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viernes, 24 de mayo de 2013

La Virgen de Lourdes en la Conversión del director de InfoCatólica (860)



InfoCatólica-Luis F. Pérez Bustamante (10/11/10): Una lectora me dijo ayer que quería leer la historia de mi reconversión al catolicismo procedente del protestantismo evangélico. Aunque en algunos de los posts que he escrito en los años de “Cor ad cor loquitur” he señalado muchos aspectos de aquel proceso -valga este ejemplo: mi primer viaje a Lourdes-, me doy cuenta que nunca he reproducido en este blog aquello que escribí justo después de mi abandono del protestantismo en dirección al catolicismo, con un breve pero precioso recorrido-puente por el cristianismo ortodoxo.

Pues aquí lo tenéis. Son textos escritos hace más de diez años, justo cuando acababa de abandonar un protestantismo evangélico que había conformado mi espiritualidad durante la década previa de mi vida, así que se nota mucho -al menos yo lo noto- determinados tics protestantes en mi manera de escribir. De hecho, he sonreído no poco al re-leer algunas frases. Si hoy tuviera que poner de nuevo por escrito lo que pasó entonces, probablemente puliría muchas cosas, pero estos textos tienen la ventaja de la frescura del momento. Reflejan la mar de bien cómo me sentía entonces.

El primer texto -de mayo de 1999- relata mi abandono del protestantismo camino del cristianismo del primer milenio. Alguna vez he dicho que tengo alma de uniata. El que quiera saber por qué, ahí tiene la explicación. Los dos siguientes -octubre y noviembre de 1999- cuentan mi llegada a la Iglesia Católica. Muchas de las webs mencionadas no existen ya, así que no intentéis buscarlas:

Ortodoxo por la gracia de Dios (21-5-99)

Mucho ha llovido desde que hace 13 años el Señor tuvo a bien rescatarme del naufragio en que se había convertido mi vida. Tras una infancia en la que tuve experiencias preciosas con Él, me había convertido en carne de los depredadores de la Nueva Era y el ocultismo. 

Ciertamente el diablo era el león rugiente que había encontrado una presa a la que devorar (1Pe 5,8). Pero Cristo vino en mi rescate y me liberó de las fauces del enemigo. Enseguida encontré una iglesia evangélica en la que congregarme. Poco después de mi reencuentro con Dios, mi esposa aceptó también al Señor y juntos emprendimos el camino de ser cristianos evangélicos en Amistad Cristiana de Madrid. En los 6 años siguientes tuvimos la bendición de crecer en esa congregación. Amistad Cristiana era como una pequeña familia donde encontramos verdadera hermandad. El hombre que era nuestro pastor, Gregorio Jacob, tuvo que sufrir lo suyo debido a lo borrico que yo era y a mis dificultades para madurar como cristiano. 

Sólo Dios sabe lo mucho que le agradezco a Greg todas las cosas que hizo por mí y por mi familia. Pero no sólo él sino hermanos como Flores, Lupita Campos y muchos otros fueron verdaderas bendiciones del Padre para mi vida. Dios nos permitió ver su poder en la vida de un hermano muy especial, Miguel, el cual fue homosexual activo durante muchos años de su vida pero que, gracias a la redención de Cristo y la santificación del Espíritu Santo, pudo abandonar ese mundo de miseria y corrupción. Hubo un tiempo en esos años en el que nuestra casa sirvió de posada para varios hermanos que estaban en Madrid de paso o para servir en la Iglesia. Aún nos acordamos de una mujer muy especial, Elizabeth, que con sólo 3 días de estancia en nuestra casa nos dejó un aroma de Dios que difícilmente olvidaremos en toda nuestra vida.

Las cosas empezaron a cambiar cuando yo encontré trabajo en la sección de mensajería de una empresa de seguridad muy importante en España. El trabajo era en horario nocturno y seis días a la semana, a excepción de 4 meses en verano en el que trabajaba sólo cinco días cada semana. El caso es que se me hacía muy complicado el dormir bien durante la semana y en domingo no me era fácil asistir con la familia al culto. Nos fuimos alejando de la iglesia. 

Cuando decidimos mudarnos a una población cercana a Madrid (Getafe), el alejamiento de Amistad Cristiana se hizo irreversible. Cuando dejé el trabajo y, otra vez viviendo en Madrid, volvimos a visitar Amistad Cristiana, ya no era lo mismo. Muchas personas se habían ido y entraban otras nuevas. Eso es ley de vida en una congregación, pero el caso es que yo nunca volví a sentir que Amistad era mi iglesia en el Señor. 

