DIOS creó el Mundo al servicio del Hombre |
SUMARIO
1. Ecología: el papa Francisco y la Nueva Era (Luis Santamaría)
2. Ecología sí, Ecologismo no (Manuel Guerra)
3. Conversión ecológica (José Ignacio Munilla)
4. Documental Ecologista (Al Gore)
5. Cambio Climático por CO2 (Santiago Clavijo)
6. Fraude Masónico-Ecologista (Santiago Clavijo)
Ecología: el papa Francisco y la Nueva Era
Luis Santamaría
Aleteia
(3/7/2015)
Ecología sí, Ecologismo no
Manuel Guerra Gómez
Aleteia
(3/7/2015)
La encíclica Laudato si’ constituye la propuesta de una auténtica ecología cristiana, a diferencia de las nuevas espiritualidades que divinizan la naturaleza. Lo explica Luis Santamaría del Río, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES) en un artículo que ha publicado el portal Aleteia y que reproducimos a continuación.
Lo ecológico ocupa un lugar fundamental en la Nueva Era, tal como demostré hace unos años en un trabajo monográfico sobre ello. De hecho, el movimiento ecologista actual le debe mucho a esta corriente espiritual, que ha actuado y sigue ejerciendo en muchas ocasiones como “alma” del ecologismo, sobre todo del más radical. En la Nueva Era se habla de la Tierra e incluso del Universo como un gran organismo vivo, que se considera de manera personal y divina.
Por eso la encíclica que acaba de publicar el papa Francisco “sobre el cuidado de la casa común”, titulada Laudato si’, es un buen exponente de una ecología equilibrada, cristiana, una actitud que no caiga ni en el extremo de la explotación de la naturaleza ni en su divinización. Veamos a continuación algunos de los puntos de la encíclica que explican cuál es la visión cristiana del medio ambiente y que, como podremos comprobar muy bien, son diametralmente opuestos a lo que enseña la New Age.
Distinción entre el Creador y la creación
Si hay algo que destaca en el documento es –como no podía ser de otra manera– la permanente referencia a Dios como Creador y al mundo como la creación, lo creado. Si nos ponemos a contar, encontramos en el texto casi 150 veces los términos Creador, creadora, creación y criatura. Dios lo ha hecho todo según su proyecto de amor y “la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (13). Idea que repite a continuación cuando escribe que “todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación” (14).
El Papa reconoce que “algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador” (62), y por ello dedica el segundo capítulo de Laudato si’ a lo que denomina “El Evangelio de la Creación”. Haciendo un repaso a la Sagrada Escritura, señala cómo los salmos invitan a la alabanza del Dios Creador, y no sólo se dirigen a los hombres, ya que “también invitan a las demás criaturas a alabarlo” (72). Por eso dice después: “existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos” (72). La adoración es debida sólo a Dios. La literatura profética abundará en esto al aludir al poder del Dios Creador: “de hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder” (73).
El universo está “abierto a la trascendencia de Dios” (79), es decir, a algo que va más allá de él. No podemos identificar todo lo que existe con lo divino, con esas actitudes de panteísmo (todo es Dios) opanenteísmo (Dios contiene al mundo) tan propias de la Nueva Era. Como subraya Francisco, “el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino” (79). Por eso habla de la “presencia divina” (80) en la naturaleza, pero a la vez de “la legítima autonomía de las realidades terrenas” (80). Francisco anima a encontrar a Dios en todas las cosas, pero no se trata de identificación, sino que Dios está íntimamente conectado a todos los seres, como señalan los místicos” (233-234).
“Toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su presencia... pero cuando decimos esto, no olvidamos que también existe una distancia infinita, que las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios” (88), explica el Papa. La defensa del Dios Creador se hace aún más explícita e importante cuando dice que “no podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del Señor” (75). Por eso llama claramente a “volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo” (75).
Especialmente interesantes a este respecto son los números finales de la encíclica, en los que el Papa habla de Dios trinitario en relación con la creación: “el mundo fue creado por las tres Personas como un único principio divino” (238). Por eso “toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria” (239) y el hombre ha de procurar “leer la realidad en clave trinitaria” (239). Reitera después que el mundo ha sido “creado según el modelo divino” (240) e invita finalmente a “madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (240).
Mejor “creación” que “naturaleza”
Continuando con la reflexión anterior, que distingue al Creador de la creación, acabando con cualquier intento de divinización del medio ambiente, el Papa escribe que para nosotros, “decir ‘creación’ es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado” (76). Por eso “la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos” (76).
Al separar a Dios del resto de lo que existe no se está minusvalorando la realidad creada, sino que se le otorga su verdadera dignidad. Por ello Francisco cita al patriarca de Constantinopla, Bartolomé, que afirma que “un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios” (8). El origen divino –y no el carácter divino– de todo lo que existe le da su consistencia y valor: “el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más” (77).
