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jueves, 24 de diciembre de 2020

El espíritu de la NAVIDAD de Chesterton

El espíritu de la NAVIDAD de Chesterton
Por Luis Daniel González 
 24/12/2020 

A quienes afirmaban que las Navidades están llenas de costumbres anteriores al cristianismo, Chesterton les decía que no es que haya costumbres paganas en Navidad, sino que hay costumbres que han sobrevivido al paganismo, como sobrevivieron al industrialismo y como sobrevivirán al capitalismo. Muchos fueron paganos antes de ser cristianos pero eso no los hace paganos.

En otro artículo apuntaba cómo decir que las Navidades contienen muchos elementos del paganismo es otro modo de decir que contienen muchos elementos de humanidad. Ahora bien, la naturaleza de la combinación de todos esos elementos depende de la naturaleza de la selección y, por tanto, de la autoridad de quien los selecciona. Por ejemplo, hay quienes están siempre tratando de incluir la fe en un sistema de folclore en lugar de procurar incluir el folclore en un sistema de fe; quienes están empeñados en alargar el mito para cubrir muchas religiones, en vez de permitir a una religión que cubra muchos mitos.

Otra vez subrayaba lo pedante que resulta intentar explicarle a un hombre por qué hace una cosa que tanto ese hombre como el mismo autor de la cosa pueden explicar muy bien y de forma muy distinta. Así, a quien nos habla de que el origen de la Navidad está en que algunos antiguos escandinavos celebraban una fiesta en mitad del invierno en la que quemaban unos troncos grandes y demás, hay que replicarle: vale, y ¿qué se podría esperar que hicieran los antiguos escandinavos en el invierno?, o, al revés, ¿es que acaso esperabas que quemaran los troncos más grandes en verano? O bien, a quien afirma que la Navidad recuerda que algunas tribus antiguas adoraban al sol o, más probablemente, que comparaban algún héroe o dios con el sol, se le puede responder: ya, pero muchos poetas han comparado a su dama con el sol sin que eso quiera decir que la imaginasen como si fuese un mito solar. En cualquier caso, si de ahí alguien concluyese que las Navidades son una especie de adoración del sol, la única respuesta que se le podría dar es que no, es que es se trata de algo completamente diferente. Y si quien lo afirmara siente algo del espíritu que vive detrás de los símbolos, lo primero que cabría esperar de él es que apreciase la diferencia entre cosas tan opuestas como adorar al sol y seguir una estrella.

A quienes se quejan del sentido comercial de las Navidades en nuestro mundo les hacía notar que hay quienes toman algo natural, lo pintan de mala manera y lo desfiguran con añadidos artificiales, y después se quejan de que es algo antinatural y lo tiran. Al principio aceptan las alteraciones como mejoras y, al final, cada supuesta mejora sirve para mostrar que la cosa no debería ser alterada sino abolida. Esto es lo que algunos hacen con las Navidades: primero las vulgarizan y luego las denuncian por vulgares, primero las hacen comerciales y luego desean suprimir la Navidad pero conservar el comercio.


En general, no es extraño que quienes comprenden el cristianismo como si fuera una especie de combinación «del optimismo carente de fundamento de un ateo americano con el pacifismo de un hinduísmo amable», entiendan el espíritu de la Navidad como si fuera esparcir acebo y muérdago por lugares donde, si algo no hay, es el verdadero espíritu de la Navidad, o identifiquen ese espíritu con la publicidad ajetreada y bulliciosa que vemos alrededor. Pero quien desee ser original, o volver a los orígenes, debe recordar una obviedad: la Navidad fue, y sigue siéndolo allí donde se celebra de verdad, una fiesta familiar; y su razón, su única razón, era y sigue siendo de índole religiosa pues recuerda una familia feliz a la que los cristianos llamamos Sagrada Familia.

En cuanto a la explicación sobre lo que significa la Navidad son excelentes estos párrafos de El hombre eterno:

«Ninguna leyenda pagana, anécdota filosófica o hecho histórico, nos afecta con la fuerza peculiar y conmovedora que se produce en nosotros ante la palabra Belén. Ningún otro nacimiento de un dios o infancia de un sabio es para nosotros Navidad o algo parecido a la Navidad; es demasiado frío o demasiado frívolo, o demasiado formal y clásico, o demasiado simple y salvaje, o demasiado oculto y complicado». Con la Navidad sentimos como «algo que nos sorprende desde atrás, de la parte oculta e íntima de nuestro ser», como si encontráramos algo en el fondo del propio corazón que nos atrae hacia el bien, como un «momentáneo debilitamiento que, de una forma extraña, se convierte en fortalecimiento y descanso».