Por otra parte, yo ya había empezado a estudiar la historia de la Iglesia así como libros de teología, especialmente de anabaptistas. Intentamos buscar una iglesia menonita y encontramos una pero estaba en Torrejón, a varios kilómetros de Madrid y además nos dimos cuenta que nos resultaría casi imposible integrarnos en un grupo que ya llevaba muchos años funcionando. Lo cierto es que nos estábamos convirtiendo en cristianos sin iglesia para congregarnos. Mi “iglesia” empezaba a ser los libros y mis charlas con otros hermanos de diferentes congregaciones. En no pocas ocasiones asistí al culto de la iglesia reformada que está situada en Vallecas, un barrio de Madrid. Me unía una buena amistad con el pastor pero yo estaba muy lejano teológicamente del calvinismo. 

Fue por entonces, hace ya más de cinco años, cuando empecé mi odisea en Internet. Al principio me dediqué a participar en los chats de GCN, una de las más famosas webs de chat cristiano en todo Internet. Dado que mi inglés es bastante aceptable, conseguí hacer buenas amistades a través de ese medio. Fue unos pocos meses después cuando descubrí los foros cristianos -también en inglés- en la red. Aquello era muy diferente de los chats porque la gente tenía tiempo de preparar las respuestas en los debates. 

Tras una experiencia en Internet que no puedo contar porque afecta a otras personas, me alejé del Señor. De nuevo, Él me dio otra oportunidad. Quizás fue entonces cuando más cercana he visto la realidad de que la salvación es algo que se puede despreciar y tirar por la ventana. Sé que hay hermanos que no creen que tal cosa pueda ocurrir pero yo cuento lo que he vivido. Tras experimentar el perdón y el poderío de la gracia de Dios en mi vida, volví a reiniciar mis andanzas cibernéticas en webs cristianas. Encontré la web de Atrévete (www.atrevete.com) en la que había foro y chat. Pero Atrévete estaba más orientada a la juventud y adolescencia cristiana que hacia las charlas y los debates serios. 

A los pocos meses encontré un Foro que habría de ser muy importante en mi vida. Es el Foro del Reino de Dios (http://forums.delphi.com/elreino/), dirigido entonces por el hermano Carlos Devetac. En el Foro del Reino de Dios he dedicado muchas horas de mi vida en los últimos 4 años y medio. En una primera fase me vi en vuelto en una polémica muy agria con un pastor de Elim. No fue nada edificante aquel debate. 

Luego empezó uno de los debates más fructíferos de mi vida bajo el epígrafe “Iglesia católica". A los pocos días de iniciado el diálogo apareció por el Foro del Reino Fray Nelson Medina O.P, con el cual mantuve un cruce de mensajes -o como dice él, de epístolas- que superó los trescientos. Por supuesto otros hermanos participaron también en el mismo debate y entre todos conseguimos, no sin dificultades, discutir sin pelearnos ni tirarnos los trastos a la cabeza aunque de vez en cuando se colaba alguien -o católico o evangélico- que lograba enrarecer el ambiente. Desgraciadamente, hoy ese foro se ha convertido, por la irresponsabilidad de su dueño, en el refugio de un personaje siniestro que, aunque dice ser evangélico, lo cierto es que se ha dedicado a amenazar e insultar a cristianos de verdad.

En un principio, el debate con Nelson giró alrededor de la importancia de la Palabra y su relación con la Comunidad que vive esa Palabra. Mucho medité en esa primera parte de nuestro debate. Creo que buena parte de “culpa” de la decisión que tomé a posteriori tiene sus raíces en el análisis que hice sobre ese aspecto tan importante que es la Palabra de Dios y la Iglesia. Cristo es el Logos de Dios, la Palabra. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Ni la Iglesia puede vivir sin la Palabra ni la Palabra encuentra su verdadero sentido fuera de la Iglesia. Esa es mi posición actual. Pero no adelantemos acontecimientos. 

Tras exprimir el debate sobre Palabra-Iglesia hubo un parón de un par de meses en el que pareció que todo lo que teníamos que decir ya lo habíamos dicho. Creo recordar que fue en aquel momento cuando descubrí la Web cristiana (www.iglesia.net). Si el Foro del Reino de Dios había sido una bendición, la Web cristiana no lo fue menos. Parece mentira pero tengo la impresión de que la época en la que el foro de la web cristiana tenía el formato antiguo es una época muy lejana, pero tan sólo ha pasado poco más de dos años y medio. 

Por alguna razón que se me escapa, los debates en el Foro de Iglesia.net fueron “diferentes” a los que mantuve en el foro del Reino de Dios. Por decirlo de alguna manera, fui bastante más beligerante dialécticamente en la Iglesia.net que en el Reino. Yo lo achaco a que los temas que me tocó debatir en la web cristiana fueron más “graves". Por ejemplo, se puede disentir acerca de los detalles de la Segunda Venida de Cristo sin que por eso se vean afectadas grandemente las bases de la fe cristiana. Sin embargo, si se discute acerca de la Trinidad, sí se entra en un terreno clave. Además, en el foro de Iglesia.net participaron personas de una procedencia algo más variada, como es el caso de algunos ateos como Stauros (Hernán Toro), con el cual tuve varios debates realmente interesantes en los que defendí la inerrancia de la Biblia.

