. Legítima defensa y Guerra justa

Legítima defensa y Guerra justa
Santiago Clavijo
28 JUL 2021
Catecismo 2309
Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a ésta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
— Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
— Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
— Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
— Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”. La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.

¿Es lícito luchar por Cristo?
InfoCatólica-Javier Olivera Ravasi (17/1/15): Suele haber entre los cristianos un cierto complejo cuando se oye hablar de la “guerra por Cristo” o de “dar la sangre por defender la Fe”. El enemigo de la Iglesia Católica ha venido repitiendo hasta el cansancio que “el valor supremo es la Paz” y que nada puede oponérsele, sea cual fuere el motivo de la contienda.
Dicha posición ha sido calificada como la“herejía” del “irenismo” (de eirene, en griego, “paz”); en resumen, esta postura dice que siempre hay que aguantar cualquier tipo de agresión, tanto a uno mismo como a un tercero y jamás responder con violencia.

Pero esto no ha sido así siempre y si algo fue verdad antes, también puede serlo ahora. La Iglesia no nació ayer y el problema de la guerra ha existido desde la creación del mundo; en el ámbito de la teología se denomina con las palabras de “guerra justa” al modo de oponer, contra malicia, milicia…, máxime cuando se trata de defender lo propio o lo de un tercero.
Ya la Sagrada Escritura tiene innumerables testimonios del uso de la violencia ordenadamente. El mismo Señor, en un pasaje que los pacifistas prefieren olvidar, tomó unas cuerdas y haciendo un látigo expulsó a los mercaderes del Templo en razón del celo que le causaban las cosas de Su Padre (Jn 2,15).


Pero ya desde san Agustín y san Ambrosio, dos santos padres de la Iglesia (siglos IV y V), se fue gestando la sana doctrina del uso de la violencia como parte de la virtud cardinal de la fortaleza. El cristiano amará la paz, pero conocerá que muchas veces es necesario alcanzarla y sostenerla por vía del combate.
Como bien señala san Isidoro, “ninguna guerra puede ser justa, a no ser por causa de vindicta o para rechazar al enemigo” (Etimología, XX), pero en esos casos la acción punitiva será un recurso honesto. Y de tanta honestidad que, al decir de Nico­lás I, estando en juego las leyes de Dios, la defensa propia, “la de la patria y la de las normas ancestrales”, ni siquiera la Cuaresma podría suspenderla o postergarla (Responsa Nicolai ad consulta Bulgarorum, 46). Defender a Dios y a la Patria son obligaciones tan graves para el cristiano, que por cumplirlas debe estar dispuesto a armarse “en la milicia temporal”, con una conducta tal –dice Radero– “que no pierda en modo alguno el alma que vive para siempre” (Praeloquiorum Libri sex, 1,11). Opiniones firmes y unívocas que de un modo u otro reiteraron Pedro Damián o el Obispo Rufino, san Anselmo de Canterbury, Yves de Chartres, Abelardo o Alejandro II, entre otros.

En el esplendor del siglo XIII, sus sabios y sus santos volvieron a reiterar la doctrina de siempre: Raimundo de Peñafort en la Summa de Paenitentia, Enrique de Susa en su Summa Áurea, Alejandro de Hales en De lege punitionis, y el gran san Buenaventura quien comentando el Evangelio de san Lucas, dirá rotundamente que “hay causa conveniente (de guerra lícita) cuando se trata de la tutela de la patria, de la paz o de la fe” (Commentarium in Evangelium Lucas, III, 34). El mismo santo Tomás de Aquino trató el tema profusamente en varias de sus obras teológicas justificando e incluso compeliendo a la guerra cuando se trata de salvaguardar un derecho. 

Otro tanto se encontrará en los tra­tadistas de las centurias posteriores, autores de grandes Summas orientadoras, como la Astesana, la Pisana o la Angélica, hasta que en la España del siglo XVI brillan las cumbres de la teología abocadas a tan candente problema. Los nombres de Vitoria, Cayetano, Martín de Azpilcueta, Domingo de Soto o Melchor Cano no necesitan presentación ni comentario, aunque el especialista pudiera –con todo derecho– señalarnos otros tantos como los de Alfonso de Castro, Diego de Covarrubias, Domingo Báñez, Luis de Molina o Francisco Suárez. Los argumentos fluyen y discurren apasionadamente, ora en contradicción, ora en concordia, ri­cos en casos, ejemplos, situaciones y condiciones, pero ninguno de ellos cree que el católico deba claudicar pasivamente en la defensa de sus principios.

