Benedicto XVI, McCarrick
y la comunión de los políticos abortistas
17 noviembre, 2020
Reproducimos a continuación el último artículo de Sandro Magister, en el que analiza la reacción de Theodore McCarrick ante la nota de Joseph Ratzinger sobre la comunión de los políticos abortistas.
Cada día que pasa, el “Informe” sobre el caso del ex cardenal Theodore McCarrick, publicado el 10 de noviembre por la Secretaría de Estado, aparece como una novedad sin precedentes, de fuerte impacto sobre el presente y también sobre el futuro de la comunicación vaticana.
Nunca antes había sucedido que, para aclarar un capítulo candente de la vida de la Iglesia a los más altos niveles – y con personajes implicados en gran parte vivos y activos –, la Santa Sede levantara el velo de una masa tan imponente de documentos y actas reservados, con más de casi un centenar de testimonios recogidos “ad hoc”, incluido el del Papa reinante.
También el autor, o los autores, de un emprendimiento de esta magnitud marcan una discontinuidad. No son ciertamente los actuales poseedores de la información vaticana, descaradamente inadecuados, sino que hay que buscarlos más allá del Atlántico, en el abogado Jeffrey Lena y en su equipo de colaboradores. Lena vive en Berkeley (California), pero conoce mucho de lo que sucede dentro del Vaticano. En tribunales ha defendido muchas veces con éxito a la Santa Sede, enfrentada al riesgo de responder penalmente por los abusos cometidos por el clero católico en Estados Unidos.
El resultado es que este “Informe” es también una rica colección de historias para quien lo quiera explorar. Y de historias a veces sorprendentemente ligadas a la actualidad.
Basta citar aquí una. A partir de una línea de McCarrick informada en una nota que se encuentra en la página 274 del “Informe”.
Estamos en el 2008 y desde hace dos años el cardenal McCarrick no es más arzobispo de Washington. Ha renunciado “espontáneamente”, en realidad por presiones de Benedicto XVI, quien le hizo llegar también el pedido de “tener un bajo perfil y reducir al mínimo los viajes”. Todo esto con motivo de las continuas prácticas homosexuales con seminaristas y sacerdotes jóvenes, de las que las autoridades vaticanas habían llegado a conocer.
Pero McCarrick continúa viajando sin pausa, brindando conferencias, otorgando entrevistas, presidiendo ceremonias, aceptando premios, recogiendo fondos, llevando a cabo encargos de relieve, celebrando y concelebrando públicamente Misas.
¿Y qué dice a una pareja de Nueva York que le ha pedido que celebre su matrimonio? Que sí, lo haría gustosamente, pero sin que lo sepa el arzobispo de la ciudad y permaneciendo poco en la recepción, para cumplir con las exigencias de Roma de no aparecer en público, porque – explica – “el papa Benedicto XVI no lo había perdonado nunca por la cuestión de la Comunión, y esencialmente lo estaba jubilando”.
La “cuestión de la Comunión” no era en absoluto la verdadera razón de las providencias tomadas en su contra. Pero McCarrick tenía buen juego para lucirse, poniéndose como víctima. Para entender el por qué es necesario volver a las páginas 195 y siguientes del “Informe”.
Estamos esta vez en el 2004, cuando McCarrick está en el apogeo de su carrera. Es arzobispo de Washington y cardenal, y preside la comisión para la “política doméstica” de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Un rol clave, porque el 2004 es también año de elecciones presidenciales y el candidato del Partido Demócrata a la Casa Blanca es John Kerry, quien es católico practicante pero también es un decidido defensor del aborto como derecho constitucional.
Por este motivo algunos obispos, entre ellos el entonces arzobispo de San Luis, Raymond Leo Burke, habían sostenido que se le negara a Kerry la Comunión eucarística. Surgió una discusión muy acalorada, con la mayoría de los obispos favorables a dar la Comunión, cuyo rumor llegó también a Roma, a la atención del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger.
