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domingo, 31 de julio de 2022

El Opus Dei que yo conocí. Un gravísimo pecado denunciado por San Josemaría "cegar las fuentes de la vida y convertir el lecho matrimonial en catre de mancebía" Por Javier Paredes

El Opus Dei que yo conocí. Un gravísimo pecado denunciado 
por San Josemaría "cegar las fuentes de la vida y convertir 
el lecho matrimonial en catre de mancebía"
31/7/22

Siempre hubo situaciones malas en la Iglesia. Cierto, pero la que padecemos actualmente no es mala: es la peor de todas.

San Josemaría María Escrivá de Balaguer y dos papas santos (Pablo VI y Pío X)

“El mal está dentro y arriba…” Así de claro hablaba de los problemas de la Iglesia San Josemaría María Escrivá de Balaguer (1902-1975). Y así se lo escuché yo, entonces un jovenzuelo estudiante de la Universidad Autónoma de Madrid, cuando participé en Roma en una convivencia de universitarios en el año 1972. Esa fue la primera vez que yo tuve la fortuna de escucharle en persona.

También fue la primera vez que yo crucé la frontera de España y pude comprobar que mis profesores de Universidad no me estaban contando toda la verdad, cuando se referían al retraso de la España franquista, porque cuando cambiamos de tren en la frontera por el famoso ancho de vía, quedó evidente que los trenes españoles eran mucho mejores que los franceses y los italianos.

Aquella experiencia fue maravillosa. Solo en la estación de Atocha de Madrid montamos en el tren tantos universitarios, que creo recordar que llenamos un vagón entero. Por entonces, los estudiantes de la Universidad acudíamos por cientos a las meditaciones que cada sábado daban los sacerdotes del Opus Dei. Y además poníamos dinero para comprar a la Virgen un ramo de flores.

En mi curso había un numerario del Opus Dei, que respondía al alias de “El Pachichi”. Era el portero del equipo de nuestra Facultad de Filosofía y Letras. “El Pachichi” era una bestia parda en el campo, pues se jugaba la vida cada vez que se tiraba a los pies de un delantero contrario para quitarle el balón, y además sacaba todo sobresalientes y varias matrículas, por eso estudiábamos por sus apuntes, pues cogía todas las clases de manera ordenada y era tan generoso que se los dejaba a todo el mundo.

A diferencia de todos nosotros, “El Pachichi” ni ligaba ni vivía con sus padres, pues estaba haciendo el centro de estudios en la sede del Opus Dei de la calle de Diego de León de Madrid. Nos contaba que hacía toda la vida en Diego de León, pero que tenía que ir a dormir a un piso que habían alquilado, porque no cabían en Diego de León. Por este motivo, poco después, en Madrid, tuvieron que abrir un segundo centro de estudios de numerarios en Mirasierra, para dar cabida a tantos como pedían la admisión en el Opus Dei. Y en otras ciudades de España también había otros centros de estudios.

San Josemaría era todo lo contrario de un católico “moderadito”; es más, esta especie de hipocresía religiosa tengo por seguro que le daba náuseas

El Opus Dei que yo conocí en mi juventud era piadoso, alegre y fecundo, muy fecundo, extraordinariamente fecundo. Por eso conseguir una plaza para ir a la convivencia de Roma en Semana Santa era un auténtico privilegio, que yo tuve la suerte de disfrutar. Y por si esto fuera poco, cuando nos recibió San Josemaría me pude colocar muy cerca de él, aunque sentado en el suelo.

Comenzó hablando con calma. Pero en un momento dado se puso muy serio, cambió la expresión de su cara y el tono de voz para referirse a un pecado gravísimo. San Josemaría era todo lo contrario de un católico “moderadito”; es más, esta especie de hipocresía religiosa tengo por seguro que le daba náuseas. Hablaba con tanta energía de ese pecado gravísimo, que de la tensión de su cuerpo vi como la vibraba la sotana. Me angustiaba oírle, porque pensé por un momento que el que de nosotros hubiera cometido tal pecado, podría salir de aquella reunión por la ventana sin romper los cristales.

Y de repente me tranquilicé, cuando nos desveló de qué pecado se trataba, que según sus palabras era “cegar las fuentes de la vida y convertir el lecho matrimonial en catre de mancebía”. Más claro y directo no podía decirlo, pero lo del gravísimo pecado, de momento, no iba por ninguno de los que le escuchábamos, porque por nuestros pocos años no estábamos casados, y por lo tanto no habíamos tenido la posibilidad de conculcar las enseñanzas de la Humanae vitae, que a eso es a lo que se refería San Josemaría con lo de “cegar las fuentes de la vida”.

