Apariciones de la Virgen María a cuatro niñas en Cantabria. Mensaje a Conchita
sobre el Fin de lo Tiempos: Aviso, Milagro y Castigo. Reportajes. Testimonios, Entrevistas, Libros, Revistas y Webs. Conchita, Joey Lomangino y Padre Pío de Pietrelcina
CLARE Crockett, joven atriz irlandesa famosa, muere sepultada en el terremoto de Ecuador como monja misionera de las Siervas del Hogar de la Madre en Cantabria
40 años de testimonios
José Luis López de San Román
Me llamo José Luis San Román Tamayo, estoy casado, soy padre de familia y quiero decir algo sobre Garabandal. Conocí Garabandal hace unos cuarenta años, en el año 1965, a través de un díptico, y realmente ha marcado mi vida por completo, la verdad es que lo llevo muy dentro de mí. En aquel díptico se veían unas fotos de Conchita en éxtasis, de la «comunión milagrosa» del 18 de julio del 62 y se hablaba de cómo la Stma. Virgen estaba prácticamente viviendo una segunda vida en la tierra. Desde aquel momento Garabandal fue como un imán para mí y mi mayor deseo fue conocer el pueblo.
La primera vez que subí a Garabandal, en agosto de 1966, ya habían acabado las apariciones. En los años sucesivos 67-68-69-70 iba todos los años alrededor de tres veces (Navidad, Semana Santa y verano) y me alojaba en alguna de las casas del pueblo. Al principio me quedaba en casa de Maximina, tía carnal de Conchita. Precisamente el balcón de mi habitación, daba a la ventana de la casa de Conchita, por lo que nosotros nos veíamos, nos saludábamos y podíamos charlar. También estuve en casa de otra tía de Conchita, Aurelia, esposa de Ciriaco.
Como pasaba bastantes días en el pueblo, lo que solía hacer era ir casa por casa comprobando lo que ya había leído. Tenía una especie de guión de los acontecimientos que habían ocurrido allí, así me era más fácil hablar con las personas del pueblo e ir interrogandoles: “¿y usted lo veía así?, ¿es verdad que las niñas hacían esto?, ¿es verdad que las niñas hacían aquello?”. Visité prácticamente todas las casas del pueblo por una sencilla razón, cuando me hospedaba en casa de Ciriaco, como él se encargaba de revisar los contadores de las casas, yo le acompañaba. Mientras él iba haciendo su trabajo yo aprovechaba para hablar con la gente, y si no había suficiente tiempo, les citaba para esa misma tarde o para el día siguiente. Así Iba sacando mis conclusiones.
Garabandal me llenó interiormente. Si me hubieran contado muchas cosas los vecinos del pueblo y yo no hubiera sentido interiormente nada especial, seguramente no habría vuelto a aquel lugar, porque no tenía interés en estudiar un caso extraordinario. Sin embargo, desde la primera vez que fui sentí, especialmente en los Pinos, una presencia muy especial de la Stma. Virgen. Había estado en santuarios marianos y notaba que la presencia de la Virgen en Garabandal era más fuerte incluso que en Fátima o en Lourdes. En definitiva, me interesé por Garabandal porque experimentaba una presencia muy cercana de la Virgen.
Los hechos de Garabandal son muy serios y muy consistentes. Puedo contar algunos de los que a mí me han contado personalmente y que verdaderamente me han impresionado. Cuando estaba allí me ayudaba del libro que llevaba para ir comprobando todos los acontecimientos. En aquellos momentos había salido el libro de Sánchez Ventura, “las apariciones no son un mito. El interrogante de Garabandal”. Tenía ya el libro de “la estrella en la montaña”, del P. Laffineur, muy interesante. Creo que tenía el del P. Porro, que ya había salido, un canónigo de Tarragona que también tuvo una intervención importante en Garabandal. Y del P. Pesquera no sé si ya había salido su libro.
