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domingo, 8 de julio de 2012

Patriotismo y Nacionalismo en el obispo vasco monseñor Munilla (452)

Religión en Libertad
Blog "En cuerpo y alma"
Luis Antequera
(24 junio 2012) 

 Pues bien, en mi opinión, consiste el patriotismo en el sano y desinteresado amor a la que es la patria propia, un amor parecido, salvando las oportunas diferencias, al que se siente por el padre o por la madre. Como tal patriotismo, no tiene por qué entrar en conflicto con cualquier otro patriotismo, como nadie necesita odiar al padre de nadie para querer al propio. Ni necesita convencerse de que la patria propia es la mejor, como nadie que alcanza la pubertad necesita afirmar que su padre es el mejor del mundo para quererlo: es, simplemente, su padre, es simplemente su patria, y por eso lo quiere, y por eso la quiere. Por ser, ni siquiera es excluyente, y es perfectamente compatible con otros sentimientos similares. Es decir, para ser un buen patriota no es necesario dejar de querer junto a la patria propia a la propia región o a la propia ciudad, o incluso a otras naciones distintas de la propia.

Una única limitación tiene el patriotismo, no poco importante. Y es que la patria, como el padre, como la madre, no se elige, viene dada. Se es buen patriota si se la quiere, como se es buen hijo si se quiere al padre y a la madre. No se es buen patriota si no se la quiere, como no se es buen hijo si no se quiere a los propios padres. Tan sencillo como eso. Pero nadie puede decir que es un buen patriota porque quiere a una patria que no es la suya, y menos aún por adorar una patria que se ha inventado a su tamaño y conveniencia. Como nadie puede decir que es un buen hijo porque quiere a un señor o a una señora que no son su padre o su madre: podrá decirse lo que se quiera de tal persona, menos que sea un buen hijo.

Nacionalismo es, en cambio, otra cosa. Y bien diferente. Nacionalismo es poner el concepto de la nación que se entiende como propia en el centro de todo el pensamiento político, económico, social, cotidiano y hasta religioso, y condicionar toda la antropología personal a él.

El nacionalismo sí necesita odiar a otros nacionalismos para afirmarse. El nacionalismo sí puede elegir entre una nación u otra. El nacionalismo sí puede diseñar su nación a la medida: más pequeña (como Cataluña respecto de España), más grande (como los Paisos Catalans respecto a Cataluña, como el III Reich). El nacionalismo sí puede llevar a quien lo practica a cerrarse al mundo para concentrarse en el estricto y celoso amor a lo que se considera la nación propia, convertido en centro de todas las cosas y única razón para vivir.
Y matar ¿se puede matar por patriotismo o por nacionalismo? Pues bien sí, en ambos casos se puede. El patriota lo hará en defensa de la patria. El nacionalista puede hacerlo simplemente "para crear" su nación, sin necesidad ni de ser atacado: su fantasía interior lo justifica todo.

Dicho en pocas palabras y para terminar: el patriotismo es un sentimiento, el nacionalismo una religión, donde Dios es la nación. Más aún: el nacionalismo es la enfermedad del patriotismo. Tanto que no conozco manifestación de nacionalismo en toda la historia de la que quepa extraer una sola lección positiva para la convivencia y la armonía de los seres humanos.
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(12 diciembre 2009) 

En el artículo que publica José Arregi en el diario Deia y del que se hace eco Religión en Libertad, el franciscano vasco desliza la siguiente afirmación que dirige insolentemente al nuevo Obispo de San Sebastián Monseñor Munilla:

“No es casualidad que usted sea tan ferviente nacionalista español y tan visceral antinacionalista vasco”.

Nada nuevo bajo el sol. Se trata de un argumento muy antiguo, obsoleto diría yo a estas alturas, consistente en comparar dos nacionalismos supuestamente antagónicos que se retroalimentan el uno al otro, de manera que a más nacionalismo de un tipo, más nacionalismo del otro.

El autor de la entelequia fue, en su día, el Sr. Arzallus, uno de los políticos de más baja catadura moral que haya dado nunca España, el de las nueces parabellum que unos disparaban y otros recogían, quien hace ya algunos años declaró aquello de que “a más nacionalismo español, más nacionalismo vasco”.

El Sr. Arzallus confundía deliberadamente dos conceptos que, por parecidos que puedan presentarse, son bien diferentes y poco tienen que ver entre sí: patriotismo y nacionalismo. El patriotismo consiste en el sano y desinteresado amor a la que se considera la patria propia: existe un patriotismo español, pero existe también, claro está, un patriotismo vasco que ni siquiera tendría porqué entrar en conflicto con el español, aunque por desgracia algunas personas los sientan como incompatibles.

Nacionalismo en cambio es otra cosa: nacionalismo es poner el concepto de la nación que se entiende como propia en el centro de todo el pensamiento político, económico, social y hasta religioso (como parece ser el caso en lo relativo al Sr. Munilla), y condicionar toda la antropología personal a él. En otras palabras, el nacionalismo es la enfermedad del patriotismo.

El Sr. Arzallus entonces y el Sr. Arregi hoy, aunque dicen comparar nacionalismo vasco con nacionalismo español, lo que comparan en realidad es nacionalismo vasco con patriotismo español, con el solo y deliberado deseo de confundir.
De que lo que hay en el País Vasco es nacionalismo es suficiente prueba la propia existencia de un partido político llamado Nacionalista Vasco que ha puesto el acento de tal forma en su idea nacionalista de la cuestión, que considerándose a sí mismo democristiano es capaz de votar una ley de aborto para obtener nuevas contrapartidas en su lucha nacionalista. Otros nacionalistas vascos, aún peores, son capaces de romperle la nuca a un semejante del que nunca recibieron ofensa alguna y decir que lo hacen "por su nación". Asemejan en eso a tantos que antes que ellos ya lo hicieron, y hasta se sirvieron de la perversa ideología nacionalista para justificar e intentar el total exterminio de razas enteras.

Nacionalistas españoles, por el contrario, existen pocos, ninguno desde luego que yo conozca. Conozco por el contrario, y muchos, a buenos patriotas españoles, que quieren a su patria y no se avergüenzan de ella, que saben que ser español es ser también europeo y ciudadano del mundo, que aman igualmente a su patria chica, y que, sobre todo, no venderían su conciencia "por un trozo de nación". Entre ellos espero contarme.

Mucho me temo que en la entrañable región española del País Vasco lo que falte sea patriotismo (aunque sea vasco) y lo que sobre nacionalismo