Por otra parte, en las pocas ocasiones en las que el obispo de Roma se refiere a la “madre tierra”, lo hace con minúsculas, en el sentido en el que la llamaba así San Francisco de Asís, mezclando siempre ese apelativo con el de “hermana”. En otro lugar el Papa habla de la tierra como propiedad de Dios, lo que tiene como consecuencia el que las personas no puedan poseerla a perpetuidad (67), y se refiere a la conciencia que tenía el pueblo de Israel del “regalo de la tierra con sus frutos” (71).
La valoración de la naturaleza como algo digno de un respeto sagrado, comenta, “no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela. A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos” (90).
Y algo muy importante: la creación es buena –tal como recoge el relato del Génesis–, pero no perfecta: Dios “quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos malas, peligrosas o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador” (80). Pero hay que tener cuidado frente a la tentación permanente de la gnosis, apoyándonos en que “Jesús estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo” (98). En otro lugar, frente a la ideología de género y todos los intentos de eliminar las diferencias sexuales –algo muy propio de la Nueva Era–, señala que “también la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (155).
El verdadero valor de los seres vivos
Los seres creados por Dios tienen su importancia y dignidad precisamente por la distinción que hemos analizado antes. La responsabilidad del ser humano es la de la custodia y la protección de algo que es mediación del Creador para él. De ahí la gravedad de la situación actual: “por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje” (33). Queda claro, pues, que las criaturas alaban a Dios por el mero hecho de existir y no se alaban a sí mismas. Esto no les quita su dignidad, sino al contrario: “porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros” (42).
La existencia de los demás seres vivos ha de ser reconocida por los cristianos como una referencia al Creador, a quien simplemente existiendo le dan gloria (algo que aparece claramente en el Catecismo de la Iglesia Católica). Por eso “hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad” (69).
Según explica Francisco, “todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros” (84). Por eso abunda en esta continua referencia de la creación a su Creador: la “contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir” (85). Dios se revela en la naturaleza (o, más estrictamente, se manifiesta, según la expresión empleada por Juan Pablo II). El proceso lógico nos hace pasar de la contemplación a la adoración, al descubrir el “reflejo de Dios que hay en todo lo que existe” (87).
Defensa del antropocentrismo
El papel y el valor del ser humano son especiales, y no puede equipararse al resto de la realidad existente, ni siquiera al resto de los organismos vivos, porque tiene una “dignidad especialísima” (43). Ya en los primeros números el Papa habla del “ambiente humano” (5) al referirse a la naturaleza, poniendo al hombre en el centro, ya que él tiene capacidad de transformar la realidad. También alude al “sentido humano de la ecología” (16). Porque “ha sido creado para amar” (58), Francisco se refiere a los logros humanos y sus gestos de cuidado: no todo es una valoración negativa de la acción del hombre sobre la naturaleza. Por eso mismo considera un extremo la postura que afirma que el hombre sólo daña el medio ambiente y que por ello “habría que reducir su presencia en el planeta” (60).
En su exposición doctrinal del segundo capítulo subraya el carácter especial de la creación de la humanidad dentro del proceso de creación del universo por parte de Dios y habla de una “dignidad infinita” (65). Recuerda que, como señalaba Benedicto XVI, “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios” (65). Los relatos del comienzo del Génesis nos indican las tres relaciones fundamentales en las que se basa la existencia humana: “con Dios, con el prójimo y con la tierra” (66). De esta forma, el pecado aparece como una ruptura: “la armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas” (66).
El Papa subraya una y otra vez la peculiaridad del hombre: “cada uno de nosotros tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los demás y con el mismo Dios” (81). Además, “la novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo material supone una acción directa de Dios, una llamada peculiar a la vida y a la relación de un Tú a otro tú” (81).
Pero esta defensa del antropocentrismo (es decir, que el ser humano está en el centro) no es absoluta, ya que Dios y la realidad creada tienen su sitio y, de esta forma, sitúan al hombre en su lugar exacto: “no somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada” (67). Por ello Francisco denunciará de manera reiterada lo que denomina un antropocentrismo despótico o desviado. Y esto desde las raíces más profundas de nuestra fe, ya que “la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas” (68), sino que exige que el hombre “respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo” (68).
La verdadera “ecología integral”
En síntesis, el título de la encíclica nos dice cuál ha de ser la actitud del ser humano ante la naturaleza: adoración a Dios, que es el autor de lo que existe y es quien debe ser alabado. Por eso en el comienzo el pontífice presenta a San Francisco de Asís como ejemplo de una “ecología integral” (10), ya que “nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad” (12). El santo medieval italiano también es modelo de “una sana relación con lo creado” (218). Y llama al “respeto de los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador” (71).
