Origen de España como Nación
Bernardo Peña Herrera
Defensa de la Hispanidad
18/8/2020
Son muchas las controversias y los debates suscitados por los historiadores para esclarecer cuándo España se convierte en una nación. La mayoría de ellos defiende la tesis de que España como nación surge tras la unificación de los Reinos de Castilla y Aragón, bajo el reinado de los Reyes Católicos a finales del siglo XV. Para otros, incluido mi antiguo profesor de historia del instituto, España surge en el siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión y la entronización de los Borbones. Otras versiones sostienen que el origen de España estaría en la Constitución de 1812. Por último, hay quienes defienden, a modo de tesis delirante e hilarante, que España no existe como nación. Si no como un Estado superpuesto y opuesto a la voluntad de los pueblos que habitan en la península ibérica. Tal es la postura de los separatistas y de la izquierda radical.
Por mi parte, defiendo la tesis de que la existencia de España es muy anterior al reinado de los Reyes Católicos. La controversia no estaría tanto en qué año exacto aparece España, sino qué entendemos por nación. La mejor manera de definirla es: una comunidad culturalmente homogénea dotada de un estado propio. Si aceptamos esta definición observaremos que España es una nación ancestral con muchos siglos de historia, posiblemente la más antigua de Europa.
El inicio de la historia de España se encuentra en la Segunda Guerra Púnica, entre Roma y Cartago (218-201 a.C.). Anteriormente a aquel momento histórico, lo que hoy conocemos como España estaba dividida en una miríada de tribus íberas y celtas, con una tendencia disgregadora y generalmente en guerra entre sí.
Cuando Escipión lleva la lucha contra Cartago al mismo corazón de la península ibérica, los romanos aprovechan para anexionarse los territorios de su enemigo. Una vez conseguida la derrota de los cartagineses, Roma avanza por la península en una larga, costosa y durísima campaña de conquista, que dura dos siglos.
La romanización de la península ibérica, ahora denominada Hispania, trae consigo la civilización, el idioma latino, las obras públicas, el derecho, nuevos métodos agrícolas, la mejora de las comunicaciones y, sobre todo, la impresión de un carácter: el carácter hispanorromano. Esto puede verse en las obras de los autores hispanorromanos como Marcial, Séneca, Columela, Lucano, etc. Todos ellos diferían en costumbres y carácter respecto a los otros habitantes del Imperio Romano. Se sentían orgullosos de su origen hispano e, incluso, de su ascendencia celtíbera alguno de ellos. Sus obras están, en muchas ocasiones, impregnadas de este sentimiento. Por ejemplo, Marcial no disimula su ascendencia hispana, como lo muestra en el siguiente extracto de su obra:
«Gloriándote tú, Carmenio, de haber nacido en Corinto –y nadie te lo niega–, ¿por qué me llamas hermano si desciendo de los íberos y de los celtas y soy ciudadano del Tajo? ¿Será que nos parecemos? Pero tú paseas tus ondulados cabellos llenos de perfume mientras que los míos de hispano son hirsutos; tienes los miembros lisos por depilarlos cada día; yo, en cambio, tengo piernas y rodillas llenos de pelos; tu lengua balbucea y no tiene vigor: mi vientre, si fuera preciso, hablaría con voz más viril; no hay tanta diferencia entre la paloma y el águila ni entre la tímida gacela y el rudo león. Deja, pues, de llamarme hermano, Carmenio, o tendré que llamarte yo hermana.«
También los no hispanos distinguían a estos por el acento, costumbres, por diversas virtudes, como hacía el galorromano Pacato, en honor del hispano Teodosio:
Ella [Hispania] trajo al mundo los soldados más duros, los generales más hábiles, los oradores más expertos, los poetas más ilustres; ella es madre de gobernadores, madre de príncipes, ella dio al Imperio al insigne Trajano y luego a Adriano, a ella le debe el Imperio tu persona.
