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martes, 17 de abril de 2012

Deriva de católicos en el post-Concilio (341)

InfoCatólica
Luis F. Pérez Bustamante 
(11.04.12) 
Voy a imitar a uno de nuestros blogueros destacados
empezando el post con un diálogo introductorio:
- ¿Otra vez escribiendo sobre lo mismo?
- Pues sí. Tenaz que es uno, oiga.
- ¿Y no se cansa de repetirse vez tras vez? ¿No aburrirá a sus lectores?
- El cansancio no es excusa cuando se trata de “combatir por la fe, que una vez para siempre ha sido dada a los santos” (Jud 3).
- ¿Y a usted quién le ha llamado a esta tarea? ¿no es pretencioso presentarse como defensor de la fe?
- … siervo inútil soy, pues lo que debo de hacer, hago. Y cuando mi Señor me pida que no lo haga, dejaré de hacerlo.

No es necesario recordar que la Iglesia lleva sufriendo una crisis de secularización interna desde hace unas cuantas décadas. La raíz de dicha crisis -básicamente un infección causada por el protestantismo liberal-, en mi opinión, es bastante anterior al Concilio Vaticano II, a quien se suele acusar injustamente de todos los males habidos y por haber, cuando la realidad es que en sus textos encontramos buena parte de las medicinas para sanar el cuerpo herido de la Esposa de Cristo
.
Ninguno de los abusos doctrinales, litúrgicos y pastorales pueden justificarse en base a lo que los padres conciliares dejaron por escrito. Es por ello que los protagonistas del marasmo postconciliar suelen aludir a un etereo “espíritu del concilio” que, de existir, tiene muy poco que ver con el Espíriru Santo. En todo caso se puede hablar de un espíritu del post-concilio primo hermano de aquel que se ofreció a Yavé para ser “espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas” (1 Reyes 22-19-23).

Si alguien me considera exagerado, ruego que lea estas citas de obispos españoles. Son de la etapa post-conciliar y fueron recopiladas por Monseñor Guerra Campos:
El Obispo de Cuenca con el Caudillo
“Me siento obligado a salir al paso de algunas desviaciones que se airean en ciertas revistas y escritos, en algunas conversaciones y lecciones, y que pueden afectar a la fe y a la moral” (Mons. Añoveros, obispo de Bilbao).

“Si el Papa ha velado las armas en defensa del depósito de la revelación, como fiel y autorizado maestro, no se podría hablar así de los pastores en general. Mientras por una parte se ha guardado un silencio excesivamente prudente, habiendo obligación de hablar, por la otra se ha intentado construir un catolicismo sin fe y una vida sin religión”
(Mons. Barrachina, obispo de Orihuela-Alicante).

“Hemos de esforzarnos (los sacerdotes) en exponer la palabra de Dios en su integridad y pureza. Porque, el que es simple depositario de una doctrina para transmitirla a los demás, no tiene derecho a añadir, quitar o variar nada de ella… El hecho denunciado por el Papa también se da en nuestra diócesis, sin que sea necesario detenerse en demostrarlo”
(Mons. Jubany, entonces obispo de Gerona, luego arzobispo de Barcelona).

“En publicaciones y, a veces, lo que es peor, en predicaciones, se vierten ideas que no se pueden justificar. Algunos divulgadores.., tratan de sacarnos del camino de la tradición en cosas fundamentales, para conducirnos en otra dirección.
(Mons. Delicado, obispo de Tuy-Vigo).

“Quieren reformar la Iglesia desde su interior. Quieren transformar la fe misma de la Iglesia, a ser posible, sin que la conciencia de los fieles lo advierta”
(Mons. Castán, obispo de Sigüenza-Guadalajara).

“¡Cuántas verdades fundamentales están hoy marginadas de la predicación! ¡Y con cuánta frecuencia se proponen al pueblo proposiciones no admisibles o muy discutibles en sana doctrina! Los fieles se preguntan angustiados: ¿Dónde está el Evangelio auténtico? ¿A quién hemos de hacer caso? ¿A qué hemos de atenernos?”
(Monseñores Pla y Gea, obispos auxiliares de Valencia).

“Los momentos actuales de renovación son propicios al confusionismo. Las llamadas de alerta (del Papa) han de hacernos reflexionar seriamente para no dejarnos llevar por novedades peligrosas. Si en nuestros días se han hecho muy profundas… las divisiones… entre los católicos, es principalmente porque no aparece siempre (entre los ministros de Cristo) la unidad fundamental en la predicación del Evangelio… y en otras actividades pastorales… ¿Puede extrañarnos que los hombres desconfíen de nosotros, los sacerdotes, cuando colectivamente no sabemos mantener la fidelidad al sacerdocio de Cristo?"(Cardenal Tarancón, arzobispo de Madrid).

“No sólo no se han corregido tales desviaciones, sino que se propagan cada vez más en traducciones y resúmenes que llegan a todas partes originando la más lamentable confusión. También en España, en algunas revistas destinadas al gran público, se vierten sin escrúpulo estas enseñanzas. Avergüenza comprobar la extrema debilidad intelectual y religiosa de quienes, para renovar, lo único que hacen es destruir. ¿Dónde está la radical novedad del Evangelio sino en su propia identidad?”
(Mons. Marcelo González, arzobispo primado).

