–De la tolerancia-cero se ha hablado en relación a la pederastia dentro de la Iglesia.
–Y en el Año de la Fe hablemos también de la tolerancia-cero en referencia a las herejías que hay dentro de la Iglesia.
El Año de la Fe ha suscitado muchos y valiosos eventos, publicaciones y celebraciones, que se van desarrollando desde el 11-X-2012, cincuentario del Concilio Vaticano II, hasta el 11-XI-2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La gran variedad de actividades puede comprobarse en la página-web propia del Año de la Fe da por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Todos esos esfuerzos de oración y de acción, y los que se irán realizando todavía en las Iglesias locales, se apoyan fundamentalmente en la asimilación más amplia y profunda delConcilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica. Éste ha sido uno de los principales fines propuestos por Benedicto XVI, papa emérito, en su Carta Apostólica «Porta Fidei», con la que se convoca el Año de la Fe (11-X-2011; nn. 11-12).
En el Año de la Fe, sin embargo, echamos en falta una decisión enérgica de la Iglesia para mantener una tolerancia-cero respecto a la difusión de herejías dentro de la misma Iglesia. Seguiré en mi exposición, concretamente, una analogía permanente con lo sucedido en Irlanda acerca de la pederastia perpetrada dentro de la Iglesia. La misma tolerancia-cero, que fue suscitada especialmente por Benedicto XVI contra ese terrible pecado y escándalo, debe suscitarse en el Año de la Fe con palabras claras y acciones eficaces respecto de la difusión de herejías dentro de la Iglesia.
La lucha de la Iglesia contra la pederastia se acentuó notablemente en el año 2000, con ocasión de los numerosos abusos denunciados en Estados Unidos, y en seguida en otros países, como Austria. Fue entonces cuando Benedicto XVI puso en marcha con una energía y eficacia realmente nuevas un combate contra la pederastia perpetrada en ámbitos religiosos. En Irlanda inició Roma la lucha en 2006, con ocasión de la visita ad limina del Espiscopado irlandés, y la culminó en 2010, como se manifiesta en la Carta Pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda. Uno de los Obispos irlandeses apartado de su sede por esta causa, declaraba: «acepto que desde la época en que me convertí en obispo auxiliar, debería haber cuestionado “la cultura imperante de ocultación”», que por esos años estaba ampliamente vigente. Finalmente en Irlanda, como también en otras Iglesias locales, se estableció eficazmente la tolerancia-cero respecto del horrible crimen de la pederastia.
De modo semejante, la tolerencia-cero contra las herejías debe ser afirmada con esa misma energía y eficacia en el Año de la Fe, superando decididamente una «cultura de tolerancia a las herejías» que, en un grado o en otro, lleva ya vigente durante medio siglo, al menos en las naciones ricas occidentales de antigua filiación cristiana. Tanto la pederastia como la herejía son dos horribles pecados, que requieren de la Iglesia una intolerancia semejante y un combate total. La pederastia es un gravísimo pecado contra la moral, aunque, como tantos otros pecados, no implica una excomunión automática. La herejía, por el contrario, al herir y arruinar la fe, en la que se fundamenta toda la vida cristiana de la Iglesia y de cada uno de los fieles, lleva consigo una excomunión automática (canon 1364).
Siempre que surge la herejía, debe, pues, ser afrontada con especial horror, con prontitud, como si se tratara de un grave incendio o de una caso comprobado de pederastia. Ésta es la tradición unánime en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente: tolerancia-cero ante las herejías. Es totalmente incompatible con la Tradición y con la misma Ley canónica de la Iglesia una «cierta tolerancia» ante los errores contra la fe, una transigencia hecha de reticencias, falsas prudencias, pasividades, ineficacias combativas, reprobaciones largamente demoradas, consentimientos tácitos o explícitos, medidas claramente insuficientes, y siempre sospechosas de una oculta complicidad con la falsificación de la fe.
Que en los últimos decenios se han difundido dentro de la Iglesia innumerables herejías es un hecho cierto, varias veces denunciado por los Papas. Y estas graves falsificaciones doctrinales no han disminuído en nuestros días.