El Papa propone a los cristianos en este documento “algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe” (216), que podrían resumirse en la llamada a “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios” (218).
En fin, en la oración cristiana –la segunda de las que propone para concluir Laudato si’–, Francisco le dice a Dios: “enséñanos a contemplarte en la belleza del universo, donde todo nos habla de ti”. Presencia de Dios, pues, en las criaturas, pero distinción, alejada de todo panteísmo.
Manuel Guerra Gómez
(22/6/2015):
El término griego oîkos, que significa “casa, familia”, figura como primer elemento componente de varias palabras latinas:oeconomia, oeconomicus, y desde el latín al español: “economía, ecónomo, económico”. Desde mediados del siglo XIX se ha puesto cada vez más de moda la palabra “ecología” para designar “el estudio” de los seres vivos (vegetales, animales) (Haeckel, 1869), incluido el hombre (R. E. Park-E. W. Buguess, 1921) y su “entorno” o “medio ambiente”. Con otras palabras, se considera la Naturaleza, la Tierra e incluso el Universo como “nuestra casa” y se estudian el conjunto de relaciones mutuas, tanto las beneficiosas como las perjudiciales. La encíclica del papa Francisco se subtitula precisamente “Sobre el cuidado de la casa común”; usa también “nuestra casa” aunque menos veces.
ECOLOGíA, Sí
Como todas las palabras, “ecología” posee varios significados. He aquí los principales, tratados todos, aunque con distinta extensión y profundidad, en la encíclica Laudato si (= LS), comienzo delCántico de las creaturas de san Francisco de Asís: Laudato si´, mi´ Signore, “Alabado seas, mi Señor”.
1.1. La Tierra, “nuestra casa”
La Tierra en su conjunto es como la casa o morada de los hombres con distintos estratos o pisos superpuestos y a la vez entreverados: minerales, mares, vegetales, animales, el hombre y recubriéndolo todo la “atmósfera”, o sea, “la esfera de aire respirable”. Son estratos que mutuamente se influyen benéfica y a veces dañinamente. Tanto el cuidado como el daño que se inflija a uno repercuten en los restantes, pues son interdependientes y subordinados. El agua y los minerales ofrecen los nutrientes necesarios para su existencia a los vegetales, estos a los animales herbívoros, estos a los carnívoros y todos al hombre (LS 22).
Dos veces se afirma en la encíclica; “la realidad es superior a la idea” (LS 110, cita de Evangelii gaudium 231), aunque a veces la idea, transformada en ideología, consigue amañar y configurar la realidad. No obstante, la degradación ecológica es una realidad que está ahí: el cambio climático, el calentamiento global, el efecto invernadero, la pérdida de selvas y bosques, así como de la biodiversidad o de las especies, etc., (LS 20-52). También aquí la ideología provoca diversidad de opiniones, a veces enconadamente diversas y hasta opuestas en la interpretación de la misma realidad, de sus causas y remedios (LS 60). A la Iglesia compete fomentar el diálogo entre los científicos, respetar las opiniones (LS 199ss.,).
José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián
Tal vez hayamos olvidado una de las numerosas anécdotas con las que se iniciaba el pontificado del Papa Francisco. Me refiero a su proceder austero, que le llevaba a apagar personalmente y de forma espontánea, la luz innecesaria de muchos de los pasillos y habitaciones de las residencias vaticanas. Ante el asombro de quienes le rodeaban, su explicación no podía ser más sencilla: “Ahorrando luz se da sueldo a un párroco”.
Si bien es cierto que la encíclica “Laudato Si” responde al más puro genio bergogliano, uno de los errores más generalizados en la primera acogida mediática a este documento magisterial, ha sido la falsa suposición de que su contenido es plenamente novedoso y hasta rompedor con respecto a los pontificados anteriores. Nada más lejos de la realidad. El propio Papa Francisco se esfuerza en demostrarlo a lo largo de su escrito, con numerosas citas del magisterio precedente. De hecho, el mismo término “conversión ecológica”, fue acuñado por San Juan Pablo II; sin olvidar los múltiples documentos que Benedicto XVI dedicó a esta cuestión (“Si quieres promover la paz, protege la creación”, 01.01.2010). Una vez más, se demuestra que ha tenido que venir el Papa Francisco para que no pocos empiecen a conocer lo que la Iglesia lleva años predicando.
En mi opinión, una de las mayores aportaciones de “Laudato Si” estriba en las referencias que se hacen a estudios científicos, filosóficos y de organizaciones sociales, encuadrando y contextualizando la reflexión de la Iglesia. Sin inmiscuirse en el debate científico, mantiene una “distancia” equilibrada, como se aprecia en la siguiente afirmación: “Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. (…) la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común” (n. 188).
