Dos días después de la gran victoria socialmasónica en las elecciones generales, el diario “independiente” El País de Madrid publicó (30.Octubre.1982) un artículo del conocido escritor Manuel Vicent:
5. Operación De Gaulle
Antonio Martín Beaumont
(23/2/2011)
Del "está en la sala de espera" sobre el general Armada, tal como figuró inicialmente en el sumario, se pasó, por mediación de Oliart, a "ni está ni se le espera".
Sobre el 23-F aún no se ha publicado todo lo que se sabe, ni se sabe todo lo que sucedió.
A los españoles con más de 45 años les parecerá que fue ayer pero la realidad se impone: el 23-F ha cumplido treinta años y se explica ya en los libros de Historia a una generación que no lo vivió. Es más: así como otros hechos de nuestro pasado y de la misma Transición son polémicos y generan opiniones enfrentadas, no hay ninguna discusión importante sobre el intento de golpe de Estado. La verdad oficial se instaló e, inmediatamente, todos miramos adelante.
Pero que la opinión sea unánime, y que la perspectiva ucrónica de un golpe triunfante en 1981 no guste a nadie, no quiere decir que el 23-F deba ser un capítulo cerrado. Aún no se ha publicado todo lo que se sabe, ni se sabe todo lo que sucedió, sobre los acontecimientos de aquellas horas en las que, para algunos, la democracia estuvo en peligro, y que terminó, en eso coinciden todos, con ella consolidada y confirmada.
El periodista e historiador Jesús Palacios acaba de publicar una obra bien interesante, la más completa que he leído hasta ahora al respecto, 23-F, el Rey y su secreto (Editorial Libros Libres), donde explica que fue un golpe desde dentro del sistema, un movimiento institucional cuyo objetivo era un nuevo pacto democrático para reforzar el papel de la Corona; una Operación De Gaulle, que tenía como final previsto un Gobierno de concentración con el general Alfonso Armada al frente.
La situación de España a comienzos de 1981 no era sencilla. ETA y GRAPO habían puesto contra las cuerdas al Estado, matando casi cada día, imponiendo su ley en partes consistentes de la sociedad y el miedo en el resto. El partido mayoritario, UCD, estaba profundamente dividido –era un cajón de sastre con personas, ideas y proyectos muy diferentes en su interior- y el Gobierno corría el riesgo de quedarse sin apoyos en el Parlamento. La alternativa era una izquierda que no había gobernado desde los tiempos de Francisco Largo Caballero y Juan Negrín y que no generaba universal confianza. España era una democracia, pero ésta era tierna y frágil.
La dimisión de Suárez
Dos fotogramas explican esa situación mejor que cualquier argumento. A las 19.40 del 29 de enero de 1981 la programación de Televisión Española se había interrumpido para emitir una "Declaración del presidente del Gobierno". Adolfo Suárez, tras un año de crisis económica, de terrorismo desbocado, de reivindicaciones nacionalistas que no siempre cabían en la Constitución y de disolución de su propio partido, dimitía: "Presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno". Un detalle importante, en una democracia joven: había dimitido ante el Rey pero se sentía obligado a explicarlo a los ciudadanos. ¿Por qué? "No me voy por temor", dijo, pero sin duda pesó mucho la durísima oposición socialista -"el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas"- y la falta de otras alternativas democráticas.
¿Y fuera de la democracia? Cabía una involución autoritaria, más militar que de ultraderecha, de la que se tenían noticias pero cuya inmadurez era suficientemente conocida en el Gobierno: "No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de España".
Buscando una salida
España terminó enero sin Gobierno y empezó febrero al borde de la confrontación social. El miércoles 4 de febrero los sectores más radicales del independentismo vasco desafiaron al Rey Juan Carlos en la Casa de Juntas de Guernica, donde había acudido a presidir un solemne acto institucional. Aunque el rey proclamó su "fe en la democracia y su confianza en el pueblo vasco", todo el país contempló con estupor, en televisión, cómo en una institución autonómica el brazo político de una banda terrorista entonaba puño en alto el himno independentista.
