Soros: ¿Puede haber un pucherazo del PSOE?
Laureano Benítez Grande-Caballero
23-ABRIL-2019
Españoles, alerta, la empresa
que procesará las elecciones del 28-A es catalana
y está vinculada a SOROS
Hay muchos tipos de democracia, ―el mejor sistema político después de los demás, como decía Churchill―, pero el que más tiene la denominación de origen de España es, sin duda, la «democracia de los pucherazos».
No tiene nada de extraño que sea así, en un país de pícaros, corruptos, cantamañanas, meapilas, vendedores de crecepelos y todas esas cosas. Si Santa Teresa de Jesús decía que Dios también está entre las ollas, se podría decir que la revolución comunista también se encuentra entre los pucheros. En ellos hay potajes de muy diversa composición, con variados ingredientes, texturas y cocciones: tenemos lo que son los pucherazos propiamente dichos, pero luego también contamos con pronunciamientos, asonadas, fraudes, revoluciones más o menos armadas, golpes de estado, mociones de censura…
Durante un tiempo, el pucherazo fue una emanación del caciquismo provinciano español, típico de ambientes rurales donde los señoritos, los terratenientes y la nobleza rural imponían su ley. Pero, cuando el movimiento obrero empezó a tomar protagonismo, esta perspectiva cambió, pues sabido es que tanto los anarquistas, como los socialistas, comunistas, separatistas, y toda esa patulea no tienen absolutamente ningún escrúpulo a la hora de tomar el poder, y les da igual organizar un «Potemkin» que un asalto a algún palacio; organizar un «tomate» electoral con violencia callejera, que adulterar actas y falsear recuentos; o incluso poner urnas en las morgues, los tanatorios y los cementerios, para que también los zombis les den su confianza.
Es así como a los espadones militares amigos de desfilar por logias que protagonizaron asaltos al poder en el XIX ―Espartero, Riego, O’Donnell, Prim, etc., todos masones― sucedieron los redentores obreristas, los mesías proletarios largocaballerescos, que clamaban contra la democracia burguesa diciendo que las libertades les importaban un comino, que ellos eran demócratas solamente si ganaban las elecciones, y querían hasta a una guerra civil con tal de que en España ondeara la bandera roja bolchevique.
Nada raro bajo el sol rojo, ya que para unos asesinos y torturadores que violaban monjas, desenterraban momias, quemaban conventos e iglesias, masacraban en sus macabras checas, y ejecutaban por llevar un rosario e ir a misa sin ningún tipo de remordimiento, organizar un fraude electoral era pecata minuta.
El pucherazo no es sino un golpe de Estado «light», descafeinado, ya que éste es un pucherazo «deluxe», canela fina de calidad suprema, el clímax apoteósico tan deseado por los asaltadores de palacios, performance que es sin duda más espectacular para quedar en los libros de historia. También la izquierda es experta en golpismo, porque es ella quien ha protagonizado todos, absolutamente todos, los que se han producido en la España contemporánea, ya que el Alzamiento Nacional no puede considerarse como tal, porque tanto la República como el Frente Popular tomaron el poder de manera fraudulenta, lo cual les quita toda legitimidad.
Es elemental que la izquierda sea pucheril y golpista, ya que su supuesta «superioridad moral» viene precisamente del hecho de que puede hacer todas las fechorías que le dé la gana con total impunidad, porque, al carecer de principios éticos y del más mínimo escrúpulo, al no tener ningún respeto por las leyes que no favorecen sus intereses, al chapotear en las cloacas luciferinas de un ateísmo atroz, pueden ejecutar sus fraudes como silbando, como si fuera lo más natural del mundo, sintiéndose con derecho al golpe y al pucherazo, porque representan al «pueblo», son «progresistas», y toda esa basura.
Es por eso que la izquierda jamás ha pedido perdón por sus barrabasadas, por sus innumerables delitos, y se dan el lujo de culpabilizar de ellos a sus víctimas, como sucede con la inicua memoria histórica, pues par ella el fin justifica los medios.
