La letra pequeña de la Agenda 2030,
hoja de ruta del Nuevo Orden Mundial,
es el nazismo con tecnología punta
Por Magdalena del Amo
18 julio 2021
El proyecto nazi, aparentemente fallido, fue un experimento a gran escala que sentó las bases para el mundo distópico de hoy, aunque muchos están tan dormidos que aún no se han enterado de lo que ya asoma sobre el terreno abonado durante décadas. Las semillas llevan tiempo sembradas y han ido enraizando en nuestras mentes. El Mal trabaja de manera subterránea y sigilosa, pero implacable.
El ciudadano no tiene ni idea de lo que esconde la Agenda 2030, representada en ese pin multicolor y siniestro que todos los líderes del mundo, incluido el rey de España Felipe VI, lucen en sus almidonadas solapas. Lo hacen, además, con cierto regusto, al estilo de los asesinos en serie, siempre dejando pistas en ese juego macabro de huida y exhibicionismo. Los psicópatas de Davos, auténticos asesinos a sueldo de las élites globalistas ya han dejado caer algunas perlas sobre la vida que le espera al género humano en este planeta que están diseñando a su antojo y medida; perlas como “no tendréis NADA, pero seréis felices”. Ese NADA no solo se refiere al despojo de la propiedad privada, sino a la LIBERTAD en todo su concepto, al libre albedrío inherente como seres humanos y divinos.
El ser humano será una especie de zombi, robotizado y dominados por la inteligencia artificial, completamente esclavizado y sin voluntad. Por eso dicen que seremos felices, como los personajes de Huxley, pero peor. Tendremos los hijos que nos permitan, los pensamientos que nos “inoculen” a través de mensajes explícitos y, sobre todo, subliminales por medio de frecuencias, y nuestras emociones y estados de ánimo puntuales serán controlados desde el gran ordenador central. No será necesario prohibir pensar, porque al transhumano de los próximos años le darán todo pensado. El planeta será una cárcel vigilada por satélites, drones y demás artilugios manejados por policías androides, sin empatía de ningún tipo. Los gobiernos tendrán licencia para matar –casi como ahora— no solo a los viejos y tullidos, sino a los considerados indeseables para la estabilidad del rebaño. Con la particularidad de que nadie se extrañará y a nadie le importará. Habrá un tope de vida útil. Llegados a esa edad, en los propios centros de confinamiento de viejos, tan tristes como los morideros actuales, pero peores, aplicarán un remedio de punto final, y listo.
Tampoco nadie se extrañará y todos se alegrarán porque será por la salud del planeta, mucho más importante que la de los humanos, el nuevo sacramento inmolatorio de la religión del clima. Ni siquiera parece ciencia ficción, pues la profecía de Orwell hace tiempo que empezó a cumplirse, así como otras hipótesis futuristas sustanciadas en la industria de Hollywood y las modernas series ad hoc de manipulación a través del efecto priming, –mal traducido por primado negativo—para crear la memoria implícita. A través de la ficción nos fijan la idea –los Simpson llevan años adelantándose a todo tipo de “innovaciones”—. Conscientemente lo contemplamos como película, pero nuestro subconsciente no diferencia entre lo real y lo imaginario, por lo cual cuando aparece el hecho real ya nos resuena y nos es más fácil admitirlo. Podríamos poner un buen número de ejemplos de los últimos años. ¿Vamos a permitirles que nos sigan destruyendo?
El experimento colectivo del nazismo
Antes de Davos y de Bilderberg, el nazismo fue un experimento colectivo, financiado por las élites, en el que todos los países “avanzados” estaban de acuerdo en mayor o menor medida. De este periodo, durante años, solo ha salido a la luz aquello que ha convenido al sistema, estableciendo la estrategia del silencio con el fin de borrar de la mente colectiva los horrores perpetrados contra inocentes humanos.
A propósito de los no menos horrores de esta pandemia COVID, puesta en marcha por los herederos de los que diseñaron el nazismo y protegieron a Hitler, condecorándolo con miles de alabanzas, se habla de unos nuevos Procesos de Núremberg y hay abogados muy comprometidos con la causa, apoyados por miles de personas que buscan justicia, para hacer que estos desalmados sean condenados por crímenes contra la humanidad. Yo añadiría que unos Juicios de Núrembeg, pero de verdad. Esta vez, sin pantomima; nada de paripés como en 1945. Y si allí, en teoría, se juzgó a políticos, militares, médicos y jueces, en esta ocasión el espectro hay que ampliarlo, y nadie debe escapar ni ser dulcificado. Y la OMS, una de las organizaciones más corruptas del mundo, con el resto de organismos de las Naciones Unidas, debe ser fumigada o disuelta. Las inhabilitaciones deben ser generales.
Núremberg fue puro teatro. Después de los Procesos, y una vez condenados algunos de los ejecutores de la muerte, el resto se colocó el disfraz de profesionales honorables que ponían su ciencia al servicio de la sociedad. Nadie quería ni se atrevía a hablar de Núremberg.
Nadie conocía ni había tenido trato con Mengele y otros condenados. Nadie había aplaudido la paranoia de Hitler y sus delirios de exterminio de las etnias consideradas inferiores genéticamente. Terminada la guerra, muchos científicos se presentaron como víctimas del nazismo y el mundo lo creyó. Como bien dice la investigadora Fernanda Núñez: “Esas relaciones fueron ocultadas durante más de cuarenta y cinco años, hasta que los profesores de facultades que habían participado en esas investigaciones desaparecieron de las esferas del poder médico. Las nuevas generaciones de investigadores no tenían ninguna razón para ocultar las ambigüedades y actuaciones de sus antecesores.
