¿Qué sentido tiene, el muy actual apoyo al proselitismo
homosexual o a la ideología de género, por parte
de algunas grandes empresas?
Y sobre todo ¿de quién han recabado autorización los consejos de administración para ello? ¿Pidieron permiso a sus accionistas por si no estaban de acuerdo con estas campañas? ¿Y a los empleados, cuyas conciencias han podido verse amenazadas?
¿Qué sentido tiene, el muy actual apoyo al proselitismo homosexual o a la ideología de género, por parte de algunas grandes empresas?
La relación estrecha entre los intereses empresariales y los políticos se han tratado con frecuencia en la literatura económica. Desde el denominado complejo industrial-militar, denunciado por el presidente Eisenhower en 1961, hasta el capitalismo clientelista, de amiguetes, o crony capitalism, si quieren dárselas ustedes de angloparlantes. Básicamente, se trata de prácticas empresariales para la captura del gasto público, necesario o no, en favor de proveedores privados de bienes y servicios públicos, en unos casos, o del regulador de un sector empresarial para que legisle en favor del mismo o en contra de sus competidores, en otros. La contrapartida del favor público toma la forma de jugosos empleos para políticos y funcionarios, en el mejor de los casos, o de coimas o mordidas, en el peor.
En cualquier caso, aunque todas estas prácticas sean execrables por la corrupción y las corruptelas que crean, no dejan de ser acciones que, al menos en su grado de intención, resultan comprensibles. El empresario quiere ganar dinero o, lo que es lo mismo, quiere sobrevivir. Así, en ocasiones es el que inicia la práctica, si bien, en otras, es el que la sigue. Hasta aquí nada distinto de lo que es el Ser Humano, sus tentaciones y su capacidad de resistirse a ellas, en ocasiones hasta el heroísmo. ¿Qué empresa no quiere ganar dinero? ¿Qué individuo no apetece un bien remunerado y cómodo empleo? Los costes en términos de conciencia ya son otra cosa.
Las grandes empresas financian el homosexualismo
o la ideología de género para ganarse el favor del gobierno
y de las ideologías políticamente correctas
Sin embargo, ha surgido en los últimos tiempos una suerte de empresas, que no de empresarios (el viejo problema de la Teoría de la Agencia), dedicadas a la propaganda de la ideología del gobernante. El gobernante aumenta así su potencia de fuego al sumar a sus medios propios los que una parte del sector privado pone a su disposición. El sector privado que se presta a actuar de altavoz de la ideología del gobernante aspira a alcanzar el favor de éste. Un win-win, continuando con los anglicismos.
Hemos asistido en los ultimísimos tiempos a una alineación de las grandes empresas con la ideología de las élites gobernantes en todo Occidente con el fin de alienar a su población. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, el apoyo al proselitismo homosexual o ideología de género por parte de las grandes compañías recientemente? Y sobre todo, ¿de quién han recabado autorización los consejos de administración para ello? ¿Acaso sabían si sus accionistas estaban de acuerdo en estas campañas? ¿Y los empleados, cuyas conciencias han podido verse amenazadas? De los clientes ni hablo, porque son muy libres de abandonar a sus proveedores, aunque es verdad que no siempre.
Las instituciones que no son fieles a su misión
tienden a desaparecer. Las empresas, también
Las instituciones que no son fieles a su misión terminan por desaparecer. Las empresas también. El objeto de la institución que denominamos empresa puede definirse más o menos ampliamente desde su concepción más estricta: la creación de valor para sus accionistas. En cualquier caso, no parece que las empresas tengan que promover valores distintos de los revelados por sus propietarios y menos aún a costa de las conciencias de sus empleados y del desagrado de sus clientes. Menos aún promover agendas políticas en favor del gobernante y su ideología.
No vamos a decir que las empresas deban ser ideológicamente neutras. Su simple existencia es una declaración de intenciones en favor de la libertad de mercado y de la propiedad privada. O debiera serlo al menos, porque ahí tenemos compañías dedicadas todo el día a criticar estos dos paradigmas de las sociedades libres. Pero sí vamos a decir que el capitalismo una de las cosas que no puede ser es intrusivo. Intrusivo en la voluntad y en las conciencias de la Sociedad. El capitalismo intrusivo puede ser la última forma que tome el maridaje político-gubernamental para alcanzar una suerte de concentración de poder similar al capitalismo de Estado chino. No creo que eso sea lo que las poblaciones en Occidente vienen votando, aunque lo promuevan sus gobiernos y sus consejos de administración.
Rubén Manso Olivar
Portavoz de la Comisión de Economía del Congreso por el Grupo Parlamentario Vox