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martes, 24 de noviembre de 2020

Las fuerzas secretas que actúan en la historia. El coronavirus no sería sino una simple gripe y las medidas recomendadas por los gobiernos progresistas o conservadores de todo el mundo, como los confinamientos, el uso de la mascarilla y el distanciamiento social serían instrumentos y símbolos para acabar con las libertades individuales, y en últimas para aniquilar a toda la humanidad.

Las fuerzas secretas que actúan en la historia
Por Roberto de Mattei 
 22/11/2020 


Existen fuerzas secretas, y actúan en la historia. El simple dinamismo de las pasiones y los errores humanos no basta para explicar realmente el proceso revolucionario que desde hace siglos asalta a la Iglesia y la civilización cristiana que ésta ha generado. Este proceso es guiado por agentes con frecuencia ocultos pero reales. El pensamiento católico de los siglos XIX y XX siempre ha estudiado con rigor y documentadamente la existencia de dicha trama, que puede calificarse de complot o de conspiración, si por dichos términos se entiende la existencia de fuerzas que cumplen sus fines subrepticiamente y en muchos casos por medios ilícitos e inmorales. Monseñor Henri Delassus (1836-1921) dedicó un importante libro, La conjuración anticristiana: el templo masónico elevado sobre las ruinas de la Iglesia Católica (París 1910, 3 vol., prologado por el cardenal Rafael Merry del Val). Las sociedades secretas que dirigen la Revolución, explica Plinio Corrêa de Olivera, tienen por objetivo la instauración de una utópica república universal en la que todas las legítimas diferencias entre los pueblos, familias y clases sociales se disuelvan en una igualitaria y confusa amalgama en ebullición (Revolución y contra- revolución, Editorial Fernando III el Santo, Bilbao 1978, p. 122).

La existencia de dicho complot está confirmada por documentos pontificios, y en particular por la encíclica Humanum genus de León XIII, publicada el 20 de abril de 1884. En ella el Papa denuncia la diabólica conjura de la Masonería, la cual tiene como «último y principal de sus intentos destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo» (Humanum genus, 9). Aunque la identidad de los conspiradores puede variar, el director permanente del proceso revolucionario es Satanás, el ángel caído, siempre rebelde y siempre derrotado. Los papas y los autores contrarrevolucionarios no dejan de arrojar luz sobre la esencia satánica de la Revolución, que aparentemente construye pero en realidad destruye. Su fin es desbaratar la obra de la Creación y la Redención para edificar el reinado social del Demonio, un infierno en la Tierra que prefigura el de la eternidad, del mismo modo que el Reinado Social de Cristo, la civilización cristiana, prefigura el Reino del Paraíso Celestial. En ese sentido, la Revolución tiene su esencia en el desorden, en tanto que la civilización cristiana es el orden por excelencia.

T

ambién todo lo relativo al coronavirus tiene que analizarse según esta perspectiva de la teología de la historia, eso sí, a condición de guiarse por las lecciones de los grandes maestros del pensamiento católico, que no renunciaron en ningún momento al buen uso de la razón. El pensamiento tienes sus reglas, fijadas por una disciplina que se llama lógica. Como explica Santo Tomás, el objeto de la lógica es la actividad de la razón (Comentarios a los Segundos Analíticos de Aristóteles, vol. I, I lect. 1.) La lógica consiste en el análisis de los procesos del pensamiento destinados a captar su estructura y las leyes que lo rigen en sus diversas circunstancias.

Con todo, no es posible mantenerse dentro de la lógica sin la ayuda de la gracia. Hay, por consiguiente, necesidad de la Gracia divina para que ilumine la inteligencia del hombre y refuerce su voluntad, para que mediante la ayuda sobrenatural llegue a hacer aquello de lo que no es capaz su naturaleza. De hecho, como señala también Corrêa de Oliveira, «si bien la inteligencia es lógica por naturaleza, el hombre no alcanza jamás a ser totalmente lógico sin la ayuda de la Gracia. Y ello por dos razones: en primer lugar, porque la inteligencia humana no es infalible (…) Y en segundo lugar, porque el hombre se topa con mil obstáculos interiores que se oponen a la lógica (…) ¿Cuáles son esos obstáculos interiores? Con frecuencia sucede que la lógica señala verdades desagradables o deberes difíciles, y en esos casos el hombre trata de evitar la lógica. Es lo más natural del mundo. Se intenta huir y cerrar los ojos a la lógica» (R. de Mattei, Plinio Correa de Oliveira, Apostolo di Fatima. Profeta del Regno di Maria, Fiducia, Roma 2017, pp. 30-31).

Renunciar a la lógica conduce a la atrofia de la razón y el triunfo de la imaginación, que es una forma de pensamiento que no se guía por reglas fijas ni tiene vínculos lógicos, sino que en muchos casos está determinada por un estado emocional. La imaginación es un sentido interno, el más notable de los sentidos internos, pero también el que con más facilidad conduce al error.

Para entender bien una cuestión tan compleja como la espectacular propagación de la pandemia del coronavirus, es necesario emplear con atención el instrumento de la lógica iluminada por la fe. Hay que desconfiar de los falsos maestros, que proceden de las filas de la Revolución y pretenden explicar cuanto sucede prescindiendo de la luz de la fe y haciendo mal uso de la razón.