Así, cuando a mediados de junio la Conferencia Episcopal estadounidense se reúne en Denver en asamblea plenaria, Ratzinger hace llegar al entonces presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Wilton Gregory – el mismo que el papa Francisco en el 2019 asentará en Washington y en el 2020 hará cardenal –, y a McCarrick como presidente de la comisión para la “política doméstica”, una nota sobre los “principi generali” que inducirían a negar a Comunión a los políticos católicos que hacen campaña sistemática por el aborto.
La nota choca con las “reflexiones provisorias” ofrecidas a la asamblea de obispos por el “grupo de trabajo” presidido por McCarrick, quien en el aula de reunión arremete contra los que “transforman la sagrada naturaleza de la Eucaristía en un campo de batalla político partidista”.
Pero el documento final, aprobado por la asamblea, sobre “Los católicos en la vida política” – que también da espacio a un “juicio prudencial” sobre dar o no la Comunión -, permite a Ratzinger escribir, en una carta posterior del 9 de julio, que está “muy en armonía” con los principios generales recordados en su nota, dentro de cuyos límites se debe elaborar un juicio prudencial.
¿Pero entre tanto que ha sido de la nota de Ratzinger? McCarrick ha hecho de todo para mantenerla en secreto. Fue leída en el aula, pero no fue distribuida ni tampoco fue asentada en las actas, ni jamás fue publicada posteriormente por la Conferencia Episcopal estadounidense ni por la Santa Sede. Los obispos que poseían el texto se contaban con los dedos de una mano. Pero uno de estos la hizo llegar a Settimo Cielo y a su blog gemelo “www.chiesa”, que el 30 de julio la publicó íntegramente, tanto en el original inglés como en italiano.
De este acontecimiento el “Informe” ofrece una exposición resumida, pero que en absoluto parece limitado solamente al pasado, porque también Joe Biden, el candidato del Partido Demócrata que venció en la carrera a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de 2020 es católico y defensor del derecho al aborto. Y también a él le fue negada la Comunión en el pasado mes de octubre, en una iglesia de Florencia, en Carolina del Sur, por un sacerdote después firmemente defendido, una vez más, por el cardenal Burke. Y también un cardenal de la línea más moderada, como el arzobispo de Nueva York Timothy Dolan expresó comprensión por ese sacerdote, aunque diciéndose dispuesto a dar la Comunión a Biden, así como en el 2004 también los notables cardenales “neoconservadores” Avery Dulles y Francis George habían admitido que un “juicio prudencial” podría estar a favor de la Comunión.
En cualquier caso, cabe señalar que los “principios generales” reafirmados por Ratzinger en el 2004 conviven desde hace años en Italia y en Europa – fuera de Estados Unidos donde las contraposiciones son más acaloradas – con una práctica más flexible, incluso en los niveles más altos de Iglesia y con Papas muy intransigentes en esta materia como Juan Pablo II.
Por ejemplo, el 6 de enero de 2001, en la Misa de clausura del Jubileo, Juan Pablo II dio personalmente la Comunión a Francesco Rutelli, un católico practicante y primer candidato del centro izquierda para las elecciones previstas para ese año en Italia, pero también un histórico militante “pro-elección” en el tema del aborto.
Y cuando en 1990 el católico Balduino de Bélgica renunció temporalmente como rey para no firmar la ley sobre el aborto, esa decisión suya fue totalmente espontánea. Nadie de la jerarquía de la Iglesia se la había pedido.
Hoy la cuestión de la Comunión podría volver a plantearse en Argentina, donde el presidente Alberto Fernández, católico, se mete en la batalla por un aborto “legal, seguro y gratuito”, encontrando la oposición de la Conferencia Episcopal, que lo acusa de querer hacer “lo que Francisco llama colonización ideológica”.
Pero volviendo a la nota de Ratzinger, del año 2004, la volvemos a publicar a continuación, siempre actual como es:
SER DIGNOS DE RECIBIR LA SAGRADA COMUNIÓN.