En algunos libros de Sánchez Ventura, había leído algunas cosas y me lo confirmaron las personas del pueblo. Por ejemplo, el tema de la instantaneidad de las caídas. Él hablaba de cómo en los fotogramas, en aquel tiempo se usaban cámaras de súper 8 e incluso de 8 mm, se veía un primer fotograma en el que las niñas estaban de pie y en el siguiente se encontraban de rodillas. Eran caídas instantáneas, no existían fotogramas intermedios, la velocidad era impresionante.
En relación a la insensibilidad a los estímulos exteriores puedo decir que a las niñas las pinchaban, las pellizcaban, las enfocaban, etc. y no reaccionaban a ninguno de esos estímulos luminosos, auditivos y sensitivos. Existe un documental, una filmación que hizo el NODO, de un éxtasis de Conchita en 1965, en el que se ve a la niña con la cabeza totalmente vuelta hacia atrás, la están enfocando, se ve su rostro iluminado bajo los potentes focos durante varios minutos, y sus ojos permanecen completamente abiertos, sin muestra de parpadeo. Los testigos decían que tendría que haberse quedado ciega por la intensidad de la luz.
Otros testimonios hablan del aumento de peso, de cómo no se las podía levantar cuando caían en éxtasis. Era como si las niñas fueran de hierro o de piedra. Entre ellas, curiosamente, se levantaban con suma facilidad. Maximina, tía de Conchita, vio cómo su sobrina, con toda ligereza y facilidad, levantaba a otra de las niñas para que le entregara algo a la Virgen.
Había marchas extáticas en las que andaban, carreras extáticas en las que corrían y caídas extáticas en las que caían hacia atrás. En estas caídas sus faldas siempre las cubrían hasta las rodillas, jamás se vio una postura indecorosa. En una de ellas, Juan Álvarez, el brigada de la Guardia Civil, (me lo contaron otras personas que estaban presentes), pasó la mano por debajo del cuerpo de Conchita y comprobó que estaba en el aire.
Maximina también me contó cómo una de las veces tres de las niñas iban agarradas del brazo hacia el cementerio, tuvieron que pasar por un riachuelo en el que había una tabla tan estrecha que sólo cabía una persona, y sin embargo, las tres pasaron a la vez, solamente la del medio pisó la tabla, y las otras dos pasaron por el aire, no tocaron el agua, ni bajaron hasta el suelo.
Yo he dicho muchas veces que el resumen de Garabandal es Madre nuestra. La Virgen tenía una gran delicadeza con los peregrinos que iban a Garabandal. He oído testimonios de cómo la gente entregaba a las niñas su cruz, su anillo, su rosario, una estampa, una foto de un ser querido, para que la Virgen lo besara y que después de ser besados las niñas devolvían cada cosa a su dueño sin ninguna equivocación. Las niñas, durante los éxtasis, con la cabeza levantada, mirando siempre hacia arriba, colocaban las alianzas a las personas respectivas sin equivocarse. Curiosamente en una ocasión a una persona de Valencia, que se la había dado en la oscuridad, se la colocaron en la izquierda, enterandose después que en esa región las alianzas no se colocan en la mano derecha sino en la izquierda.
La Virgen también felicitaba a algunas personas que estaban en el pueblo el día de su santo y contestaba a las peticiones interiores. Mucha gente iba allí con sus dudas y hacían sus peticiones mentales: “si esto es verdad, si es la Virgen la que se aparece que la niña me dé a besar la cruz”. A veces si el que hacía la petición estaba detrás de la vidente, ésta no se daba la vuelta, sino que se iba inclinando hacia atrás hasta colocar la cruz en la boca de la persona.