Pero aquella intervención de San Josemaría se me quedó muy grabada. Entonces no comprendí del todo lo que nos decía, pero con el tiempo me he dado cuenta que estaba más que justificada la fuerza con la que nos hablaba el fundador del Opus Dei. Pues oponerse a las enseñanzas de la encíclica Humane vitae se iba a convertir en la clave de la crisis religiosa y cultural de nuestro tiempo.

Todo empezó el día que se publicó la Humanae vitae, el 25 de julio de 1968. Ese día cambió de bando un número considerable de católicos en la batalla de las dos ciudades, en el combate entre el cielo y el infierno. Y desde el 25 de julio de 1968 hasta el día de hoy, ha ido en aumento ese número de católicos que han renunciado al título de criaturas de Dios, porque quieren ser como dioses. Desde entonces han sido tantos y tantos los católicos que han cambiado de bando que, a falta de saber cifras exactas, da la impresión de que ahora ya son mayoría dentro de la Iglesia.

Oponerse a las enseñanzas de la encíclica Humane vitae se iba a convertir en la clave de la crisis religiosa y cultural de nuestro tiempo

Sí, he dicho dentro de la Iglesia porque si en casi veinte siglos los herejes se habían comportado como auténticos desertores, abandonando la Iglesia, la apostasía que comenzó el 25 de julio de 1968 es distinta a lo que había sucedido durante dos mil años, porque desde entonces estos corrosivos herejes se han quedado dentro de la Iglesia, obedeciendo la estrategia del Modernismo, condenado por San Pío X (1903-1914).

Desde su origen, en el pontificado de San Pío X, así actuaron los impulsores del Modernismo, un conjunto de clérigos entre los que destacaban el sacerdote Alfred Firmin Loisy (1857-1940) en Francia, el jesuita George Tyrrel (1861-1909) en Inglaterra, el profesor del seminario romano Ernesto Buonaiuti (1881-1946) y el sacerdote italiano Romolo Murri (1870-1944).

El modernista en su concepción dialéctica concibe la coexistencia —como tesis y antítesis— de una Iglesia institucional y otra carismática, la primera tradicional y la segunda progresista, gracias a cuyo enfrentamiento surge el avance: la síntesis. Naturalmente en dicha concepción el modernista es el representante de los carismas y del progresismo. De aquí, que para ellos no solo no fuera compatible sino incluso necesario realizar una crítica de los fundamentos mismos de la Iglesia y permanecer a la vez dentro de su seno. Por eso, la estrategia modernista para evitar una excomunión no utiliza enfrentamientos directos, ni hace afirmaciones tajantes, o esconde su personalidad firmando sus publicaciones con seudónimos, como el de Hilaire Bourdon que fue el utilizado por Tyrrel. Pero como estratega, nadie tan habilidoso como Buonaiuti que se las arregló para mantenerse dentro de la Iglesia hasta 1926, a pesar de haber sido excomulgado en dos ocasiones en los años 1921 y 1924.

'Humanae vitae', 25 de julio de 1968. Ese día cambió de bando un número considerable de católicos en la batalla de las dos ciudades, en el combate entre el cielo y el infierno. Y ha ido en aumento ese número de católicos que han renunciado al título de criaturas de Dios, porque quieren ser como dioses

Los modernistas pretenden sustituir al Espíritu Santo como guía de la Iglesia, por lo tanto tiran a la basura la Tradición y desplazan al Magisterio, porque a partir de entonces son ellos los que interpretarán las Escrituras y la Revelación, los que promulgarán lo que es bueno y lo que es malo, porque como dioses que se creen que son se empeñan en construir la Iglesia cimentándola sobre el pecado contra el Espíritu Santo, al que ellos suplantan.

Los modernistas, por partir del principio de que Dios es inmanente al hombre y que en consecuencia la autoridad religiosa no es sino la suma de todas las experiencias individuales, sostienen que la autoridad eclesiástica debe regirse por criterios democráticos. Esta ideología religiosa, inmanentista, individualista y subjetivista de los modernistas, que vaciaba completamente de sentido a la Iglesia, fue condenada por San Pío X, por ser el Modernismo —según se lee en la encíclica Pascendi (8-IX-1907)— el conjunto de todas las herejías con capacidad para destruir no solo la religión católica, sino cualquier sentido religioso, por cuanto los presupuestos del modernismo desembocan, en definitiva, en el ateísmo.

Ahora bien, que San Pío X detectara el virus de tan diabólica epidemia, en modo alguno puede interpretarse como que los católicos ya estaban libres de contagio. No fue poco el mérito de San Pío X descubrir que la Iglesia podría adentrarse en la peor etapa de su historia, sí he dicho y lo repito, en la peor de todas, que no otra cosa quiso decir San Pío X cuando condenó el Modernismo como el conjunto de todas las herejías, pues según lo que me enseñaron en el colegio de pequeño por ley matemática la suma siempre es mayor que cualquiera de los sumandos. En consecuencia, no me vale esa interpretación de que siempre hubo situaciones malas en la Iglesia y que fueron superadas. Cierto que las hubo malas y hasta muy malas, pero la que padecemos actualmente no es mala, es la peor de todas.

