¿China controla la Casa Blanca?
Biden elimina el programa de la Administración Trump
para luchar contra el espionaje chino en EEUU
Ignacio Aguirre
2/4/22
La sombra de la sospecha vuelve a ceñirse sobre los demócratas
Remontémonos al mes de diciembre de 2020, escasos días después de las elecciones presidenciales que enfrentaron al entonces presidente Donald Trump contra el candidato demócrata Joe Biden. En Hispanidad, dábamos conocimiento de un vídeo difundido por el senador republicano por Florida, el hispano Marco Rubio, que fue silenciado por los medios de comunicación. Se trataba de un discurso pronunciado por el profesor Di Dongsheng, vicedecano de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad de Renmin de Pekín, donde se jactaba de cómo su país, China, dominaba el poder político y económico de Estados Unidos desde hace décadas, y advertía que, tras el paréntesis de la Presidencia de Donald Trump, que había puesto freno a la influencia china, con la reciente elección de Joe Biden, volverían a dominar Wall Street y EEUU. Ante una audiencia emocionada, afirmaba alegramente el docente:
“En los centros del poder de Estados Unidos, tenemos nuestros amigos. Hemos influido en esos círculos durante los últimos cuarenta años. Desde los años 70, Wall Street tuvo una gran relevancia en la política doméstica y exterior americana y gracias a ello nosotros influíamos en EEUU. El problema es que desde 2008, el estatus de Wall Street había caído y lo que es más importante, desde 2016, Wall Street no controlaba la Casa Blanca porque no podía manejar a Donald Trump. Durante la guerra comercial entre EEUU y China, nuestros amigos en Wall Street nos intentaban ayudar pero no podían hacer gran cosa. Ahora que Biden ha sido elegido presidente, la élite tradicional, la élite política y el establishment, vuelven a dominar Wall Street y EEUU, así que ya sabéis lo que eso quiere decir”.
El entonces Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos en la Administración Trump, John Ratcliffe, denunciaba que “China roba a las compañías americanas la propiedad intelectual, copia la tecnología y entonces reemplaza a las empresas americanas en el mercado global".
Dicho vídeo veía la luz en paralelo al escándalo que sacudía al Partido Demócrata, precisamente por sus vínculos con el Partido Comunista de China, que también fue silenciado por la progresía mediática. Así, el periodista estrella de la Fox, Tucker Carlson, relataba el caso de la espía china Christine Fang, quien, haciéndose pasar por una estudiante de intercambio en California, comenzó una relación íntima con el congresista demócrata por California, Eric Swalwell, miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Como consecuencia de este lamentable episodio, el líder de los republicanos en el Congreso, Kevin McCarthy, exigió la renuncia de Swalwell. Siguiendo la clásica estrategia de impunidad progresista, Swalwell guardó silencio sobre estas graves acusaciones y, por supuesto, no dimitió. McCarthy también retrató cómo otro espía chino se infiltró durante más de veinte años en el equipo de la senadora demócrata por California, Dianne Feinstein, quien ostentaba la presidencia del Comité de Inteligencia del Senado. Dichos vínculos de China no se limitaban a los demócratas de California, sino que afectaban directamente a la propia familia del por aquel entonces presidente electo Joe Biden. Así, el diario New York Post denunció que Joe Biden y su hijo Hunter recibieron comisiones por su intermediación a favor de las autoridades chinas, particularmente a favor de la compañía energética china CEFC China Energy Co.
Un año después de llegar Biden a la Casa Blanca, su Administración ha puesto fin al programa Iniciativa China. Dicho programa fue creado por la Administración Trump en 2018, y se encontraba al frente del mismo la División de Seguridad Nacional del Departamento de Justicia de Estados Unidos, con el propósito de contrarrestar el espionaje chino en el mundo empresarial y de investigación estadounidense, para evitar el robo de información y tecnología estadounidense por parte de China. Así, el objetivo era identificar y procesar a los involucrados en el hackeo, robo de secretos comerciales y espionaje económico a favor del gobierno comunista chino, dentro de EEUU.