Me han contado que había un sacerdote en aquel tiempo muy discutido y en entredicho. La gente le dijo a las niñas: “preguntadle a la Virgen por este padre”. Todos pensaban que iba a decir que era un farsante. Para sorpresa de todos la Virgen solamente dijo una cosa: “es mi hijo”. Cuando preguntaban a Conchita sobre si el milagro lo verían también los pecadores que estuvieran presentes, la Virgen respondía: “también los pecadores son hijos míos. Ellos lo verán”.
He oído algún testimonio de cómo Conchita, en una ocasión, iba haciendo la señal de la cruz a las personas allí presentes y de repente se saltó a una. Esta persona se preocupó y se puso a continuación. La volvió a saltar. Pensó: “la Virgen no me quiere, la Virgen me rechaza, ¿qué pasará?”. Acabado el éxtasis y se dirigió a Conchita para preguntarle. Ésta le dijo: “la Virgen me ha dicho que signe a todas estas personas, menos a usted, porque ninguna de ellas se ha santiguado al levantarse por la mañana”. Se Comprueba que efectivamente, sólo la persona a la que no había signado se había santiguado.
En las carreras estáticas la gente no las podía seguir. Iban mirando siempre a la Virgen, corrían unas hacia delante, otras hacia atrás. Los médicos que lo presenciaban no se explicaban cómo ni sudaban, ni se les alteraba el pulso, ni el ritmo cardiaco. Otra de las cosas que comprobé es que la Virgen estuvo, si no en todas, en casi todas las casas del pueblo. No entré en ninguna casa en la que me dijeran que no había entrado una niña en éxtasis.
Hay casos curiosos. Por ejemplo, D. Valentín, que era el párroco, estaba en Cosío y le correspondía Garabandal, y aunque veía cosas extraordinarias que no podía explicar tenía sus dudas. Para comprobar si era verdad decidió anunciar en el pueblo que esa noche se iba a quedar en una determinada casa, y sin decir nada decidió alojarse en otra. Interiormente él pidió que si era la Virgen la que se estaba apareciendo, que esa noche una de las videntes entrase en la casa donde estaba y le diese a besar el crucifijo. Ya de noche, Jacinta, a bastante velocidad, seguramente en una carrera extática, mirando hacia arriba, abrió la puerta desde fuera, estando ambas partes cerradas con llave, a una velocidad increíble. La niña se dirigió a la habitación del Padre, que estaba despierto, y le dio a besar la cruz.
Recuerdo una ocasión en que estaba en casa de Ciriaco y Aurelia. Ciriaco era un hombre de pocas palabras, sin embargo, mientras cenábamos juntos, me contó que yendo al campo, no estoy seguro si con un hacha o con una azada, se hizo una herida. Le dolía mucho, pero como las personas de los pueblos vivían muy dejadas, y siempre tenían mucho trabajo, ir al médico les incomodaba demasiado. Se lo medio curó y lo dejó. Pero veía que aquello le dolía cada vez más y le tuvieron que ver los médicos. Le dijeron que se le iba a gangrenar la pierna y que tendrían que cortarla. En uno de los éxtasis Jacinta entró en su casa, le puso la cruz en la boca para que la besara, y en ese mismo momento se curó, instantáneamente y de forma irreversible.
He hablado alguna vez con Conchita de la aparición del 13 de noviembre, la última vez que se le apareció la Virgen. Estaba lloviendo. Conchita se mojaba y sin embargo veía a la Virgen seca. Llevaba muchos objetos religiosos y llevaba también un chicle por lo que sintió vergüenza cuando vio a la Virgen y lo tiró. Conchita le dijo que quería que la llevase con Ella, pero la Virgen le dijo que no, que tenía que quedarte aquí enfrentándote a las muchas contradicciones que por Ella hallaría. Hay una frase muy bonita: “Es la última vez que tú me ves aquí. Yo estaré siempre contigo y con todos mis hijos. Los llevo a todos bajo mi manto”. Conchita sonríe y dice: “Huy, tu manto es muy pequeño y no cabemos todos”. La Virgen también sonrió.
