Lo de Cataluña y Vasconia
El secesionismo es un delito de alta traición
en otras democracias, pero en Cataluña y Vasconia
suscita homenajes y parabienes
2018-07-08
El arte de la política consiste en intentar resolver los problemas colectivos que no parece que tengan una pronta o fácil solución. Lo de Cataluña y Vasconia (País Vasco más Navarra) es uno de ellos. Es así desde hace más de un siglo, la constante pesadilla de los españoles sensibles.
Ahora tiende a decirse que las cuestiones difíciles son "complicadas". No, esta que digo resulta simplicísima, pero su solución se presenta endiablada. A saber, los que mandan en Cataluña, País Vasco y Navarra pretenden separar a sus respectivas regiones (a las que llaman "naciones") de España (que la ven como "Estado"). De momento, han conseguido un notable éxito, pues muchos españoles de la vida pública aceptan su terminología. Por si fuera poco, Cataluña reivindica un pequeño condado del territorio francés (el Rosellón). Vasconia plantea lo mismo por su lado con la posible anexión del País Vasco-francés. Esta es la parte imposible. Da risa pensar que Francia pueda perder una parte de su territorio. Pero el irredentismo suele ser una constante del nacionalismo.
El problema actual se precipita. El secesionismo es un delito de alta traición o algo por el estilo en otras democracias, pero en Cataluña y Vasconia suscita manifestaciones de apoyo, homenajes y parabienes.
La gran paradoja del Gobierno de España es que ha llegado al poder sin el voto de la población. Como consecuencia, le es imprescindible el apoyo de los partidos secesionistas que mandan tanto en Cataluña como en Vasconia. Solo se podría lograr esa conexión contra natura si el PSOE se entendiera con el PP. Pero los gerifaltes de esos dos viejos partidos se odian.
La clave del arco constitucional sería que los partidos presentes en las Cortes representaran cada uno de ellos al conjunto los españoles, no solo a una fracción territorial de ellos. Parece una exigencia obvia, pero no se cumple. Los partidos secesionistas se sientan en las Cortes y en modo alguno pretenden representar a todos los españoles. Es más, sus dirigentes no se consideran españoles, aunque cobren sus pingües emolumentos del dinero de todos los contribuyentes. Mayores incongruencias se han visto.
Comprendo que el principio de que un partido represente o no a todos los españoles es difícil de llevar a la práctica parlamentaria. Se me ocurre una fórmula sencilla: "Solo podrán tener representación en las Cortes los partidos que obtengan más del 1% de los votos en al menos diez provincias". Tomen nota los redactores de la próxima Constitución, dado que la actual resulta inservible.
La consecuencia de no haber resuelto el problema que digo es la anomalía de que los representantes del Gobierno de España se relacionen de igual a igual con los de Vasconia o Cataluña. Mala cosa es que la misma palabra Gobierno acuse significados distintos.
Me parece que es hora de acabar con los triunfalismos. Pertenecemos los españoles a una democracia, sí, pero a una democracia harto imperfecta o incluso degenerada. Contamos con un sistema de partidos, pero envilecido. Disfrutamos de un sistema parlamentario, pero pervertido. Se nos llena la boca con la palabra igualdad, pero es claro que unos españoles son más iguales que otros en asuntos fundamentales.
El ‘problema vasco’
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