El social-comunismo es el problema,
la Hispanidad la solución
17 JUL 2021.
Decía Gómez Dávila: “Los Evangelios y el Manifiesto comunista palidecen; el futuro del mundo está en poder de la Coca-cola y la pornografía”. ¿Qué alternativa tienen Cuba y los cubanos al régimen comunista? Muchos afirman que el liberalismo, desconociendo o ignorando que tanto el liberalismo como el comunismo han fracasado en América del Sur y quizás también en Occidente, algo que está más allá de toda duda. Y, sin embargo, las opciones políticas entre las que se siguen debatiendo los hispanoamericanos a este y al otro lado del mar son, de forma inevitable, el liberalismo y el comunismo. O no tan inevitable: ¿De verdad nadie piensa en otra alternativa? Parece que a la Hispanidad la tienen más presente sus enemigos, que siguen confiando en el social-comunismo como la mejor forma de contrarrestarla en los países hispanos, a modo de marca blanca o de placebo, que sus supuestos defensores. Con aliados así, aviados estamos. Según Gómez Dávila, el comunismo te destruye el cuerpo y el capitalismo te mata el alma. Que, para el caso, es lo mismo.
Tras las muertes de esos dos cabrones habitualmente embutidos en un chándal, al estilo Soprano, llamados Chavez y Castro, y el fin del dinero del petróleo venezolano, parecía que el proyecto político comunista de corte bolivariano incoado por el ahora defenestrado Lula Da Silva tras la Caída del Muro de Berlín, estaba acabado. Nada más lejos de la verdad. La inoperancia del liberalismo para resolver los problemas de los países y para mejorar la vida de la mayoría de la gente; el negocio del narcotráfico como empresa económica de creciente prosperidad y con los ojos fijados en el lucrativo mercado chino; los flujos económicos constantes con la tiranía de Irán y con sus contactos españoles tan bien situados; y, sobre todo, la victoria aplastante de los “rojos” y del mal llamado “marxismo cultural” en la guerra propagandística, han favorecido la actual hegemonía política, insospechada hace tan solo unos meses, del Foro de San Pablo en los principales países de la región, tras años de retroceso. Solo con ese mapa factorial en la mano se explica que un tipo parco en palabras, precario en lecturas e incapaz de definir o ejemplificar qué cosa es un monopolio —a pesar de tener constantemente la dichosa palabra en la boca—, como es Pedro Castillo, haya ganado las elecciones en Perú generando, además, un aparente entusiasmo popular y redondeando, así, el avance de “la segunda venida” social-comunista en América del Sur. Eso, el peso insoportable del apellido Fujimori en la memoria reciente de los ciudadanos, la nefasta influencia de los Vargas Llosa —ambos liberales por igual: Mario y Álvaro— y la posibilidad de un fraude electoral propiciado por el mismo sistema —Smartmatic, de juzgado de guardia— que lleva años certificando, a pesar de las fundadas sospechas, la victoria de Maduro en las urnas y que también cambió misteriosamente y de forma fulminante el rumbo de las últimas elecciones presidenciales norteamericanas en contra de Donald Trump, explica dicho resultado.
La manoseada cita de Ortega dice “España es el problema, Europa la solución”. Muchos pusilánimes intelectuales se valen de ella para justificar su genuflexión a una Unión Europea que tiene poco que ver con la tradición histórica y filosófica de Europa, e incluso con la propia fundación del citado organismo, pero que ha comprado con su dinero la soberanía de los pueblos del sur como España. Es más: que planea seguir haciéndolo para imponer nuevas medidas políticas sin la necesidad de pasar por las urnas para sufragarlas, como la reciente conversión del aborto en un derecho humano que los médicos deben facilitar a pesar de lo que su conciencia o sus creencias les puedan dictar en contra. Pues bien: ante el triunfo de los gobiernos social-comunistas y de los partidarios de un Estado-Minotauro del que dependan los ciudadanos en España y en América del Sur, proponemos la única solución viable a largo plazo: una Hispanidad unida bajo el estandarte de los valores perennes de dicha tradición inmortalizados por Manuel García Morente o por Ramiro de Maeztu en su célebre libro de 1934 donde quedan sintetizados siglos de historia y de grandeza espiritual. ¿Es viable algo así en la práctia? En el corto plazo, siendo realistas, no lo parece. Sin embargo, si empezamos a trabajar ahora con denuedo podremos lograrlo en unos años. Hay que ganar la conocida como “batalla cultural” de la misma forma que como lo han hecho nuestros adversarios: con inversión económica en congresos, cátedras y eventos; con la publicación de artículos y de libros favorables a la causa; con el mantenimiento de medios de comunicación digitales y audiovisuales afines; todo ello destinado a arrebatar la llamada “hegemonía cultural” con la que los discípulos de Gramsci, al estilo de Pablo Iglesias, se han hecho sin esfuerzo por la dejadez de sus contrarios. En ese sentido, es una gran noticia la buena salud de El Correo de España, de Radio Ya o de una posible versión televisiva de ambos grupos capitaneada por el infatigable Álvaro Romero y con la experiencia, al alcance muy pocos, de Eduardo García Serrano o de Javier García Isac. Precisamente ambos son medios silenciados en las redes sociales y necesitados de donaciones particulares para mantener su independencia sin depender de grandes grupos económicos como BlackRock que les dicten su contenido o les censuren sus opiniones.
