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martes, 17 de octubre de 2023

El espíritu de Lepanto que nos anima. Roberto De Mattei

El espíritu de Lepanto que nos anima
16/10/2023

Me gusta recordar la batalla de Lepanto, y no sólo en sus aniversarios importantes, como siempre hemos hecho públicamente en la Fundación Lepanto. La última vez tuvo lugar en 2021, 450º aniversario de la gran victoria, pero gusta recordarlo cada 7 de octubre para no olvidar la importancia y significado de la gesta.

Cada 7 de octubre evoco con la memoria y la oración aquella jornada que alteró la historia del Occidente cristiano. El día en el que en el mar de Grecia se enfrentaron dos inmensas flotas, la turca y la cristiana, en un combate decisivo para nuestra civilización.

Los turcos querían aplastar la armada cristiana en el mar para apuntar seguidamente a Roma y conquistar, después de Constantinopla, Occidente para someterlo a la ley islámica. Pero en Roma reinaba desde 1566 un pontífice indómito, Pío V; el dominico MIchele Ghislieri, que la Iglesia ha elevado a la gloria de los altares.

San Pío V aceptó el desafío y asumió el deber de defender la Cristiandad del tremendo peligro que suponía el islam. Con tal fin, creó la Liga Santa, formada por las potencias cristianas, y la sostuvo con dinero, hombres y armas, pero sobre todo con oración.

El encuentro entre la flota turca y la cristiana, esta última bajo el mando de don Juan de Austria, tuvo lugar al mediodía del 7 de octubre de 1571 en aguas de Lepanto, a la entrada del golfo de Patras. La batalla fue formidable por el número de hombres y galeras que intervinieron por parte de ambos bandos y por lo enconado de la lucha. Al cabo de cinco horas de feroz combate, los cristianos quedaron boquiabiertos ante la total victoria. Miguel de Cervantes, embarcado en una galera española, calificó la gesta como «la más alta ocasión que vieron los siglos».

Cuando concluyó la batalla a las cinco de la tarde del domingo 7 de octubre, san Pío V examinaba las cuentas en Roma con su tesorero general Bartolomeo Bussotti. De repente, se levantó como impulsado por un resorte, abrió la ventana y dirigió la mirada hacia oriente, como absorto en contemplación. Luego, se dio media vuelta y con una luminosidad divina en los ojos, exclamó: «Dejemos los asuntos mundanos y vayamos a dar gracias a Dios, que en este momento nos ha dado la victoria».

San Pío V estaba convencido de que quien verdaderamente había ganado el combate era la Santísima Virgen María, y mandó que a la Letanía Lauretana se añadiese la invocación Auxilium Christianorum, ora pro nobis. Dispuso igualmente que el 7 de octubre fuera fiesta en honor de Nuestra Señora de la Victoria, festividad que más tarde se transformaría en la de la Virgen del Rosario.

No hay gracia que no pase por las manos de María ni victoria que no se pueda atribuir a Ella. Pero María precisa de nuestra colaboración, de que correspondamos a sus gracias y de nuestro espíritu combativo, que es el de Lepanto. Por nuestra parte, nosotros necesitamos el espíritu de Lepanto para combatir, con la ayuda de María, a los enemigos internos y externos de la Iglesia.

Hoy en día Occidente, aquel Occidente que fue cristiano, es objeto de un ataque sin precedentes; también –y sobre todo– de un ataque interno. La civilización cristiana occidental, lo poco que queda de ella, merece ser defendida, porque a partir de lo que queda, de lo que aún vive, espera y combate, se podrá construir –como prometió la Virgen en Fátima– otro futuro para las generaciones occidentales.

Tenemos plena certeza del triunfo del Sagrado Corazón de María, del que queremos ser instrumentos con nuestros pequeños gestos de cada día, como el de recordar cada 7 de octubre a todos los combatientes que, no sólo en Lepanto aunque con espíritu lepantino, han vivido y muerto en defensa de la Iglesia y la civilización cristianos.

Herederos de Lepanto, queremos recoger ante todo el mensaje de fortaleza cristiana que nos transmiten ese nombre, ese combate, esa victoria: fortaleza cristiana que es espíritu de sacrificio y disposición de ánimo para sacrificar los bienes terrenos en aras de bienes más elevados como la justicia, la verdad, la gloria de la Iglesia y el futuro de la civilización occidental y cristiana.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

 
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