Más próximo a nosotros, el Papa Pío IX, condenó en el Syllabus los enunciados pacifistas, y el mismo Benedicto XV –a quien le tocó regir la Iglesia durante la Primera Guerra Mundial– distinguió entre los horrores de la contienda, la conveniencia de una verdadera paz y la doctrina moral tradi­cional que justifica determinadas luchas. Pío XI, como bien se sabe, apoyó y bendijo sin reservas la Cruzada Española de 1936 y la noble resistencia cristera de los católicos mexicanos (1926-1929), en documentos tan límpidos como emocionantes y aleccionado­res, siendo su sucesor Pío XII quien nos ha legado quizás, en­tre los pontífices modernos, las más elaboradas razones sobre la paz y la guerra, las armas y la justicia, y el deber cristiano de hacer frente a la iniquidad. 

No la inmoralidad de la guerra de agresión, enseña Pío XII, no el armamentismo provocador y amenazante ni la “monstruosa crueldad de las armas mo­dernas”, pero tampoco la tibieza, la pusilanimidad y la paz a todo precio. Siempre será “moralmente lícito o incluso, en algunas circunstancias concretas, obligatorio, rechazar con la fuerza al agresor… Un pueblo amenazado y víctima de una injusta agresión, si quiere pensar y obrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferencia pasiva… y si no quiere dejar las manos libres a los criminales internacionales, no le queda otro remedio que prepararse para el día en que tendrá que defenderse”[2].

Por último, no podemos dejar de citar las palabras del recientemente beatificado Juan Pablo II cuando visitó su Polonia natal y recordó la gran gesta polaca:
Ser cristiano quiere decir vi­gilar, como vigila el soldado durante la guardia… !Vigilar significa custodiar un gran bien… significa percibir agudamente los valores que existen en la vida de cada hombre por el simple hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios y haber sido redimido con la sangre de Cristo. Vigilar quiere decir recordar todo esto… Hay pues que vigilar y cuidar con gran celo… No puede permitirse que se pierda nada de lo que es cristiano sobre esta tierra[3].

La lucha es, con frecuen­cia, una necesidad moral, un deber. Manifiesta la fuerza del carácter, puede hacer florecer un heroísmo auténtico. ‘La vi­da del hombre en esta tierra es un combate’, dice el Libro de Job; el hombre tiene que enfrentarse con el mal y luchar por el Bien todos los días. El verdadero bien moral no es fácil, hay que conquistarlo sin cesar, en uno mismo, en los demás, en la vida social e internacional[4].

Como vemos, el luchar cuando hay que hacerlo, no solo es un derecho en el cristiano sino, en algunos casos, hasta un deber. Que no te la cuenten…
[1] Para esta parte seguimos a Antonio Caponnetto, El deber cristiano de la lucha, Scholastica, Buenos Aires 1992, 318-322.
[2] Pío XII, Mensajes de Navidad, (1945) y siguientes.
[3] Cfr. Juan Pablo II, Peregrinación Apostólica a Polonia, BAC, Madrid 1979, 136-137.
[4] Palabras de Juan Pablo II a André Frossard. Cfr. André Frossard, No tengáis miedo. Diálogo con Juan Pablo II, Plaza y Janes, Barcelona 1982, 220.

InfoCatólica-Javier Olivera Ravasi (20/1/15): Pero volvamos a nuestro tema; los musulmanes habían irrumpido violentamente al punto de hacer peligrar a la misma Europa en su asalto. Se trataba de ir a la reconquista de Tierra Santa. El hombre medieval conocía esa tierra hasta en sus más ínfimos detalles, ya que había sido espiritualmente alimentado desde su más tierna infancia con las Sagradas Escrituras. Todo le resultaba familiar, la cueva de Belén, el pozo de Jacob, el Calvario, los lugares por los que viajó San Pablo, los salmos que narraban la belleza de aquellos parajes…, todo le hablaba de los Santos Lugares. Por otra parte, en la época feudal, montada toda ella sobre el fundamento de posesiones concretas, parecía obvio que la Tierra del Señor fuese considerada como el feudo de la Cristiandad; pensar lo contrario hubiese implicado en cierta manera una injusticia.

