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lunes, 10 de enero de 2022

***ECONOMÍA: Lo que España pudo ser y la traición impidió. Por Roberto Centeno

Lo que España pudo ser y la traición impidió
Por Roberto Centeno 
 10/1/2022 

Reproducimos el artículo que en dos partes publicó el autor en 2013 por su rabiosa actualidad.


En 1975, la renta per cápita española, después de una carrera de crecimiento económico sin paralelo en el mundo occidental, equivalía al 81,3% de la media de los nueve países europeos miembros de la entonces CEE (1), según Funcas. En 1959, era tan sólo el 55%, una cifra propia de un país subdesarrollado. Esta renta relativa a los países centrales de Europa sería la primera víctima del desastre político-económico de la Transición, que hundiría nuestro proceso de convergencia con la CEE hasta el 70,8% en 1985. Y en los 37 años transcurridos este nivel no se recuperaría jamás, ni siquiera con las cifras oficiales del PIB, que desde 2008 sobrevaloran la realidad en un 30% y situaron el nivel en el 73,3 % en 2012.

Pero no se trata sólo de la convergencia con los países centrales. El resto de indicadores también fallaban. La industria, que representaba el 36% del PIB en 1975, fue desmantelada y hoy representa un 14%. Las rentas salariales, que suponían en aquel año un 62,8% del índice (de acuerdo con los datos de BBVA), se han desplomado al 44,2% -a fin de 2012-, la cifra más baja de toda Europa. El 10% más rico de la población, que poseía un 26% de la riqueza en 1975, posee hoy el 48% y, además, el 70% de la riqueza financiera. El paro era entonces del 2% -o del 6% si consideramos a los emigrantes como desempleados- y ahora se sitúa en el 27%. El hundimiento económico fue tal que, de un crecimiento real del 7,5% anual en el periodo 1959-1975, se pasó al 0,8% en el periodo 1976-1985. Y la inflación se disparó desde el 7 al 44% a mediados de 1977, mientras que la deuda externa se multiplicó por cuatro. En sólo dos años, los traidores de la Transición colocarían a España al borde del colapso primero y en un nivel de crecimiento inferior a su potencial, después.

Sin embargo, ese no era el destino de España. Todos los países europeos se recuperaron rápidamente de la crisis del petróleo, excepto nosotros. Un ejemplo perfecto para cuantificar lo que España pudo y debió ser es Irlanda. En 1975 Irlanda y España tenían la misma renta per cápita: 10.000 dólares. En los años siguientes, Irlanda subió como la espuma, mientras que España se hundió, primero, y creció mucho menos, después. Hoy el PIB per cápita de Irlanda es un 29% superior al nuestro, pero como el PIB oficial es falso y está sobrevalorado en un 30%, la realidad es que la renta per cápita española sería un 46% inferior.

Los traidores de la Transición

Nunca en la historia de Europa un grupo tan reducido de hombres pequeños, de mente pequeña y de ambición personal infinita, sin moral, sin ideales y sin patriotismo y gracias, exclusivamente, al sistema electoral proporcional -el mismo sistema que permitió a Hitler y Mussolini la conquista del Estado- han hecho tanto daño permanente a una nación como los llamados ‘padres de Transición‘, que la Historia recordará algún día como padres de la Traición.

Antonio García Trevijano

La primera y gran traición fue la de todos los partidos ilegales, el grupo de los nueve, al compromiso escrito y firmado por todos ellos en el despacho del jurista Antonio García Trevijano sobre la obligación recíproca de actuar todos en la misma dirección. Los puntos esenciales de ese compromiso eran:
No aceptar por separado ninguna legalización de partidos que no fuera simultánea a todos ellos.
No aceptar ningún sistema político que no fuera una democracia representativa.
No aceptar ningún régimen que no fuera resultado de un referéndum para la libre elección de los españoles de la Monarquía o la República e implantar una ley electoral similar a la francesa.

Un compromiso que no sería cumplido en ninguno de sus puntos. Cada partido tiró para su lado comenzando por la deslealtad del PSOE de Felipe González, que quiso entrar, de acuerdo con Fraga, por la ventanilla de Carlos Arias. Esa era la naturaleza de la oposición a Franco, cuyo único interés era participar en el poder político, en el poder económico y en la adulación social, y de los que Cela diría: “Si fueran hombres, se habrían pegado un tiro”; pero no lo eran.