El caso es que, entre debate y debate, y en buena forma por culpa de ellos, yo estudié teología y la historia del cristianismo como nunca hasta entonces. Pero aparte del estudio teológico e histórico, hubo algo que empezó a pesar en mi alma como un quintal de hierro. El hecho de que tantas personas tuvieran tan diferentes opiniones sobre muchas doctrinas, me estaba llevando a plantearme que algo no podía estar bien en todo eso. El Sola Scriptura de los Reformadores es un lema muy bonito pero que empieza a resquebrajarse cuando esos propios reformadores eran incapaces de ponerse de acuerdo acerca de la interpretación de la Scriptura. En otro nivel, los Foros estaban reproduciendo el mismo problema. Empecé a ver que la fe cristiana, el credo, dependía demasiado de lo que a Fulano o a Mengano le pudiera parecer que era la verdad. Pongo un ejemplo. Sabemos que existen protestantes que creen la doctrina “una vez salvos, siempre salvos", mientras que otros consideran esa doctrina como algo peligroso. Unos y otros se ufanan en proclamar que usan el Sola Scriptura, pero no pueden ponerse de acuerdo. Sabemos que Dios no es un Dios de confusión sino de orden. Ahora bien, alguno de los dos bandos está enseñando algo que no es cierto. ¿Quién decide quién tiene la razón?……

Empecé a meditar sobre cómo podemos llegar a saber en quién reside la correcta interpretación de la Palabra de Dios. ¿Dónde buscar primero? En la propia Palabra. Así me di cuenta de que en Hechos 15, la Iglesia tuvo la primera gran reunión para tratar un problema doctrinal que amenazaba con destruir los cimientos de la propia obra de Cristo. 

Es decir, ¿cómo solucionaba la Iglesia un problema doctrinal grave? Reuniéndose en un concilio en el que participaba TODA la Iglesia representada por los apóstoles. Una vez visto esto, para mí fue fácil el relacionar Hechos 15 con los concilios ecuménicos que la Iglesia de Cristo celebró en los 8 siglos siguientes para solucionar otros graves errores doctrinales que amenazaban a la cristiandad. 

Cuando el arrianismo empezó a negar la divinidad de Cristo, Nicea proclama la verdad acerca de la naturaleza trina de Dios. Cuando tras Nicea empiezan a surgir mal-interpretaciones del símbolo de fe niceno y aparecen los que negaban de alguna forma la divinidad del Espíritu Santo, la Iglesia se reunió en Constantinopla para fijar más claramente el credo universal. La Iglesia era, y es, columna y baluarte de la verdad (1 Tim 3,15). 

Cuando alguien, utilizando su propio criterio personal de interpretación de las Escrituras, atacaba esa verdad, la Iglesia se reunía y fijaba los límites de esa verdad. Cabían dos opciones: o la gran mayoría de los obispos cristianos estaban equivocados, o quienes lo estaban eran aquellos a los que se acusaba de herejía. Ahora bien, ¿a alguien se le ocurre pensar que en Hechos 15 quienes estaban equivocados eran los apóstoles y el Espíritu Santo y los que tenían razón eran los judaizantes? NO, a nadie se le ocurre tal cosa. Bien, pues yo digo y afirmo que la Iglesia de Hechos 15 era la misma que se reunió en Nicea, en Constantinopla, en Éfeso, Calcedonia…. y el Espíritu Santo también era el mismo. Esa Iglesia es la que supo discernir cual eran los libros canónicos. Esa Iglesia fue la que supo crear un Credo que sirve para definir quién es cristiano doctrinalmente o quién es un hereje disfrazado de cristiano. Esa Iglesia fue y es la Iglesia de Cristo. 

Evidentemente estoy intentando resumir lo que para mí fue un descubrimiento gradual y progresivo. El día clave en el que todo se me volteó fue cuando me di cuenta de que mi fe estaba construida mucho más sobre mi propia percepción de la verdad bíblica que en lo que la Iglesia de Cristo ha declarado acerca de la propia Biblia. Yo iba derechito por el camino de fundar mi propia iglesia, basada en la fe de Luis Fernando. Que esa fe coincidiera en gran manera con la fe declarada por la Iglesia en sus concilios universales no disminuía en nada la realidad de que yo era el que juzgaba qué de bueno hay en esos concilios en vez de ser esa Iglesia conciliar la que juzgaba qué de bueno hay en mi creencia como cristiano. Llegaba el momento de la gran pregunta: ¿dónde está esa Iglesia de los ocho primeros siglos?

Cuando me di cuenta de que la teoría Sola Scriptura no puede ser válida, es hasta cierto punto lógico el que fijara la vista en la Iglesia en la que yo me había criado. Roma, la sempiterna Roma. ¿Podía ser Roma la solución? No hace falta que diga que tras más de 8 años como protestante en los cuales Roma había sido siempre el gran enemigo a batir, la sola idea de volver a esa Iglesia era poco menos que irónica. Yo, que había sido acusado de romanista por determinados hermanos que no entendían el que en los últimos meses no hubiese querido seguir por el camino del enfrentamiento armado -en un sentido dialéctico- con Roma, empecé a pensar que lo mismo estaba volviendo a ser católico. 