Había que dar una salida a la situación y la Constitución obligaba a que cualquier Gobierno saliese del Parlamento. Allí, sin embargo, era preciso que alguien mantuviese unida la UCD, y de ese partido atormentado por sus disputas surgió la candidatura de Leopoldo Calvo-Sotelo a la Presidencia del Gobierno. Capaz y formado, por su talante podía convencer a los más moderados y por su perfil familiar podía no disgustar a las derechas.
Sin embargo, la solución parlamentaria no convencía a todos. Desde varios sectores, especialmente militares pero no sólo, se pensó en una solución extraparlamentaria de la crisis, que solucionase los grandes problemas y especialmente el autonómico y el terrorista. Un Gobierno fuerte no disgustaba a nadie pero ¿se podía conseguir en democracia?
El teniente coronel Tejero
Antonio Tejero Molina, teniente coronel de la Guardia Civil ya procesado por la llamada Operación Galaxia, pensaba que no. Como él, una parte importante de la oficialidad joven formada en el franquismo creía que la democracia era el problema, y que había que volver a imponer el orden a costa de las libertades. En esa dirección conspiraban varios grupos inconexos de aspirantes golpistas, genéricamente identificados con los análisis del colectivo "Almendros", que ocultaba al entonces general Manuel Cabeza Calahorra, publicados en el diario El Alcázar.
Los generales monárquicos
Muchos altos mandos militares, incluyendo los poderosos capitanes generales, pensaban que la situación excepcional requería una interrupción de la normalidad para volver a la Constitución tal vez después, una vez "enderezada" la situación. No se trataba de liquidar las instituciones, sino de consolidarlas "desde fuera", con el máximo respeto al Rey. El monárquico capitán general de Valencia, Jaime Miláns del Bosch, resultó ser el más decidido de estos golpistas de segundo tipo, pero no era ni el único ni el mejor situado; aunque sí resultó ser el más decidido.
También el general de división Alfonso Armada era monárquico, y creía posible la cuadratura del círculo: que un militar -a ser posible él mismo- presidiese un gobierno de unidad nacional, respaldado por los partidos del Congreso y destinado a corregir la situación sin interrumpir formalmente la vida institucional. Armada tuvo, además de contactos con el resto de golpistas, estrechas relaciones políticas y financieras.
¿Hubo una trama golpista en febrero de 1981? A falta de una, al menos media docena de filones; casi todos ellos, además, seguidos de cerca o de lejos, y a veces desde dentro, por los servicios secretos desarrollados por el coronel José Ignacio San Martín, y donde después abrevaron jóvenes oficiales del CESID como José Luis Cortina.
Gobierno para derrotar el terrorismo
La sesión de investidura de Calvo-Sotelo estaba prevista para la tarde del día 23, en el Congreso, y era previsible una derrota del candidato con la consiguiente crispación nacional. Algunos de los conspiradores, de diferentes tendencias y con diferentes intenciones, confluyeron en la idea de interrumpir la sesión del Congreso y establecer un Gobierno capaz de derrotar el terrorismo. En la tentativa confluyeron legalistas e ilegalistas, monárquicos convencidos de la aprobación regia y franquistas antidemócratas, conspiradores natos y agentes de los servicios secretos. Unos se engañaban y otros querían engañarse sobre lo que había de suceder.
Durante la votación nominal de la investidura, que la radio transmitía en directo, el hemiciclo de las Cortes fue invadido por miembros de la Guardia Civil al mando de Tejero. Tras unos muy conocidos incidentes, el Congreso quedó ocupado y el país paralizado. ¿Un nuevo 1936? Miláns del Bosch decretó el estado de excepción en Levante, en nombre del Rey, mientras que los restantes capitanes generales, algunos de los cuales estaban al tanto de los planes, acuartelaban sus tropas. Tropas mecanizadas de Caballería tomaron los estudios de Televisión Española en Prado del Rey, y todo Madrid esperaba la llegada a las calles de la División Acorazada Brunete. Al mismo tiempo, Armada entraba en las Cortes con la intención de proclamar, con apoyo de los diputados allí retenidos, un nuevo Gobierno presidido por él mismo.