Algunos historiadores modernos, influenciados por la ideología marxista, han asignado a las Cruzadas razones únicamente de índole económica. Pero, como bien señala Régine Pernoud, semejante interpretación no es sino el fruto de una extraña transposición del pasado a la mentalidad de nuestra época, que todo lo ve a la luz de ese prisma. Mucho más cerca de la realidad estaba Guibert de Nogent, abad benedictino del primer cuarto del siglo XII, cuando en su “Historia de las Cruzadas” aseguraba que los caballeros se habían impuesto la tarea de reconquistar la Jerusalén terrena con el fin de poder gozar de la Jerusalén celestial, de la que aquella era imagen. Es de él la célebre frase que se repetía en Francia para mostrar la valentía de los hijos de Clovis: “Gesta Dei per francos” (“los hechos memorables de Dios a través de los franceses”).

Las Cruzadas iban a durar casi hasta fines del siglo XIII, y durante su entero transcurso estarían en el telón de fondo de todos los acontecimientos de la época, fueran estos políticos o religiosos, económicos o artísticos. Se suele hablar de ocho cruzadas, pero de hecho no hubo un año en que no partiesen de Europa contingentes más o menos numerosos de «Cruzados», a veces sin armas, conducidos sea por señores de la nobleza, sea por monjes. Por eso parece acertada la opinión de Daniel-Rops de que no es adecuado hablar de «las Cruzadas», sino más bien de «la Cruzada», único y persistente ímpetu de fervor, ininterrumpido durante dos siglos, que arrojó a lo mejor de Occidente de rodillas ante el Santo Sepulcro[1].

La primera oleada de la marea fue tan incontenible que la jerarquía de la Iglesia no pudo mayormente influir sobre ella. Fue la Cruzada “popular”, convocada por un religioso de Amiens, Pierre l’Ermite (Pedro el Ermitaño), hombre carismático y austero, a quien siguió toda clase de gente: algunos caballeros, por cierto, pero también numerosos mendigos, ancianos, mujeres y niños. Esa caravana de gente humilde que se ponía en camino para reconquistar un pedazo de tierra entrañable, ha sido un fenómeno único en la historia. Recordemos que en la Edad Media la guerra era prerrogativa de la nobleza y de los caballeros, y por eso resultaba tan exótico que aquellos aldeanos apodados paradojalmente «manants», es decir, los que «se quedan», se transformasen súbitamente en guerreros. La historia empezaba a convertirse en epopeya. Militarmente hablando, el proyecto de Pedro el Ermitaño acabó en un resonante fracaso, como era de esperar. Sin embargo no lo consideraron así sus contemporáneos. Porque, según señala con acierto Pernoud, en aquellos tiempos no se esperaba necesariamente que el héroe fuese eficaz:


“Para la antigüedad, el héroe era el vencedor, pero, como se ha podido comprobar, las canciones de gesta ensalzan no a los vencedores sino a los vencidos heroicos. Recordemos que Roldán, prácticamente contemporáneo de Pierre l’Ermite, también es un vencido. No debemos olvidar que nos hallamos ante la civilización cristiana, para la cual el fracaso aparente, el fracaso temporal y material, acompaña a menudo a la santidad, a la par que mantiene su fecundidad interna, fecundidad a veces invisible de inmediato y cuyos frutos se manifestarán posteriormente. Tal es, no lo olvidemos, el significado de la cruz y la muerte de Cristo. En ello estriba toda la diferencia entre el héroe pagano –un superhombre– y el héroe cristiano, cuyo modelo es el crucificado por amor”[2].

Sea lo que fuere, al mismo tiempo que Pedro el Ermitaño lanzaba sus turbas, los nobles preparaban todo con gran seriedad, constituyendo varios cuerpos de ejército, cuatro en total. El primero de ellos estaba formado por belgas, franceses y alemanes cuyo jefe era el duque Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena; un hombre espléndido desde todo punto de vista, fuerte, valiente, de un vigor extraordinario, a la vez que sencillo, generoso, y de piedad ejemplar, el paradigma del Cruzado auténtico, casi un santo. Las crónicas relatan que cuando entró en Jerusalén el año 1099, se negó a aceptar el título de rey de Jerusalén, por no querer ceñir corona de oro allí donde Jesús había llevado una corona de espinas. Cuando murió en 1100, su hermano Balduino tendría menos escrúpulos, y con él comenzaría formalmente el Reino Franco de Jerusalén y la instauración de una Monarquía feudal.
Este no es un dato menor, ya que prueba una vez más que el espíritu de la Cruzada fue el de la Cristiandad Feudal, al punto tal de trasladar su estructura, incluso sus castillos, que en última instancia, fue lo que posibilitó el gobierno cristiano por casi un siglo en tierra Oriental[3].

