Jorge Soley Climent es un barcelonés cuarentón, felizmente casado y padre de seis hijos. Apasionado por la lectura, la historia y el fútbol humilde y auténtico, su profesión de economista le impone el agradable deber de viajar con frecuencia a la América hispana. Está convencido de que ser católico significa ser universal, de que lo razonable es la fe y de que la Iglesia, a pesar del empeño que ponemos los hombres para afear su rostro, es Madre y Tesoro de criterio seguro. Puedes escribirle a jorgesoley@yahoo.com y seguirle en @Aldobrandovals.
InfoCatólica-Jorge Soley (9/10/2014): El Papa Francisco ha pedido a los participantes en el Sínodo que hablen con parresía y escuchen con humildad. Todo ello en un clima de sinodalidad y siempre “cum Petro et sub Petro”. Se trata de una oportuna y esperanzadora petición, que muchos seguirán. Pero luego llegamos los hombres, con nuestras miserias, y a menudo (por no decir siempre) no alcanzamos ese ideal al que estamos llamados. Y esto ocurre también entre los participantes en el Sínodo.
Hay una serie de estrategias de manipulación, comunes en el ámbito de la política o de la economía, que son bien conocidas y que se llevan a cabo con mayor o menor finura. No estamos tan acostumbrados a verlas, al menos a la luz del día, en el ámbito eclesiástico. Sin embargo, un observador un poco atento (no mucho, resultan muy evidentes) puede detectar en los prolegómenos e inicios del Sínodo de la Familia un despliegue amplio de este tipo de estrategias manipuladoras.
Pondré algunos ejemplos:
La coartada de los “expertos”: la jugada consiste en elegir a una serie de “expertos” con un marcado sesgo a favor del objetivo que busco alcanzar. Se les invita, dicen lo que se esperaba y por lo que fueron elegidos y finalmente se afirma que no se puede ignorar la voz de los “expertos independientes”. Como se pueden escuchar a un número limitado de “expertos”, la clave es la selección sesgada de los mismos. Estamos cansados de verlo en las Comisiones Parlamentarias de Expertos que acaban avalando lo que el partido en el poder desea. La elección del matrimonio que explicó el segundo día del Sínodo cómo habían acogido en Navidad a su hijo homosexual y su pareja para mostrar lo que es el amor cristiano a sus nietos parece indicar que la elección de estos testimonios contiene un fuerte sesgo en una determinada dirección. Cuando nos enteramos de que ni un solo docente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia, el Instituto de la Iglesia que precisamente estudia el tema que aborda el Sínodo, ha sido invitado, los indicios parecen confirmarse.
Ignorar las voces contrarias y afirmar una unanimidad ficticia: Se lanza una propuesta. Recibe muchas críticas. Se ignoran: son extremistas, radicales, nada significativas. Se mueven unas pocas voces a favor de la propuesta. Acto seguido, con gran solemnidad, se afirma que existe un gran consenso y que las tendencias y el progreso pasan por nuestra propuesta. Los ejemplos del mundo de la política son innumerables. En el caso del Sínodo de la Familia, partimos de la propuesta del cardenal Kasper. Las reacciones en contra fueron una avalancha: libros bien argumentados como el de Pérez-Soba y Kampowski, o el publicado los cardenales Brandmüller, Burke, Caffarra, De Paolis y Müller entre otros autores; declaraciones de cardenales, obispos, teólogos, manifiestos de prestigiosos expertos laicos de todo el mundo como la carta Compromiso con el Matrimonio. Pero las evidencias importan poco para quien tiene ya una opinión prefijada. Así, nos encontramos con las recientesdeclaraciones del prepósito general de la Compañía de Jesús, Padre Adolfo Nicolás, en respuesta a si el Sínodo actualizará la moral familiar: “La discusión, libre y franca, se está dirigiendo hacia un cambio”. ¿De verdad? La verdad es que poco importa lo que se diga en esa discusión, ¡han decidido ya el resultado de la misma!
La descalificación preventiva: Una vez más estamos ante una maniobra tan común en la política que casi ni la percibimos. Quienes nos critican son descalificados a priori. En política la etiqueta más empleada es la de fascista. No hace falta perder más tiempo con quien queda así marcado. Todo lo que diga está ya descalificado de partida. En el ámbito religioso se suele etiquetar como ultraconservador o ultratradicionalista; y a otra cosa. Pero aquí la creatividad que se está desplegando estos días es grande: nuevos celotes, rígidos, doctrinarios, inflexibles, dogmáticos, inmovilistas, abstractos, escrupulosos… Seguro que me dejo alguno.
Las amenazas veladas: No se trata de amenazar personalmente a nadie, pero sí de cargar futuras y graves responsabilidades sobre quienes no se suman a nuestro campo. Normalmente se excita a la gente, se crean expectativas imposibles, para luego, cuando se levantan voces en desacuerdo, amenazar con la grave responsabilidad de lo que ocurrirá si las masas previamente sobreexcitadas quedan frustradas en las expectativas que les habíamos prometido. En Cataluña tenemos un ejemplo muy actual. Es el recurso que utiliza el cardenal Kasper en su libro El evangelio de la familia cuando escribe que “si nos limitamos a repetir las respuestas que supuestamente han sido dadas ya desde siempre, se produciría una tremenda decepción […] Si no lo queremos así, entonces tal vez no deberíamos celebrar ningún Sínodo sobre este tema, porque en tal caso la situación subsiguiente sería peor que la anterior”. Pero como es un hecho que el Sínodo se está celebrando, quienes se oponen a mis nuevas respuestas están socavando la posición de la Iglesia y provocando decepción y alejamiento, ¿no?