La lectura de “Apología pro vita sua” de J.H. Newman fue una clave importantísima en este periodo de mi vida. Newman fue un sacerdote anglicano que acabó pasando al catolicismo en el cual llegó a ser cardenal. Lo curioso de Newman es que sabía entender los errores del sistema anglicano en el que le tocó vivir pero, al mismo tiempo, su anti-catolicismo propio de los anglicanos, le impedía dar el paso que finalmente acabó dando. Pero, al mismo tiempo que leía la obra de Newman, me di cuenta de algo. Me preguntaba porqué ese hombre ignoraba casi totalmente la existencia de las iglesias ortodoxas. No encontré una respuesta lógica a esa pregunta. Además, la Iglesia católica a la que se unió Newman, creía yo, no era la Iglesia católica de finales del siglo XX. Aquella Iglesia no tenía el dogma de la infalibilidad papal. Tampoco el de la Inmaculada Concepción ni el de la Asunción. Dado que en mi conversación con el padre Nelson Medina tuve que analizar la base en la Tradición del dogma de la Imaculada Concepción de María, yo sabía que ese dogma apenas había sido discutido por la Iglesia durante los primeros 15 siglos. Y cuando se debatió si María había sido concebida inmaculadamente, no fueron pocos los teólogos que se opusieron a dicha doctrina. No digamos nada del dogma de la infalibilidad papal. Para mí, que había descubierto la Iglesia de los grandes concilios, era muy importante el que cualquier nuevo dogma fuera aprobado por otro Concilio Ecuménico y no sólo por una parte de la Iglesia.

En esos momentos no me quedó más remedio que mirar a Oriente. ¿Qué descubrí? Unas iglesias que en el último milenio no se habían movido ni a derecha ni a izquierda en relación al Credo cristiano declarado por los concilios universales. La Iglesia ortodoxa era, y es, la gran desconocida en occidente. A pesar de que muchos patriarcados tuvieron que convivir con una gran mayoría musulmana que no era precisamente amiga del cristianismo, se puede ver que esos cristianos no se lanzaron a la locura de cambiar sus creencias para acomodarlas a la sociedad en la que les tocó vivir. Pero aparte de las consideraciones históricas sobre la supervivencia de algunas Iglesias ortodoxas, lo que creí entender con claridad meridiana es que fue esa Iglesia la que se mantuvo fiel cuando desde Occidente se quiso imponer un cambio en el Credo Niceno. 

Cuando Carlomagno llegó al poder, empezó una batalla teológica en la iglesia latina acerca de la inclusión del término “filioque” (y del Hijo) en el Credo Niceno para indicar la doble procedencia del Espíritu Santo. Podía parecer una cosa sin importancia pero a mí me parecía inaceptable el que la iglesia latina, encabezada por el obispo de Roma, decidiera que podía cambiar el credo niceno sin someter ese asunto a discusión en otro concilio universal. Eso a pesar de que hubo papas romanos (p.e, León III) que se opusieron firmemente a esa inclusión del filioque. Llegué la conclusión de que la primera iglesia que decidió que ella solita podía cambiar el credo cristiano fue la Iglesia de Roma. 

Ahora puede sonar gracioso pero yo creía entonces que Roma fue la primera iglesia protestante y, por tanto, era lógico el que cinco siglos después esa iglesia sufriera la escisión de las iglesias protestantes. Mi concepto de la primacía petrina no estaba muy desarrollado y no había reparado en el hecho de que fue Roma, precisamente Roma, la que había salvado a todo Oriente de sucumbir a las herejías cristológicas en más de una ocasión.

Una vez bendecido con el convencimiento de que la Iglesia ortodoxa era la que no se ha movido de sitio en el último milenio, llegó el momento de enfrentarme con las cosas que no entendía de esa Iglesia. Evidentemente estoy hablado de los iconos y del papel de los santos y María. Por una parte yo sabía que mi pertenencia a la ortodoxia no podía depender de mi juicio personal sobre esos aspectos de la religiosidad ortodoxa. Si yo había aceptado el hecho de que era la Iglesia la que juzga mis creencias y no al revés, ahora no podía yo ponerme a juzgar, sin más, las doctrinas que no aceptaba de esa Iglesia. 