Uno de los datos poco recordados, es que hasta los santos asistieron y promovieron las Cruzadas, cosa que veremos en el próximo post.
[1] Daniel-Rops, op. cit., 538.
[2] Régine Pernoud, op. cit., 55-56.
[3] Cfr. Hillaire Belloc, Las Cruzadas, Emecé, Buenos Aires 1944, 183-188.


¡Hasta los santos en las Cruzadas!
InfoCatólica-Javier Olivera Ravasi ( 21/1/15): Como dijimos anteriormente, la entera Cristiandad se sintió galvanizada por el ideal de las Cruzadas. Hasta un espíritu tan apacible y sereno como el de san Francisco, no ocultó su entusiasmo por la empresa. Ya desde su juventud, se había sentido deslumbrado por el estilo de vida caballeresco, que llegaba entonces a la península italiana a través de los Alpes.
Ahora bien, su conversión, lejos de hacerle abandonar aquellos ideales en aras del ascetismo monástico tradicional, le confirió una nueva significación que inspiró toda su misión religiosa. Los ideales de su fraternidad se basaron más en los de la caballería romántica que en los del monaquismo benedictino. No puede resultar insólita la atracción que ejerció la tierra donde nació y murió Nuestro Señor sobre aquél que quiso tomar el Evangelio al pie de la letra. Sus “Hermanos Menores” constituirían una suerte de Caballería espiritual, dedicados al servicio de la Cruz y al amor de la Dama Pobreza, que llevarían a cabo hazañas espirituales sin temor a los riesgos y peligros que pudiesen encontrar en su senda[1]. San Francisco encarnaba al mismo tiempo al pobre y al caballero, es decir, las dos fuerzas que reconquistaron Jerusalén.

Para poner un ejemplo de su vida, en 1219, los cruzados que sitiaban Damieta, ciudad cercana al Nilo, vieron llegar un día, según cuenta Jacques de Vitry[2], a “un hombre sencillo y no muy culto, pero muy amable y tan querido de Dios como de los hombres, el Padre Francisco, fundador de la Orden de los Menores”. Tras convivir por algún tiempo con los caballeros cruzados se propuso nada menos que pasar al campamento de los infieles. Cuando los caballeros se enteraron de semejante decisión, al parecer, completamente temeraria, no podían contener la risa. Pero Francisco persistió en su idea, y en compañía de Fray Iluminado, se dirigió hacia las líneas enemigas. Al verlos, los centinelas musulmanes se abalanzaron sobre ellos, dispuestos a apalearlos. Entonces Francisco comenzó a gritar: «¡Sultán! ¡Sultán!». Creyendo los guardias que se trataba de parlamentarios, luego de encadenarlos, los condujeron hasta donde estaba el Sultán. Los frailes, sin más trámite, lo invitaron a convertirse al cristianismo, causando la risa de todos los presentes. Sin embargo, dicha osadía le cayó en gracia al Sultán que, perdonándoles la vida, les hizo acompañar de nuevo al campamento cristiano.

Pero una de las formas más asombrosas que tomó esta epopeya a comienzos del siglo XIII fue la que se llamó Cruzada de los Niños. El hecho tuvo su origen en la convocatoria de un pastorcito, Esteban de Cloyes, quien aseguró que el Señor se le había aparecido y le había dado la orden de liberar el Santo Sepulcro. Lo que los caballeros se habían mostrado incapaces de realizar lo harían ellos, los niños, con sus manos inocentes. Como en los días de Pedro el Ermitaño, miles de adolescentes se enrolaron en las filas de Esteban y tomaron la Cruz. A pesar de la prohibición del rey de Francia, los jóvenes cruzados atravesaron dicho país y llegaron a Marsella, donde se embarcaron en siete galeras; dos de ellas naufragaron y otras dos llegaron a Argelia, donde los adolescentes fueron vendidos como esclavos. También en Alemania se organizó poco después una Cruzada semejante, pero los que la integraban acabaron dispersándose, agotados y hambrientos, por los caminos de Italia. “Estos niños nos avergüenzan –exclamó Inocencio III, cuando se enteró de tales sucesos; nosotros dormimos, pero ellos parten…”.