«No es más inevitable relacionar a Dios con un niño que relacionar la fuerza de la gravedad con un gato. Ha sido creada en nuestras mentes por la Navidad porque somos cristianos, porque somos psicológicamente cristianos aun cuando no lo seamos en un plano teológico. En otras palabras, esta combinación de ideas, en frase muy discutida, ha alterado la naturaleza humana. Realmente hay una diferencia entre el hombre que la conoce y el que no. Puede que no sea una diferencia de valor moral, pues el musulmán o el judío pueden ser más dignos según sus luces, pero es un hecho patente acerca del cruce de dos luces particulares: la conjunción de dos estrellas en nuestro horóscopo particular. La omnipotencia y la indefensión, la divinidad y la infancia, forman definitivamente una especie de epigrama que un millón de repeticiones no podrán convertir en un tópico. No es descabellado llamarlo único. Belén es, definitivamente, un lugar donde los extremos se tocan».


En nuestra sociedad más o menos todo el mundo conoce la historia de Herodes y la matanza de los Inocentes, pero no todos perciben en ella «la sombra de un gran fantasma gris por encima de su hombro» y no todos se dan cuenta de que aquella fue la manera en que los demonios celebraron a su modo la primera fiesta de Navidad. Y sigue Chesterton: «A menos que entendamos la presencia de ese enemigo, no sólo perderemos el elemento clave del cristianismo, sino también de la Navidad. La Navidad en el cristianismo se ha convertido en algo que, en cierto sentido, es muy simple. Pero como todas las verdades de esa tradición es, en otro sentido, algo muy complejo. No se trata de una única nota, sino del sonido simultáneo de muchas notas: la humildad, la alegría, la gratitud, el temor sobrenatural y, al mismo tiempo, la vigilancia y el drama. No es un acontecimiento cuya conmemoración sirva a intereses pacifistas o festivos. No se trata sólo de una conferencia hindú en torno a la paz o de una celebración invernal escandinava. Hay algo en ella desafiante, algo que hace que las bruscas campanas de la medianoche suenen como los cañones de una batalla que acaba de ganarse. Todo ese elemento indescriptible que llamamos atmósfera de la Navidad se encuentra suspendido en el aire como una especie de fragancia persistente, o como el humo de la explosión exultante de aquella hora singular en las montañas de Judea hace casi dos mil años. Pero el sabor sigue siendo inequívoco y es algo demasiado sutil o demasiado único para ocultarlo con nuestro uso de la palabra paz. Por la misma naturaleza de la historia, los gozos de la cueva eran gozos en el interior de una fortaleza o de una guarida de proscritos. Entendiéndolo correctamente, no es indebidamente respetuoso decir que los gozos tenían lugar en un refugio subterráneo. No sólo es verdad que dicha cámara subterránea era un refugio frente a los enemigos y que los enemigos estaban batiendo ya el llano pedregoso que se situaba por encima de ellos como el mismo cielo. No se trata sólo, en ese sentido, de que las hordas de Herodes podían haber pasado como el trueno sobre el lugar donde reposaba la cabeza de Cristo. Se trata también de que esa imagen da idea de un puesto adelantado, de una perforación en la roca y de una entrada en territorio enemigo. En esta divinidad enterrada se esconde la idea de minar el mundo, de sacudir las torres y los palacios desde los cimientos, igual que Herodes el Grande sintió aquel terremoto bajo sus pies y se tambaleó con su vacilante palacio».

Cada uno de los cinco párrafos primeros corresponde a un artículo distinto de Chesterton: «Christmas and the Peasant Traditions» (1921), «A Christmas of Peace» (1918), «Christmas and the Progressive Movement» (1910), «The Winter Feast» (1936), «El espíritu de la Navidad» (1910). Se publicaron en distintos medios y, luego, algunos, en recopilaciones diferentes. Los dos últimos, junto con más artículos y textos sobre la cuestión, están en la recopilación que mencioné arriba: El espíritu de la Navidad, Sevilla: Espuela de plata, 2017; 224 pp.; col. Clásicos y modernos; trad. de Aurora Rice; prólogo de José Julio Cabanillas; ISBN: 9788417146207. Originalmente se tituló The Spirit of Christmas y se publicó en Londres: Xanadú, 1984. Una edición de El hombre eterno (The Everlasting Man, 1925) está en Madrid: Cristiandad, 2004; 348 pp.; trad. de Mario Ruiz Fernández; ISBN 10: 84–7057–488–4.