Un enemigo del Papa
Por Juan Manuel de Prada
23.12,21
Unas sabandijas o mindundis con letrina en interné me han señalado como “enemigo del Papa” porque un artículo mío, publicado en el diario ABC, ha aparecido recopilado en un libro que recoge textos contrarios a las restricciones decretadas contra la misa tradicional. Como también he escrito sobre este asunto en Misión, sus lectores ya conocen mi opinión al respecto.
Pienso, en efecto, que la Santa Sede, al dificultar la celebración de la misa tradicional, incurre “en una apabullante responsabilidad en la historia del espíritu humano”. Es el mismo juicio que, hace cincuenta años, lanzaban más de cincuenta escritores y artistas que solicitaron públicamente a Pablo VI que no cometiera el error de “privar a los seres humanos de formas verbales que han alcanzado su más excelsa manifestación” y servido de inspiración a los más sublimes artistas. Entre los firmantes se contaban Evelyn Waugh, Graham Greene, W. H. Auden, Robert Graves, Agatha Christie, Iris Murdoch, Yehudi Menuhin, François Mauriac, Jacques Maritain, Giorgio de Chirico, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, Jorge Luis Borges, Salvador de Madariaga, María Zambrano o Andrés Segovia; un elenco en el que se mezclaban católicos tradicionales y progresistas, creyentes de otras confesiones, agnósticos y ateos. Pero a nadie se le ocurrió pensar entonces que los firmantes de aquel texto fueran “enemigos del Papa”.
¿Qué ha ocurrido en la Iglesia católica para que, cincuenta años después, unas sabandijas o mindundis puedan estigmatizar a un humilde galeote de la pluma como yo, que no hace sino repetir lo mismo que entonces dijeron tantos escritores y artistas eximios? Y, sobre todo, ¿qué ha ocurrido para que los escritores y artistas de nuestro tiempo se hayan despreocupado por completo del destino de la Iglesia, donde en cambio tienen cobijo sabandijas y mindundis que se dedican a estigmatizar a quien osa repetir lo que dijeron algunas de las personalidades más relevantes de la cultura occidental?
Afirmaba Leonardo Castellani que “Pedro representa a Cristo y está en lugar de Cristo; y cuando reconoce, confiesa, profesa y proclama a Cristo, habla con la voz de Dios; pero el mismo Pedro como persona privada, hablando con sus fuerzas naturales y con su entendimiento humano, puede decir y hacer cosas indignas, escandalosas e incluso satánicas”. Quien niegue esto es un papólatra descerebrado; o, como jocosamente añade Castellani, alguien que confunde el amor al Papa con el fetichismo africano.
¿Qué ha ocurrido para que los escritores y artistas de nuestro tiempo se hayan despreocupado del destino de la Iglesia?
Como es bien sabido, Dante incluyó en el elenco de condenados de su Divina Commedia a Celestino V. Benedicto xv dedicó a Dante una encíclica, In praeclara summorum, en la que reconoce que “arremetió con terrible acrimonia contra los Sumos Pontífices de su tiempo”; para declararlo a continuación el más grande poeta católico de todos los tiempos. Y Pablo VI, en su motu proprio Altissimi cantus, dedicado también a Dante, repetía la misma idea, reconociendo al autor de la Commedia como el más elevado fruto del genio católico, sin que sus “reprensiones acerbas” a los Papas manchen tal consideración, pues consideraba que lo hacía como “juez y censor” de “vicios lamentables”. Desde luego, mi pobre pluma vale infinitamente menos que la de Dante; pero mucho más que la de las sabandijas y mindundis que, disfrazados de fetichistas africanos, se dedican a estigmatizar a quien repite lo que hace cincuenta años decían Evelyn Waugh o Graham Greene, W. H. Auden o Jorge Luis Borges, Robert Graves o Jacques Maritain.
¡Pobre Iglesia, donde las sabandijas y los mindundis reparten carnés de amigos y enemigos del Papa!
Artículo publicado en la edición número 62 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España