Llegados a este punto uno podría preguntarse, ¿era ya España una nación? ¿Eran españoles Séneca o Marcial, tal vez los emperadores hispanos como Adriano, Trajano y Teodosio? La respuesta es no. No eran españoles, pero eran hispanos. España no existía como nación política, pero sí como una comunidad cultural relativamente homogénea.
Cambios muy notables se darían a partir del siglo V cuando, llegado un punto, el Imperio Romano se desmorona. Obviamente Hispania no estaría exenta de aquel desastre. A partir del año 409 de nuestra era varios pueblos germánicos invaden Hispania dejando tras de sí un rastro de sangre, violaciones, saqueos, incendios y destrucción. Una auténtica revolución que las personas de aquella época verían con terror e impotencia. Roma no podía hacer nada por defender su provincia más occidental y las legiones romanas estaban ocupadas defendiendo la mismísima península itálica, por lo que la posibilidad de refuerzos era prácticamente nula. El poderío militar romano estaba decayendo y el territorio bajo su control, estaba siendo reducido drásticamente por las invasiones bárbaras. Ante esta situación, los romanos solicitaron a los Visigodos que restablecieran el orden imperial en Hispania y el sur de la Galia (hoy llamada Francia). Como el Imperio ya no podía hacer otra cosa, les cedió tierras en dichos territorios.
Unos años después, en el 476, cae definitivamente el Imperio Romano de Occidente y, por tanto, toda autoridad imperial sobre Hispania. Ahora los Visigodos se erigirían como dueños y señores de la antigua Hispania Romana. Para aquellos años la Iglesia Católica se había dotado de un amplio poder y respaldo político-social, por lo que la caída de Roma no conllevó la caída de la Iglesia, afortunadamente. Precisamente fue la Iglesia la que hizo pervivir el idioma, cultura, costumbres y tradiciones romanas. Además, ejercería una importante labor evangelizadora. Muchos de aquellos pueblos bárbaros que acabaron con el Imperio abrazaron el catolicismo, abandonando su fe y costumbres paganas.
Los Visigodos (Godos del Oeste –Westgoten), eran un pueblo Godo que procedía de la actual Suecia y que durante siglos habían estado emigrando hacia los territorios de Europa del Este, hasta establecerse a orillas del Danubio. En el siglo IV el empuje de los Hunos les hizo cruzar el Danubio y entrar en el Imperio Romano de Oriente.
Maltratados, perseguidos y combatidos militarmente por los romanos, los Godos se movían constantemente de un lugar a otro al estilo de una tribu guerrera.
Un grupo de Godos, los Ostrogodos, se establecerían en el centro y el este europeo. Mientras que otro grupo de godos, los Visigodos, atravesarían los Balcanes y atacarían Italia, saqueando Roma y otras ciudades italianas (lo que supuso un golpe terrible para la moral de los romanos) y, poniendo de manifiesto, que el Imperio no podía hacer frente al ímpetu conquistador de los Visigodos. Llegados a este punto, Roma negoció y les concedió tierras. Concretamente la Aquitania y la Tarraconense (el sur de Francia y el norte de España).
Desaparecido el Imperio Romano de Occidente los Visigodos pugnaron con los Francos y otras tribus germánicas por el dominio de la Galia. Finalmente fueron rechazados y se replegaron tras los Pirineos, a excepción de la Narbonense o Septimania, una amplia cabeza de puente en la Francia mediterránea que seguía bajo dominio visigodo.
Después de estos sucesos, los Visigodos se empeñaron en hacer de Hispania su territorio y su patria; ya no volverían a ser un pueblo itinerante. Considerarían a partir de ahora a Hispania como su hogar. En aquel momento, en Hispania se encontraba el Reino de los Suevos (al noreste peninsular), al norte, los belicosos vascones que vivían prácticamente independientes y, al sur, se hallaban los bizantinos. El resto del territorio lo conformaba el Reino Visigodo.
La tendencia de los Visigodos fue consolidar una nación en el variado territorio hispano. Este esfuerzo se puso de manifiesto sobre todo con el Rey Leovigildo (572-586), que tiene una clara visión nacional:
Emprende una serie de campañas para unificar toda Hispania bajo el poder hispanogodo; anexiona el Reino Suevo, somete en gran medida a los vascones y conquista una gran extensión de territorio a los bizantinos, empujándolos hacia el mar.