En Italia, uno de esos pésimos maestros es el aspirante a filósofo Diego Fusaro, que desde el principio ha pretendido explicar el coronavirus como un complot de Occidente contra la China comunista. El pasado 26 de febrero Fusaro afirmó en RadioRadio que la hipótesis que «presenta más puntos de coherencia es aquella según la cual la larga mano de EE.UU. está metida por algún lado en este asunto. Esta hipótesis parte indudablemente de que el virus salió de laboratorios chinos, pero nos permite entender que puede haber aparecido de diversas maneras. Pero ante todo esta posibilidad nos permite responder a una pregunta que de lo contrario queda pendiente: ¿quién se beneficia de la situación? Desde luego no es China, que actualmente atraviesa su peor crisis, que la ha puesto de rodillas cuando triunfaba en el plano económico y encima estaba superando a los Estados Unidos de América» (AQUÍ y AQUÍ).

El pasado 8 de marzo, en la misma emisora RadioRadio, Fusaro afirmó: «En los últimos años Italia era el país que más acercaba a China en el aspecto económico. Recordemos la Ruta de la Seda y la firma de Di Maio en ese proyecto. Aquello desató las iras de Washington, que se apresuró a expresar su descontento por aquella aproximación entre Italia y China. Y mira por dónde, ¿cuáles son los países más afectados? China, Irán e Italia. No debemos perder de vista que son países no alineados con Washington, es más, que desde hace un tiempo están en la mira del imperio del dólar» (AQUÍ) ). Como vemos, Fusaro insinúa que la pandemia ha sido una de las principales causas de la derrota electoral de Trump, sintetizada en el conocido sofisma post hoc, ergo propter hoc (después de ello, por tanto a causa de ello). Sofisma que sustituye el orden lógico por el cronológico suponiendo que si un suceso es seguido por otro, el primero debe de ser la causa del segundo. En realidad, es necesaria una sucesión temporal para que exista una relación causal, dado que todo efecto debe estar precedido de una causa, pero esa ligazón temporal no es en sí suficiente para demostrar nada.


Fusaro, discípulo de Costanto Preve (1943-2013), teórico de la refundación comunista, es un neocomunista que pretende liberarse del análisis socio-económico de Marx sin renunciar a su concepto dialéctico, basado en el principio de no contradicción. Lo preocupante no son sus endebles tesis, sino el éxito que se ve que están teniendo en ambientes conservadores y tradicionalistas que, aunque sin referirse explícitamente a él, mezclan de hecho sus teorías antiestadounidenses con las de la secta anticatólica Qanon, que afirma la existencia de un proyecto criminal diseñado por una élite mundialista para someter a toda la humanidad por medio de una dictadura sanitaria. 

El coronavirus no sería sino una simple gripe y las medidas recomendadas por los gobiernos progresistas o conservadores de todo el mundo, como los confinamientos, el uso de la mascarilla y el distanciamiento social serían instrumentos y símbolos para acabar con las libertades individuales, y en últimas para aniquilar a toda la humanidad. 

Hay que afirmar con firmeza que tales hipótesis no tienen nada que ver con la gran tradición del pensamiento católico, la cual, cuando habla de una conjura anticristiana respalda toda afirmación con documentación precisa, y sobre todo nunca sustituye la fe y la razón por la imaginación. Da la impresión de que a veces nos encontramos ante fenómenos de disonancia cognitiva (AQUÍ y AQUÍ), estado psíquico que tiende a establecer relaciones significativas entre sucesos que no tienen la menor relación de causa a efecto.

Para combatir el complotismo, ¿sería necesario eliminar toda forma de protección y distanciamiento social? Gennaro Malgieri, que ha anotado en un lúcido diario la historia de la invasión del coronavirus, señala acertadamente: «Son francamente ridículos los que rechazan el único sistema de protección con que contamos pero se guardan de ofrecernos otro» (Sotto il segno del pipistrello. Dentro la pandemia. Un diario, Fergen, Roma 2020, p. 14).

La conservación de la vida es el principio fundador de toda sociedad, y quienes deben tutelar este principio son los que deben decidir sobre los estados excepción. «Si se pone en duda ese principio, se abrirá con mucha facilidad el camino a la disolución de la sociedad», y que «la brutalidad desatada por el rechazo de la legalidad y la legitimidad termine en el caos definitivo»(íbid., pp. 147-148).


No cabe duda de que las fuerzas que actúan de incógnito intentan sacar provecho de la situación de emergencia que afecta a toda la humanidad, ciertamente querida por Dios, porque, como enseña San Alfonso María de Ligorio, «todo lo que sucede, sucede por la voluntad de Dios» (Conformidad con la voluntad de Dios). Pero gracias a la Divina Providencia, que siempre dirige la historia, no hay mal que por bien no venga, y hoy mismo esta situación excepcional puede favorecer la batalla para los defensores del orden cristiano. Ningún momento de la historia ha sido más propicio para desarrollar una crítica coherente del proceso revolucionario y demostrar que no hay otra solución posible que volver al orden natural cristiano. Las épocas de cuarentena sanitaria que tantas veces ha conocido la humanidad a lo largo de su historia, son épocas en que el alma no debe ser presa de la fantasía, antes debe afirmarse sobre el primado de la razón y la voluntad elevando la mirada a Dios, como enseñaba San Pablo de la Cruz: «Observa lo más que puedas la soledad incluso con el cuerpo, no sea que las criaturas os arrebaten el recogimiento» (Lettere, Roma 1924, vol. II, p. 509); «Dios te prefiere en el desierto de la más profunda soledad para hablarte palabras de vida y enseñarte la ciencia de los santos» (íbid., vol. III, p. 515).

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