Pero Dios sabía que me costaría mucho dar el paso de unirme a una Iglesia en la que yo tuviera la impresión de que se practicaba la idolatría de imágenes. Entonces asistí por primera vez a un culto de la Iglesia ortodoxa griega en Madrid. Para aquellos que nunca habéis asistido a un culto ortodoxo os aseguro que eso es otro mundo. La liturgia ortodoxa difícilmente puede compararse con una misa católica de media hora. De momento, el culto según el rito griego dura una hora y cuarto. Pero esa primera hora y cuarto a mí se me pasó volando. No podría explicarlo con palabras pero desde ese primer culto yo vivía toda la semana esperando que llegara el domingo siguiente para volver a asistir a otro. ¿Porqué? No lo sé. Sólo Dios lo sabe. Como me fue imposible el poder concertar una cita con el sacerdote ortodoxo griego, un amigo me habló de otro sacerdote ortodoxo, Teófilo Moldován, el cual se encarga de la Iglesia ortodoxa rumana en España. 

Antes de seguir quisiera aclarar algo. Me sorprendió gratísimamente la actitud de los fieles ortodoxos ante los iconos. No vi nada que se pudiera parecer a la idolatría. Supuse que, como en todas partes, existirían ortodoxos que tendrían una relación idolátrica con los iconos, pero me di cuenta de que un ortodoxo que sintiera y viviese como algo propio la liturgia divina, en la que se da un papel muy preponderante a la pneumatología, difícilmente podría caer en la iconolatría. Y, por si me quedaba alguna duda al respecto, todo me quedó aún más claro el domingo que asistí al culto ortodoxo celebrado por el padre Teófilo Moldován, presbítero de la Iglesia Ortodoxa rumana en España . Si el culto griego duraba una hora y cuarto, la liturgia que celebraba el padre Teófilo se prolongaba durante dos horas largas. Aquello fue una experiencia inolvidable para mí. La participación del personal en el culto ortodoxo rumano era más activa. Los cantos, aunque apenas entendía la letra, me parecieron preciosos. Nunca antes había sentido la sensación de que el cielo se trasladaba a la tierra para que pudiéramos echar un vistazo a lo que será esa gran liturgia eterna en el mundo venidero.

Después del culto, hablé con la esposa de Teófilo y me dijo que no podría atenderme bien en ese momento ya que varias personas querían hablar con él para consejo pastoral. Teófilo se acercó a mí y me dijo que al día siguiente por la mañana podríamos hablar con más calma. Y así fue. Me encontré con un hombre que supo escucharme y entender mi situación rápidamente. Sus consejos me sirvieron de mucha ayuda y nunca podré agradecerle suficientemente al Señor por haber puesto al padre Teófilo en esos momentos de mi vida.

Me acuerdo que en una de las ocasiones en que hablé con el padre Teófilo le dije algo que sentía como muy cierto y que resumo ahora: “Cuando Dios me salvó del naufragio me aferré con todas mis fuerzas a una balsa de madera para no ahogarme. En esa balsa Dios me ha sustentado durante más de 8 años, no permitiendo que me volviese a hundir. Pero una balsa de madera va por donde le lleva la corriente. Puede permanecer en el océano durante años y años sin llegar a ningún sitio. Dios no ha querido que me quedara en esa balsa y ha hecho que un gran barco pasara cerca de mí. Levanté mis brazos y pedí ayuda. Ahora estoy subiendo por la escalerilla de ese barco. Sé que el barco tiene como destino la tierra firme. Esa tierra no es otra que los nuevos cielos y la nueva tierra que Dios nos ha prometido. A Dios doy gracias por concederme el privilegio de ser miembro de la Iglesia que él fundó hace 2000 años. Esa Iglesia es ahora fundamento y columna de la verdad y de mi vida. Cristo es la roca y la piedra angular. En Él confío”.

Llegó entonces el mes de octubre del año 1999. He aquí el texto por el cual intenté describir lo que ocurrió entonces:

Y el Barco atracó en Puerto seguro (22-10-99)

Hermanos, hoy puedo comunicaros con gozo que el barco llegó a tierra firme. La travesía fue mucho más corta de lo que yo pensaba. Llegué a puerto seguro. Y mirad cual fue mi sorpresa cuando, según llegábamos al puerto, empecé a reconocer las calles de la ciudad a donde nos acercábamos. Enseguida supe que había vuelto a casa. Ese bendito barco, que siempre será mi barco, que siempre estará entre las mayores bendiciones de Dios para mi vida, me había devuelto al lugar donde encontré a mi Cristo, cuando era pequeño. 

Me había devuelto a nuestra amada Iglesia católica y romana. Católica porque es universal y formamos parte de ella ciudadanos de todos los países. Romana porque fue en Roma donde los dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo, entregaron sus vidas en martirio, como muestra y ejemplo del camino a seguir por los que amamos al Señor.