En casi todas las elecciones del siglo XX, todos los triunfos de la izquierda se debieron o a un fraude electoral, o a un golpe de Estado, explícito o no: «El pacto de San Sebastián» del año 1930, el golpe de Estado de las elecciones del año 31, cuando los monárquicos entregaron el poder sorprendentemente a los republicanos cuando eran ellos los que habían ganado las elecciones, el golpe de Estado del año 1933 ―cuando las izquierda amenazaron con una insurrección si gobernaba la CEDA, que había conseguido la mayoría en las elecciones―, la revolución armada de octubre del año 34, el alevoso fraude del año 36…
Desde la Transición, toda esta basura democrática de los pucherazos ha continuado, a pesar de que no sean conocidos suficientemente, debido a que los modernos medios electrónicos permiten borrar las huellas de esta fechorías, pues ya no se lleva eso de presentar un acta electoral donde se observan descaradas tachaduras, añadidos, raspaduras y enmiendas, tal y como pasó en las fraudulentas elecciones del año 36.
Así, el 23F fue un auténtico autogolpe de Estado con el que se quiso favorecer la llegada al poder de los socialistas, lo mismo que el 11M, que permitió el acceso al poder del zapaterismo, y lo mismo cabe decir del golpismo encubierto en la moción de censura fatídica que nos trajo el nauseabundo sanchismo. Golpe a golpe, y no verso a verso, es como los rojos quieren llevar nuestra Patria a los vertederos del Tártaro, o sea, del NOM.
Y junto a los golpes, están las sospechas de pucherazo: en 1993 hubo graves irregularidades en el censo de algunas provincias, donde se llegaron a borrar barrios enteros de derechas del censo electoral. En esas elecciones la Junta Electoral acusó al PSOE de vulnerar la neutralidad informativa, llegando a unos límites que sonrojaron a propios y extraños, según afirmaban los mismos trabajadores de TVE.
Lo más típico del pucherazo es que afecte a aquellos escaños que se deciden por una cuantía muy exigua de votos. En este sentido, las elecciones más sospechosas fueron las de 1996, donde los sondeos patinaron de una forma estruendosa, ganando José María Aznar solamente por quince escaños, cuando las encuestas le daban una ventaja muchísimo mayor.
Este cambio de voto a última hora fue muy significativo, a la par que sospechoso, pues se produjo un vuelco espectacular en el último momento de la votación.
El colmo de los colmos es que estos mesías rojos también se hacen trampas entre ellos mismos, organizando pucherazos hasta en las mismas primarias que organizan para elegir a sus líderes. Es bien conocido el escándalo que organizó Zapatero cuando salió elegido como mandamás del PSOE en León, llegando poner urnas en los cementerios para que le votaran los muertos.
Pero todavía no habíamos visto nada ―a excepción del ultramegagolpista Largo Caballero―, pues la perfección pucheril la tenemos en Sánchez, embustero y bailarín, perfectus detritus de la dictacracia, Rasputín cuasi tabernario, personaje faústico a lo Luis candelas, felón, megalómano, narcisista…por más adjetivos que le ponga, jamás dejaré de describirle como se merece, pero, sin duda, el que mejor le cuadra es el que le dedican muchos articulistas: psicópata.
De casta le viene al galgo, ya que Sánchez protagonizó un alevoso pucherazo en la misma sede de Ferraz en octubre de 2016, cuando, detrás de una mampara, y sin autorización alguna, los partidarios de Sánchez iniciaron una votación en una urna sobre la celebración de un Congreso extraordinario express. Votación sin control, sin censores, sin interventor, este pucherazo provocó asco y lágrimas incluso entre los miembros más cercanos a él.
Luego vino lo de su tesis doctoral, pucherazo cum laude, pero no hay que olvidar su actividad en Caja Madrid en el mismo tiempo del escándalo de las preferentes, ni los enchufismos a la Begoñísima, ni que se rodeara de un gabinete cum fraude sin parangón, donde muchos de sus componentes son adictos al pucherazo fiscal de crear sociedades fantasma para evadir impuestos.
El PSOE crió este cuervo maléfico que pretende sacarnos los ojos, los dineros, y las Españas. En su impresionante carrera de macarra rasputinesco, la guinda fue el golpe de Estado que disfrazó con la moción de censura.
Un personaje tan siniestro, con una falta total de escrúpulos, está más que dispuesto a falsear unas elecciones, a organizar el pucherazo que haga falta para que nadie le baje de su «Falcon», faltaría más. ¿Acaso alguien puede dudarlo?
Ahora bien, en un país como España
¿es posible que se pueda producir un pucherazo?
La realidad es que, desde que llegó el Tezanos al CIS, cada mes estamos asistiendo a un pucherazo de ley, con esas encuestas disparatadas que arrojan resultados escandalosamente amañados a favor del PSOE, que ni ellos mismos se creen. Pero, hilando más fino, cabe preguntarse si estos pronósticos no son sino una manera de hacer más creíble un posible pucherazo socialista, adelantando esos resultados increíbles para que después, cuando se materialicen, no causen tanto asombro ni indignación, usando la táctica del «ya lo decíamos nosotros», y argumentando que el voto oculto era del PSOE.
