“Las Casas se contradecía… es una mente anómala"
(Ramón Menéndez Pidal)
InfoCatólica-Javier Olivera (11/7/2014): A Bartolomé de Las Casas, el mentado “apóstol de los indios”, se le atribuye desde hace cuatro siglos la responsabilidad en la defensa de los nativos americanos, pasando a la fama por su conocida obra publicada en 1552 como la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, fuente “inequívoca” del “genocidio” que los españoles habrían perpetrado en América durante los años de conquista y plomo…
Pero veamos más detalladamente quién fue este “gran apóstol” de las tierras vírgenes
Nacido en España, su padre, Francisco Casaus, había acompañado a Colón en su segundo viaje al otro lado del Atlántico y, anclando en las Antillas, se dedicaba al redituable negocio de la plantación, usando para ellos, a muchos indios como esclavos.
Bartolomé, luego de cursar sus estudios universitarios en Salamanca, partió también para el Nuevo Mundo a fin de hacerse cargo de la pingüe herencia paterna, sin dejar de lado los “dulces tratos” que su padre prodigaba a los pobres aborígenes; una vez allí y por esas obras de Dios, se convierte más radicalmente al cristianismo, y decide hacerse religioso. Ya con 35 años ingresa en la Orden de los Dominicos donde recibirá el orden sagrado. A partir de este momento ejercería su ministerio en aquellas remotas tierras americanas.
De carácter férreo, voluntarioso y trabajador, Bartolomé intentará desde el inicio de su apostolado remediar los errores propios y paternos denunciando los abusos que encontraba en aquellas tierras, cosa que se transformará casi como una obsesión.
Nada lo detenía: discusiones públicas, libelos, sermones, todo valía; incluso hasta lograría captar la amistad del gran Carlos V logrando que suspendiera momentáneamente la empresa conquistadora, como hemos visto más arriba.
Sin embargo, como “el alma humana es de tantos modos esclava” (según la sentencia de Aristóteles) el fraile, aunque oponiéndose a los malos tratos que los indios recibían, sugerirá la esclavitud de los negros traídos del África para reemplazar a los nativos de América… Es que “hay negros de todos los colores…”, como decía el gran Ramón Doll.
Pero vayamos directamente a aquellos dichos que lo han catapultado a la fama histórica. Son estos y no su nula obra evangelizadora, los que han dado fama y han servido de base para la llamada “Leyenda Negra” anti-española:
El testigo
Algo que directamente llama la atención al leer la “Brevísima…” es que Las Casas se precia siempre de haber sido testigo directo de lo ocurrido, de allí que sus relatos gocen de tanta autoridad. A lo largo de sus escritos se lee normalmente la siguiente frase “yo vide…”, “yo vide…” (“yo vi”) frase que, tratándose de un sacerdote y obispo, hacen de su testimonio casi un juramento, como narra un autor.
Bástenos un par de extractos como botón de muestra
“Una vez vide, que teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales señores (y, aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen. Y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba, y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos. Antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta que se asaron despacio, como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas, y muchas otras infinitas”[1].
Y hay más…
“(Con las gentes de Indias, España no hizo más que) despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y varias, nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas, maneras de crueldad (…). Los españoles les arrebataron a los indios las comidas y los enseres más elementales, para pasar luego a quitarles las mujeres y los hijos, usar mal de ellos, y obligarlos, más tarde, a buscar en la selva el refugio salvador. (Pero cuando eso no ocurría, los indígenas enfrentaban a los españoles y estos) extremaban su crueldad (…), los españoles entraban a los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas, ni paridas que no desbarrigaran y hacían pedazos: como si dieran a unos corderos metidos en sus apriscos (…). Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete, o le descubría las entrañas. Tomaban las creaturas de los pechos de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo y burlando y cayendo en el agua; otras criaturas metían en la espada con las madres juntamente y todos cuanto delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas que juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a horror y reverencia de nuestro Redentor y de los doce apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos. Otros ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca, pegándole fuego, así los quemaban[2].
¡Qué horror! ¡Pero qué salvajes estos españoles! Según el fraile el conquistador era la encarnación del diablo:
“Los españoles desean solo henchirse de riquezas en muy breves días (…) más que hombres parecen lobos, leones y tigres crudelísimos de muchos días hambrientos (…). Cometían grandísimas crueldades, matando y quemando y asando y echando y asando y echando perros bravos”[3].
Pero… ¿qué clase de cristianos eran estos conquistadores? Es natural que, si las cosas fueron así en América, más les habría convenido a los indios quedarse como estaban y no hacer uso del “derecho” de recibir la “civilización occidental”… Pero veamos algunos detalles.
Las Casas siempre engloba sus dichos diciendo “los españoles”, como si uno dijese hoy “los judíos” o “los nazis” o “los musulmanes”. La obsesión de Las Casas es una idea: España y deseando que la Conquista sea lo más “pura” posible denuncia muchas veces sin fundamento ni precisión, como veremos.
Se trata de la clásica dialectización; “españoles malos-indios buenos”: los aborígenes, eran apacibles en la tierra de la libertad, pueblos habitados por suavísimos indígenas, delicados y tiernos, como lo pudieran ser en España los hijos de príncipes y señores. Gente que “no conoce sediciones o tumultos” y del todo “desprovista de rencor”, odio y deseo de venganza; para Las Casas el indio era un ser que carecía del pecado original.
Aquí nuestro dominico surgirá como el predecesor del “buen salvaje” rousseauniano, publicitado por los iluministas del siglo XVIII y los charlatanes de hoy. Pero bástennos estos ejemplos como muestras.
Hay muchísima bibliografía acerca de la personalidad de Las Casas y de su “obsesión” e imprecisiones[4]; existen incluso serios estudios que afirman un grado de paranoia en Las Casas y hasta de “profetismo”, como señala autorizadamente Menéndez Pidal: “holgadamente se hallaba Las Casas, en un ambiente profetista, situándose fuera de toda realidad, y ¡con cuánta sencillez falseaba por completo la verdad de todo lo que le rodeaba!”[5].
[1] Rómulo Carbia, Historia de la Leyenda Negra hispano-americana, Publicaciones del Consejo de la Hispanidad, Madrid 1944, 42.
[2] Ibídem, 41-42.
[3] Ibídem, 41,46.
[4] Citemos aquí sólo algunas: Díaz Araujo, Enrique Las Casas visto de costado, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Percopo, Madrid 1995, 218 y La rebelión de la nada, Cruz y Fierro, Buenos Aires 1983, 369; Ramón Menéndez Pidal, El Padre Las Casas: su doble personalidad, Espasa-Calpe, Madrid 1963, 410 pp. y El P. Las Casas y Vitoria, Espasa-Calpe, Col. Austral, Madrid, pp. 152.
[5] Ramón Menéndez Pidal, El Padre Las Casas. Su doble personalidad, 335.
Javier Olivera Ravasi (1977), sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado, Abogado por la Universidad de Buenos Aires (UBA), doctor en Filosofía (Pontificia Università Lateranense, Roma) y en Historia (Universidad Nacional de Cuyo).
Actualmente se desempeña como profesor del Seminario Diocesano de San Rafael y del Seminario mayor “María Madre del Verbo Encarnado”, dictando materias en el ámbito de la Historia de la Filosofía y de las Lenguas Clásicas; es también profesor de enseñanza superior en el Instituto “Santa María del Valle Grande” y en el “Instituto Alfredo R. Bufano”.