“En nuestros días, se insiste tal vez demasiado exclusivamente en la misión y compromiso temporal de la Iglesia"… Como si “la misión de la Iglesia fuera ante todo la renovación social en un orden puramente humano", olvidando “la prioridad de lo sobrenatural".
(Mons. Dadaglio, Nuncio de Su Santidad)

Mucho tiempo ha pasado ya desde que nuestros obispos detectaran el problema. No me apetece analizar si hicieron lo que debían para combatirlo. La realidad actual de la Iglesia habla por sí sola. Lo que sí puedo decir es que lo que hoy vemos en los casos Pagola, Queiruga y otros que vendrán, no es sino el resultado de todo aquello que los pastores advirtieron y denunciaron en el último tercio del siglo pasado.

Sin embargo, me parece mucho más grave lo que está ocurriendo en otros países otrora católicos. Ahí está el caso de Austria, donde su cardenal primado se ha permitido el lujo de desautorizar a un párroco que se opuso a que un hombre que mantiene una relación afectiva-sexual con otro hombre formara parte del consejo parroquial. Cuando más habla el cardenal Schönborn para explicarse, peor deja las cosas. Ha dicho que su decisión está basada en su visión de cómo hay que tratar a las personas cuyos estilos de vida no son del todo conformes con el ideal que propone la Iglesia. Ahora bien, lo que hay que preguntarse es si la “visión” del purpurado austriaco es conforme a lo que la Iglesia ha enseñado siempre respecto a quienes viven públicamente en pecado.

En otras palabras, ¿lo que hace el cardenal Schönborn tiene algo que ver con lo que ordenó el apóstol San Pablo a los corintios en relación a un creyente que vivía en pecado delante de todos? Lean ustedes entero el capítulo cinco de 1ª Corintios y comparen con la decisión del pastor de Viena.

¿Y qué decir de la ley que la propia Iglesia se ha dado en relación a la forma de tratar a los que viven en pecado grave? Dicha ley prohibe (canon 915) la comunión eucarística a “los que obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave” (los tradicionalmente llamados “pecadores públicos", adúlteros, p.ej.). Les prohibe también recibir el sacramento de la unción de los enfermos (c.1007), las exequias eclesiásticas (c. 1184) y ser padrinod de bautismo (c. 874,3), pues ello exige no llevar “una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir", y ellos no la llevan. Los homosexuales activos que viven públicamente en pareja son ciertamente pecadores públicos. Las prohibiciones citadas les afectan, por tanto. No prohibe, sin embargo, el código expresamente que sean miembros de un Consejo parroquial, ni presidentes de Caritas diocesana, ni secretarios del Sr. Obispo, ni conserjes del Seminario Conciliar, ni guardabosques de una finca del Obispado, ni directores del Coro de la Catedral, ni etc. Pero es que el Código tampoco puede estar en todo, ¿verdad?

No hace falta ser muy sagaz para entender que la decisión del cardenal Schönborn no es precisamente acorde con la voluntad de la Iglesia. De ahí que sea legítimo hacerse una doble pregunta: ¿Qué hacer cuando un pastor, cardenal para más señas, va por libre y actúa de forma contraria a lo que el Nuevo Testamento y la propia Iglesia dictamina? Y si hay que hacer algo, ¿quién tiene que hacerlo? O si quieren ustedes, ¿quién tiene la autoridad para hacer lo que sea menester hacer?

Algo parecido pasa con el cardenal Martini. Resulta que la
“Consideraciones acerca de los proyectos de 
reconcimiento legal de las uniones homosexuales" 
No hace falta que les diga en qué sentido va el contenido de dicho texto magisterial, aprobado y ordenado publicar por el Beato Juan Pablo II. Pues bien, al arzobispo emérito de Milán le importa más bien poco lo que la Iglesia ha dicho sobre esa cuestión. Él opina diferente y lo dice públicamente. A Dios gracias ya no tiene responsabilidad pastoral alguna, pero no deja de ser un cardenal de la Santa Madre Iglesia.

¿Qué efectos produce todo esto en la vida de los fieles? La mayoría suelen ignorar estas polémicas. Y es casi mejor que así sea, porque cuando se enteran es gracias a las informaciones que aparecen en los medios de comunicación generalistas, que casi siempre ofecen siempre la peor cara de la moneda. Al mismo tiempo hay un sector de creyentes practicantes que sí acuden a la prensa religiosa para informarse. Ese sector suele estar formado sobre todo por sacerdotes y seglares con inquietudes eclesiales. En el caso de los laicos, muchos son catequistas, miembros de consejos parroquial, voluntarios que colaboran con la acción social de la Iglesia, etc. Y ello acaba teniendo repercusión sobre el resto de católicos practicantes. Muchos acaban alejándose o, lo que es casi peor, contaminándose del error.

Me explico. Cuando el sector progre-eclesial ve que un par de cardenales asumen sus tesis, las mismas que han llevado a la secularización de gran parte de la Iglesia, encuentran la excusa perfecta para auto-afirmarse en el error. Y en la medida en que ese sector sigue controlando la vida de un buen número de parroquias, e incluso de no pocas diócesis, su ponzoña engañosa acaba infectando a los fieles que son testigos pasivos de homilías erradas y de acciones pastorales nefandas. Hay que estar muy firme en la fe para soportar la acción destructora de los que desde dentro de la Iglesia hacen todo lo que está en su mano para combatir la sana doctrina.

A Dios gracias, hoy tenemos medios para denunciar este tipo de cosas, de tal manera que dicha denuncia llegue a muchos hermanos en la fe de todo el mundo. Hace tan solo veinte años un fiel se las tenía que arreglar solo si veía que en su parroquia se predicaba cualquier cosa menos la fe católica. Hoy puede acudir a internet y encontrar herramientas para reforzar su fe e incluso para ser instrumento de defensa de la misma en medio del error. Demos gracias a Dios por ello.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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Leer a: Monseñor Guerra: 
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