Esta ideología religiosa, inmanentista, individualista y subjetivista de los modernistas, que vaciaba completamente de sentido a la Iglesia, fue condenada por San Pío X, por ser el Modernismo el conjunto de todas las herejías

La táctica de ese conjunto de clérigos modernistas, antes citados, al no descender de las alturas intelectualoides no generó el mejor atractivo entre el pueblo llano. Proponer —digámoslo a modo de caricatura— que a partir de entonces ya se podía prescindir de la Revelación, de la Tradición y del Magisterio para decidir si en la Santísima Trinidad hay tres personas o treinta y tres, a gusto del consumidor, es lógico que no suscitara seguidores.

Pero todo cambió el 25 de julio de 1968. Ese día, otro papa santo, Pablo VI, publicó la Humanae vitae y en oponerse a ella encontraron los modernistas su primer gran triunfo seguido de otros muchos, que han incrementado sus filas hasta el día de hoy, porque ahora sí que acertaron con la estrategia:

—¿Quieren ustedes pasarse al bando modernista, desean prescindir de la Revelación, de la Tradición y del Magisterio para que cada uno pueda decidir lo que está bien y lo que está mal en la cama?

A partir de este momento sí que hubo y sigue habiendo muchos católicos partidarios de reivindicar su autonomía moral para juzgar la vida marital. La cuestión es que el depósito de la fe y la moral son indivisibles y se empieza rechazando la Humanae vitae y se acaba dando la espalda a todo el Magisterio de la Iglesia.

Por eso es tan grave lo que ha ocurrido hace bien poco en una institución pontificia como es la Academia por la Vida, que se ha pasado al lado oscuro, atacando frontalmente a la Humanae vitae, con las notables excepciones de dos de nuestras compatriotas, pertenecientes a esta institución pontificia, que además lo han denunciado con valentía. Son las prestigiosas doctoras Elena Postigo y Mónica López Barahona.

Es muy grave lo que ha ocurrido hace bien poco en una institución pontificia como es la Academia por la Vida, que se ha pasado al lado oscuro, atacando frontalmente a la 'Humanae vitae'

De manera que después de cincuenta años que yo se lo escuché por primera vez a San Josemaría Escrivá, vuelve a estar vigente lo de que en la Iglesia “el mal está dentro y arriba”. Y comprendo, queridos lectores, que ustedes están esperando que ahora yo nombre y describa esa cima. Pero es que teniendo en cuenta la altísima elevación de esta cumbre, y ante la posibilidad de que nos invada el mal de altura, me limitaré a responder a su solicitud con la enseñanza que me impartió un gran amigo navarro: “si quieres ser feliz como dices, no analices”.

Grave, gravísima, la peor de todas las herejías es construir la Iglesia sobre tan diabólicos cimientos, lo que equivale a edificar cada vida sobre los cimientos con el pecado contra el Espíritu Santo, ya que quienes se han pasado al bando del Modernismo atan las manos a la misericordia de Dios, por eso nos dijo Jesucristo que ese pecado no tiene perdón.

Pero el futuro no está cerrado, porque el porvenir es de quienes se cobijen bajo el manto de la Virgen, por más que los poderes del mundo y hasta las más altas instancias eclesiásticas se empeñen en dar la espalda a Dios: a grandes males, grandes remedios. Por eso a medida que se va montando el gran asalto luciferino contra la Iglesia durante los siglos XIX y XX, durante la Edad Contemporánea, la Virgen no ha dejado de actuar de un modo especial. Durante estos más de doscientos años se han prodigado las apariciones marianas, muchas ya reconocidas por la Iglesia y muchísimas más que están a la espera de esa aprobación.

El humo de Satanás, como también dijo San Pablo VI, ha penetrado en la Iglesia, probablemente, cuando vio la falta de obediencia con la que los católicos recibieron la 'Humanae vitae'

Aunque el humo de Satanás, como también dijo San Pablo VI, haya penetrado en la Iglesia probablemente cuando vio la falta de obediencia con la que los católicos recibieron la Humanae vitae, una encíclica que ha resultado ser profética hasta el punto de adelantarse a describir las aberraciones morales contra la familia y la vida que al día de hoy están presentes…, aunque los modernistas y sus seguidores hayan atado las manos misericordiosas de Dios, todavía nos queda la esperanza de quien todo lo puede porque es Madre de Dios y de quien tanto nos quiere, porque también es Madre Nuestra.

Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.

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