Santuario N.S.Aparecida Benedicto XVI-13/5/2007 |
«Hay que salir al encuentro de las personas»
Alfa y Omega-Jesús Colina (2/5/2013): Con la elección del primer Papa iberoamericano, el Cónclave ponía al continente de la esperanza como desafío y también modelo para la evangelización en el siglo XXI. Una pista sobre las que pueden ser las líneas del nuevo pontificado la encontramos en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, la Conferencia de Aparecida, en Brasil, en mayo de 2007, con un destacado protagonismo del cardenal Bergoglio. El mensaje se resume en una Iglesia más misionera, desde el Papa y los obispos, al último de los bautizados. «Ha llegado el momento para la Iglesia de salir al encuentro de las personas», decía el arzobispo de Buenos Aires, unos meses más tarde.
Cuando Karol Wojtyla fue elegido Papa, quedó muy claro el desafío que la Iglesia estaba lanzando al comunismo, y la Historia, después, daría razón al Cónclave. Cuando le sucedió Joseph Ratzinger, quedaba claro que la Iglesia estaba mostrando al mundo cómo la razón y la fe no están separadas: una auténtica provocación a un mundo relativista, en el que no se reconoce la existencia de la verdad. Y la elección del Papa argentino, ¿qué significa? Los números hablan por sí solos. En estos momentos, exactamente la mitad de los bautizados viven en el continente americano. Ahora bien, los números no lo son todo. La Iglesia en América, y particularmente en Iberoamérica, parece salir de un período de adolescencia. Si bien en el último siglo ha mantenido el crecimiento y el vigor que heredó de la primera evangelización llegada de España y Portugal, sin embargo, ha seguido dependiendo, en buena parte, de los misioneros procedentes de Europa.
Se puede decir que la Iglesia en Iberoamérica ha seguido siendo una Iglesia evangelizada. Como si no hubiera asumido plenamente todas sus responsabilidades. Los misioneros españoles y europeos han seguido ofreciendo una contribución decisiva a la evangelización. Ahora bien, como siempre explicó el cardenal Jorge Bergoglio, una Iglesia, si es verdadera, si es madura, si es plena, no puede ser sólo misionada, debe convertirse en misionera. Si la mitad de los católicos están en América, el futuro de la Iglesia necesita contar con su liderazgo a nivel mundial, como sucedió en Oriente Medio, al inicio del cristianismo, y en Europa después.
Iglesia que sale de sí misma
Como bien explicó el cardenal Bergoglio en las congregaciones generales que precedieron al Cónclave, la Iglesia, para ser ella misma, necesita salir de sí misma. «Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, deviene autorreferencial y entonces se enferma. Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico», añadió el cardenal que poco después sería elegido Papa.
Este paso a una Iglesia misionera fue dado por la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se celebró en Aparecida, en mayo de 2007. Y aquella Conferencia, en la que el cardenal Bergoglio presidió el Comité de redacción del documento final, concluyó convocando una gran misión continental.
El cardenal Bergoglio ha repetido continuamente que nueva evangelización para la Iglesia significa no quedarse esperando, como simple dispensadora de sacramentos. Ha llegado el momento de salir al encuentro de las personas que, de otra manera, nunca se acercarían a una iglesia. Así presentó el arzobispo de Buenos Aires, en una entrevista del año 2007, las implicaciones que tiene la nueva evangelización lanzada por Aparecida: «Nuestros sociólogos religiosos nos dicen que la influencia de una parroquia es de seiscientos metros a su alrededor. En Buenos Aires, hay casi dos mil metros entre una parroquia y otra. Les he dicho entonces a los sacerdotes: Si pueden, alquilen un garaje y, si encuentran a algún laico disponible, que vaya. Que esté con esa gente, haga catequesis y que dé incluso la Comunión si se lo piden. Un párroco me dijo: Pero, padre, si hacemos esto, la gente deja de venir a la iglesia. Le contesté: ¿Pero por qué? ¿Vienen a Misa ahora? -No, me dijo. ¡Entonces! Salir de uno mismo es salir también del recinto de las propias convicciones consideradas inalienables si éstas se pueden convertir en un obstáculo, si cierran el horizonte que es de Dios».