Juan Pablo II: «Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados.Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva» (Disc. a misioneros populares, 6-2-1981).
–Benedicto XVI, presidiendo el Via Crucis en el Coliseo de Roma, un mes antes de ser constituido Papa: «¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra [de Dios]! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!… Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo» (25-III-2005).
¿Cómo ha podido suceder esto?, nos preguntamos los fieles cristianos… «“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” Él les contestó: “un enemigo ha hecho esto”» (Mt 13,28). Ese Enemigo es el diablo, el Padre de la mentira, por medio de hombres e instituciones más o menos sujetos a su influjo. Es una realidad harto misteriosa, en la que se dan dos hechos contrapuestos:
1.–Nunca la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo hacia la verdad completa, ha tenido un corpus doctrinal y disciplinar tan amplio, luminoso y coherente como el actual. Eso haría pensar que en nuestro tiempo la falsificación de la doctrina católica tendría que ser especialmente difícil e infrecuente. Pero ocurre justamente lo contrario. Entonces, ¿cómo ha podido suceder esto? Esa pregunta, es necesario confesarlo, tiene una respuesta única:
2.–Nunca la Autoridad apostólica ha tolerado en la Iglesia tantos errores doctrinales y tantos abusos disciplinares y litúrgicos. No puede darse otra explicación. Es obvio que herejías, cismas y sacrilegios se han dado y se darán siempre en la Iglesia, pero solamente perduran en ella y se multiplican en la medida en que, activa o pasivamente, son tolerados por los Pastores sagrados, es decir, en la medida en que quedan impunes. Herejes, sacrílegos y cismáticos no suelen tener vocación de mártires, y solamente persisten en sus errores y crímenes en la medida en que quedan impunes; más aún, en la medida en que conservan sus cátedras, prosiguen sus conferencias y publicaciones, y mantienen sus sueldos. Por eso, si durante el último medio siglo han podido «esparcirse a manos llenas verdaderas herejías», haciendo que «los cristianos de hoy, en gran parte, se sientan extraviados, confusos, perplejos», esta tremenda realidad, que hay que atribuir sin duda a varias causas, se debe en buena parte a la omisión de un ejercicio suficiente de la Autoridad apostólica (cf. Mt 13,25).
Hace medio siglo que en la Iglesia no se guarda una tolerancia-cero contra las herejías.Los procedimientos canónicos y pastorales para reprobarlas y eliminarlas son en gran medida ineficaces, en muchos casos porque ni siquiera se aplican. La Iglesia manda que «debe ser castigado con una pena justa quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico», etc. (canon 1371). Pero son muy numerosos los casos en que tal mandato no ha sido cumplido. Y solo así se explica que, en palabras de Juan Pablo II ya citadas, «se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre». Debemos, pues, juzgar como pésimo el árbol de la «cultura de tolerancia» hacia las herejías, comprobando sus malos frutos. La Iglesia, en esta cuestión, no puede seguir como hasta ahora:
–Algunos autores que llevan medio siglo contra-diciendo en graves cuestiones la doctrina de la Iglesia no han sido todavía reprobados, y es posible que sigan difundiendo sus errores hasta que se mueran. –Autores que han visto reprobadas algunas de sus obras, aceptan quizá la Notificación reprobatoria, pero continúan publicando y enseñando impunemente en otras obras sus mismos errores. No se les ha prohibido, por ejemplo, obtener en adelante el nihil obstat para poder publicar una obra. O si esa condición les ha sido impuesta, la eluden consiguiendo el nihil obstat de algún Obispo remoto, in partibus infidelibus.
–A los pocos autores que se ven reprobados por la Autoridad apostólica no se les suele exigir, como en otros tiempos, una retractación, en la que afirmen públicamente las verdades de la fe que con grave escándalo han negado en sus escritos, sino que se considera suficiente que ellos acepten la reprobación recibida, aunque alardeen después de seguir pensando y enseñando lo mismo. –Autores que han publicado numerosas obras heréticas de gran difusión, que han sido bestsellers durante muchos años en parroquias y conventos, seminarios y noviciados, movimientos laicos, librerías religiosas, incluso diocesanas, son muy tardíamente reprobados en la Iglesia. La Notificación sobre los innumerables errores gravísimos del P. Anthony De Mello, jesuita, largamente descritos en la Nota, se produjo once años después de su muerte; y todavía siguen editándose y difundiéndose sus obras. Durante decenios el P. Marciano Vidal, redentorista, fue el principal maestro de moral en lengua hispana, y su obra principal, en la que se habían formado centenares de profesores de moral, fue finalmente reprobada en el año 2002.
