13/07/2021
El cinismo alcanza su máximo nivel cuando se produce el uso político de los menores y los medios de comunicación lo convierten en motivo para el debate. Primero fomentan la instrumentalización de la infancia, para después legitimarse como jueces y tertulianos del asunto.
El uso que se ha hecho en Cataluña para promover el proceso secesionista no necesita un debate. Los hechos son suficientes para entender la fragante instrumentalización por parte de las organizaciones secesionistas, con el apoyo de varios institutos y centros escolares que solicitaron autorización de los padres para que sus hijos acudieran a las manifestaciones, y también a las excursiones organizadas con abundante artillería ideología separatista. Con una TV3, que utiliza un canal público y los recursos de todos, para incluir niños en su proselitismo nacionalista. Con una escuela que lleva adoctrinando durante décadas a sus escolares desde la distorsión histórica y la exclusión social.
El uso político de menores se ha convertido en algo habitual, ahora ya también imposición legal, tal y como observa la Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans, recién aprobada por el gobierno. Menores de 12 y 13 años necesitarán una autorización judicial para cambiar su sexo en el Registro Civil, mientras que a partir de los 14 años podrán hacerlo con un simple trámite administrativo, sin pruebas ni testigos. Contempla el cambio registral de nombre y sexo por simple voluntad de la persona interesada, sin la necesidad de aportar ningún documento, testigos, pruebas o informe médico que lo justifique.
No voy a repetir lo que ya se ha argumentado sobradamente en estas páginas sobre la construcción social del género, algo que las evidencias científicas han demostrado, y sin embargo, se han escondido de modo sistemático y deliberado a la sociedad. La neurociencia concluye de modo contundente y contrastado que el género no es una construcción social.
La conciencia que puede tener un niño sobre su transexualidad necesita un proceso de maduración sexual, lo que exige una serie de cambios fisiológicos y hormonales, que no solo afectan al cuerpo y a las emociones, también a su estructura neuronal, así como a su modo de sentir, pensar y relacionarse. De lo que se deduce que las disforias de género en la infancia no son transexualidad, y cuando son es algo puntual. Como señala el artículo referenciado, los datos afirman que menos del 5% de los varones y del 15% de las niñas están convencidos de que son parte del sexo opuesto.
El porque yo lo siento activa un relato en el que el subjetivismo impulsado por la emocionalidad, se ha convertido en una burbuja ajena a otras dimensiones de la naturaleza humana como son la volitiva y la racional. Una mecánica narrativa que se construye mediante el chute emocional, que produce un rápido y tóxico paso de lo privado a lo público. Un tránsito que ni es inocente ni es inocuo, que tiene consecuencias. Desde las emociones al sentimentalismo tóxico existe un rápido y cómodo paso, el tránsito de lo privado a lo público. Que la política ha penetrado en todos y cada uno de los aspectos que nos rodean y afectan no es una novedad, pero que intoxica la intimidad y se convierte en imposición legal, ya es algo que también que comienza a ser habitual.
Bien indica Robert Conquest que “todo el mundo es conservador respecto a lo que conoce bien”. Los padres, apartados deliberadamente del debate y la elaboración de esta ley, conocen muy bien a sus hijos. Países como Estados Unidos y Gran Bretaña ven con preocupación lo que se enseña a las nuevas generaciones. Aunque algunos medios ovacionen estas iniciativas, los padres no disfrutan ni aceptan que una empresa de ropa de moda LGTB firme un contrato con una drag queen con nueve años que aparece en un vídeo viral diciendo a otros niños “ si queréis ser drag queens y vuestros padres no os dejan, cambiad de padres” (@sarahhjeong, twitter 28 de julio de 2014 ). A lo que hay que añadir que el colegio estaba “totalmente de acuerdo con esta acción informativa”.
La nueva normalidad naturaliza con frecuencia que lo que considera (porque se siente así) una persona o grupo sobre sí misma, deba ser aceptado por el resto de la sociedad. Desde luego que no es deseable los tiempos que señalaban a un homosexual con el “ya se te pasará”, aunque ¿qué ocurriría si los “trans”, lo fueran solo algunos casos, y en tan solo una etapa, en un momento provisional de su vida? ¿Y si la verificación de este “sentimiento” se hiciera demasiado tarde?
Quienes se plantean estas cuestiones provocan sobrados motivos para que los señalen como “tránsfobas”, cuando lo que defienden son los derechos de los menores, pero la cuestión ya está lo suficientemente podrida porque circula a toda velocidad por las autopistas mediáticas.
Un parámetro indiscutible que ya se extiende y acompañan las redes sociales donde ya no es una rareza la toma de hormonas, ni tan siquiera el paso por el quirófano. Muchos testimonios en YouTube o en Instagram confirman ser trans e intentan convencer a los demás de que también lo son. “Un año tomando testosterona” tiene más de medio millón de visualizaciones en YouTube. Tampoco es puntual el testimonio de Jennings, que empezó a hablar de su condición trans en las redes sociales con seis años. Llegada a su adolescencia había recibido múltiples premios, consiguiendo que su nombre esté en las listas de personalidades más influyentes.
La infancia robada ha sido abordada por la literatura desde diferentes realidades, entre las que destacan la prostitución infantil y la explotación laboral, dos auténticos lastres. Pero existen otras infancias convertidas en moneda de cambio político, o trofeo ideológico. Eliminada la ciencia y la biología, el relato se establece como construcción social, al servicio de una ideología que también ha sustituido al individuo por lo colectivo, y ha diluido los valores de la persona en una gaseosa fácilmente digerible en el movimiento identitario.
Para Disidentia