Hubo de todo y para todos los gustos, pero siempre el fin era el mismo: recuperar los Santos Lugares que habían sido arrebatados por los moros. Sin duda que hubieron también ejemplos no tan edificantes como el de San Francisco. Citemos el caso de Federico II Hohenstaufen, nieto del conocido Federico Barbarroja: se trataba de un curiosísimo personaje, luego de haber sido excomulgado por el Papa, se embarcó en una Cruzada logrando el éxito imprevisto al punto de coronarse a sí mismo en el Santo Sepulcro.
En su comitiva, sin embargo, poseía un verdadero harén en el que había sobre todo mujeres moras y sus costumbres era más que reprochables, al punto que sus estrechos lazos de amistad con los musulmanes lo hicieron sospechoso de haberse convertido en secreto al islamismo, acusación no suficientemente fundada, ya que lo que al parecer más apreciaba del Islam no era tanto su doctrina cuanto la voluptuosidad de las costumbres musulmanas. Singular figura la de este Emperador que en pleno siglo XIII preanuncia, como algunos lo han señalado, el estilo de los príncipes del Renacimiento, tal y como lo delinearía Maquiavelo. En nuestro siglo ciertos historiadores lo han cubierto de elogios, creyendo ver en él al precursor del “déspota ilustrado”, escéptico, tolerante, culto, en resumen, un soberano de ideas “modernas” perdido en el mundo feudal, pero cruzado…

En contraposición tenemos dos grandes figuras que al menos nombramos: Balduino IV, quien llegaría a ser rey de Jerusalén (joven simpático y atractivo, de apenas 17 años) y el ya nombrado Godofredo de Bouillon, gran conquistador del Santo Sepulcro. Ambos se disputan las muestras de coraje de por aquel entonces.
No faltaron tampoco las mujeres que, recordando el celo por la casa de Nuestro Señor, también quisieron participar de este momento único donde el cielo estaba barato[3].

Dueñas de tanta o más fe y de vigor que sus cónyuges, compartieron con ellos penurias e ilusiones, y al buen decir de Quevedo, “acompañaron el lado del marido, más veces en las huestes que en la cama”. Estuvieron en los sitios de Antioquía y de Acre, calmando la sed y las he­ridas, dando ánimo sin reclamar mayor distinción que la de tener un puesto a la ho­ra del sacrificio.

Solo para no que no se pierdan en el laberinto de la historia, recordemos algunos casos: Adela, echó de su casa a su marido Etienne de Blois por haber desertado del Cerco de Antioquía; el esposo, viendo que no encontraba refugio ni en su propia morada y digno al fin, regresó para derramar su sangre en Tierra Santa y ganarse el amor de aquella alma varonil. Elvira de Aragón, por su parte, partió hacia Oriente con su esposo Raimundo de Saint Gilles, perdió un hijo y engendró otro, y no temió a las inclemencias del camino ni a la gravedad de las circuns­tancias; Idia de Austria, la mujer del duque Welf de Baviera, tomó la cruz a la par de los hombres y participó en Heraclea de las gestas sin fin.

Son solo algunos casos, pe­ro podrían multiplicarse. De esta época son asimismo algunas coplas que aluden a doncellas guerreras, hijas de padres an­cianos sin descendencia masculina, que imposibilitados ellos de concurrir al combate, enviaban a sus niñas vestidas de va­rón. Y de otras tantas coplas, no menos ilustrativas, en las que se narran aquellos patéticos casos de esposos dados por muertos en la lucha y que vuelven un día, milagrosamente, después de añares, para encontrarse con la fidelidad intacta de la esposa; tan intacta como su esperanza y su presentimiento del regre­so y por los cuales no había vuelto a casarse. En la iglesia franciscana de Nancy, una lámina mortuoria ha inmortalizado este gesto emblemático de recíproca lealtad marital. Es la que recuerda a Hugo I de Vaudemont y a su esposa Ana, íntima­mente abrazados, después de diecisiete años sin verse.
Pero terminemos con dos grandes santos que han dejado su sello imborrable de esta gloriosa época; se trata de dos figuras “arquetípicas” del buen combate que requiere tanto el filo del verbo como el de la espada.