Se repetía la famosa sentencia de Ortega y Gasset en la que afirmaba que “cuando en España se habla de reconciliación y de consenso, hay seguro un reparto de botín”. ¡Y que botín! Inventarían el Estado de las autonomías para dividir España y repartírsela como despojos. Institucionalizarían la corrupción, el pelotazo y el pacto con las élites depredadoras financieras y monopolistas que, junto con el nepotismo y la incompetencia, serían sus principales señas de identidad.

La idea de reparto del botín partió del PSOE, y más concretamente de Enrique Múgica, que con una miseria moral inaudita afirmaría: “Lo de las ideas está muy bien, pero lo importante son los partidos y las personas que defienden la democracia y no hay puestos para todos, por lo que es imprescindible crearlos mediante la desconcentración del poder”. Esto implicaba vaciar de competencias y de poder al Estado español. Antes de eso, Suárez había prometido a Tarradellas y al PNV por separado devolver a Cataluña y al País Vasco la autonomía que les fue anulada después de la guerra civil. Les engañó vilmente, lo que ha acabado creando un problema mayor.


Suárez, un político mediocre y cortoplacista sin ninguna visión de España, aceptó entusiasmado la idea del PSOE de crear una estructura de Estado donde hubiera puestos de poder para todos, ya que su partido, la UCD, un hatajo de oportunistas sin ningún ideal, ni desde el punto de vista ideológico ni patriótico, sólo querían parcelas de poder para poder trincar a manos llenas. Y fue el origen de la destrucción de la nación española y de su ruina económica. Y así, el andaluz Arévalo, que no estaba dispuesto a renunciar a su parte del botín, hizo su propuesta a Suárez y este aceptó el “café para todos”. Se trata, sin duda, de uno de los mayores y más graves errores de toda la historia de España. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, fue entonces cuando “se jodió España”. El país se dividió en diecisiete taifas ingobernables, despilfarradoras y corruptas, que arruinarían a la nación y la encaminarían hacia su destrucción, física, moral y social.

González vuelca la balanza a favor de la oligarquía política

La traición de los padres de la Transición al implantar un modelo de Estado que les permitiera expoliar España con total impunidad la ocultaron con un mito repetido por ellos y por todos los medios y plumas mercenarias a su servicio. Y constituye uno de los mayores engaños de nuestra larga historia: “Nosotros hemos traído la democracia”. Nada más falso. A la muerte de Franco, un régimen autoritario en una Europa democrática era insostenible, como lo fue el mantenimiento de las dictaduras del Este tras la retirada soviética. La democracia se habría implantado en España con ellos o contra ellos.

Lo que hicieron en realidad fue hurtar la democracia a los españoles con el establecimiento de un sistema oligárquico de partidos, que permitiera a una casta política incompetente y corrupta mantenerse en el poder indefinidamente, impidiendo que los ciudadanos pudieran elegir libremente a sus representantes como en el resto de las democracias. Ni un solo historiador o cronista, la mayoría atados al pesebre, ha contado la verdad de lo que en realidad sucedió. Y para rematarlo, asustaron a los ciudadanos con el cuento chino del “ruido de sables”, un invento Santiago Carrillo a sabiendas de que era mentira, algo habitual en el comportamiento de tan siniestro personaje.

Y lo sabía porque Antonio García Trevijano, que era el encargado en la Junta de mantener los contactos con a las Fuerzas Armadas, les informaría reiteradamente de que D. Manuel Díez Alegría, jefe del Alto Estado Mayor y máxima autoridad del Ejército, D. Luis Díez Alegría, director General de la Guardia Civil, D. Camilo Alonso Vega, ministro de la Gobernación y director general de Seguridad y jefe de la Policía, el coronel D. Eduardo Blanco y el Teniente General D. José Vega Rodríguez, con los que estaba en contacto permanente, estaban dispuestos a respaldar la voluntad popular y la democracia. Quien no lo estaba era la oligarquía política que se había autoproclamado portavoz del pueblo. Sólo querían el poder y su parte en el botín, y quien no estaba conforme era un fascista.