¡Ay, hermanos! ¡Qué bonito es andar por las calles donde uno se ha criado! ¡Qué bonito es recordar los momentos en que uno daba sus primeros pasos en el camino de Cristo! ¡Recordar esa primera comunión mientras vuelvo a tomar el cuerpo precioso de nuestro Salvador entre mis labios! ¡Recordar las enseñanzas de esa madre que me trajo al mundo mientras otros hermanos dan testimonio de lo mucho que ella les ha ayudado a entender cómo enfrentar al sufrimiento y a la enfermedad! ¡Recordar a aquellos seminaristas que tenían el fuego de Dios en sus corazones mientras contemplo como ese fuego sigue presente en un hombre de Dios, sacerdote, que a sus 60 años sigue contagiando el amor de Dios a quienes le rodean! ¡Recordar aquel momento en que mi padre se encerró en mi habitación para orar conmigo por Juan Pablo II, que acababa de sufrir un atentado, mientras ahora puedo seguir contemplando el resultado de esas oraciones en la persona de nuestro Pedro a finales de siglo, en nuestro apóstol que sigue incansable su ministerio de pastorear el rebaño de Cristo! ¡Recordar la dulzura de nuestra bendita Madre Santa María mientras ahora vuelvo a contemplar su ejemplo y su amor por su Hijo en las Escrituras!

¡Alabado sea Dios Padre que me ha permitido volver a su casa! ¡Alabado sea Jesucristo que me perdona por todas esas veces en que he sido profundamente injusto al condenar a su Iglesia por las cosas pasadas! ¡Alabado sea el Espíritu Santo que ha transformado mi ser, limpiándolo de orgullo y de sabiduría humana para devolverme al estado de la infancia espiritual, en la que me queda tanto por aprender y gozar de sus misterios a la luz del Magisterio de su Amada Iglesia!

Quiero dar gracias públicamente a un hombre de Dios, a un padre espiritual que ha sabido ser paciente conmigo y que sé que ha derramado más de una lágrima y muchas oraciones antes de poder contemplar lo que ahora están viendo vuestros ojos. Quiero darte gracias a ti, hermano Nelson, amado hijo de Dios, por haber sido siervo fiel a Dios, el cual te ha usado para ayudarme en la travesía de vuelta a casa. Cuando estaba en la balsa me dijiste que buscara el barco. Cuando me viste en el barco, oraste a Dios para que me devolviera pronto a casa. Y cuando el barco ha atracado, has estado al pie de la escalerilla de bajada a tierra firme para darme la bienvenida y mostrarme de nuevo las preciosas calles de nuestra Jerusalén, de nuestra Iglesia. 

Y como dice la Escritura “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye.” (Gal 6,6), así te he hecho partícipe de esta bendición tan grande que Dios me ha dado al volver a nuestra amada Iglesia. Dios te bendiga por todo lo que has hecho conmigo y con los míos. En el amor de Dios Padre, en la bendición de Jesucristo y en la presencia del amado Espíritu Santo os dejo. En Cristo y en su bendita Iglesia, que es la de todos vosotros,

A las pocas semanas, me tocó comunicar las buenas nuevas en el Foro del Reino de Dios, aquel en el que tanto debatí con el padre Nelson. Estas fueron las razones que expuse en dicho foro:

Testimonio en el Foro del Reino de Dios (13-11-99)

Bien, antes de anunciar la decisión tomada por mi esposa y yo mismo, quiero aclarar algo. No es fruto de ninguna crisis. Más bien todo lo contrario. El caso es que desde hace algo más de un mes Lidia y yo, conjuntamente, hemos decidido volver a la Iglesia católica. Podría exponer muchas razones de tipo teológico, personal y hasta pragmático pero prefiero ser breve en este mensaje, así que voy a intentar resumir todo en unos pocos puntos:

1- Yo no “abandono” la Iglesia Ortodoxa. La sigo sintiendo como MI Iglesia y pienso seguir avanzando en el conocimiento de los inmensos tesoros que están guardados dentro de ella. De vez en cuando asistiré a las liturgias tanto en rumano como en griego y eslavo porque, por encima de la problemática del idioma, uno puede apreciar y disfrutar de la presencia de Dios en medio de esas celebraciones litúrgicas. Dudo que en mucho tiempo yo pueda encontrar una actitud tan reverente por lo sagrado y lo divino como la que he encontrado entre mis hermanos ortodoxos en España. Esa experiencia personal estará siempre conmigo y Dios sabe lo mucho que me ha ayudado en estos últimos meses. Ahora bien, era muy evidente que mi familia no podría seguirme en el camino emprendido por mí. En un principio me pareció que tal cosa era posible si en breve tiempo se podía adaptar la liturgia al español pero he visto que tal deseo es irrealizable en los próximos años. Evidentemente yo no podía ni quería empujar a mis hijos y a mi esposa a una situación así.

2- Desde antes incluso de mi ingreso en la Iglesia Ortodoxa yo tuve la sensación de que Lidia, mi esposa, no sólo no pondría ningún reparo a un posible regreso nuestro a la IC sino que estaría decidida a hacer tal cosa con la mayor de las alegrías. Ella, que no es una persona que esté interesada en las polémicas doctrinales sino en vivir el cristianismo de la forma más sencilla posible (a la vez que comprometida) siempre me dijo que lo importante no es a qué iglesia se pertenezca sino a qué Dios servimos. En ese sentido, mi esposa ha sido el complemento perfecto para mí, que soy demasiado “teólogo” y necesito que alguien me baje de las nubes a la realidad práctica de la vida cotidiana en Cristo. Por eso, cuando yo la pregunté si me acompañaría en un hipotético regreso a la IC, me dio un sí inmediato y rotundo.

