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"Nuevo Orden Mundial"


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viernes, 6 de noviembre de 2020

Tras el fraude masivo en las elecciones USA, es la hora de dar un paso al frente. Lobbys financieros, cineastas de Hollywood, la mafia mediática y las redes de pedofilia de EEUU pretenden la imposición de un Nuevo Orden Mundial

¿Por qué no los Estados trumpistas de Norteamérica?
4-11-2020

Tras el fraude masivo en las elecciones estadounidenses, es la hora de dar un paso al frente. Lobbys financieros, cineastas de Hollywood, la mafia mediática y las redes de pedofilia de EEUU pretenden la imposición de un nuevo orden. La disolución de la moral natural, la destrucción del núcleo de la unidad familiar, la imposición de la diversidad cultural en todos los ámbitos de la sociedad y la sustitución demográfica de millones de norteamericanos por personas procedentes de sociedades fracasadas y desestructuradas, se hallarían entre algunos de sus objetivos..

Los norteamericanos contrarios al proyecto de las mismas élites globalistas que han participado en la adulteración de los resultados, deben reclamar un espacio propio que les proteja y les blinde de ser absorbidos por el totalitarismo ideológico de la izquierda y por el proyecto mundialista que defiende Biden. Millones de patriotas estadounidenses tienen derecho a vivir conforme a reglas, principios y una identidad étnica común, que no les sea arrebatada.

Es imperio que Donald Trump, hoy más vivo que nunca, lidere a la legión de estadounidenses que ya no pueden esperar nada bueno de un sistema perverso que revierte la voluntad popular y hace añicos los principios sobre los que ha descansado la hegemonía de Estados Unidos desde su fundación. Si se confirma la gigantesca estafa electoral contra Trump, este debería ser el líder natural que libere a sus votantes de la presión ideológica que exprimirá sin piedad a todos los ciudadanos en beneficio de unos pocos, la élite dirigente.

Los patriotas norteamericanos contrarios al nuevo orden mundial se cuentan por millones. Tienen derecho a preservar su cultura, su religión y a desarrollarse espiritualmente conforme a su propio sistema de creencias, sin la asfixiante presión de un estado totalitario que les obligue a pensar, a creer, a hacer, a mezclarse y a convivir según las convenciones del nuevo orden. Si millones de americanos quieren sobrevivir de acuerdo a sus propias pautas culturales, identitarias y morales, jamás lo conseguirán en el contexto de una administración demócrata rendida al marxismo cultural y a los personajes más siniestros del planeta. Por tanto, debe contemplarse como la opción más juiciosa y democrática que los estados que han votado mayoritariamente a Trump, si mayoritariamente lo deciden sus habitantes, puedan alcanzar el grado de pilotar su propio destino en el seno de una nueva y renovada comunidad nacional. La pretensión de que los jóvenes estadounidenses puedan tener acceso a una instrucción sana y provechosa, sin injerencias de la izquierda ni del globalismo, debe ser contemplada por Trump como la única opción que puede rescatar los fundamentos que hicieron de Estados Unidos la nación más admirada y envidiada del mundo. Los patriotas norteamericanos deberían tener la oportunidad de operar un sistema de creencias que les permita identificarse y diferenciarse de las heterogéneas y contradictorias relaciones que se imponen hoy en las principales urbes del país.

Es legítima la conformación de un nuevo espacio nacional que exprese sobre todo una distinción y un sentido de delimitación, es decir, de frontera, de fortalecimiento de los ideales que inspiraron a los padres fundacionales de la nación.

Donald Trump estaría llamado a liderar ese proyecto de supervivencia moral, abierto a cuantos europeos y canadienses de origen quieran sumarse, al tratarse del único líder occidental con el acierto de conectar con el alma de su pueblo, sin recetas ideológicas ni fingidas proclamas moralizantes, para hacer lo que exige la gravedad del momento presente, sin mentiras ni medias tintas. En compensación, Trump tiene el apoyo mayoritario, casi abrumador, de los descendientes de aquellos que construyeron el mundo en el que ahora vive Estados Unidos, los que le dieron la sabiduría, la ciencia, la auténtica moral guerrera, heroica, noble y fiel del cristianismo y no la de la América de Biden que es débil, enferma y cobarde.

Un gran líder es aquel que logra interpretar el sentir del alma colectiva, es el hombre preparado para expresar con su verbo los anhelos silenciosos del pueblo, sintetizándolos y liberándolos en el momento oportuno. En Trump reconocemos a ese líder.

Mientras escribimos estas líneas, en Estados Unidos está operando el mayor fraude electoral de la historia. Millones de votos han sido asignados a Biden de forma ilegal. Los patriotas norteamericanos no pueden desmoronarse bajo la presión de la desesperanza. Pese a que el mundo construido por sus ancestros les está siendo arrebatado, sus ansias de libertad deben convertirse en el más precioso tesoro para el líder convertido en el campeador de la civilización cristiana y occidental. Otro país ajeno al de la mafia progresista es posible.