Fraga, que fue embajador en Londres, estaba entusiasmado con el sistema electoral inglés de elección uninominal por distritos, sin lista alguna. Eso no convenía en absoluto a ninguno de los partidos, porque ni tenían partidarios, ni eran conocidos, no eran nadie ante la sociedad civil. Suárez, Gutiérrez Mellado, Fernando Abril y Alfonso Guerra llamaron por teléfono a Felipe González, que estaba en Moscú. Y decidió, con el apoyo entusiasta de Suárez, implantar un sistema oligárquico de partidos sin separación de poderes, la antítesis de la democracia. González, a cambio, se comprometió a no pedir un referéndum sobre monarquía o república, traicionando así los acuerdos firmados y a los españoles.

A partir de este momento, la suerte estaba echada. La ley electoral fue impuesta por la oligarquía política y jamás fue sometida a aprobación por parte del pueblo español. Adicionalmente, no sólo el poder legislativo y el poder judicial, sino todas las instituciones de control, como el Banco de España, el INE y el Servicio de Competencia, quedaron sometidas al poder político o la Fiscalía Anticorrupción, diseñada para proteger a las élites corruptas políticas, financieras y económicas. “Montesquieu ha muerto”, diría Alfonso Guerra en un arrebato de desprecio por los ciudadanos y de cinismo. Habían robado la democracia a los españoles e instituido un Estado para el expolio permanente de España sin riesgo alguno.

El ministro de Hacienda de González, Carlos Solchaga, el gran apóstol del pelotazo, afirmaría públicamente: “España es el país del mundo donde más rápido puede uno hacerse rico”, cualquiera con poder de decisión puede exigir comisiones con total impunidad, algo que se convertiría en el procedimiento habitual para obtener contratos públicos, recalificaciones y cualquier tipo de favor político. Hoy Rajoy está comprando, con miles de millones de los españoles, el aplazamiento del referéndum en Cataluña cuando podría prohibirlo imponiendo la legalidad como es su obligación. Y PP y PSOE han pactado pasar página en el caso Urdangarin, en los ERE de Andalucía y en los presuntos sobresueldos y financiación ilegal del PP.

La Constitución sería un gigantesco engaño al pueblo español, al que se le ofreció en bloque la Monarquía, el sistema de partidos, el sistema electoral de listas cerradas, la ausencia de toda forma de separación de poderes y cargar sobre los ciudadanos el inmenso derroche de diecisiete Gobiernos dotados de todos los elementos de un Estado real, aparte los gastos de los partidos, sindicatos y patronal. No hubo alternativa. Una propaganda masiva y absolutamente mendaz, asegurando que con eso implantaba la democracia, cuando era justo lo contrario, dirigida a uno de los pueblos peor informados e indolentes de Europa haría el resto.

Ahora está pagando las consecuencias, porque sin democracia, sin separación de poderes y con una estructura de Estado imposible de financiar, España jamás podrá superar la crisis en forma estable. A esto se añade un Gobierno en estado de caos, con un presidente cobarde incapaz de poner orden, donde todos están contra todos, y barones y alcaldes por libre que no obedecen a nadie excepto a sus propios intereses personales con el dinero que les entrega el irresponsable de Rajoy en lugar de intervenirlos.

Franco nunca tuvo oposición democrática, sólo de totalitarios y terroristas, PCE y ETA. El PSOE y UGT estuvieron 35 años de vacaciones y UCD era una amalgama de franquistas y oportunistas. Lo primero que hicieron CCOO y la resucitada UGT fue asegurarse subvenciones de lujo, exenciones de impuestos y todo tipo de chollos para vivir como rajás -desde políticas de empleo de miles de millones a comisiones del 8% en cientos de miles de ERE a costa del trabajador- con coches oficiales, viajes en primera clase, VISA oro, mariscadas… algo casi inimaginable.

En plena crisis del petróleo, estos irresponsables empezaron a promover huelgas para conseguir unas mejoras salariales imposibles -IPC+3 puntos-, un incremento de costes que arruinaría la productividad y nos llevaría a una situación crítica, utilizando además todas las ventajas laborales del sindicalismo de Franco, donde los trabajadores no podían ir a la huelga pero tampoco podían ser despedidos.

