¡FRANCO! Militar
Por Pío Moa
20-N-2020
Las acciones bélicas del Caudillo ocupan diez años en África, una breve intervención en 1934, la guerra civil y los años del maquis. También a otro nivel, las pequeñas guerras de Ifni y norte del Sahara español. En cuanto militar, Franco ha sido juzgado a menudo desfavorablemente, hasta como una nulidad incapaz de manejar más que un batallón (Preston, Blanco Escolá y tantos otros). La evidencia de que siempre venció a sus contrarios, caso realmente insólito, pone de relieve la necedad de tal valoración. También como “buen táctico y mal estratega”. Opiniones más matizadas y atendibles lo catalogan como “buen profesional” si bien alejado de la brillantez y más aún de la genialidad. Así le han considerado incluso Ramón Salas Larrazábal o Stanley Payne y Jesús Palacios en su reciente biografía del personaje.
Creo que el juicio solo puede nacer de una apreciación de la guerra civil, pues la de Marruecos y las demás, de rango menor, no permiten evaluar su calidad de estratega. La guerra de España sí entra en las de gran envergadura del siglo XX, la mayor entre las dos guerras mundiales después de la civil rusa. Fue un conflicto largo (casi tres años), de masas (cada bando movilizó a más de un millón de hombres), complejo, con difíciles operaciones de movimiento, batallas campales, intervención del armamento más moderno de la época y actividad naval nada desdeñable. Contienda de arduas alternativas y problemas tácticos y estratégicos, amén de los de reclutamiento y entrenamiento a la intendencia, complicados con la reorganización del estado y del propio ejército. Esta triple tarea simultánea, que solo algunos líderes revolucionarios como Mao Tse-tung o Ho Chi-min debieron acometer, ya lo sitúa en un plano particular con respecto a los generales europeos o americanos del siglo XX, por lo común limitados a sus tareas específicas. La misma triple tarea militar, organizativa y política afectó al Frente Popular, que la cumplió con eficacia inferior a la de los nacionales.
Algunas críticas a Franco expresan opiniones arbitrarias sobre cómo debiera haber actuado en tal o cual oportunidad. Lo cierto es que toda operación bélica comporta graves riesgos, casi siempre lleva aparejados errores y sus jefes han de tomar decisiones disponiendo de menos información que los analistas a posteriori; por ello, el criterio de valoración es justamente la victoria o la derrota: sean los que fueren los errores parciales, el acierto fundamental se manifiesta en el buen resultado, y los aciertos parciales pueden quedar en nada por algún error decisivo. Se estiman mucho más, lógicamente, las victorias alcanzadas en inferioridad numérica y material, porque en ellas sobresale el espíritu, por así decir: la destreza, el valor y la imaginación.
Muy en síntesis, la guerra de España puede dividirse en tres partes. Los primeros cinco meses hasta la batalla de noviembre-diciembre en Madrid, con perspectiva de guerra corta mediante la acción de pequeñas columnas irregulares en gran parte voluntarias. La inconcluyente batalla de Madrid dio paso a una etapa de guerra larga (casi dos años), que obligó a los dos bandos a esfuerzos extremos, reclutamiento en masa, mayor ayuda extranjera y vastas operaciones (Guadalajara, Jarama, Vizcaya, Santander, Brunete, Belchite, Asturias, Teruel, Alfambra, y otras menores), sin resultado decisivo hasta la batalla del Ebro terminada en noviembre de 1938. A partir de ahí se abre la etapa de derrumbe del Frente Popular en cuatro meses y medio.
Pues bien, la primera etapa comenzó para los nacionales con una inferioridad de medios abrumadora: el dinero, el número, la industria, el grueso de la aviación, de la marina, de las fuerzas de orden público… casi todos los factores que en principio determinan el curso de un conflicto bélico habían caído del lado del Frente Popular. Semejante panorama habría disuadido de proseguir la lucha a la gran mayoría de los militares de cualquier país. Franco no lo hizo: contaba con las tropas de Marruecos, excelentes, pero escasas y aisladas por el estrecho de Gibraltar, vigilado por la flota enemiga. Hubo de resolver el problema de pasar fuerzas a la península y lo hizo de modo sobresaliente con un arriesgado paso por mar y un puente aéreo, al parecer el primero de la historia, iniciado con los pocos aviones españoles disponibles. También consiguió aviones italianos y alemanes que incrementaron luego el volumen de las tropas transportadas, siempre pequeño. Con sus exiguas columnas de legionarios, regulares y voluntarios, asentó la Andalucía occidental, derrotó sucesivamente a columnas enemigas superiores en número y artillería, unió la zona nacional, antes dividida en dos, remedió la penuria de municiones de Mola, y en cuatro meses se plantó ante Madrid, cuya conquista habría determinado con toda probabilidad un pronto final de la lucha. Son éxitos realmente extraordinarios, compensando la inferioridad material con visión estratégica y excelente conducción operativa.
