Píldoras Anti-Masonería

El blog CLAVIJO defiende los valores

de la Iglesia Católica y de España

amenazados por el proyecto masónico-luciferino

"Nuevo Orden Mundial"


e-mail: ClavijoEspana@gmail.com



domingo, 26 de septiembre de 2021

Cry Macho (2021): Sabor a Eastwood. Por Guillermo Mas

Cry Macho (2021): Sabor a Eastwood
26-9-2021

Con 91 años, Clint Eastwood nos sorprende desde delante y, sobre todo, desde detrás de las cámaras con algo que, en principio, no nos debería sorprender en absoluto: una road movie, un western de frontera, un blues crepuscular y, en el fondo, un telefilm sin ambiciones pero sí cargado de emociones. Me explico: muchos pueden ir al cine atraídos por la idea de ver —salvando las distancias— una película como la última de Rambo: el tipo duro que debe hacer su último trabajo y acaba envuelto en una orgía de tiros y sangre a espuertas. Pero es imposible, amigos, porque Eastwood no está para esos trotes y, además, Cry Macho es la obra —por fortuna— de un poeta del cine y no de un maldito productor moderno.


Un dato interesante para acercarse a analizar Cry Macho es comprobar que el guionista es Nick Schenk —aunque trabaja sobre una novela de N. Richard Nash—, quien ya lo fuera en Gran Torino (2008) y Mula (2018), con la que este último (hasta la fecha) título de Eastwood conforma una trilogía bastante coherente donde ha ido decreciendo la profundidad y la complejidad pero que, a cambio, ha ido creciendo en sencillez y emoción, que es lo que uno encuentra esencialmente en Cry Macho. Todos sabemos que Clint Eastwood quizás sea el último gran narrador cinematográfico inscrito en una gran tradición norteamericana que incluye nombres como el de John Ford, Howard Hawks o Don Siegel. Por lo tanto, el director solo pretende contar una historia sencilla, sin ningún tipo de pretensión más que la de dar una lección vital desde la sobriedad donde no haya ningún tipo de plano —ni de detalle— de más.

La trama es bien sencilla: Eastwood interpreta a una vieja estrella —fracasada— del rodeo que perdió a su familia y su talento de forma trágica. Su antiguo jefe le pide que le devuelva el favor que le otorgó al salvarle del alcohol y de la autodestrucción buscando ahora a su hijo mestizo desaparecido tras la frontera mexicana. Eastwood tendrá que rescatar al muchacho y traerlo de vuelta a Texas mientras que a ambos los persigue un sicario enviado por la madre del niño. Sobre esta propuesta, Cry Macho resulta ser una película plana en imágenes y plana en guion donde el paisaje lo es todo y en la que Clint Eastwood es lo mejor y lo peor de la película. Digo que lo mejor porque Clint Eastwood, historia viva del cine, sigue mirando cómo solo saber hacerlo Clint Eastwood y su voz raspada emociona al romperse en un comedido —todo es comedido aquí— llanto de despedida; y digo que lo peor porque cuando da un puñetazo al sicario, cuando una voluptuosa mexicana le intenta seducir o cuando tiene que domar un caballo salvaje no hay forma humana de creérselo. Pero, en el fondo, nada de eso le importa demasiado a nadie que no sea muy estúpido; como he dicho, Eastwood es un poeta y la película, que es para todos los públicos, también resulta, al tiempo, una película reservada para los paladares más cultivados: no hay ningún tipo de efectismo o de truco fácil en ella.

Eastwood podría haber hecho una obra maestra manteniéndose detrás de las cámaras como demuestran trabajos recientes: recordemos la brillante película Richard Jewell (2019), que es uno de los mejores títulos de la última década; y eso por no seguir contando hacia atrás. Pero no, Eastwood ha querido filmar una despedida que sumara nuevos significados y ampliara las dos despedidas que ha filmado en ocasiones anteriores: las citadas Gran Torino y Mula. Y para ello, precisamente, lo que ha hecho ha sido restarle complejidad y capas narrativas para añadir emoción contenida y una reflexión en torno a ser “un macho” que puede decepcionar a muchos pero que resulta verdadera para el director.

Las bromas sobre la edad son constantes en Cry Macho, y cuando el personaje de Eastwood examina a un perro aquejado de dolores que le piden que ataje, contesta: “no puedo curar la vejez”. Y en la mejor línea del guion de una película que no quiere enfatizar nada, el personaje de Eastwood dice: “Te diré algo. Esto de ser macho está sobrevalorado. Intentan ser machos para demostrar que tienen coraje. Al final solo tienen eso. Es como todo en la vida. Crees tener todas las respuestas y al hacerte viejo te das cuenta de que no tenías ninguna”. Muchos se sentirán decepcionados a esas alturas de la película, pero Eastwood es un poeta que habla desde la verdad, no para reafirmar a nadie en su proyectado ego.

Cry Macho es una lección vital para todo aquel al que le interese eso de saber conducirse con rectitud —es decir, tras perderse por muchos, variados, necesarios y muy dolorosos extravíos— por la vida. En esas dos existencias que se cruzan —la del viejo cowboy y la del joven macho—, hay una iniciación y una despedida bien definidas, como en casi todo gran western, aunque Cry Macho no llegue a tanto. Solo que la sorpresa cinematográfica que nos ha brindado Eastwood con 91 años es la confesión de que ya es tarde para seguir siendo un vaquero y que, en el fondo, tampoco es tan importante serlo, siempre y cuando uno aún pueda conducir su coche, preparar una buena comida, ayudar a un amigo en apuros, bailar con una mujer querida o montar un caballo delante de un joven inexperto.

La despedida de Eastwood con el joven mexicano suena a algo personal entre el propio director/actor y el cine. Pero, al tiempo, el baile final con la mujer mexicana al ritmo de un bellísimo bolero cantado por Los Panchos, “Sabor a mí”, invita al idilio con una danza cinematográfica que sólo puede acabar con la propia vida del director de 91 años. Seguir viendo a Eastwood en la gran pantalla sin saber si será la última vez es uno de esos extraños regalos que la vida todavía concede a los que nos consideramos cinéfilos.

Un hombre que conduce su viejo coche mientras unos caballos trotan en paralelo. El desierto inundando una pantalla de cine. La luz que se cuela tenuemente por la ventana para iluminar medio rostro oculto bajo un sombrero de ala ancha. Un cartel de “cerrado” tras el cual baila una pareja —estrecha, lentamente—, mientras el gallo canta a un nuevo día robado al tiempo, a la vejez y a la muerte. Una puesta de sol filtrándose entre las ramas de un árbol. Todas esas son imágenes que nadie sabe filmar como Clint Eastwood.