Esto llevó a España al borde del colapso, lo que hizo inevitable un Pacto de Estado. Se lo encargaron al mejor: Fuentes Quintana. El 25 de octubre de 1977, después de meses de preparación, presentó un paquete de medidas conocido como los Pactos de la Moncloa, que tuvo un éxito notable. Sin embargo, las reformas estructurales, esenciales para el crecimiento, chocaban con los intereses deshonestos de las oligarquías financieras y monopolistas y fueron rechazadas. Fuentes dimitió por ello.

La etapa de Felipe González

El 28 de octubre de 1982, el PSOE arrasó en las elecciones generales y la UCD desapareció para siempre. El responsable económico sería el físico Miguel Boyer, para quien el resto de ministros eran, en el mejor de los casos, unos indocumentados, por lo que los trataba con total desprecio. “Usted cállese porque de esto no sabe nada”, le dijo a uno que osó llevarle la contraria en un Consejo de Ministros. Sólo respetaba a Mariano Rubio, el último gran gobernador del Banco de España.


Boyer evitó que González imitara la política de François Mitterrand, que acabó en un desastre, pero sus medidas de recortes le enfrentaron a muchos ministros y a Nicolás Redondo (UGT). Esto a Boyer le importaba un pimiento, así que metió en cintura a la ‘banda del gasto’, y puso en marcha un plan de ajuste de corte monetarista diseñado por Mariano Rubio. Sin embargo, sus enfrentamientos con Alfonso Guerra, a quien consideraba un seudointelectual sin maneras, le llevaron a dimitir.

La parte negativa de Boyer fue la adjudicación de los monopolios de petróleo y gas a dedo a las élites depredadoras y por la décima parte del valor de sus activos. Boyer convirtió los monopolios públicos con precios administrados en monopolios privados con precios libres. Fue el gran héroe de la oligarquía.

En esta etapa se produjo la mayor canallada del socialismo: la destrucción de la enseñanza pública. Los responsables, queden sus nombres para conocimiento y desprecio por las generaciones futuras, fueron: José María Maravall, Javier Solana y Alfredo Pérez Rubalcaba. Estos desalmados comenzaron por expulsar a los mejores catedráticos y profesores de las universidades españolas con la llamada ley de incompatibilidades. Los mejores catedráticos de España, que lógicamente trabajaban también en el mundo real -cirujanos, economistas, abogados, ingenieros-, tuvieron que marcharse.

Simultáneamente, anularon las oposiciones como método de acceso a las cátedras, y las sustituyeron por el dedo y la militancia de izquierdas, además de reprimir a todas las profesiones de la excelencia: notarios, abogados y economistas del Estado, entre otras. ¡Fuera toda aristocracia profesional!, ¡mueran las élites intelectuales! Estos desalmados borraron el conocimiento de todas las esferas del saber, no tienen perdón. El daño es irreparable: a día de hoy, el 85% de los profesores no tienen los conocimientos para impartir las materias a su cargo.

Entre las 200 mejores universidades del mundo no hay ni una sola española y sólo 10 entre las 500 mejores. Sembraron por doquier universidades públicas con niveles culturales irrisorios. Hoy existen 50 y sobran unas 30; sería más barato cerrarlas y pagar las carreras a los alumnos en Harvard que mantenerlas abiertas. La canallada para las clases menos favorecidas ha sido brutal: la enseñanza pública ha dejado de ser el ascensor social y cultural que fue en el pasado.


Boyer fue sustituido por Carlos Solchaga, el apóstol del pelotazo, que desarrolló una política económica típicamente socialista: gasto sin control. Pronto explicó a quien quiso escucharle esta cultura del pelotazo: lo importante era enriquecerse con rapidez, la superioridad de la especulación y el nepotismo sobre el trabajo bien hecho. Los hechos los he explicado en detalle en otro lugar (2), este es el resumen.

