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martes, 28 de septiembre de 2021

Dune (2021): Niños con palomitas. Guillermo Mas

Dune (2021): Niños con palomitas
28-9-2021

Y al fin la película de Villeneuve sobre la novela de Frank Herbert llegó a nuestras pantallas tras una larga espera. Puede ser una impresión personal, a la luz de las elogiosas críticas que estoy leyendo de la última versión cinematográfica de Dune, pero lo cierto es que la película no me ha atraído en ningún momento de su metraje y que al salir del cine me sentía dispuesto a olvidar sin demasiada oposición, y desde la casi total indiferencia, cuanto había visto en la pantalla. Creo que eso ha sucedido, a rasgos muy generales, por tres razones principales: los tópicos demasiado manidos que hay en la película; la época sobrecargada de blockbusters en que ha sido producida; y, seamos sinceros, el rebaño humano desplazado en manada con el que he compartido espacio a la hora de ver la película. Trataré de desarrollar dichos puntos:

Empecemos con los tópicos: la primera novela de la enorme saga de libros que compone Dune de Frank Herbert, primero, y sus continuadores, después, salió mucho antes de que la saga cinematográfica de La Guerra de las Galaxias o la saga literaria reconvertida en serie de televisión Juego de Tronos, inundarán las pantallas de millones de espectadores. Sin embargo, la reciente versión dirigida por el canadiense Denis Villeneuve y que cuenta con un reparto de lujo (Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Dave Bautista, Stellan Skarsgård, Charlotte Rampling, Oscar Isaac, Zendaya, Javier Bardem, Josh Brolin, Jason Momoa), sí que lo ha hecho, y eso hace que, en buena medida, todo lo que se nos cuenta en la película resulte la enésima repetición de los mismos componentes que ya hemos visto en otros productos. Aunque me pueda interesar el camino del héroe que Paul, el protagonista, debe recorrer (muy similar, por lo que se intuye, al de Anakin Skywalker y más tarde también al de su hijo Luke), el caso es que no me interesa porque tampoco logra transportarme con él. Las escenas oníricas son muy similares a las que encontrábamos en El Señor de los Anillos y, aunque el director quiere ser muy innovador en lo visual, no consigue generar una sola escena para el recuerdo: ni siquiera el esperado encuentro entre el protagonista y un gusano gigante.

Dune de Villeneuve ha salido a escena en plena época de blockbusters: esas grandes producciones que arrastran a millones de personas a los cines año tras año para entregarse a una orgía de explosiones incruentas. Después de la pandemia, han sido estas grandes producciones las depositarias de toda esperanza sobre salvar las salas de cine de la quiebra. Y no me cabe duda de que, en parte, lo han conseguido: algo que, naturalmente, sólo puedo celebrar. Pero el problema también ha sido la avalancha que desde entonces hemos tenido y que todavía tendremos durante un tiempo de ese tipo de películas. Tras el fin de la saga de La Guerra de las Galaxias, Batman y Los Vengadores —y a la espera de que salgan las nuevas entregas de Avatar así como sendos remakes o reboots de los títulos que acabo de mencionar—, han aparecido películas como Tenet, La Liga de la Justicia: versión del director o, en estos días, James Bond: sin tiempo para morir. De hecho, se ha querido comparar desde un primer momento esa pretensión de hacer “cine de autor muy comercial” de Villeneuve con las de Spielberg, Scott, Nolan, Cameron, Snyder o Mendes. Sin embargo, el empeño de Villeneuve ha resultado fallido porque, a pesar de la ambición, de la calidad, de la impresionante técnica visual y de que no hay ningún fallo clamoroso, su película no consigue revolucionar; ni tan siquiera emocionar: al menos en mi caso. Llegados a este punto solo quiero añadir que me decepcionó igualmente Blade Runner 2049; mientras que Arrival me encantó; y que esta versión de Dune no tiene nada que ver con ambas: para bien y para mal.


Terminemos con las razones por las que la película me ha resultado indiferente o incluso molesta: la música machacona de Hans Zimmer que no para ni un segundo en más de dos horas y media de metraje; y los niños con palomitas —algunos con más de treinta años, por cierto—, incapaces de dejar el móvil, de llegar puntuales, de no dar patadas en el asiento y de no ponerse tibios a comida, como si no hubiera en mañana, confundiendo el cine con una cuadra. Decían que Dune quería ser una versión adulta y madura de La Guerra de las Galaxias, pero el comportamiento del público me ha hecho sentirme en un cine de colegio de primaria; a la salida, eso sí, todo el mundo parecía encantado. En esto, como en todo, la pandemia ha sacado lo peor de la gente para volverlo más odioso, agravando las taras mentales ínsitas al sujeto contemporáneo. Solo puedo decir al respecto que la desaparición del amor en el ámbito privado tiene su correlato natural en la desaparición de la educación en el ámbito público: cuando uno no se quiere ni se respeta a uno mismo es difícil que haga lo propio con los demás. Hace poco un buen amigo me comentaba, con razón, que cada vez resulta más difícil convivir en los espacios públicos con una mayoría de personas que “no saben estar” ni, sobre todo, “quieren estar” porque consideran que la buena educación es un atributo relativo a un mundo rancio. El rito de la sala de cine que muchos amamos como pocas cosas en esta vida puede acabar convirtiéndose en un suplicio cuando la gente no sabe diferenciar el salón de su casa de un espacio cuya entrada cuesta casi diez euros por barba y que, por encima de eso, se ha convertido en el último receptáculo social de la imaginación.

Para terminar sólo quiero apuntar que, lo más probable, es que la continuación de Dune, en caso de haberla —supongo que la habrá—, no me va a encontrar en un cine. Lo mejor de la película es, como en casi todo el cine de Villeneuve desde su primera película Incendies, el tema de la maternidad aparejado con cierta feminidad azotada por la pérdida y una sensibilidad especialmente íntima, que aquí está encarnado de forma brillante por la historia de Jessica Atreides (Rebecca Ferguson: actriz sueca de efigie bergmaniana), la madre de Paul, que ilumina la pantalla con una fuerza extraordinaria en cada secuencia que protagoniza. Sin embargo, eso no es suficiente para una película de la factura de Dune ni para un director con el talento de Villeneuve, que nos ha entregado algunas de las mejores películas de los últimos años; aunque, desde luego, ese no es el caso de su última cinta hasta la fecha.