Proyectos sutiles de domesticación
que nos convirtieron en rebaño obediente,
sin ideas propias, incapaces de pensar y deducir
Magdalena del Amo
15 DIC 2020
, que se convirtió en una gran operación de inteligencia
para el proyecto del "Nuevo Orden Mundial"
contra la Iglesia CATÓLICA
Cómo es posible que personas inteligentes y cultas, algunas con premios de prestigio y honrosos galardones, con grandes puestos en empresas punteras o funcionarios de alto nivel sean capaces de creer la gran farsa de la pandemia con su misterioso virus quimera y demás parafernalia covidiana. Es de no creerse, pero es real. Por eso, una vez más, me atrevo a decir que el “despertar”, es decir, abandonar la caverna platónica y caer en la cuenta de nuestra realidad ilusoria –utilizando los símbolos de la alegoría—, no está relacionado con el nivel intelectual o cultural ni con la clase social.
Me inclino a pensar que el “clic” misterioso que activa el resorte está más en consonancia con esas hélices que los “sabios” del genoma han bautizado como ADN basura y que, a la luz de lo que vamos sabiendo, contiene los genes inactivos de poderosas cualidades que traspasan la mente cognitiva y nos adentran en el propio reino del espíritu, en el gran campo cuántico. De esto trata la epigenética. Los amos del mundo lo saben. Por eso llevan décadas en su proyecto de “atontamiento obligatorio”, que decía Adorno, y han ido a destajo hasta conseguir el tipo de sociedad del presente, manipulada hasta la zombificación, sin capacidad de análisis, dispuesta a comulgar con las mentiras y patrañas del sistema.
Este proyecto de control se ha ido implementando, no a base de decretos, sino de forma mucho más lúdica y sutil. Los medios de comunicación, sobre todo la televisión y el mundo de la imagen en general han jugado un importante papel en este control de masas. El eje Estados Unidos-Inglaterra fue el germen y de ahí se extendió al resto del mundo.
Damos unas pinceladas sobre los inicios del nuevo paradigma social surgido a principios de los sesenta, con el fin de visualizar el fresco. Los baby boomers estadounidenses nacidos después de la guerra eran ya adultos. Era la primera generación después de la Segunda Guerra Mundial que había vivido en la abundancia, sin demasiados problemas políticos que perturbaran su existencia. La guerra del Vietnam estaba despertando muchas conciencias soñolientas y los jóvenes empezaban a comprometerse en movimientos contra la guerra, como la asociación Students for a Democratic Society (Estudiantes para una sociedad democrática). A la manifestación del movimiento por los derechos civiles, organizada por Martin Luther King, acudieron más de medio millón de personas. El asesinato de John F. Kennedy tenía a medio país conmocionado, y los jóvenes se rebelaban contra el orden establecido poniendo en tela de juicio la mismísima Constitución. En el país del “sueño americano” se estaban gestando ideas que fomentaban la defensa de los derechos humanos y la rebelión ante la corrupción. Los “amos del mundo” consideraron que era necesario frenar esos movimientos, y no precisamente con cargas policiales, ni con leyes. Sexo, drogas y música fue el cóctel para acabar con una generación y dejarla exhausta y sin fuerzas para la lucha. Como se lo cuento.
Así, los jóvenes activistas que se manifestaban en contra de la guerra o en pro de los derechos de los negros, a los pocos meses se habían convertido en zombis, por la marihuana y el LSD. Muchos abandonaron sus estudios y sus casas para convertirse en jipis y vivir en comunas practicando el amor libre y adorando a las flores, bajo el lema: “Haz el amor y no la guerra”. Los amos del mundo estaban encantados.
Con la droga, aumentó la criminalidad, la pornografía, el sexo descontrolado y el rechazo a la religión, especialmente la católica. La droga se extendió sutilmente entre la juventud a través de la música. Los grupos británicos Beatles y Rolling Stones llegaron a Estados Unidos, seguidos por Peter and Gordon, Ferry and The Pacemakers, The Animals, The Zombies o Manfred Mann, y cambiaron el rumbo de la música norteamericana. Fueron utilizados para crear esta nueva sociedad, pero para ello fue necesario un plan de marketing a gran escala. Resumo, aunque cada frase encierra material para varios artículos.
Todos estos grupos llevaban vidas muy poco edificantes y todos, sin excepción, hablaban en sus canciones de drogas e invitaban a consumirlas. Hey Jude de los Beatles es una canción sobre la metadrina. Norwegian Wood es una expresión inglesa que alude a la marihuana. Help se refiere al pánico producido por el LSD ante un mal viaje. Strawberry Fields Forever hace referencia al opio que se cultiva en los campos de fresas para camuflar la plantación.