3- Como todos sabéis, yo he sido en este foro (y en otros) una de las personas que más labor de apologética anti-católica ha realizado. Desde el sistema sacramental, el jerárquico, hasta dogmas como el de la perpetua virginidad de María, su Inmaculada Concepción, infalibilidad papal, etc; todos esos temas han sido discutidos por mí desde una perspectiva evangélico-radical (medio cuáquero, medio menonita). 

Cuando llegué a entender el papel fundamental de la Iglesia como columna y baluarte de la verdad, muchas de mis objeciones a gran parte de esos dogmas se vinieron abajo. Con anterioridad ya me había dado cuenta de que el lema “Sola Scriptura” era algo no sólo anti-bíblico sino sencilla y llanamente falso, ya que las tradiciones interpretativas llegaban a ocupar en las iglesias protestantes un papel tan fundamental o más que el papel de muchas tradiciones populares en las iglesias tradicionales. 

La evidencia de que la Iglesia que Cristo quería era una Iglesia unida y no dividida en miles de denominaciones diferentes también fue una clave para que yo entendiera que el cristianismo evangélico, con todas sus cosas buenas, con todo el amor por la Palabra y por el fervor misionero, no era SUFICIENTE. No digo que no sea suficiente para la salvación de sus miembros porque tal cosa está asegurada por la fe en Cristo Jesús, pero desde luego el sistema eclesial protestante es todo lo contrario a lo que Cristo expresó en el evangelio de Juan y a las indicaciones de los apóstoles. Si a eso le unimos la nula autoridad apostólica existente en la inmensa mayoría de las denominaciones protestantes, lo cual impide una batalla efectiva y real contra las nuevas herejías que están surgiendo en nuestro días, la cosa queda, al menos para mí, bastante clara: La solución para el mundo no creyente no puede ser la ofrecida por unas iglesias que no mantienen una sola fe, ni tienen un solo bautismo y que no poseen una sucesión apostólica de acuerdo a la instituida por Cristo y sus apóstoles y mantenida por la Iglesia a lo largo de siglos. 

Sé que muchos no estaréis de acuerdo con nada de esto y conozco vuestras razones porque yo mismo las he mantenido. Si alguna ventaja (¿?) poseo hoy sobre muchos hermanos es que yo sé cómo piensa un protestante y sé cómo piensa un cristiano que pertenece a la Iglesia que es heredera de la del primer milenio. Y entiendo que la solución para el cristianismo del tercer milenio no es el ejemplo de la iglesia de este milenio que acaba sino la del primero de nuestra era.

4- Un detalle que considero muy importante y que ha despejado de forma muy decisiva mi camino de vuelta a casa (mi primera casa fue la IC) es la evidencia de que el dogma cristiano está en constante evolución desde el primer siglo hasta que Cristo vuelva. No se trata de que la revelación de Dios necesite de cosas totalmente nuevas sino que es más bien una evolución en el conocimiento de verdades que han sido depositadas por Dios en su Iglesia, la cual es la que anuncia la MULTIFORME sabiduría de Dios en los lugares celestiales. 

En ese sentido, lo que para mí era un elemento esencial en mi acercamiento a la IO ha sido, justo en el sentido contrario, el elemento que me ha llevado a ayudarme en el regreso a la IC. La IO es el exponente más claro de la conservación de una tradición recibida y fructificada en el primer milenio del cristianismo. Pero en estos últimos siglos se ha limitado, salvo alguna rara excepción, a conservar eso que ha recibido. Dado que es evidente que hubo una ENORME evolución dogmática en la fe cristiana del primer milenio (p.e le evolución dogmática trinitaria y cristológica) no hay ninguna razón de peso para suponer que tal evolución paró su camino tras el Cisma. 

Y el cristianismo occidental tomó el relevo en el liderazgo de seguir buscando nuevas fórmulas de replanteamiento del credo cristiano. Este es un tema muy complejo y delicado, por lo cual sólo quiero dejar pergeñado lo esencial de mi argumento, pero seguro que muchos de vosotros sabéis comprender lo que digo. Dios os bendiga

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Hasta ahí, la historia de mi regreso al catolicismo, tal y como la escribí al poquito de ser readmitido en la Iglesia. Os dejo con un último texto, escrito dos años después. Es decir, allá por el 2001. Refleja más o menos lo que ocurrió en mi familia durante ese periodo:

Han pasado ya casi dos años desde nuestro regreso a la Iglesia Católica. Años de mucha lucha interior, de mucha controversia con protestantes evangélicos, de muchos cambios a nivel familiar. Lidia y yo nos casamos por la Iglesia el 11 de diciembre del 1999, el mismo día en el que bautizamos a nuestro hijo Juan, que acababa de cumplir 5 años. Aunque estábamos casados por lo civil desde el año 1988, no habíamos considerado imprescindible el ser “re-casados” en nuestro paso por Amistad Cristiana, aunque tal posibilidad fue tomada en cuenta seriamente en alguna ocasión. Sin embargo, al volver a la Iglesia Católica, nos pareció imprescindible consagrar nuestra unión a través del sacramento del matrimonio. 