Otro detalle que me contaban las niñas y que a mí me hacía mucha gracia es que la Virgen alguna vez venía con el Niño Jesús y si había pasado un periodo largo, unos tres meses, entre las dos veces que veían al Niño, se sorprendían de que no había creciendo ni engordado. Es la infantilidad y la realidad de lo que están viendo.
La Virgen les enseñó a rezar el Rosario muy despacio cuando la gente estaba acostumbrada a rezarlo deprisa. Les dijo que llevasen medalla y crucifijo y desde entonces las niñas iban siempre con uno en las manos. Les enseña el lugar especial que ocupan los sacerdotes. Cuando alguno subía al pueblo de paisano, la Virgen les descubría a las niñas que eran sacerdotes o religiosos.
A un hermano de San Juan de Dios, Juan Bosco, ya fallecido, la Virgen le dio una respuesta a una carta, que nadie abrió ni conoció el contenido. Me lo contó personalmente. En una aparición del Arcángel S. Miguel, en los Pinos, en que Conchita puso la cabeza prácticamente hacia atrás (resultaba imposible mantener demasiado tiempo esa postura en condiciones normales) el hermano, para poner a prueba a Conchita, ató los escapularios de los otros dos hermanos que le acompañaban y los levantó para que S. Miguel los besase. S. Miguel no besaba, sólo tocaba. Así que efectivamente los levantó todos juntos y de repente vio como casi instantáneamente se deshacía el nudo.
El P. Ramón Mª Andreu, S.J. también me contó muchas cosas porque le conocí en Valladolid hace unos treinta y tantos años. Cuando subieron el P. Luis Mª y el P. Ramón Mª Andreu, hermanos y ambos Jesuitas, a Garabandal, habían oído que un indiano hipnotizaba a las niñas, que por eso entraban y salían en trance a la vez. En uno de los éxtasis el P. Ramón Mª lo quiso comprobar y pensó: “si ahora, por ejemplo, una de las niñas saliera del éxtasis, esto me parecería más verosímil”. Entonces Jacinta se volvió y se le quedó mirando.
- ¿Qué pasa? ¿tú ya no ves a la Virgen?
- No.
- ¿Y por qué?
- Pues porque se me retiró.
De repente, instantáneamente, vuelve a caer en éxtasis y se la oye:
- ¿y por qué te me retiraste?… ¿entonces es por eso? ¿es para que él crea?
La Virgen contestaba las peticiones de los sacerdotes como si fueran una orden.
La Virgen contestaba las peticiones de los sacerdotes como si fueran una orden.
El primer mensaje que recibieron las niñas fue en octubre del año 61. Ese 18 de octubre subió mucha gente, millares de personas. El P. Luis Mª Andreu habla de una “noche de lobos”. Era una noche oscura con mucha lluvia y truenos. Cuenta que sintió aridez, sequedad, la desolación interior más importante de su vida. “Me encontré en aquella noche oscura, perdido en el monte”. El mensaje, “Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia”, no le gustó, le defraudó, porque, en aquel momento, dado el estado que tenía, le pareció muy infantil. Iba pensando, un poco apartado de la gente, “Estoy aquí, apoyando a unas chicas que están chaladas. Estoy perdiendo mi prestigio, arruinando mi carrera sacerdotal. Tengo que irme a América, olvidarme de esto…”
Repentinamente alguien le enfocó con su linterna y le dijo: “Pero Padre, si está usted aquí. Le estábamos buscando”.
Bajaron rápidamente a la casa de una de las niñas que le dijo:
- ¿Estás contento o estás triste? La Virgen me ha dicho que cuando subías estabas contento, pero que al bajar estabas triste.
El P. Luis Mª se sorprende y afirma:
- “Si ya lo sé, nos lo ha dicho la Virgen. Pero es que a Conchita le ha estado hablando mucho tiempo”.