La marcha atrás de Tejero
¿El golpe había triunfado? Sin embargo, en ese punto fracasó. Se ha dicho que la intervención del Rey pidiendo al Ejército lealtad democrática fue decisiva; y probablemente fue así en muchas conciencias llenas de dudas. Pero quien detuvo el golpe fue el mismo Tejero, que al ver la lista que Armada proyectaba convertir en Gobierno impidió la entrada del general en el hemiciclo y privó a los golpistas de proyecto político. La historia es burlona, pero fue el golpista más duro quien prefirió el fracaso de todos al triunfo personal de quien había sido preceptor del Rey en su juventud.
¿Sabemos todo del 23-F?
Probablemente nunca lo sepamos. Adolfo Suárez ha perdido la memoria de aquellos hechos, Tejero quedó siempre al margen de la trama al más alto nivel político y militar, Miláns ha muerto y Armada, marqués de Santa Cruz de Rivadulla, se dedica en su pazo gallego a cultivar camelias. En silencio hasta ahora. Hombres de otro tiempo como el capitán de navío Camilo Menéndez o el comandante Ricardo Pardo Zancada –el más inteligente de todos, el que se sumó al golpe a última hora, aún sabiendo que no podía salir adelante, por lealtad a la palabra dada- perdieron sus carreras profesionales por una adhesión sentimental a algo que sabían fracasado.
Armada está en la sala de espera
Curiosidades después de estos años hay innumerables, naturalmente. Veamos alguna. El famoso juez Antonio Pedreira, actual instructor en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid del caso Gürtel, por aquellos años fue letrado defensor del capitán Cid Fortea. Igualmente, cuentan conocedores del proceso que en las primeras declaraciones tomadas por el juez especial designado para el caso, José María García Escudero, tras haber hablado con el general Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa Real, sobre la famosísima llamada del general Manuel Juste a La Zarzuela preguntando por Armada, inicialmente la frase que apareció en el sumario fue: "Está en la sala de espera". Aunque más tarde, aquella original respuesta telefónica de Fernández Campo fue tachada con Típex y sustituida por la archifamosa, que ha pasado a la historia, de "ni está ni se le espera", gracias al habilidoso trabajo del por entonces ministro de Defensa, Alberto Oliart, actualmente presidente de CRTVE.
El Rey defendió con energía la Constitución el 23-F de 1981, pero fueron más la impericia y la división de los golpistas las que liquidaron el golpe. De hecho, el Rey, en su intervención televisada, violó formalmente la Constitución que defendía, ya que dio órdenes directas a los mandos militares, algo a lo que él mismo había renunciado cuando firmó la Carta Magna en 1978. La Constitución sobrevivió reforzada a aquel atardecer de invierno y la Corona mantuvo de hecho su vínculo privilegiado con los Ejércitos, reforzado una semana después, cuando -el 28 de febrero de 1981- Don Juan Carlos celebró el XXV aniversario de su jura de bandera en la Academia General Militar de Zaragoza declarando que "esta unión de las Fuerzas Armadas, que en la paz forman un bloque inquebrantable, es el reflejo de lo que ocurre en los momentos del combate, cuando las acciones individuales distinguidas constituyen únicamente episodios, por brillantes que sean, en el conjunto de la acción".
Y así fue: la unidad de las Fuerzas Armadas en torno al pueblo y al Rey se mantuvo, y el 23-F se quedó en un susto, o en un aviso, cuyos detalles se nos van a seguir escapando probablemente durante una generación más.