He aquí una de las denuncias proféticas fundamentales de esta encíclica: No siempre existe la suficiente honestidad y transparencia en el actual debate científico sobre la conservación del medio ambiente. Los grandes intereses económicos “compran” en ocasiones esas reflexiones científicas. En palabras del Papa: “la corrupción que esconde el impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente” (n. 182). El Papa Francisco deja muy claro en su reflexión que la defensa del medio ambiente es uno de esos bienes que la economía de mercado, por sí sola, no es capaz de defender o de promover adecuadamente.
Otra cuestión clave en la encíclica es la reivindicación de una ecología integral, la cual se traduce en una ecología humana. El Papa Francisco señala la absurda contradicción de defender la bandera ecologista desde posturas abortistas: “Tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto” (n. 120). Más aún, frente a la ideología de género (transgénero), subraya: “La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (n. 155).
Resumiendo lo dicho en versión tuitter: “Decirse Pro-Life y liderar la emisión de anhídrido carbónico, es tan coherente como defender la biodiversidad y tolerar el aborto”. Mientras que sectores del republicanismo estadounidense, han acusado al Papa de meterse donde no se le llama; las asociaciones que pretenden compaginar su ecologismo con la agenda abortista de la ideología de género, han optado por la táctica del avestruz, como si no se sintiesen cuestionadas por esta encíclica.
Concluyo con un relato abreviado de Gabriel García Márquez, que bien puede servir para iluminar el concepto de ecología integral, o ecología humana, nudo gordiano de Laudato Si: «Érase un científico que estaba plenamente entregado a investigar en pro de la defensa de la naturaleza. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas a sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudar a su padre… El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado… Para distraerlo, se sirvió de una revista en donde encontró un mapamundi... Con unas tijeras recortó el mapa en muchos pedazos y se lo entregó a su hijo diciendo: “como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo troceado para que lo repares tú solito”. Pensó que al pequeño le llevaría mucho tiempo recomponerlo y que le dejaría tranquilo en su trabajo de investigación; pero para su sorpresa al poco tiempo volvió a escuchar la voz del niño: "Papá, papá, ya conseguí terminarlo". El científico levantó la vista de sus anotaciones, y efectivamente, ¡el mapa estaba completo! El padre perplejo preguntó: “Hijo, ¿cómo has sido capaz de recomponer el mundo?”. El niño respondió: “Papá, yo no sabía cómo era la figura del mundo, pero cuando recortaste el mapa de la revista, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así, que recompuse al hombre, y al dar la vuelta a la hoja, vi que había arreglado el mundo"».
+ José Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián
Encíclica:
"LAUDATO SI": "El cuidado de la casa común"
Encíclica:
"LAUDATO SI": "El cuidado de la casa común"
Al Gore: Líder del CLIMAGATE Masónico-Ecologista
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Una verdad incómoda
Documental
(Premio OSCAR)
Los ciclos del clima están regulados fundamentalmente por las radiaciones del sol y su distancia variable a la Tierra. El “protocolo de Kyoto (1997)”, patrocinado por la ONU, es parte del plan político de los poderosos para alcanzar el gobierno mundial. Se utiliza la ideología neocomunista del ecologismo para manipular la opinión pública que es muy sensible al cuidado de la naturaleza y del medio ambiente.
A causa del temor a las catástrofes, la gente cede libertad a cambio de promesas de seguridad. La teoría del cambio climático responsabiliza al CO2 , producido por la actividad humana, del calentamiento global que nos llevará a la catástrofe en las próximas décadas; será necesario y urgente invertir cientos de miles de millones de dólares en reducir la emisión de gases nocivos, lo que ocasionará una disminución del progreso técnico y del nivel de vida de los pueblos desarrollados y tercermundistas. Pero esta teoría es un fraude a la ciencia ya que nunca ha sido aceptada por científicos multidisciplinares ajenos a las subvenciones políticas de la ONU.
El “Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC)”, fundado en 1988 por la ONU, predice en su IV informe (2007) que la temperatura media de la tierra aumentará entre 1 y 3ºC para el año 2100 y que el nivel del mar subirá entre 55 y 88 centímetros.
Pero sabemos que en la época de los dinosaurios, una de las más calientes de la historia, la temperatura media alcanzó los 22ºC; solamente siete grados más que en la actualidad, cuando faltan varias decenas de miles de años para finalizar el ciclo de calentamiento antes de iniciar el camino a la V glaciación.
Los datos reales sobre el clima contradicen a los promotores de Kyoto porque en 1998 subió solamente una o dos décimas de grado y después se ha estabilizado a pesar del incremento de CO2.
Las dos organizaciones subordinadas de la ONU al poder social-masónico: Greenpeace y WWF (World Wildlife Fund) orquestan la “hora del planeta”, campaña engañabobos de ahorro de energía. Mucha gente no sabe que también son las principales promotoras del crimen del aborto en todo el mundo. Es la conexión entre “cambio climático” y “salud reproductiva”.
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