El P. Luis Mª se va disparado, en ese momento de desolación, a donde se encontraba Conchita. Esta le mete en su habitación, y le dice: “Siéntese aquí, Padre, la Virgen me ha estado hablando de usted y le he estado viendo. Usted estaba en este sitio, en la ladera, antes de subir a los Pinos, y después de acabar la Calleja. Estaba pensando que esto es una barraca de feria, que no sabe qué hace aquí, que quiere irse para Hispanoamérica…”
Le fue diciendo absolutamente todo lo que había pensado. Y reflexiona él: ”En el momento de mi vida, en que yo me he sentido más aislado, ignorado, desolado, resulta que todo eso, la Stma. Virgen se lo estaba comentando a una niña”.
El P. Luis Mª. Andreu tuvo la gracia de ver con antelación el milagro anunciado en Garabandal. Hay un árbol que le llamamos el árbol del P. Andreu. Allí él gritó: “¡Milagro, Milagro!”. Fue en agosto del año 61. Estaba también su hermano, el P. Ramón Mª Andreu. Aquel día el P. Luis perdió un rosario y se lo comentó a las niñas porque era un rosario besado por la Virgen. Las niñas le dijeron que no se preocupara, que cuando viesen a la Virgen le preguntarían dónde estaba, Ella se lo enseñaría y se lo guardarían para cuando volviera.
El P. Luis les dijo que cuando lo encontraran se lo dieran a su hermano, que él sí volvería. Presentía que iba a pasar algo. Volvía a Reinosa con la familia Fontaneda y se quedó dormido. A nadie le llamó la atención, pero cuando llegaron se dieron cuenta de que no estaba dormido sino muerto. Hacía unas horas que había dicho: “Es el día más feliz de mi vida, qué Madre más buena tenemos en el cielo”.
Las niñas, en algún éxtasis posterior, oyen al P. Luis, no lo ven pero lo oyen. Cuando vuelve el P. Ramón Mª Andreu a Garabandal, y las niñas le dicen que están hablando con su hermano, el Padre duda, piensa que se han trastornado y que les ha afectado la muerte de su hermano. Cuando le empiezan a contar detalles que nadie conocía y que el P. Luis Mª les va diciendo se queda muy confundido y sorprendido. También les enseña algunas palabras en alemán e incluso el Ave María en griego.
El P. Ramón Mª. me contó otra experiencia propia. Tuvo un accidente cuando subía a Garabandal con otras personas. Le vio un médico, D. Celestino Ortiz, doctor de Santander. Tenía muchísimos dolores y le diagnosticó posible fractura, y con seguridad una lesión importante de grado 3. Le recomendó reposo absoluto, y que estuviese descalzo. Los dolores eran muy fuertes y no podía tomar nada porque en aquel tiempo, aunque decían que el agua y los medicamentos no rompían el ayuno, mucha gente prefería ir a comulgar sin haber tomado nada de nada. De repente Jacinta entró en su habitación en éxtasis, iba sola y con el crucifijo en la mano. Estaba presente Máximo Froeschler, protestante, que posteriormente se convertiría al catolicismo. Jacinta hablando en susurros dijo: “el Padre está malísimo. El Padre sufre mucho, cúralo”. Puso el crucifijo en la boca del P. Andreu y éste sintió que le desaparecía totalmente el dolor. Jacinta empezó a despedirse de la Virgen y mentalmente el Padre pensó: “ten un detalle con mi amigo Máximo. Haz que la niña le dé a besar el crucifijo”. La niña sin darse la vuelta se fue inclinando suavemente hacia atrás y puso el crucifijo en los labios de Máximo, después salió todavía en éxtasis.
El P. Andreu comentaba que se encontraba bien, no le dolía el tobillo, ni la pierna, pero pensaba que podía ser la emoción del momento, así que no dijo nada esperando a la mañana siguiente. Durmió perfectamente y cuando subió a verle el Dr. Celestino Ortiz pensó que le tomaba el pelo enseñandole la pierna buena, hasta que al ver la otra, comprobó con asombro que las dos estaban en perfecto estado.