Pero los revolucionarios hicieron un esfuerzo ímprobo por defender la capital, pusieron en pie un nuevo ejército, regular, más centralizado y dotado de material moderno superior al contrario, con fundamental ayuda de Stalin. El sovietizado ejército “popular” fue capaz de vastas ofensivas y contraofensivas, la guerra se hizo entonces irremediablemente larga y fue preciso adaptarse a ella. Franco hubo de abandonar Madrid y atacar la zona izquierdista del norte cantábrico, afrontando el riesgo de perder lo logrado en torno a la capital. Triunfó en una difícil campaña de siete meses, desbaratando de paso los contraataques cerca de Madrid y en Aragón. Su victoria en el norte le dotó por primera vez de superioridad material y numérica, si bien pequeña, y de una importante base industrial, comercial, ganadera y minera. A continuación se volvió de nuevo sobre Madrid, aunque a aquellas alturas la capital ya no tendría el carácter decisivo de 1936; pero el bando rojo movilizó nuevas quintas y contestó con una contraofensiva por Teruel. Franco cambió de plan, reconquistó Teruel y desde allí avanzó hasta el Mediterráneo por Castellón, cortando en dos la zona contraria. Pareció inminente el derrumbe del Frente Popular, pero este fue aún capaz de una magna ofensiva por el Ebro. Franco decidió destruir allí al adversario en una batalla frontal, la mayor de la guerra. Venció y con ello la guerra quedó por fin solventada.
Sobre estos casi dos años de lucha cabe hacer varias observaciones: Franco fracasó ante Madrid, pero no fue derrotado y retuvo la iniciativa, reaccionó con flexibilidad a cada desafío y convirtió cada ofensiva de sus enemigos en un desastre para ellos. Se le ha acusado de prolongar innecesariamente la lucha, y él mismo habló alguna vez de ello, pero al decirlo hacía de necesidad virtud. El ejército rojo supo rehacerse una y otra vez de sus reveses y organizar peligrosas ofensivas. Imaginar que Franco hubiera podido acortar o alargar la contienda a voluntad supone creer militarmente irrisorio al bando contrario; error típico de estrategia de café, que él nunca cometió.
La batalla del Ebro fue el canto del cisne del Frente Popular. Después, el ejército nacional derrumbó con facilidad la resistencia roja en Cataluña. Aún quedaba por conquistar el centro-sureste de la península, casi un tercio del país con buenos puertos, defendido por más de medio millón de soldados y una potente escuadra. Ello hacía posible una resistencia a ultranza durante varios meses, y así lo querían los comunistas y los socialistas de Negrín, esperando enlazar con la anhelada guerra europea. Por el lado contrario, la aplastante superioridad material de que ya disponía Franco le habría permitido aniquilar a sus enemigos, y así lo habría hecho de poseer el carácter sanguinario que le atribuye la leyenda comunista o prestoniana. Pero percibió signos de descomposición entre las izquierdas y en lugar de lanzarse en tromba contra ellas, esperó a que culminase su desmoralización. Por fin el coronel Casado, el anarquista Cipriano Mera y el socialista Besteiro se alzaron contra Negrín y el PCE, dando lugar a una guerra civil entre ellos. Poco después, los nacionales ocupaban la zona enemiga sin disparar un tiro. No ha solido darse el valor que tiene a esta campaña final de Franco, con máxima economía de fuerzas y, por así decir, elegancia estratégica.
Considerando lo visto, reducir la talla militar de Franco a mera profesionalidad suena inapropiado. Él resolvió con sobriedad y acierto los numerosos y variados problemas tácticos, estratégicos y organizativos que se le presentaron. No perdió casi ninguna batalla, aunque fracasara a veces y, lo que es más esencial, ganó la guerra. Esto no puede decirse de ningún conductor militar europeo o americano del siglo XX. La II Guerra Mundial tuvo una escala mucho más vasta, sobre todo en el frente ruso, pero un carácter semejante en lo esencial. Los generales alemanes (Rundstedt, Manstein, Guderian…) fueron seguramente los mejores por su habilidad para manejar grandes unidades, maniobrar en condiciones difíciles, resistir en inferioridad de condiciones y por su aplicación de la blitzkrieg en la primera fase de la contienda. Pero nunca debieron afrontar al mismo tiempo la organización del ejército y del estado, ni partir de una inferioridad de medios como la que hubo de remontar Franco. Y sus espectaculares victorias terminaron en terribles derrotas. Los ingleses y useños (Eisenhower, Montgomery…) sí pueden clasificarse como buenos pero no brillantes profesionales, pues gozaban de tal ventaja material que sus éxitos toman un tono gris. Los soviéticos contaron con jefes de gran nivel, siendo Zhúkof, probablemente, el general de cualquier país que acumuló más victorias, pero aún así fracasó o fue derrotado en varias ofensivas, una de ella la de Krasni Bor, ante la División Azul. Y la disposición soviética a no ahorrar sangre de sus soldados difiere mucho del cuidado de Franco.
La palabra “genio” es muy subjetiva, difícil de calibrar. Napoleón, a quien nadie niega el título, cosechó tantos reveses como victorias y perdió sus guerras. En cualquier caso, no parece inadecuado ponderar al Caudillo como el militar español más destacado en al menos dos siglos, y uno de los más brillantes entre los europeos del siglo XX.