PRINCIPIOS GENERALES
por Joseph Ratzinger
Presentarse para recibir la sagrada comunión debería ser una decisión consciente, basada en un juicio razonado sobre si somos dignos para recibirla, según los criterios objetivos de la Iglesia, planteando preguntas del tipo: «¿Estoy en plena comunión con la Iglesia católica? ¿Soy culpable de un pecado grave? ¿He incurrido en penas (por ejemplo, excomunión, interdicción) que me prohiben recibir la sagrada comunión? ¿Me he preparado ayunando, por lo menos, desde una hora antes?». La práctica de presentarse indiscriminadamente a recibir la sagrada comunión, como mera consecuencia del estar presente en la misa, es un abuso que debe ser corregido (cf. la instrucción «Redemptionis Sacramentum», nn. 81, 83).
La Iglesia enseña que el aborto o la eutanasia es un pecado grave. La carta encíclica «Evangelium Vitae», en lo que atañe a decisiones judiciales o leyes civiles que autorizan o promueven el aborto o la eutanasia, establece que hay «una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. […] En el caso pues de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ‘ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto’» (n. 73). Los cristianos «están llamados, por un grave deber de conciencia, a no prestar su colaboración formal a aquellas prácticas que, aun permitidas por la legislación civil, se oponen a la Ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. […] Esta cooperación nunca puede justificarse invocando el respeto de la libertad de los demás, ni apoyarse en el hecho de que la ley civil la prevea y exija» (n. 74).
No todas las cuestiones morales tienen el mismo peso moral del aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico estuviera en desacuerdo con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena capital o la decisión de hacer una guerra, por esta razón no habría que considerarlo indigno de presentarse a recibir la sagrada comunión. Mientras la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a perseguir la paz, no la guerra, y a ejercer la discreción y la misericordia en la aplicación de una pena a los criminales puede, sin embargo, coger las armas para rechazar a un agresor, o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opiniones entre los católicos sobre el hacer la guerra o aplicar la pena de muerte, pero no puede haberla, de ningún modo, respecto al aborto y la eutanasia.
Además del juicio de cada uno sobre la propia dignidad para presentarse a recibir la sagrada eucaristía, el ministro de la distribución de la sagrada comunión puede encontrarse en la situación de tener que rechazar distribuir la comunión a una persona, como en los casos de excomunión clara, de prohibición clara o de persistencia obstinada en un pecado grave manifiesto (cf. can. 915).
En lo que atañe al pecado grave del aborto o la eutanasia, cuando la cooperación formal de una persona es evidente (como en el caso de un político católico que hace campaña sistemática y vota en favor de leyes permisivas sobre el aborto y la eutanasia), su pastor debería reunirse con ella para decirle que no se debe presentar para recibir la sagrada comunión hasta que no haya puesto fin a la situación objetiva de pecado, advirtiéndole que, si no lo hace, se le negará la eucaristía.
Pero «cuando se presenten situaciones en las que esas precauciones no hayan tenido efecto o no hayan sido posibles» y la persona en cuestión, de manera obstinada, se presente a pesar de todo a recibir la sagrada eucaristía, «el ministro de la distribución de la Comunión debe negarse a darla» (cf. la declaración del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, «Sobre la admisibilidad a la Sagrada Comunión de los divorciados que se han vuelto a casar», 2000, nn. 3-4). Esta decisión, propiamente hablando, no es una sanción o una pena. El ministro de la distribución de la sagrada comunión no formula un juicio sobre la culpa subjetiva de la persona, sino que más bien reacciona a la pública indignidad de esa persona concreta a recibir la sagrada comunión, causada por una situación objetiva de pecado.
[N.B. Un católico sería culpable de cooperar formalmente al mal y, por ende, sería indigno de presentarse a la sagrada comunión, si votara deliberadamente por un candidato que tiene una postura permisiva sobre el aborto y/o la eutanasia. Cuando un católico no comparte la posición a favor del aborto y/o la eutanasia, pero vota por ese candidato por otros motivos, se considera que es una cooperación material remota, que puede permitirse si hay razones proporcionadas].