Conocí Garabandal en plenas negaciones, 1966. Las niñas empezaron a negar en el año 63, Mª. Cruz, que fue la primera y en el año 1965 Conchita que fue la última. Las negaciones se las anunció la Virgen y Conchita lo tiene recogido en su Diario de 1963. Escribió: “¿pero cómo vamos a negar que te hemos visto si te estamos viendo?” Y la Virgen les respondió que se iban a contradecir y que llegarían a negar lo que estaban viendo.
A Mª. Cruz se la ha criticado mucho porque es la que menos apariciones tuvo y además fue la que primero las negó. Sus padres no eran ni creyentes ni practicantes. Llegaron a pegarla por esta causa. En una ocasión la encontraron en el monte en éxtasis, en lo que llaman invernales, llorando. Decía: “que no se enteren, que no se enteren mis padres que te estoy viendo”.
La Virgen no hace las cosas forzadamente, respeta nuestra libertad. En el caso de Mª. Cruz, que tenía una gran oposición por parte de sus padres, quizá esto ocasionó el que la Virgen se dejara de aparecer. Cuando pasaba el tiempo y ya no veía a la Virgen ella se ocultaba. Algunas veces las niñas iban a casa de Mª Cruz, ella se ponía en el balcón, y le cantaban: “Levántate, Mª. Cruz, que viene la Virgen bella con su cestito de flores para su niña pequeña”.
He hablado muchas veces con ella. Yo le decía que Conchita sí me había dicho que había visto a la Virgen, a lo que ella me respondía que si Conchita me había dicho que la había visto era verdad, porque Conchita no mentía nunca.
Cuando hablé con Loli también negaba las apariciones. Era como si se le hubiese olvidado y por eso lo que pensaba era que si no había visto a la Virgen, todo tenía que haber sido una farsa. Yo tenía mucha confianza con ella y un día empecé a recitar el Ave María y no sé por qué lo hice en griego. Loli lo siguió y lo fue completando. Se puso roja. Le pregunté que quién se lo había enseñado. Su respuesta fue: “Pues si te digo la verdad no sé ni cómo lo he aprendido, ni cuándo”. Le pregunté también por los misterios del Rosario y me respondió lo mismo, que lo único que me podía decir era que antes de las apariciones no sabía ni los misterios ni el Ave María en griego y que después sí.
Otra vez, en plena negación, en que sufría porque para ella era un desconcierto todo lo que había pasado allí, le enseñé una estampa de la Virgen con la cara muy clara. La cogió y me dijo: “No, la Virgen no tiene la cara tan clara, la tiene de color trigueño”. Cuando le pregunté que cómo podía saber eso si no había visto a la Virgen, su respuesta fue: “Bueno, se me hace que es así”.
Jacinta es la que ha negado menos fuerte de todas, sus palabras fueron: “se me olvidaron un poco las apariciones de la Virgen, pero jamás olvidé que vi al Corazón de Jesús en la calleja”. Es la única que vio al Corazón de Jesús y la impresión fue tan grande que nunca ha podido negarlo.
Me acuerdo que la primera vez que hablé con Conchita, en agosto del año 66, la vi vestida de negro porque había muerto su hermano Cetuco en enero, y eso le afectó mucho. La conocí en plena negación, ya que ella empieza a negar en el 66. En el 65, todavía sigue teniendo apariciones, el 1 de enero y el 18 de junio, se le aparece de S. Miguel, el 13 de noviembre, la Virgen se despide de ella, por eso no podía haberlo negado anteriormente. Poco a poco hice mucha amistad con ella y llegamos a tener muy buena relación. En una ocasión me contó que el 15 de agosto de 1965 entró en la iglesia, se estaba rezando el rosario como todos los días, entró creyendo y de repente fue como si se le apagara la luz, se quedó totalmente a oscuras, pensó que todas las apariciones habían sido mentira, una invención suya, y que por lo tanto ella era una mentirosa que había engañado a la gente.
