El miedo a la libertad (I)
(18/09/2012)
El problema de la sociedad contemporánea no es un exceso de individualismo, sino la existencia de una estructura institucional deficitaria: sin dispersión pluralista del poder, sin independencia judicial, sin elecciones de jueces, sin separación de poderes, sin democracia directa, sin protección de la igualdad ante la ley...
La ideas que promueve la casta política están deteriorando el marco institucional y "guiando" España hacia la fragmentación en Reinos de taifas donde triunfan la corrupción, la prevaricación y el intervencionismo; con una actitud acrítica, dócil y borreguil de la población y con ausencia del Estado de Derecho para la protección eficiente de la libertad y del ejercicio de los derechos individuales que son los responsables del crecimiento económico.
Hoy quiero analizar brevemente la paradoja de la libertad porque, en teoría, una democracia multipartidista promueve el ejercicio de la libertad de elegir pero, en la práctica, gran parte de la población renuncia a ejercer responsablemente su libertad individual y prefiere ser guiada dócilmente en la dirección que decida la casta política en cada territorio; con la ayuda de leyes, actos administrativos y, especialmente, medios de comunicación que trabajan al servicio de ideas intervencionistas.
De hecho, operan mecanismos psicológicos que permiten a muchos ciudadanos rehuir su propia responsabilidad individual. El psicoanalista Erich Fromm publicó en 1941 el libro El Miedo a la Libertad en donde, desde el individualismo metodológico, analizaba el comportamiento social de los individuos y la evolución que se produce en las sociedades como consecuencia del arraigo de determinados patrones de comportamiento.
Su psicología social identificaba tres mecanismos de evasión psicológica de la responsabilidad individual,que explican el apoyo de una mayoría de la población a líderes e ideologías colectivistas, nihilistas o conformistas que terminan destruyendo la libertad individual en las sociedades abiertas:
Autoritarismo (o colectivismo) caracterizado por el abandono de la independencia del propio yo individual que, ante un entorno de crisis e incertidumbre, siente la necesidad de que le dirijan y cede su responsabilidad psicológica a algo o alguien exterior, como un Estado dirigido por un líder político, social o religioso, con el objetivo de adquirir la fuerza de la cual carece el propio yo del individuo y así intentar encontrar una solución fácil ante la incertidumbre vital que padece.
Destructividad (o nihilismo) que consiste en la búsqueda de la destrucción de algo o alguien exterior, como forma de evasión del individuo en contra de su aislamiento en la sociedad, destruyendo instituciones o personas del mundo que le rodea, y como intento psicológico desesperado de no sucumbir ante la adversidad.
Conformidad Automática (o conformismo) que se caracteriza porque el individuo dejar de ser él (completamente libre) y asume el papel que la sociedad le asigna, renunciando a ejercer su propia responsabilidad individual y al análisis crítico de la realidad y, por tanto, asumiendo como propias las ideas de algo o alguien exterior (políticos y medios de comunicación) y, en definitiva, siendo acrítico y conforme con las imposiciones coactivas que le vengan del exterior (Estado).
El individuo tiene instintos primarios individuales, inmanentes e innatos, que le permiten sobrevivir y le proporcionan seguridad para actuar en un orden extenso, complejo y abierto de colaboración humana (sociedad civilizada) como, por ejemplo, el respeto por la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la igualdad de trato ante la ley y el cumplimiento de los contratos.
Sin embargo, desde temprana edad, a cada individuo se le enseñan instintos secundarios (colectivos o sociales), es decir, se le adoctrina a pensar y experimentar sentimientos que no le pertenecen, con normas sociales inculcadas mediante la educación por la familia, el entorno sociocultural, la religión, la ideología y, especialmente, por el Estado.
Según Erich Fromm, se produce una separación del yo real del individuo que, en una mayoría de casos, puede forzar un sentimiento de soledad y alienación por supeditación de la persona a lo que es socialmente correcto (en cada momento y en cada territorio) y, por tanto, por el abandono de la libertad individual para decidir responsablemente.
Estos factores psicológicos llevan al hombre hacia la toma de decisiones a medio camino entre lo racional y lo irracional, a supeditar su voluntad a instintos secundarios adquiridos socialmente, y a ponerse bajo el mando de dictadores o de dirigentes políticos, sociales y religiosos que "guían" la sociedad hacia una utopía intervencionista.
El análisis de la psicología del nazismo que realiza Eric Fromm muestra como la población de una democracia como la Alemania de los años 30 en el siglo XX apoyó y quedó supeditada a las tendencias psicológicas sadomasoquistas, de anhelo de poder de dominación y de sumisión a un poder exterior omnipotente como la "raza", el "pueblo", la "lengua", la "cultura" o la "nación" superiores a otras, supuestamente más débiles.
Como menciona Erich Fromm de modo absolutamente clarividente:
La 'revolución' de Hitler, y a ese respecto también la de Mussolini, se llevaron a cabo bajo la protección de las autoridades existentes, y sus objetivos favoritos fueron los que no estaban en condiciones de defenderse. (Fromm, E.: 2008 [1941], p. 224)
Ese análisis psicológico del nacionalsocialismo lo abordaré en el próximo artículo, porque no deja de sorprender cómo se siguen produciendo involuciones institucionales ante la inacción de las autoridades, y cómo existe un enorme similitud con la psicología del nazismo en el arraigo y la imposición de la ideología nacional-separatista en Cataluña, Galicia y, especialmente, en el País Vasco.
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