San Bernardo fue un predicador eximio e iluminado. Tenía el don de alumbrar y de conmover con su verbo, de proferir sentencias que fueran a la vez como flechas filosas para los impíos y como agua mansa para los corazones leales. Ni en celo ni en sabiduría podía equiparársele. Fue así que al soplo de su voz se obraban prodigios y auténticos milagros. Tullidos que recobraban su andar y ciegos o mudos que al fin veían y podían comunicar­se. Pecadores que se enmendaban y ejércitos enteros que se izaban resueltos sobre el horizonte de la Cristiandad; como ocurrió en Vézelay en la Pascua del 1146, donde, al igual que en Clermont, no alcanzaron las telas rojas para hacer la “cruz de las Cruzadas” y tuvo el santo que partir su propio hábito monacal.

Cuentan que al paso de san Bernardo por las ciudades en donde predicaba las Cruzadas, las madres escondían a sus hijos y esposos para que éstos no dejasen todo y se embarcasen en la lucha por Cristo.
Es que esta lucha era para el santo reformador de los benedictinos un en­sanchamiento del Reino de Cristo, la realización de la unidad de las naciones bajo el signo de la Verdad, la espiritualización del poder político y la única guerra justa que daba razón de ser a las corporaciones militares. “Cuanto más inferiores en la pelea” –le escribe a Eugenio III– “tanto más superiores se hicieron en la fe”.
Amaba la soledad, el silencio y la vida contemplativa pero Dios le pedía la acción; gracias a la disciplina monástica y a la mortificación que la carne impone, se encendía en el celo de la predicación y la palabra de su boca era para los oídos más dulce que la miel en los labios, al punto que se le llamó el Doctor Melifluo. Se le arremolinaban para oírlo, convencido el gentío del honor y del deber de creer y de pelear.

Monje y caballero, poeta y profeta, taumaturgo y mora­lista, san Bernardo no dejó sitio por visitar: Colonia, Aquisgrán, Maestricht, Lieja, Mons, Flandes o Maguncia, eran algunos de los púlpitos que escucharon su voz. Multitudes en procesión salían a su encuentro. “Los enemigos de la Cruz –decía– han levantado su blasfemo estandarte y devastado con el fuego la Tierra Santa, la Tierra Prometida… Ceñíos virilmente la armadura y empuñad la espada triunfadora”. Pero conocía asimismo el valor superador de la Fe y de la Esperanza, y el valor inmenso de la plegaria, por eso, tanto al Santo Padre como a los creyentes comunes no cesaba de instarlos a la vida de oración como el prólogo de la acción. Entonces sí, como se lo reclamó al Papa, “urge ya el tiempo de obrar, ¡obra pues! Ha llegado el tiempo de la poda, si antes meditaste. Si has movi­do el corazón, se ha de mover también la mano. Domarás los lobos, pero no dominarás las ovejas… Fuertes en las luchas, no apoltronados entre sedas”.

Contemplación y acción, adoración al Señor y pelea por Él; todo ha de saber hacer el buen cruzado. Llevar el manto o la cogulla monacal, cargar el crucifijo y el hierro macizo, montar a caballo e hincarse de rodillas, batirse en las moradas interiores y asaltar murallas de sarracenos. Y tener por Suprema Dama en esta vida caballeresca, a María Santísima, a la que san Bernardo, como buen cisterciense, amaba en la sublime austeridad de su recinto espiritual[4].

Modelo entre modelos admirables, san Luis Rey ejer­ció el gobierno de un modo completo, personal y absoluto con el único fin con que es lícito hacerlo: buscando el bien común. Sin favoritismos y en contra de ellos, pero a favor de los reales necesitados, a quienes socorrió con sencillez de padre.
Ejemplo de gobernante santo, tanto castigaba a los blasfemos como impartía jus­ticia públicamente; escuchaba personalmente las quejas de su grey y reparaba con equidad la situación del débil y del des­poseído, acabando con los abusos de los arrendadores o con los maltratos de los recaudadores y usureros.