Tiene una visión unificadora y centralizadora de la nación y la política. La capital sería Toletum (Toledo).
Sobre la base del derecho romano, favorece el desarrollo y la implantación del derecho visigodo. Ahora toda la población estaría sometida a las mismas leyes. Sin distinciones entre hispanorromanos y visigodos
Intenta implantar una monarquía hereditaria. Pues, anteriormente, la costumbre era el derrocamiento violento o el regicidio, lo que se conocía como morbus gothorum. Aquello provocaba una constante inestabilidad en el Reino.
En un momento en el que en Europa no se construían ciudades nuevas, se construyeron nuevas urbes de piedra como Recópolis o Victoriacum.
En el plano cultural, los Visigodos son absorbidos por los hispanorromanos, que eran más civilizados, por lo que pronto adoptaron el idioma latino y muchas de sus costumbres.
Estos hechos me hacen defender que, a partir de este momento, España ya existe como nación, como una comunidad cultural homogénea y dotada de un estado propio. El Estado nace con Leovigildo (572-586) y se consolida con su hijo y sucesor, Recaredo (586-601). Éste emprende las siguientes acciones:
Tras el III Concilio de Toledo en el 589, hizo profesión de fe católica y excomulgó a Arrio y sus doctrinas. España emergía como una nación católica.
Une indisolublemente el poder real con el religioso Dei Gratia o Por la Gracia de Dios.
Mantiene y refuerza la visión unificadora de su padre y emprende expediciones de castigo contra Borgoña y la provincia bizantinia de Spania.
Refuerza el poder centralizador de la nación española.
Cronistas de la época, como San Isidoro de Sevilla, Juan de Biclaro o Eugenio de Toledo ya hablaban de España en sus escritos. Reinos extranjeros, como los francos, también utilizan este término. Años más tarde, en las Crónicas Mozárabes (754) también se habla de la “pérdida de España”.
Soy consciente de que los detractores de esta teoría pueden esgrimir que se podrían estar refiriendo a España como concepto geográfico, pero eso no tiene ningún sentido. España, mucho antes, y más en el siglo VI distaba de ser un mero concepto geográfico. España era y es un pueblo peculiar con una cultura, un idioma, unas tradiciones, unos valores, un carácter y una forma de vida idiosincrática, que los distinguían claramente del resto de europeos.
Además, está la conformación y consolidación del Estado, en la época de Leovigildo (572-586). Estos aspectos disipan toda sombra de duda sobre los argumentos en los que fundamento mi postura. Es más, cuando ocurre la invasión musulmana (711-726), apareció en el imaginario colectivo el deseo de recuperar España. Sin esta conciencia popular, que pervivió por más de ocho siglos, la reconquista habría sido imposible.
Para terminar citaré un extracto de la Crónica Mozárabe, refiriéndose a España frente a la invasión musulmana:
“También en Occidente sometió el reino godo asentado en España con una solidez ya tradicional –lograda en casi 350 años, desde su origen y principio en la era 400–, y que desde Leovigildo se había ido extendiendo pacíficamente por toda España durante 140 años hasta llegar a la era 750 en que fue destruido gracias a Muza, general del ejército enviado allí, y hecho tributario”
“¿Quién podrá, pues, narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tanto naufragio sin puerto? Pues aunque todos sus miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir la ruina de España ni tantos ni tan grandes males como ésta soportó”
“(…) mientras devastaban España los ya mencionados expedicionarios y ésta se sentía duramente agredida no sólo por la ira del enemigo extranjero, sino también por sus luchas intestinas, el propio Muza (…) atravesando el estrecho de Cádiz penetra en ella, injustamente destrozada desde tiempo atrás y la invade para arruinarla sin compasión alguna”
¿Acaso sigue quedando alguna duda sobre la existencia de la nación española previa a la conquista musulmana? España iba a conformarse a partir de Leovigildo como una nación europea, de cultura latina y tradición católica.