Por otra parte, se empezaba a discutir la naturaleza misma de la ciencia y a dudar sobre los cánones que rezaban que la ciencia era intrínsecamente democrática y virginalmente apolítica, paradigmas que habían permitido considerar a la ciencia nazi como una seudociencia, practicada por dementes y maniáticos, y que también habían permitido a los científicos alemanes, al terminar la guerra, presentarse como víctimas del nazismo. Benoit Massin recuerda que quien analizaba las muestras enviadas por el doctor Mengele desde Auschwitz era el Instituto del Premio Nobel Butenandt. Con la versión apologética aceptada por la opinión mundial, los científicos alemanes, cuyo saber era fundamental para la reconstrucción de Europa o los laboratorios yanquis, fueron exculpados de todo pecado, lo que permitió a ambiguos personajes, con un currículum nazi perfecto, seguir dirigiendo las grandes instituciones biomédicas alemanas hasta los años noventa”.
Durante más de cuarenta y cinco años camparon a sus anchas por universidades norteamericanas y alemanas, sin que nadie les recordase su pasado. Solo cuando, debido a la ley natural de la edad, fueron desapareciendo, sus colegas científicos tuvieron vía libre para sacar a la luz las oscuras investigaciones de sus compañeros nazis. Michael Crichton dice a este respecto: “Después de la Segunda Guerra Mundial, nadie era eugenésico y nadie lo había sido. Los biógrafos de los personajes célebres y poderosos no se explayaron sobre la atracción ejercida por esta filosofía en sus biografiados y, en ocasiones, ni siquiera lo mencionaban. La eugenesia dejó de ser tema en las aulas universitarias, aunque algunos sostienen que sus ideas siguen vigentes bajo una forma distinta”. [1]
El concepto utilitarista de “vidas inútiles” se siguió extendiendo. Durante años, apenas se divulgaron noticias que pudiesen recordar lo ocurrido en Alemania, pero eso no quiere decir que los ideólogos no siguieran adelante con su idea de conseguir una raza sin taras y una sociedad que no tuviese que destinar fondos del erario público para atender vidas que no daban la talla, según el baremo de la moderna aristocracia biológica. Tanto en Europa como en Estados Unidos y Sudamérica, médicos y biólogos continuaron con el estudio de las medidas eugenésicas y eutanásicas, y el pasado nazi de muchos quedó en el olvido.
Por qué se ocultó la verdad
Unos cuantos condenados sirvieron como ejemplo de que la justicia actuaba rectamente. Sin embargo, como quedó dicho unas líneas más arriba, gran parte de los participantes en el plan de exterminio nazi salieron impunes y continuaron en sus plazas universitarias y laboratorios; entre ellos, el mentor de Mengele, Otmar von Verschuer, que fue apoyado por la comunidad científica internacional y protegido para que no fuera estigmatizado. Así, todos estos personajes siniestros pudieron seguir investigando sobre sus ideas exterminadoras. La razón de protegerlos internacionalmente –sobre todo, Estados Unidos– fue porque al amparo de las políticas que se estaban llevando a cabo en Alemania, otros estados habían conseguido grandes sumas de dinero –de la Fundación Rockefeller, por ejemplo– para seguir investigando y llevar a la práctica planes de exterminio similares. Conviene recordar una vez más que, casi sin excepción, los científicos seguidores de las ideas de Darwin y demás ideólogos de la manipulación de la vida y la muerte, no trabajan por el bien de la humanidad. Sabiéndolo o no, están al servicio del mal.
Para estos falsos filántropos que proponen y apoyan planes para eliminar a los más débiles, el proyecto nazi fue una especie de experiencia de laboratorio. Pero, conocidos sus crímenes, las mentes diabólicas consideraron que si se condenaba a todo el “elenco” y se le daba la publicidad merecida, la humanidad quedaría inmunizada y nunca más permitiría que desde el poder le impusieran políticas para eliminar a seres humanos. Y eso era trabajar contra sus propios intereses a medio y largo plazo.
Y así llegamos a los años ochenta y noventa, con una amnesia casi absoluta sobre los horrores del Tercer Reich. Es entonces cuando los “amos del mundo”, valiéndose de políticos-marioneta sin escrúpulos, entran a saco con el ventilador de la ingeniería verbal/social, con el fin de manipular a la humanidad para propiciar el cambio de valores, que alcanza el punto culminante en estos días de relajo moral y Cultura de la muerte a gran escala, con aborto a petición, genotipado de embriones, eugenesia, cribado prenatal, eliminación de los bebés con defecto, ideología de género, matrimonio homosexual, promiscuidad al por mayor, sexo desordenado, pornografía, vientres de alquiler, eutanasia a domicilio y suicidio asistido. Todo ello bajo el paraguas de una gran corrupción en todos los ámbitos, incluido el espiritual. Si la sociedad ha ido admitiendo sin rechistar esta inversión satánica de los valores que nos ennoblecen, quiere decir que está gravemente enferma. Aun así, la gente de bien merece que se haga justicia. Un nuevo Núremberg es posible y necesario. ¡Pero esta vez de verdad!
NOTAS:
Fernanda Núñez, Las peligrosas relaciones de las ciencias biomédicas con el nazismo. (http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/139/13900411, pdf).
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