¿Podría decirse con verdad que la Iglesia ha mantenido una tolerancia-cero respecto de las herejías y errores de nuestro tiempo?…
El combate librado por los Apóstoles contra las herejías fue muy potente. Con la misma fuerza con la que afirmaron la verdad, negaron los errores contrarios a ella. Fieles al ejemplo y al mandato del Señor, que con tanta fuerza combatió las herejías vigentes en el Israel de su tiempo, como el fariseismo, los Apóstoles combatieron con gran fuerza los errores contra la fe, que desde el principio se vió alterada o negada en la Iglesia por múltiples herejías, según el Maestro había anunciado: «saldrán muchos falsos profetas y extraviarán a mucha gente» (Mt 24,11; cf. 7,15-16; 13,18-30.36-39). Ya desde el principio la voz de los apóstoles se vio combatida por las ruidosas voces de muchos falsos profetas y teólogos. Pero nunca los Apóstoles dieron por respuesta la callada.
Los escritos apostólicos reflejan constantemente esta preocupación y este dolor: San Pedro (2Pe 2),Santiago (3,15), San Judas (3-23), San Juan (1 Jn 2,18.26; 4,1; Ap 2-3), todos denuncian una y otra vez el peligro de estos maestros del error. San Pablo, concretamente, en sus cartas dedica fuertes y frecuentes ataques contra los falsos doctores del evangelio, y los denuncia haciendo de ellos un retrato implacable: «resisten a la verdad, como hombres de entendimiento corrompido» (2Tim 3,8), son «hombres malos y seductores» (3,13), que «pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no saben lo que dicen ni entienden lo que dogmatizan» (1Tim 1,7; cf. 6,5-6.21; 2Tim 2,18; 3,1-7; 4,4.15; Tit 1,14-16; 3,11). Les apasiona la publicidad, dominan los medios de comunicación social –que se les abren de par en par–, son «muchos, insubordinados, charlatanes, embaucadores» (Tit 1,10). «Su palabra cunde como gangrena» (2Tim 2,17).
¿Qué buscan los herejes con sus herejías?… Buscan todos el éxito personal en este mundo presente (Tit 1,11; 3,9; 1Tim 6,4; 2Tim 2,17-18; 3,6), éxito que normalmente consiguen. Basta con que se distancien de la Iglesia, para que el Príncipe de este mundo les garantice el éxito que desean. Y es que «ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros, en cambio, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha a nosotros, quien no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1Jn 4,5-6;cf. Jn 15,18-27).
Pues bien ¿será posible que, entre tantas voces discordantes y contradictorias, puedan los cristianos permanecer en la Verdad? Será perfectamente posible si «perseveran en escuchar la enseñanza de los apóstoles» (Hch 2,42), si saben arraigarse «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo» (Ef 2,20), si se aferran decididamente a «la Iglesia del Dios vivo, que es columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15), si tienen buen cuidado en discernir la voz del Buen Pastor, que mediante el Magisterio apostólico «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25). Quienes «conocen su voz, no seguirán al extraño, antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Jn 10,4-5).
Los fieles de Cristo entran en el Reino porque se hacen como niños, y se dejan enseñar por la Madre Iglesia. Éstos prestan a la autoridad del Magisterio apostólico «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; cf. 16,26; 2Cor 9,13; 1Pe 1,2.14). Éstos han librado el buen combate y han guardado la fe (2Tim 4,7; cf. 2,25; 4,7; 1Tim 2,4; 2Pe 2,20; Heb 10,26). Han sabido guardarse de los «falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). Ayudados por el Espíritu Santo, han sabido discernir «por sus frutos» la calidad de doctores y doctrinas (7,16-20). Por el contrario, siguen camino del error aquéllos que «no sufrirán la sana doctrina, sino que, deseosos de novedades, se agenciarán un montón de maestros a la medida de sus propios deseos, se harán sordos a la verdad, y darán oído a las fábulas» (2 Tim 4,3-4).