El P. Luna, ya fallecido, con el cual tuve mucha amistad, porque él vivía en Zaragoza y yo hice Filosofía allí, me contó algunas cosas ya que él había sido párroco en Garabandal unos meses.
La Virgen le dijo a Conchita que el milagro sería en jueves pero no lo de que sería en la fiesta de un mártir de la Eucaristía. Resultó que estando Conchita en la cocina, vio un calendario y se fijó que esa fecha que le había dicho la Virgen coincidía en ese año con un santo relacionado con la Eucaristía que había sido mártir.
El P. Luna me contó su experiencia del 18 de junio cuando fue la despedida de S. Miguel Arcángel. Decía que había muchísima gente cuando llegó Conchita, después de salir de su casa y se dirigió hacia la Calleja. En la Calleja había un sitio que llamaban “el Cuadro” porque al principio la gente se amontonaba alrededor de las niñas. Serafín y Marcelo, tuvieron que poner unos troncos que formaban un cuadro y las niñas tuvieron muchos éxtasis allí dentro. Ese día Iba acompañada por Serafín y por algunas otras personas.
El P. Luna era un poquito mayor y cuando empezó la avalancha, y toda la gente empezó a correr, él se cayó al suelo y vio como la gente pasaba por encima de él, pisándole, pero sin hacerle daño. Se levantó cuando ya había pasado la riada y vio que Conchita estaba arriba rodeada de gente y que a él le era imposible acercarse. Aún no había entrado en éxtasis, y él se quedó allí y se arrodilló. Estuvo todo el tiempo en el mismo lugar y sin embargo estaba al lado de Conchita. Oyó todo el mensaje, es más, hay una frase que a todos se les escapó y a él no porque la podía oír perfectamente. Cuando Conchita estaba hablando con san Miguel, dijo: “¡Obispos!”. Él no podía haberlo oído si no hubiese estado a su lado. Estaba físicamente a muchos metros de Conchita y sin embargo estaba a la vez a su lado. Pudo oír toda la conversación de Conchita con el ángel.
El P. Luna era un poquito mayor y cuando empezó la avalancha, y toda la gente empezó a correr, él se cayó al suelo y vio como la gente pasaba por encima de él, pisándole, pero sin hacerle daño. Se levantó cuando ya había pasado la riada y vio que Conchita estaba arriba rodeada de gente y que a él le era imposible acercarse. Aún no había entrado en éxtasis, y él se quedó allí y se arrodilló. Estuvo todo el tiempo en el mismo lugar y sin embargo estaba al lado de Conchita. Oyó todo el mensaje, es más, hay una frase que a todos se les escapó y a él no porque la podía oír perfectamente. Cuando Conchita estaba hablando con san Miguel, dijo: “¡Obispos!”. Él no podía haberlo oído si no hubiese estado a su lado. Estaba físicamente a muchos metros de Conchita y sin embargo estaba a la vez a su lado. Pudo oír toda la conversación de Conchita con el ángel.
Me enseñó las fotos de ese día, en las que aparece el P. Pel, un sacerdote francés, dando un beso al crucifijo cuando Conchita se lo pone en la boca. El P. Pel estaba prácticamente donde estaba el P. Luna, le pasó lo mismo que a él, vio que la gente corría, y no sabe si le tiraron al suelo, si le pisaron, pero estaba lejos de Conchita y sin embargo sale en la foto al lado de ella.
Me decía el P. Luna que cuando hablaba con las niñas era una de las cosas que más le entusiasmaba. Decía que si la Virgen sonreía, tú sonreías y todo tu interior sonreía, y que si la Virgen en algún momento se ponía triste, todo tú te ponías triste, es decir, participabas de los sentimientos de la Virgen.