Naturalmente, en las elecciones del 28-A se producirán actos de picaresca ―por no llamarlos de otra forma― por parte de los simpatizantes de la izquierda contra papeletas de centroderecha: robo, manipulaciones con el fin de convertirlas en papeletas nulas, acoso a la salida de los apoderados de los colegios tras el levantamiento de las actas… Todo un sinfín de actos macarreros en los que tan experta es la izquierda. Es posible que hasta haya zombies que abandonen sus tanatorios y los camposantos para ejercer su derecho democrático.
Tampoco hay que descartar que introduzcan en el censo a todos los inmigrantes que puedan, aunque no tengan derecho al voto, ya que es archisabido que este colectivo vota a la izquierda. Por poner un caso, ya tuvimos el escándalo de Guadalajara.
Pero, si bien es muy improbable que se puedan manipular los votos de los colegios electorales, ya que todo se hace a mano, no ocurre lo mismo cuando los resultados de las actas electorales se envían al «Matrix» del Ministerio del Interior, donde estará la empresa encargada del recuento de los votos y la adjudicación de los escaños, ya que este proceso lo realiza una empresa, que conoce de sobra las grietas y fisuras por las que se pueden cambiar los votos, proceso que, además, estará en manos de un puñado de personas.
Sorprendentemente, para las elecciones el Estado ha rescindido el contrato con Indra, la empresa tradicional que se ha encargado de este cometido durante bastante tiempo, y que, a pesar de que no ha podido evitar sospechas en algunos procesos electorales en los que intervenido ―en Hispanoamérica sobre todo―, cumplía mal que bien su cometido.
Ahora la concesionaria es la empresa SCYTL ―también catalana y vinculada a George Soros―, que organizó unas elecciones de voto electrónico en Suiza que resultaron un fiasco, por su poca seguridad.
Mas la perla de este posible pucherazo que nos aguarda está en el decreto anti-hackeo que se ha sacado de la manga el Gobierno, con el fin de proteger los resultados electorales de posibles ataques cibernéticos, alegando que se han producido ya en algunas elecciones de otros países.
Según este decreto, un nuevo órgano ―Subcomité de Seguridad de la Información en Procesos Electorales, adscrito al Comité Superior para la Seguridad de la Información― constituido por seis altos cargos nombrados por el Gobierno, elaborará un protocolo contra la falsificación de los datos electorales, y tendrá poder para suspender la publicación de los datos provisionales del escrutinio, lo cual quiere decir que es posible que no conozcamos los resultados hasta un par de días más tarde, cuando se den los datos definitivos, transcurriendo un margen de dos días en el ínterin durante el cual se pueden «cocinar»» los resultados.
Otra sospecha recae en el hecho evidente de que no se podrá saber con certeza la veracidad de ese supuesto ataque de los «hackers», ni su alcance, en caso de que realmente se produzca. ¿Bajo qué criterios se dictaminará si procede o no suspender el escrutinio provisional? ¿Qué garantías de fiabilidad tiene un programa informático que admite tan a las claras su debilidad ante un ciberataque al Ministerio del Interior, o su web? El caso es que tendremos dos días de oscuridad donde España estará en el vientre de la ballena, de un monstruoso «Matrix», del cual puede emerger otro Frente Popular.
De igual modo que nadie en su sano juicio le compraría a Sánchez un coche usado, es imposible que un ciudadano enterado mínimamente de su calaña rufianesca no albergue sospechas de que este psicópata está dispuesto a todo con tal de seguir sintiendo la untuosa caricia del terciopelo monclovita.
La posibilidad de que Sánchez esté tramando algo gordo es un rumor que crece con el paso de los días ―proveniente incluso de personas cercanas a la Moncloa―, un runrún imparable que nos pone los pelos de punta a muchos patriotas, una marejada que amenaza con convertir en realidad la pesadilla de asistir a una revolución rojo-separata en España, que nos llevaría sin duda a una situación prebélica.
Y es que el PSOE, el de los cien años de golpismo y barbarie, el de los mil y un pucherazos, puede definirse a la perfección con esta frase de la película «Muerte entre las flores»: «Es un tramposo, igual que su hermano. Seguramente sus padres eran unos tramposos, y sus abuelos… y engendrarán enanos tramposos».
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