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miércoles, 5 de enero de 2022

Papá, mamá: ¿Por qué me llevaste a pinchar? Por Valerie Oyarzun Fontanet

Confiados. Papá, mamá: ¿Por qué me llevaste a pinchar? 
(nueva entrega de la jurista Valerie Oyarzun Fontanet)
5-1-22

Por Valerie Oyarzun Fontanet

Estos días en que se promociona la inoculación covid de menores de edad, habría que dar voz a sus pensamientos presentes no manifestados y los futuros que se generarán acerca del porqué de dicho acto y las consecuencias que se pudieran derivar. El que los menores estén representados por sus progenitores o instituciones no anula ni su pensar ni sus percepciones ni sus temores, los cuales ya están aflorando cuanto mayor es su madurez. Esto plantea el estado de indefensión absoluta de los más pequeños a la hora de entender y procesar la información que, en gran medida, supera el de los adultos.

Por tanto, convendría plantearse, desde la visión de los menores, sus temores, sus miedos y reticencias, por cuanto a menor edad disminuye su fuerza física y moral para cuestionarse las decisiones de sus padres, a los cuales acompañan confiados en que velaran por ellos y no permitirán que les hagan daño.

Los menores, confiados en que sus padres “ejercerán la patria potestad siempre en beneficio de sus hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica”, acorde con el artículo 154 del Código Civil.

Confiados en que la infancia tiene “derecho a cuidados y asistencia especiales”, según el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.

Confiados en que “por su falta de madurez física y mental, necesitan protección y cuidados especiales”, según la Declaración de Ginebra de 1924, sobre los Derechos del Niño y la Declaración de los Derechos del Niño de 1959.

Confiados en que “tienen derecho, sin discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, origen nacional o social, posición económica o nacimiento, a las medidas de protección que su condición de menor requiere, tanto por parte de su familia como de la sociedad y del Estado”, según el artículo 24 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966. Confiados en que “se adoptarán medidas especiales de protección y asistencia en su favor sin discriminación alguna por razón de filiación o cualquier otra condición”, según el artículo 10.3 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966.

Confiados en que “al no poder expresar su consentimiento solo se podrá efectuar una investigación sobre su genoma a condición de que obtenga un beneficio directo para su salud”, según el artículo 5 e) de la Declaración Universal sobre el genoma humano y los Derechos Humanos.

Confiados en que “solo podrá realizarse un ensayo clínico con menores2 si, además de las condiciones establecidas en los artículos 3 y 4 de este real decreto, se cumplen todas las que se enumeran en el artículo 32 del Reglamento (UE) n.º 536/2014 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de abril de 2014, según el artículo 5 del Real Decreto 1090/2015, de 4 de diciembre, por el que se regulan los ensayos clínicos con medicamentos, los Comités de Ética de la Investigación con medicamentos y el Registro Español de Estudios Clínicos.

Confiados en que cuando los adultos tomen decisiones, pensarán en cómo sus decisiones les afectarán en el presente y en el futuro, en que deberían hacer lo que sea mejor para ellos, en que los gobiernos deben velar porque el padre y la madre (u otras personas cuando sea necesario) les protejan y cuiden tomando en cuenta el interés superior del menor, según la Convención de las Naciones Unidas sobre los derechos del niño de 1989.

Un día llegará en que los menores estarán en su legítimo derecho de preguntar:

Papá, mamá:

– ¿Por qué me sometiste a un ensayo clínico con un medicamento génico experimental?

– ¿Por qué no escuchaste las opiniones médicas y científicas de científicos independientes de renombre?

– ¿Por qué dejaste que me pincharan sin la prescripción médica?

– ¿Por qué no exigiste un consentimiento informado completo y detallado?

– ¿Por qué no dudaste cuando nadie se hacía responsable de los efectos secundarios?

-¿Por qué no te planteaste qué consecuencias pudiera tener en mi futuro personal, médico y profesional?

– ¿Por qué permitiste que me inyectaran tecnología que pudiera afectar a mi genoma y mi descendencia?

– ¿Por qué si me advertiste que no tomara nada de extraños, permitiste que me inyectaran sustancias desconocidas en mi cuerpo?

– ¿Por qué me expusiste al riesgo de padecer gravísimas complicaciones cardiovasculares, como accidentes cerebrovasculares, miocarditis, pericarditis, tromboembolismo venoso profundo y pulmonar, problemas hematológicos potencialmente mortales, como coagulación intravascular diseminada y trombocitopenia grave, convulsiones, narcolepsia y catalepsia, diversas enfermedades autoinmunes incluyendo enfermedad de Kawasaki y síndrome inflamatorio multisistémico, reacciones alérgicas no anafilácticas, artritis y artralgias permanentes, inmunopatología ADE y Th2, y la muerte?

-¿Por qué me expusiste a padecer una grave afectación del sistema inmunitario?

-¿Por qué me hiciste responsable de la salud de los mayores, cuando teníais que anteponer mi vida y mi saluda la vuestra?

-¿Por qué me culpasteis de contagiar a los demás cuando a ti de pequeño nunca te responsabilizaron?

-¿Por qué me habéis tratado como un mero medio para servir los intereses de otros, cuando es superior el interés del menor?

-Papa, mamá, cuando sea mayor, si aún estas aquí, ¿me podrás mirar a los ojos? ¿Por qué lo hiciste?

No en vano grandes personalidades no dudaron en recordarnos:

“Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro”. (John Fitzgerald Kennedy)

“No puedo pensar en ninguna necesidad de la infancia tan fuerte como la necesidad de protección de un padre”. (Sigmund Freud)

“Los niños comienzan por amar a los padres. Cuando ya han crecido, los juzgan, y, algunas veces, hasta los perdonan”. (Oscar Wilde)

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