Era para sus súbditos un consuelo y un jefe misericordioso. Un bien para el alma y para los cuerpos. Nadie parece haberlo aventajado en el cuidado de las finanzas y en la administración de la hacienda, al punto que habían pasado muchos años de su muerte y la población humilde seguía re­clamando “las monedas de san Luis”. Maestro de la caridad y de la piedad, tan pronto repartía libros y donaba bibliotecas, como entregaba limosnas y víveres. Tan seguro de sí en la expulsión de los perjuros y en la asistencia a los menesterosos. Tan grande con el yelmo y la corona real, o con el hábito de peregrino cuidando leprosos calladamente. Tan brioso en la formulación de los artículos del Credo y rienda en mano, al frente de sus tropas implacables.

El hombre que enseñaba a su hijo Felipe a no ser tolerante con los sembradores de sacrilegios y que no ahorraba el hie­rro para mantenerlos a raya y con merecidos castigos. El pri­mero en avanzar en tiempos de pelea y el primero en la paz, visitando ciegos y desvalidos. Primero en la vigilancia moral y espiritual de sus subordinados, primero en el amor y en el desprendimiento, y asimismo primero en imponerse penitencias y mortificaciones severas (todavía hoy se conserva en el museo de Notre Dame de París, la camisa ensangrentada que utilizaba al disciplinarse duramente). Su figura ascética y caballeresca si­gue siendo admirada por el mundo entero.

Semejante hombre no podía dejar de ser Cruzado. Por eso no le importó estar enfermo y haber sido dado por muerto a causa de sus graves dolencias. La campaña de Poitou y Saintonge lo había regresado envuelto en fiebres y en dolo­res fatales. Fueron días largos y tensos en los cuales se lloró por su partida y en los que se creyó en su definitivo final terreno. Que­dó quieto y mudo sobre su lecho, envuelto en oraciones y en amargas expectativas. Pero bastó que recuperara el aliento y la palabra para que ordenara al Obispo de París que lo invis­tiese Cruzado. “Señor Obispo” –le habló– “os ruego ponerme en la espalda la cruz del viaje de ultramar”.

No hubo ruego ni prevención humana que lo hiciera desistir de su propósito. Su vida era lo menos reservado que poseía, y estaba consagrada por entero a la gloria del Redentor. Tomó la cruz, agradeció profundamente al Creador, y besándola dijo simplemente: “Ahora sí estoy curado”.
Ordenó las cuestiones internas de su reino, tomó todas las precauciones prácticas y se puso en camino. Ningún detalle quedó fuera de su atención épica: fun­dar un puerto de embarque o almacenar forrajes, alistar pontoneros o planificar obras de compleja ingeniería, recorrer terraplenes y edificar galerías para el resguardo de la tropa: pero precisamente porque era un santo y las preocupaciones terrenas tenían su sitio, una vez satisfechas, armó espiritualmente a sus hombres con una mística fervorosa y ardiente. Gracias a ella pudieron resistir las peores adversidades y ejecutar las más nobles hazañas. Como el Conde Pedro de Bretaña y sus compañeros de prisión que prefirieron el martirio a una libertad indigna. Como Villain de Verfey y Guy de Dammartin que enemistados personalmente se perdonaron en vísperas de lucha porque no podían combatir faltos de caridad.

Jinete diestro, tumbando enemigos a su paso, ballesta y lanza en mano en medio del agua, cuando le tocó pelear allí arroja­do desde una nave, tal como lo cuenta Juan de Beaumont; arengando a sus guerreros con voces encendidas, como en las puertas de Damiette, enarbolando el estandarte de la flor de lis entre el estruendo de los timbales y los gritos de la lucha; magistralmente entero ante las exigencias del Sultán, cuyas presiones no lo arredraron ni lo rindieron sus amenazas, fir­me en el cautiverio y en el trono, leal a la palabra empeñada aun a costa de sus privados intereses y despojado de toda va­nidad, sin perder jamás el señorío, como parece recreárnoslo el pórtico de la Catedral de Reims en el famoso retablo de “La Comunión del Caballero”.

Su discurso a los combatientes a la vista de las riberas de Damiette es un retrato acabado de su estatura religiosa y guerrera, una clase magistral de la doctrina de las dos espa­das, un canto al sentido cristiano de la lucha: “Mis fieles amigos: se­remos invencibles si permanecemos inseparables en nuestra caridad. No ha sido sin el permiso de Dios que hemos arri­bado tan pronto aquí. Abordemos esta tierra, cualquiera que sea, y ocupémosla decididamente… Todo está por nosotros, cualquier cosa que nos ocurra. Si somos vencidos, subiremos al cielo como mártires; si por el contrario triunfamos la gloria del Señor se celebrará con ello, y la de toda Francia o más aun la de toda la Cristiandad, será por ello más grande. Dios, que todo lo prevé, no me ha incitado a esto en vano. Esta es su causa, combatimos por Jesucristo y Él triunfará con nosotros; y esto dará gloria, honor y bendición no a nosotros sino a Su Nombre”.