Moratoria nuclear: se desmantelaron cuatro grandes centrales casi terminadas y se paralizaron seis a punto de empezar a ser construidas. Resultado: la electricidad vale hoy el doble que en Europa. Reconversión industrial: no hubo reconversión, sino desmantelamiento. Industrias que podían haber sobrevivido perfectamente con las inversiones adecuadas, como la naval, la siderúrgica o la textil, que crecían espectacularmente en el resto del mundo, fueron desmanteladas. La entrada en la UE: las prisas de González fueron letales, nadie en toda la historia de UE pagaría tal precio. La cabaña lechera sería drásticamente reducida a favor de Francia; la flota pesquera, la mayor de Europa y la tercera del mundo, quedó casi desmantelada. Eximirían del pago de impuestos a las grandes fortunas a través de las sicav (sociedades de inversión). El AVE a Sevilla: una ruina total. Los ingresos de los AVE no cubren siquiera los costes variables.

Solchaga fue sustituido por Pedro Solbes en 1993 y con él todo iría mucho peor. La situación económica al final de la etapa de Felipe González era realmente penosa. El paro ascendía al 23%, el déficit público al 6,7% del PIB y la deuda al 70%, los valores más altos de nuestra historia. Y como guinda del pastel, la Seguridad Social estaba en quiebra y los intereses al 20%: el socialismo volvía a batir récords de ruina para España. Al final, González perdió las elecciones por el desastre económico. Los GAL y FILESA apena restarían votos. Era la hora de Aznar.

La etapa de Aznar

José María Aznar era una persona rendida ante los hombres de poder, Franco, Fraga, Bush… Humilde ante el superior y despectivo ante el inferior. A un líder lo siguen personas competentes, a un jefe lo obedecen los trepadores: sus dos lugartenientes, Rodrigo Rato y Mariano Rajoy, dos trepas profesionales incapaces de gestionar una mercería, son buena prueba. Todos sus esfuerzos se centraron en entrar en el club de los ricos, la zona euro, sin pararse a sopesar los pros y los contras de tan trascendental decisión. Y si la moneda única podía ser una bendición para países con gobiernos sensatos, era un desastre para países con gobiernos insensatos. Fue nuestro caso. A día de hoy, el euro ha sido un desastre para España por la incompetente e irresponsable utilización de las ventajas derivadas del mismo.


El ‘éxito’ económico fue una gigantesca farsa. Aznar conseguiría, a través de los fondos de la UE, 50.000 millones de euros en su mandato, que se despilfarraron en mantener a vagos y caraduras a través del PER -subsidios agrarios- y del gasto en infraestructuras innecesarias. La venta de las grandes empresas públicas a precio de saldo a los oligarcas supuso 40.000 millones más. La reforma fiscal y el recorte de gasto fueron idea de Enrique Fuentes Quintana, que convenció a Aznar, y fueron implementados por el profesor José Barea, que dependía sólo del presidente. Fuentes ni siquiera se reunió con Rato, al que despreciaba. El caso Rato fue un bluf de principio a fin: nombrado presidente del Fondo Monetario Internacional gracias a la amistad de Aznar con George W. Bush, al que acabaron echando, algo insólito en los anales del FMI. Su gestión en Bankia fue tan desastrosa que está procesado por ella, pero los oligarcas a los que ayudó le han buscado un retiro de oro.

Aparte del dinero de la UE y el ‘regalo’ de las joyas de la corona, el crecimiento económico de Aznar fue un engaño: se debió, esencialmente, al endeudamiento masivo y disparatado de familias, empresas y bancos, facilitado por nuestra entrada en el euro. En su mandato y a precios constantes, el PIB se incrementó en 340.000 millones de euros, pero la deuda privada lo hizo en 710.000. Se nos vendió una escandalosa pérdida neta como un triunfal éxito de Aznar. Una deuda que no sirvió para mejorar la industria nacional y la productividad, sino a la especulación y a la burbuja y a la discutible expansión internacional de las grandes empresas. Y hay que sumarle la ley de las renovables, que permitió pelotazos increíbles, y la escandalosa concesión de licencias UMTS de telecomunicaciones por 85.000 millones de pesetas a sus amigos, frente a los 2-3 billones que ingresaron los gobiernos del resto de Europa.