Los documentos más antiguos de la Iglesia –Padres apostólicos, Santos Padres, cartas, documentos catequéticos– mantienen siempre vivo este horror a la herejía. Ya he tratado de este tema en varias artículos, por ejemplo, en (43) Confesores de la fe, que combaten los errores de su tiempo. (( http://infocatolica.com/blog/reforma.php/0911221133-43-confesores-de-la-fe-que-co )))Es un empeño constante de la Iglesia desde el tiempo de los Apóstoles. «Obispos y laicos, evitad a todos los herejes que desprecian la Ley y los Profetas… No reconocen a Cristo como Hijo de Dios… menosprecian su pasión y muerte… dejan sin sentido su nacimiento antes de los siglos… Evitadlos, para no ser aniquilados por sus impiedades» (Constituciones Apostólicas, a. 380: VI,26).
Y esta adhesión a la sagrada ortodoxia ha sido nota permanente en la historia de la Iglesia. No han faltado en ella tiempos difíciles –como la gran crisis de la herejía arriana, tan duradera y extendida–, pero siempre la fuerza de las herejías ha sido vencida, con la asistencia del Espíritu Santo, por una afirmación de la verdad católica más fuerte todavía. En este sentido, es indudable que en el Año de la Fe quiere Dios revitalizar la fe del pueblo cristiano en el amor fiel a la verdad de Cristo y de la Iglesia, y en el horror a la herejía; ese horror que tanto se ha relajado durante los últimos decenios, especialmente en aquellas Iglesias locales de muy antigua filiación cristiana, que hoy han perdido en la apostasía a gran parte de sus hijos.
La herejía multiforme del modernismo perdura todavía hoy en todo su vigor, con nuevos nombres y argumentos, pero siempre igual a sí misma. Las descripciones que de ella hacía San Pío X en la encíclica Pascendi (8-IX-1907) siguen siendo perfectamente actuales después de más de un siglo. Y en el Año de la Fe se hace especialmente necesario recordarlas.
Los modernistas «son ciertamente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de la verdad quien dijere que ésta no los ha tenido peores» en toda su historia. «Traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro»… Los modernistas «han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Pero una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que
circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen en corromper»… «Basta, pues, de silencio; porlongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad» (n. 2).
«Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema [modernista], ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, verdaderamente, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas» (n. 38). Y siguen haciéndolo… ¿Cuando celebramos el Año de la Fe podremos ignorar sin culpa esta realidad?
En este Año de la Fe todos los cristianos –desde los Obispos hasta el último de los fieles– debemos propugnar en la Iglesia con la mayor energía una tolerancia-cero contra las herejías, reafirmando en todos sus puntos las verdades de la fe católica. El Año de la Fe no puede ser solamente afirmativo, porque no puede afirmarse la verdad de la fe, si al mismo tiempo no se refutan suficientemente los errores vigentes que la niegan. Ese celo apostólico por la verdad de la fe que salva, y ese horror extremo por la herejía que puede llevar a la apostasía y a la condenación, deben mover a todos a orar y obrar con el mayor empeño para denunciar con prontitud y eficacia tantas herejías, y para recuperar así en la Iglesia el esplendor único de la verdad católica. Esa «cultura» –como dicen ahora– de tolerancia hacia las herejías, que valora más la libertad de pensamiento y de expresión que la ortodoxia de la fe, es en sí misma un gravisimo error, que abre una ancha puerta a todos los demás errores, y que debe ser denunciada y eliminada cuanto antes. Muy especialmente en el Año de la Fe.
Antes he citado la Carta pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda, uno de los documentos más enérgicos de su pontificado. En el artículo próximo, Dios mediante, adaptaré su texto de tal modo que la misma carta en la que el Papa exige a la Iglesia en Irlanda una tolerancia-cero frente al horror de la pederastia, con las mismas palabras, exija una tolerancia-cero contra toda herejía a una cierta Nación católica, N.N., especialmente infectada por la heterodoxia.