A Donald Trump no le controlaba ni Wall Street ni el Gobierno chino
El programa tuvo un gran éxito y desembocó en numerosas investigaciones y condenas hacia individuos vinculados al comunismo chino. La más famosa, la de Charles Lieber, un renombrado profesor de Nanotecnología que dirigió el Departamento de Química de la Universidad de Harvard, y que fue declarado culpable por ocultar a las autoridades gubernamentales, múltiples contactos con el régimen de Pekín.
La cuestión no es baladí, el director en funciones del Centro Nacional de Contrainteligencia y Seguridad, Mike Orlando, ha afirmado que el espionaje chino le cuesta a EEUU entre 200 y 600 mil millones de dólares anuales, solo en propiedad intelectual robada.
Los demócratas han basado la eliminación del plan en uno de sus mantras favoritos: la lucha contra el racismo. Así, el Departamento de Justicia ha puesto fin al programa admitiendo que ha recibido presiones de legisladores demócratas, ONGs y académicos que afirmaban que la iniciativa señalaba a gente de origen asiático.
En el discurso anunciando el fin del programa, Matthew Olsen, Fiscal General Adjunto de la División de Seguridad Nacional del Departamento de Justicia, ha afirmado que, a partir de ahora, se perseguirá un “enfoque más amplio para confrontar las amenazas de una variedad de países”.
Un grupo de senadores republicanos liderados por Marco Rubio, han desafiado la decisión del Fiscal General, Merrick Garland, y le han preguntado cómo combatirá ahora la Administración Biden el espionaje chino en suelo americano.
Los senadores republicanos han mostrado su preocupación por la falta de transparencia del Departamento de Justicia, dado que no aclara, en sentido alguno, en qué consistirá dicho nuevo enfoque, y consideran que el giro de la Administración Biden “no será efectivo para combatir las viles actividades dirigidas por el Partido Comunista de China”.
Llama la atención la decisión del Departamento de Justicia de la Administración Biden, cuando en un reciente discurso a finales de enero, el director del FBI, Christopher Wray, describía las amenazas que planteaba China en EEUU como inequívocamente preocupantes y denunciaba que “no hay un país que suponga una amenaza tan grave para nuestras ideas, nuestra innovación y nuestra seguridad económica como China”.
El senador Marco Rubio y sus colegas legisladores han remarcado que “el espionaje a menudo ocurre en universidades americanas y agencias gubernamentales, que son los objetivos más buscados por el Partido Comunista de China, ya que son responsables de dirigir investigaciones en campos en desarrollo que son decisivos para la innovación estadounidense”.
Y la advertencia de Marco Rubio no es desacertada, porque a la presión de políticos demócratas y colectivos antiracismo para poner fin al programa, se ha unido la de algunas de las universidades más prestigiosas de EEUU, e iconos del progresismo estadounidense, como Yale o Stanford. Así, casi un centenar de profesores de Yale firmaron una carta definiendo al programa Iniciativa China como ”invasivo y discriminatorio” y 177 miembros de Stanford dirigieron una carta al Fiscal General Garland afirmando que el proyecto señalaba desproporcionadamente a investigadores de origen chino. Lo que no recogen esas cartas, es que miembros de ambas universidades tienen vínculos con el Partido Comunista de China.
En el caso de Stanford, en 2020, las autoridades federales arrestaron a un investigador de la universidad por ocultar que trabajaba activamente para el ejército chino y a otro académico del mismo centro universitario, Fei-Fei Li, quien ayudó a las autoridades chinas en materia de inteligencia artificial, con una potencial aplicación militar.
También en 2020, el Departamento de Educación de EEUU de la Administración Trump, señaló a Yale y Stanford, junto con otras diez instituciones, por negarse a revelar que recibieron 6.500 millones de dólares en financiación extranjera, incluyendo fondos de origen chino.
Por su parte, en el caso de Yale, destaca la figura de Neil Shen, miembro del consejo asesor de la Universidad y fundador del Centro Pekín de Yale, cuyo objetivo es promover los contactos entre el claustro de Yale y empresas chinas. Shen es el fundador y socio director de Sequoia Capital China, la filial china del gigante estadounidense del capital riesgo. Y Shen es un destacado miembro del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política Popular de China, una entidad política diseñada para promover los intereses del Partido Comunista de China.
La sombra de la sospecha vuelve a ceñirse sobre los demócratas. ¿Controla China la Casa Blanca de Joe Biden?