Los Beatles, un montaje del sistema
No se me enfaden los de cierta edad y los nostálgicos de lo “vintage”, pero la irrupción de los Beatles está basada en una gran mentira. No es cierto que miles de adolescentes se volvieran histéricas en sus primeros conciertos, ni que hubiera heridos en sus primeras actuaciones masivas. Todo se programó minuciosamente para lanzarlos a conquistar América, sobre todo, para entrar en los hogares a través de la TV, en concreto, del programa dominical de Ed Sullivan que, por aquellos días, veía toda América. Las chicas “histéricas” que recibieron al grupo en el aeropuerto Kennedy, que tanto cacareó la prensa del momento, eran alumnas de un colegio público del Bronx a las que les habían pagado veinte dólares por gritar y fingir desmayos. A los Beatles, antes de su aterrizaje en Estados Unidos fue necesario “lavarlos y peinarlos”. Literalmente.
Los cuatro de Liverpool actuaban en clubes y tugurios de striptease ubicados en los barrios bajos del Reino Unido y Alemania. Siempre estaban borrachos y “colocados” con benzedrina y preludin. En realidad, eran unos pobres manipulados, explotados por los dueños de los antros donde tocaban. Según sus biógrafos, John Lennon era un depravado y echaba espuma por la boca, debido a todas las pastillas que se metía. El sistema lo convirtió en un icono y luego se deshizo de él de la peor manera. Es el modus operandi de estas élites.
Su manager, Brian Epstein, cambió la imagen del grupo para ser fácilmente admitidos por las familias tradicionales.
Así, la banda de los cuatro con apariencia de matones se transformó en un grupo de dulces jóvenes, eso sí, rebeldillos y melenudos, pero buenos chicos, al fin y al cabo. Así fue el nacimiento de los nuevos modelos de la juventud.
Los festivales al aire libre congregaban a miles de jóvenes, entre los que se distribuía LSD y otras drogas alucinógenas como si se tratase de caramelos. Se estaba realizando un planificado experimento, cuyas víctimas eran los propios jóvenes. Se estaba gestando la New Age o Era de Acuario, en la que intervinieron los servicios secretos y empresas muy conocidas que aportaban financiación, amén de un nutrido grupo de científicos expertos en manipulación, así como especialistas en folklore, culturas antiguas y profecías. Había que crear un ciudadano pacífico y panteísta para vivir en un “mundo feliz”, anestesiado sin saberlo, y privado de libertad sin tener conciencia de ello.
Aparte del fin expresado, los conciertos se organizaban también para frenar el descontento de la población y eran dirigidos por expertos en el comportamiento humano que incluso habían formado parte de estudios sobre control de masas. Era el clásico “pan y circo”, pero con una perspectiva de largo alcance.
La cultura de la droga psicodélica alcanzó su punto culminante en “Woodstock Music and Art Fair”, celebrado en 1969. Fue el mayor concierto al aire libre de todos los tiempos y congregó a alrededor de medio millón de jóvenes durante tres días. Las drogas psicodélicas corrieron como la pólvora. Todo estaba diseñado para que la juventud no tuviera un momento sin drogas y sin música rock. Una de las claves del “experimento Woodstock” era que los rockeros tocaran durante las veinticuatro horas del día de manera ininterrumpida.
El campo del concierto estaba a trece kilómetros de donde habían aparcado los coches y era prácticamente imposible salir de allí. “Las víctimas estaban aisladas —escribe el periodista Donald Phau—, rodeadas de inmundicia hasta los topes y drogas psicodélicas, y se las mantuvo despiertas durante tres días consecutivos”.
El lema sexo, drogas y rock and roll tan cantado por los jipis tuvo su máxima expresión en Woodstock. Se había llegado a la meta de este primer objetivo. Poco después, cuando los movimientos civiles habían desaparecido, y la lucha por el sistema democrático se había apaciguado, el plan podía darse por concluido. El LSD fue declarado ilegal y la misma suerte corrieron otras drogas alucinógenas. Atrás quedaban las arengas y los experimentos —financiados por la CIA— del profesor de Harvard, Timothy Leary, uno de los máximos exponentes de la contracultura, cuyo lema era: “Turn on, tune in, drop out”, (colócate, ponte en la onda y pasa de todo).
En el nuevo paradigma, otros grupos aprovechaban esta situación convulsa para realizar nuevas reivindicaciones.
Entre ellos, las feministas radicales hacían proselitismo sobre la perspectiva de género, los proabortistas reclamaban el aborto libre y los amantes de Gaia empezaron a reivindicar el medio ambiente que las transnacionales maltrataban.
El plan de domesticación social siguió con más iniciativas hasta llegar al esperpento actual del mundo al revés en clave relativista. A partir de aquí, no puedo decir qué ocurrirá, aunque mantengo viva la esperanza de que, entre todos los despiertos, podamos frenar su estrategia de control total.