El Señor quiso bendecirnos inmediatamente con el regalo de otro hijo. Y, para mayor alegría nuestra, el bebé resultó ser una niña, lo cual colmaba nuestros deseos. El embarazo de Lidia no fue fácil ya que sufrió amenazas de aborto y finalmente la niña nació prematura, aunque sana. Su nombre es Rut y actualmente es la felicidad de nuestra casa. Además de la nueva hija, el año pasado tomamos una decisión muy importante. Decidimos dejar Madrid para venirnos a vivir a la provincia de Huesca, en Aragón. Aquí esperamos servir al Señor y a su Iglesia durante el resto de nuestros días, aunque siempre siendo conscientes de que los caminos del Señor son inescrutables y nunca se sabe a dónde nos puede llevar su voluntad.

Si algo más tengo que agradecer al Señor en estos cinco es el amor que ha puesto en mi corazón por la Iglesia. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía, se han convertido en la fuente de gracia a la que acudo con gusto siempre que puedo. Me acuerdo de mis tiempos de ignorancia respecto a la vida sacramental cuando era evangélico y doy gracias al Señor por haberme librado de esa necedad, por la que yo consideraba el sacramento como algo pseudo-gnóstico y pagano. ¡Cuántas tonterías llegué a decir acerca de los “mysterion” cristianos siendo protestante! ¡Cuánta bendición encuentro en ellos ahora!

No puedo por menos que hacer una mención especial al sacramento de la Eucaristía. He tenido el privilegio de tomar la comunión en las dos especies en varias ocasiones, pero sobre todo he sentido en muchas ocasiones la necesidad de comulgar no sólo los domingos y días de precepto sino también a diario. Creo que por mucho que se intente explicar teológicamente la esencia de la Eucaristía católica, nada ni nadie puede describir a la perfección en qué consiste esa comunión del creyente con el cuerpo y la sangre de Cristo. Comunión que nos ilumina y nos abre los ojos como a esos dos hombres del camino de Emaús, que no pudieron reconocer a Cristo hasta que Éste partió el pan, en clara referencia al misterio eucarístico. 

No conozco ningún gran santo de nuestra Iglesia que no haya tenido un profundo amor por el Cristo presente en la Eucaristía. Es a través de este sacramento cuando Cristo es realmente Emanuel, Dios con nosotros y en nosotros. Es a través de este sacramento como Cristo cumple su promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo. Eucaristía, alimento divino que nos renueva para la vida eterna.

Podría incluir en este testimonio, para ir finalizando, todas las circunstancias desagradables a las que nos hemos tenido que enfrentar Lidia y yo tras nuestro regreso a Roma. Pero, ¿para qué? ¿qué sentido tendría el hablar detenidamente de las presiones, amenazas, chantajes, burlas, desprecios, infamias y calumnias que hemos tenido que soportar por parte de algunos que se autodenominan cristianos evangélicos? No, creo que no es necesario entrar en detalles, ni dar nombres. 

Sólo quisiera aclarar un par de cosas. Primero, que a pesar de esa gente, no han sido pocos los evangélicos que han respetado nuestra decisión e incluso nos han defendido de los ataques de sus “hermanos en la fe”. A estos verdaderos hermanos en Cristo les doy las gracias por su honestidad y su amistad. Segundo, quiero decir que todos y cada uno de esos ataques, chantajes, presiones, etc, que hemos recibido, han servido para reafirmarnos cada vez más en la fe de nuestra Iglesia. Estoy plenamente convencido que la actitud de esos fundamentalistas evangélicos traerá como fruto el que mucha gente imparcial que no tenía simpatía por la Iglesia Católica, empiece a ver las cosas de forma diferente, ya que es imposible quedar impasible cuando se ve el odio visceral que demuestran esos “cristianos” hacia todo lo que huela a catolicismo. Una cosa es el no estar de acuerdo con muchas de las doctrinas católicas y otra muy distinta el odio que toma por excusa esas diferencias doctrinales. El Señor, que conoce y discierne las intenciones del corazón, sabrá juzgar justamente todas esas actitudes.

Poco más que queda por decir. Deseo que el Señor me ayude a ser un buen cristiano en la parroquia a la que estamos adscritos. Mucho trabajo queda por hacer en la Iglesia de Cristo en España. Necesitamos obreros y vidas entregadas a la vocación religiosa de servicio a Dios en su Iglesia. Sólo pido a Dios salud y energía suficientes para poder servirle durante el resto de mis días. Eso es todo, amigos. Espero que no os haya aburrido mucho.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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