En enero del 66 Conchita fue a Roma llamada desde el Vaticano, que corrió con los gastos del viaje. Conchita me lo confirmó a mí el 17 de marzo del año siguiente, 1967. Me dijo que había estado dos veces con el Papa Pablo VI, antes de ir a la audiencia. De una de ellas es la única frase que se ha hecho pública: “Conchita, yo te bendigo a ti y a toda tu familia, y conmigo te bendice la Iglesia entera”.
Cuando le pregunté que quién le había impresionó más, el Papa Pablo VI o el P. Pío me respondió: “El Papa. Tiene una mirada… el Papa es impresionante, más que el P. Pío”.
El P. Luna también me contó algunas cosas de su visita a Roma con Conchita. Conchita fue recibida por el cardenal Ottaviani, proprefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Conchita le fue diciendo el mensaje y cuando llegó a “los sacerdotes, obispos y cardenales van muchos por el camino de la perdición”, el cardenal asintió: “Qué razón tienes, Conchita”. Tuvieron una entrevista de unas dos horas. Hablaron del Milagro, de los acontecimientos, de los mensajes. Le dijo al P. Luna que le había dado una gran satisfacción conocer a Conchita.
Fueron también a S. Giovanni Rotondo. El taxista llevaba mucha velocidad y el P. Luna sintió miedo y dijo: “Huy, a la velocidad que vamos, a ver si nos va a pasar algo y nos matamos”. Conchita le tranquilizó diciéndole que no se preocupase porque ella tenía que anunciar el Milagro y sabía que no se iba a matar.
Cuando llegaron a S. Giovanni, el P. Luna pidió ver al P. Pío, que en aquel momento estaba confesando. Cuando salió, el P. Luna le dijo que Conchita de Garabandal estaba allí a lo que el P. Pío exclamó: “¡Non è vero! ¡Non è vero!”. Salió rápidamente, se fue a la Iglesia, empezó a agitar un pañuelo de cuadros y dijo: “¡vía, vía!”. Les dijo a los presentes que no iba a confesar a nadie más y les mandó que se fueran. Conchita me contó que estando a solas con él se corrió el mitón y le enseñó las llagas, fue por propia iniciativa, porque Conchita nunca se habría atrevido a pedírselo. Los dos hablaron un buen rato y el P. Pío la tranquilizó, la bendijo y la reafirmó en Garabandal. Al despedirse le regaló un crucifijo. Conchita me ha dicho que había tres crucifijos a los que guardaba mucho cariño: uno se le dio la Madre Teresa de Calcuta, otro el P. Pío y otro es el que ella solía llevar cuando tenía las apariciones y las marchas extáticas.
Una vez muerto el P. Pío su cuerpo quedó expuesto tres días para veneración de la gente y hubo un velo que cubrió su rostro. Por lo visto, el P. Pío dijo que ese velo se le entregaran a Conchita y a poco de morir una persona recogió el velo y se lo llevó.
La relación de Teresa de Calcuta y Conchita es más conocida porque es más reciente. Había una relación afectiva entre ambas. Madre Teresa de Calcuta siempre ha reconocido las apariciones de la Virgen en Garabandal, incluso ha dicho que la virtud más grande de Garabandal era la obediencia, y que la virtud más grande del P. Pío era la obediencia. Una de las monjas de la Misioneras de la Caridad ha sido, en representación de Madre Teresa, madrina de uno de los hijos de Conchita, de Patrick.
- Informes
- Los testigos
- Entrevistas y testimonios
- Consuelo Husé Gómez
- D. Francisco Luis Martín
- José Luis López de San Román Tamayo
- Madre María de las Nieves García
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- Declaraciones de la Santa Sede
- Declaraciones de los obispos de Santander
- La postura de la Iglesia ante las apariciones marianas
- Actuación de la comisión
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