No conforme con sus campañas el Santo Rey organizó una segunda cruzada con el propósito de completar y mejorar la primera. Su salud ya declinaba irremisiblemente. El Papa Clemente IV vaciló antes de darle su consentimiento, pero entendió al fin, seguramente, que no era aquel un hombre que pudiera con­tener su celo apostólico por falta de plenitud corporal.
Otra vez las banderas, los estandartes y las lanzas. Otra vez las cabalgaduras y la Cruz en alto. Otra vez el esfuer­zo, el sacrificio y la lucha. Hasta que ya no pudo levantarse sino con la mirada y con el alma.
Su tienda de agonizante semejaba una capilla. La misa y los diarios oficios litúrgicos se celebraban en ella, y un cruci­fijo se enarbolaba al final de su lecho, que el caballero bende­cía y besaba con unción. Seguía las letanías, aun musitándolas por la debilidad de su voz, y no quería dejar de arrodillar­se para recibir la Sagrada Forma.
“Iremos a Jerusalén”, le oyó decir su confesor Geoffroi de Beaulieu, poco antes de morir. Y no se equivocaba. La Jerusa­lén Celestial lo aguardaba gozosa, y hacia ella partió al fin repitiendo las palabras del Salmista: “Entraré en vuestra casa, adoraré a vuestro templo y confesaré vuestro nombre”. Era el comienzo de su mejor Cruzada[5].

Si consideramos las Cruzadas en su conjunto, advertimos que hubo en su transcurso gestos heroicos y llenos de nobleza que hacen vibrar a cualquier alma cristiana.
Hubo también, debe decirse, excesos en algunos de los protagonistas primarios o secundarios (pues se sabe que en toda guerra sale a flote lo más noble y lo más ruin del hombre, lo que tiene de ángel pero también lo que tiene de bestia).

¿Constituyeron las Cruzadas un fracaso? 
Militarmente hablando si se quiere, el balance fue negativo (Tierra Santa no llegó a estar un siglo entero en manos de los reconquistadores). Pero moralmente fue un éxito completo al unificar a la Cristiandad en un fin común, recordando la necesidad de dar el buen combate por la Fe.

Por encima de las reales diferencias que distanciaban a los diversos pueblos, aquellos hombres comprendieron que existía una realidad superior, algo que los unía a todos bajo la conducción del Papa, de lo que el minúsculo Reino de Tierra Santa era como el vínculo simbólico. A pesar de las miserias y ruindades que pudieron haber existido en algunos, lo principal fue el testimonio positivo y heroico que dieron los mejores de ellos, ofreciendo a la sociedad verdaderos paradigmas de coherencia e intrepidez.

Que no te la cuenten…
[1] Cristopher Dawson, Ensayos acerca de la Edad Media, Aguilar, Madrid 1960, 214.[2] Jacques de Vitry, autor del siglo XIII, era cardenal e historiador, famoso por haber predicado la cruzada contra los albigenses. Escribió una obra bajo el título de “Historia occidental”.[3] Resumimos aquí el pensamiento de Antonio Caponnetto, op. cit., 248-256. Para ampliar el papel de la mujer, véase Régine Pernoud, La mujer en el tiempo de las cruzadas, Rialp, Madrid 1991.[4] Sobre la vasta literatura acerca de san Bernardo, podemos recomendar la siguiente: juan carlos ruta, Monje y Caballero, Fundación Instituto de Teología, La Pla­ta 1990; J. luddy ailbe, San Bernardo, Rialp, Madrid 1963; Obras Completas de San Bernardo, BAC, Madrid 1953-55; Obra Mariana de San Bernardo, Teotocos, Buenos Aires 1947 y F. M. Raymond, La familia que alcanzó a Cristo, Difusión, Buenos Aires 1945,[5] Sobre la vida y la obra de San Luis, recomendamos a marius sepet, San Luis, rey de Francia, Excelsa, Buenos Aires 1946 y a henry bordeaux, San Luis, Rey de Francia, Espasa Calpe, Buenos Aires 1951.