El liberalismo no tiene una cosmovisión lo suficientemente elocuente ni consistente como para llenar el vacío espiritual de nuestro tiempo que el comunismo, una religión materialista de sustitución y derivada del catolicismo —como supo ver Toynbee, de entre tantos otros—, sí que ha sabido ocupar en el pasado y en el presente. El liberalismo, por contra, ha seguido enriqueciendo a unas minorías oligárquicas empresariales de plutócratas saturados de lujos y hastiados de su vacuidad mientras que la amplia mayoría de la población no veía mejorar sus destinos —el modelo de Chile—; a su vez, el comunismo solo ha provocado hambre, muerte y exilio allá donde ha gobernado mientras que el tirano de turno se enriquece —el modelo de Venezuela o de Cuba— a costa de expoliar el país.
Como en España la sucesión de elecciones sólo favorece la atomización interna de la sociedad, la división en facciones irreconciliables, la crispación política, la exasperación existencial y la pérdida de confianza en unas instituciones cada vez más inoperantes ante los problemas de nuestro tiempo. Como en el resto del mundo, las soberanías de los pueblos se ven sometidas a poderes económicos superiores supranacionales y globalistas que solo pueden provocar reacciones identitarias, a la manera del gato acorralado, en los pueblos asediados.
Los ejemplos de Polonia y Hungría deben servir de modelo para volver sobre las raíces espirituales y tradicionalistas de un pueblo para dejar atrás el comunismo y convertirse así en poco tiempo en un bastión de resistencia eficaz contra este Nuevo Despotismo Ilustrado que padecemos a nivel mundial. La única alternativa en América del Sur, el Brasil de Bolsonaro, ha recibido ataques tan furibundos de sus correligionarios como los que ha recibido, aquí, la ciudad de Madrid bajo el gobierno de Díaz-Ayuso, que también ha propuesto un modelo alternativo dentro del mapa político español y ha sido recompensada en las urnas por ello. La animadversión creada en las élites al tiempo que la jovialidad generada entre sus seguidores debe ser la prueba de que ambos han elegido un buen camino con sus políticas durante la gestión de la pandemia.
En España, bajo los distintos gobiernos socialistas impuestos por poco sutiles golpes de mano —23F; 11M; 15M; seppuku pepero en la moción de censura— en diversos momentos cruciales de nuestra historia reciente, tampoco nos ha ido mejor. Por eso, tenemos que empezar la reconquista cultural sin demora; una opción que no es más que la conquista de aquello que nos hemos dejado arrebatar tristemente. Como escribiera Cervantes, “la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más”. Eso es exactamente lo que ha hecho todo un pueblo, el hispano, y por ello nos encontramos en un momento crítico para resucitarlo o para enterrarlo de forma definitiva. Hay que elegir, y yo, en cuanto que reaccionario, estoy convencido de que el social-comunismo es el problema y la Hispanidad es la solución.
Sirva este artículo para sumar una pequeña piedra al proyecto cuyo fin es reformular una Hispanidad fuerte y operativa para el siglo XXI. En palabras de Gómez Dávila: “El comunista odia el capitalismo con complejo de Edipo. El reaccionario lo mira tan sólo con xenofobia”. Como decía un personaje de La gran belleza, “puestos a odiar prefiero ser ambicioso”.
Nacido el 3 de noviembre de 1998 en Madrid, es estudiante de Literatura General y Comparada en la UCM y, además, colabora en diversos medios digitales y audiovisuales de la disidencia. Con formación en oratoria y experiencia como crítico cinematográfico, defiende el incomparable legado de la Hispanidad dentro de Occidente y el saber perenne de la filosofía tradicional a través de la literatura como bastión de defensa contra el mundo moderno. Sus enemigos son los mismos enemigos de España, así como todos aquellos que pretenden cambiar el curso de la historia y el carácter de los pueblos con medidas de ingeniería social. En definitiva, es un reaccionario.