Atribuir a alguien con autoridad lo que no ha dicho: Se acusa a quien sostiene un argumento de estar en contra de lo que sostiene alguien a quien se le reconoce autoridad. Ocurre muy a menudo en la vida de los partidos políticos: si dices esto no estás alineado con el jefe del partido, aunque el jefe nunca lo haya manifestado explícitamente. Es la maniobra que empleó el cardenal Kasper ante las numerosas y fundadas críticas: no me criticáis a mí, criticáis al Papa. La réplica del cardenal Burke fue clara: el Papa no tiene laringitis, y cuando quiere decir algo lo dice él mismo, no a través de terceros.
La teoría se mantiene intacta, es la praxis la que cambia: Recientemente hemos visto cómo Rajoy argumentaba su traición a sus votantes y a su programa electoral en relación a la ley del aborto con el argumento de que había que conseguir un consenso (que no se exigió a otras leyes, como la polémica LOMCE) que impidiera que cada nuevo gobierno cambiara la ley. Ante semejante giro, y mientras algunos le reclaman a Rajoy que sea consecuente y elimine de los estatutos del PP la defensa de la vida, las voces que le defienden afirman que nada ha cambiado en los principios del PP, pero que en la realidad hay que ajustar esas ideas rectoras a la realidad concreta. Resultado: seguimos siendo un partido pro-vida en nuestros estatutos, pero cuando gobernamos no hacemos nada para no ya acabar con el aborto, sino ni siquiera para reducirlo. Algo similar sucede con algunas afirmaciones en el sentido de que en el Sínodo no se va a tocar la doctrina, sino que se trata de hacer ajustes pastorales. Muy razonable. Pero a veces, una propuesta pastoral puede ser contraria a la doctrina. Habría que recordar algo que algunos de quienes promueven “soluciones pastorales” difícilmente compatibles con la doctrina tienen muy claro: se acaba pensando como se vive y hay cambios pastorales que pueden tener efectos devastadores en la doctrina. En el fondo no es más que la vieja consigna marxista de que es la praxis la que importa (no por casualidad Stanislaw Grygiel acaba de escribir que “la asunción marxista según la que la filosofía tendría que cambiar el mundo antes que contemplarlo se ha abierto camino en el pensamiento de ciertos teólogos). La experiencia del último medio siglo no deja ninguna duda al respecto.
Creación de un nuevo lenguaje: estamos ante un clásico, que desde que retratara a la perfección George Orwell es cada vez más omnipresente. Ya no hay despidos, sino ajustes laborales, la economía ya no experimenta una recesión, sino un crecimiento negativo, las prostitutas son trabajadoras sexuales o, mejor aún, escorts, y por supuesto ya no hay abortos, sino interrupciones voluntarias del embarazo, o nuevamente aún mejor, IVES. Por desgracia, la realidad permanece igual. Cuando uno lee que el portavoz en lengua inglesa, Padre Thomas Rosica, explica que una de las cuestiones planteadas en el Sínodo es que la Iglesia debe usar un lenguaje más inclusivo y abandonar expresiones duras como “vivir en pecado”, “intrínsecamente desordenado” o “mentalidad anticonceptiva”, no puede dejar de pensar en el “newspeak” orwelliano.
Promoción de la confusión terminológica y conceptual: en esto hay que reconocer que los políticos son maestros. No niegan, pero dicen medias verdades, dejan caer consecuencias implícitas discutibles, utilizan un término para decir algo ligeramente diferente de su significado real. No están siendo estos días ajenos a estas imprecisiones, que cualquier catequista bien formado puede detectar rápidamente. Por ejemplo, cuando se afirma, con respecto a los divorciados vueltos a casar civilmente, que “hay que recordar que muchos fieles se encuentran en una situación de la que no son culpables”, o bien se dice una obviedad(los divorciados no culpables, abandonados por su cónyuge, por supuesto que pueden recibir la comunión) o bien se está insinuando que no hay culpa en contraer un segundo matrimonio civil, algo incompatible con la doctrina católica. O cuando, siguiendo con este tema, se sostiene que “la Eucaristía no es el sacramento de los perfectos, sino de aquellos que están en camino”, nuevamente o es una obviedad, pues aunque aspiramos a ser perfectos sabemos que somos pecadores, o bien se está insinuando que aquellos que están en pecado mortal pueden comulgar. Lo cierto es que la Eucaristía no es el sacramento de los perfectos, pero tampoco el de quienes están en pecado mortal (para ellos, para nosotros, la Iglesia nos ofrece el sacramento de la Confesión), sino el de quienes, débiles y en camino, están en gracia de Dios. Podríamos seguir con multitud de ejemplos: se dice algo que puede ser interpretado rectamente pero, en un contexto y de un modo, que dan lugar a confusión o error.
No seguiremos. Por fortuna la Iglesia no es ni un partido político, ni una organización laboral, ni un parlamento democrático, ni… A veces nos contagiamos de estas realidades mundanas y trasladamos algunas de sus categorías a la propia Iglesia. Hay que hacer justamente lo contrario: sobrenaturalizar la Iglesia, el Papa, el Sínodo…
Esta lista, que otros podrían ampliar, demuestra que somos pobres vasijas de barro, confundidas, demasiado pendientes del aplauso del Mundo, rebosantes de miserias humanas. No pasa nada. No es la primera, ni será la última vez que la Iglesia se resienta de la debilidad de sus miembros. Pero estamos tranquilos, rezando por el Papa y los padres sinodales, con nuestra confianza puesta en que es Dios mismo quien vela por su Iglesia
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