El Papa se prepara para dar un paso importantísimo en este sentido misionero. La oportunidad se la brinda su primer viaje internacional, a la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro. El viaje tendrá como momento culminante la Vigilia y la jornada del 28 de julio. Antes de llegar a Río, el Papa visitará el santuario de Aparecida, donde se reunió el Episcopado iberoamericano, para relanzar aquel llamamiento a la misión.
Por otra parte, el obispo de Roma ha añadido un día a la agenda de su viaje a Brasil, para poder reunirse con los obispos iberoamericanos, en Río de Janeiro. Las Conferencias Generales del Episcopado iberoamericano, que se celebraron en Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979)y Santo Domingo (1992), tuvieron un papel decisivo para marcar la línea del camino de la Iglesia en el continente americano. La última fue, en 2007, en Aparecida, donde el nuevo Papa dio una contribución decisiva.
Las Conferencias anteriores habían quedado marcadas por divisiones, que podrían simplificarse entre izquierdas yderechas, progresistas y conservadores. Las divisiones giraron, con frecuencia, en torno a la interpretación marxista de la teología de la liberación, una de las corrientes señaladas por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esta corriente aplicaba impropiamente las categorías del marxismo al Evangelio para justificar, por ejemplo, la lucha de clases en la reivindicación de la justicia.
En Aparecida, por el contrario, se vivió una gran unidad entre los obispos del continente, sin divisiones internas ya, para concentrar la atención de toda la Iglesia en lo que cada bautizado, cada religioso, cada sacerdote, cada obispo debe ser: Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.
Entre los grandes problemas que constataba entonces el cardenal Bergoglio en la Iglesia, está el de la clericalización de los laicos. «Los curas clericalizan a los laicos y los laicos nos piden que les clericalicemos... Es una complicidad pecadora -denunciaba-. ¡Y pensar que podría bastar el Bautismo! Pienso en aquellas comunidades cristianas de Japón que se quedaron sin sacerdotes durante más de doscientos años. Cuando volvieron los misioneros, vieron que todos estaban bautizados, todos casados por la Iglesia y todos sus difuntos habían tenido un funeral católico. La fe había permanecido intacta por los dones de gracia que alegraban la vida de estos laicos que habían recibido solamente el Bautismo. No hay que tener miedo de depender sólo de su ternura».
Y para explicar esta frase, que también lanzó en la Misa de inicio del pontificado, el cardenal Bergoglio ponía el ejemplo del profeta Jonás: «Tenía ideas claras sobre Dios, el bien y el mal. Dios irrumpe en su vida como un torrente y lo envía a Nínive, el símbolo de todos los separados, alejados y perdidos, de todas las periferias de la Humanidad. Jonás vio que se le confiaba la misión de recordar a toda aquella gente que los brazos de Dios estaban abiertos y esperando que volvieran para curarlos con su perdón y alimentarlos con su ternura. Dios lo mandaba a Nínive, y él se marchó en dirección contraria, a Tarsis».
«No huía tanto de Nínive -aclaraba el entonces arzobispo de Buenos Aires-, como del amor desmesurado de Dios por esos hombres. Esto era lo que no cuadraba con sus planes. Quería hacer las cosas a su manera, quería dirigirlo todo él. Su pertinacia lo hacía prisionero de sí mismo, de sus puntos de vista, de sus valoraciones y sus métodos. ¡Cómo endurece el corazón la conciencia aislada! Jonás no sabía de la capacidad de Dios de conducir a su pueblo con su corazón de Padre».
* «Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (N 29).
* «Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación» (N 103).
* «El discípulo y el misionero promueve la dignidad del trabajador y del trabajo, el justo reconocimiento de sus derechos y de sus deberes, y desarrollan la cultura del trabajo y denuncian toda injusticia» (N 121).
* «El discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador» (N 125).
* «La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo» (N 145).
* «Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva» (N 146).
* «El discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores» (N 147).
* «El discipulado y la misión siempre suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo» (N 164).
* «Los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás» (N 360).
* «Los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas, sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones» (N 375).