Si el crecimiento fue un engaño, su política interna fue un desastre sin paliativos. En lugar de dar marcha atrás, intensificó las transferencias de educación a las comunidades autónomas. Un paso de gigante en la desvertebración de España. Transfirió la sanidad, eliminando las ventajas de las economías de escala y elevando los gastos de gestión y administrativos. Parientes y amigos entraron en el negocio a millares: los servicios no médicos tienen hoy diez veces más personal del necesario. El gasto sanitario pasó de 38.000 millones en 2002 a 95.000 en 2011. Un despilfarro anual de 40.000 millones, en euros y población constantes. ¡Y no hay dinero para las pensiones!

Aznar fue el gran presidente de los separatistas, en contra del mito que afirma lo contrario. Les cedió las competencias de tráfico, justicia, educación, cultura, empleo, puertos, etc. Eliminó la figura del gobernador civil, que fue sustituida por un subdelegado casi sin competencias, y defenestró a Alejo Vidal-Quadras a petición de Jordi Pujol. El PP catalán se hundiría para siempre. Y fue peor que aceptara la Ley de Política Lingüística, que discriminaba gravemente a los hispano-hablantes, impidió el recurso al Constitucional y prohibió al Defensor del Pueblo que hiciera nada. Esto ya no fue un desastre, sino un impulso decisivo a la sedición.


La etapa Zapatero

Un atentado nunca explicado llevó a José Luis Rodríguez Zapatero, un bobo solemne, a la Presidencia en 2004. Zapatero sería una auténtica plaga bíblica que generaría la mayor crisis económica, política, moral e institucional de la historia de España. Zapatero se rodeó de un equipo ministerial que parecía sacado de una escombrera, un auténtico insulto a los españoles: nos excluyó del mundo civilizado. Con Zapatero se cumplió la famosa Ley de Murphy: “Todo lo que puede ir mal, irá”.

Zapatero jamás supo, y Solbes tampoco, por qué la economía crecía y menos aún por qué se hundía. El SOS de los inspectores del Banco de España en 2006, pidiendo que se acabara con los préstamos bancarios indiscriminados que nos iban a llevar a la ruina, fue directamente a la papelera. El desastre Zapatero superó ampliamente al de Aznar. En euros constantes, el PIB creció en 270.000 millones durante su mandato, pero el endeudamiento privado se incrementó en 1,02 billones, y para acabar de arreglarlo, la deuda pública se disparó en 400.000 millones. Para crear un punto de PIB nos endeudaron en cinco, ¡realmente de traca!.

En 2007 negaron la existencia de una burbuja inmobiliaria e incitaron a la gente a endeudarse, “porque cuanto más se endeuden, más ricos serán” y negaron que la crisis financiera mundial nos afectara. En 2008 manipularon las cifras de crecimiento para ganar las elecciones. Negaron la crisis una y otra vez: “España juega en la Champions League” dijeron; permitieron a bancos y cajas falsear los balances con la ayuda del BdE. Al final llevaron a tres millones de personas al paro, destruyeron el sistema de cajas de ahorro y permitieron los mayores robos y latrocinios de la historia de España. Este indigente mental negaría la existencia de España como nación y, ya el colmo, aprobaría el Estatut de Cataluña, votado sólo por un 30% de catalanes, que convertía al resto de España en una colonia. Zapatero fue el jefe de la quinta columna del separatismo vasco y catalán en Madrid.

(1) Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Reino Unido. Nota aclaratoria: A algún lector le ha sorprendido la mención a Camilo Alonso Vega, cuando el ministro del Interior en 1976 era Manuel Fraga, la confusión se debe a que las conversaciones de Antonio García Trevijano con los altos mandos del Ejército y de la Policía datan de 1969. Trevijano le pidió a Alonso Vega que convenciera a Franco de que no nombrara a Juan Carlos Rey. Alonso Vega lo hizo pero sin éxito.

(2) El disparate nacional, Planeta. PD: No hay espacio para la etapa Rajoy. El próximo lunes al comentar los “Presupuestos de la Recuperación”, hablaré de ella. Aunque hay que ser muy miserables para llamar así a la mayor deflación salarial de nuestra historia, donde 25 millones de personas, empleados públicos, pensionistas y trabajadores, perderán poder de compra, y donde los ingresos por impuestos son ciencia-ficción.