Javier Olivera Ravasi
InfoCatólica-30/7/16
Abogado renombrado y con casos muy importantes en los estrados judiciales de París, el Dr. Jacques Trémolet de Villers, además es poeta, narrador e historiador, autor de un libro recién editado sobre los aspectos jurídicos del segundo proceso contra Juana de Arco: Jeanne d’Arc. Le procès de Rouen (21 février - 30 mai 1431), Paris, Les Belles Lettres, 2016, 316 pp.
Publicamos la traducción de la entrevista que le hizo Philippe Maxance el 13 de junio de 2016 para Homme Nouveau.
Philippe Maxance: ¿Quién es el que está en el origen de este libro: el abogado, el cristiano o el patriota?
Dr. Jacques Trémolet de Villers: ¡Es el abogado! Porque siempre tuve cerca mío las copias de las actas del proceso de Juana de Arco hasta que un día me decidí a releerlas con un ojo profesional. Lo hice, lapicera en mano, leyendo sesión por sesión del proceso oral e interrogándome constantemente: ¿qué es lo que dijo Juana? ¿Por qué lo dice así? ¿Por qué razones los jueces hacen esas preguntas? ¿Qué es lo que ellos están buscando?
Igualmente intenté descubrir a través de las líneas, la estrategia defensiva que ella utilizó, e incluso, si previamente ella tuvo una. Finalmente, tuve que concluir que no solamente Juana estuvo genial, sino que descubrí elementos que jamás había percibido. ¡Se da cuenta Usted! Durante cincuenta años he leído el libro. Mi primera conferencia política, pronunciada a mis 19 años, la hice sobre Juana, a partir, justamente, de su proceso. Y, por lo tanto, la riqueza de este texto es tal que aún hoy he descubierto dos aspectos actuales. Por esto, puedo decir que conocí a Juana cuando ella tenía 19 años, y yo también. Es una vieja historia. Salvo que ella todavía tiene ¡19 años!
Voy a hacerle una confidencia: La editora me pidió que releyera mi texto y me preguntara si yo no estaba un poquito enamorado de mi heroína. Y yo le confié esto: ¡no un poquito, sino mucho! Para responder totalmente a vuestra pregunta, es necesario confesar que es difícil disociar al abogado del cristiano y del francés, incluso si el sentido de la partida, se inscribe en el cuadro del abogado.
P.M.: ¿Cómo actuó Juana como acusada?
Dr. T. de V.: Me parece que ella fue extremadamente valiente, hábil y corajuda. Como lo había sido en su vida militar, es decir, siempre a la ofensiva, no perdiendo el control y teniendo una visión simple de las cosas. Su estrategia, que recién la comprendí luego de una segunda y tercera lectura, fue decir: “mis jueces no son jueces, son mis enemigos. Quieren mi secreto y no lo tendrán”. Les dirá lo menos posible, salvo cuando sus voces le ordenan: “¡Responde con coraje!”. Solo en ese momento ella les larga algunas cosas. Si no, considera visiblemente que le es necesario ganar tiempo. Es su idea guía. Pues ella no ha acabado su misión y la quiera terminar. Piensa que tendrá una ayuda de sus amigos y será liberada. Y, por otra parte, sus voces le confirman que será por medio de una “gran victoria” que ella interpreta como una gran victoria temporal.
Desde el punto de vista de la defensa, recurre a una estrategia de gran abogado. Es la estrategia que utilizó Tixier-Vignancour durante el proceso del Gral. Salan. Tixier también especuló con ganar tiempo. Si el juicio se desarrollaba en una semana solamente, estaba seguro que Salan sería fusilado. Pero si lograba hacerlo durar dos meses, Salan estaría salvado. Entonces, era necesario que el proceso se prolongase durante dos meses. Con Juana, estamos un poco en la misma idea.
P.M.: ¿Entonces la estrategia le parece apropiada? ¿Ella cometió errores?
Dr. T. de V.: Por momentos, un abogado le dirá: No, Juana esta palabra no era verdaderamente necesaria… Por ejemplo, cuando le preguntan si había mucha luz cuando ella se encontró con el rey en Chinon, y ella les responde: -“Mucha luz, había como cincuenta antorchas prendidas, sin contar la luz espiritual, pero ella ¡de ninguna manera viene hasta usted, doctor Beaupère!”. Un abogado, que piensa siempre que los jueces son jueces, sabe que esta respuesta es peligrosamente inútil. Pero todavía una vez más, para Juana, los hombres que la juzgan no son hombres de justicia, sino adversarios. Ella lleva otro tipo de combate, en el mismo contexto de la guerra. Parece mucho más lúcida de lo que nosotros podemos serlo.
P.M.: Justamente, ¿el proceso estaba verdaderamente perdido de antemano?
Dr. T. de V.: Sí, sin ninguna duda. Igual que el proceso de Sócrates o de Cristo. Es imposible ganar frente a este tipo de justicia. ¡Fue un verdadero proceso político!
P.M.: ¿Quiénes fueron sus jueces? ¿Tenían derecho a juzgarla?
Dr. T. de V.: Era la crème de la crème de la época. Llamaron a los mejores del mundo eclesiástico del momento. Los jueces eran de la Universidad de París. Todos insignes doctores en Teología Sagrada; tenían todos los títulos posibles. Pero era un tribunal de excepción. Es difícil definirlo exactamente. Incluso si un vice-inquisidor apareció al final del proceso, no se trató de un tribunal de la Inquisición. Si fuese un tribunal para juzgar un criminal de guerra, tendría que haber sido juzgada por un tribunal en el orden civil. Clarísimamente, estamos delante de un tribunal religioso, aunque no cumple todas las condiciones. Cuando el Gral. De Gaulle quiso juzgar a los generales de la Argelia francesa, creó un tribunal especial militar. Aquí, el rey de Francia y de Inglaterra, Enrique VI, a pedido de la Universidad de París, creó una jurisdicción de excepción.
P.M.: ¿Cómo explicar que semejante tribunal de excepción haya podido existir?
Dr. T. de V.: Cauchon lo explica muy bien: Juana ha infestado toda la cristiandad. En menos de dos años, se convirtió en una vedette mundial. Se habla de ella por todas partes, hasta en Roma. Y como estuvo precedida de una suerte de leyenda, se volvió el personaje número uno de la cristiandad. Y esta situación fue insoportable para la Universidad de París.
P.M.: ¿Pero por qué?
Dr. T. de V.: Simplemente porque Juana ¡echó por tierra el plan temporal de la Universidad de París! Sus miembros habían bendecido el tratado de Troyes, apoyado por todos, menos por el papa. La Sorbona aconseja al rey de Francia e Inglaterra, que intenta establecer un nuevo orden. Y, en ese preciso momento, aparece Juana y, en nombre de Dios, da vuelta toda la situación. Seamos claros: fue la Universidad de París la que le escribió al rey de Francia y de Inglaterra diciéndole que era absolutamente necesario realizarle un proceso.
P.M.: En los procesos de la época, ¿era normal no tener un abogado?
Dr. T. de V.: ¡Pero no! Puesto que justamente la Inquisición tuvo el mérito de inventar el procedimiento penal y de nombrar un abogado, aunque no obligatoriamente, sí lo era para las personas deficientes intelectualmente -es el caso de Juana puesto que no sabía ni leer ni escribir- así como también para los menores. Y, por otra parte, en un momento Cauchon le propone un abogado, pero que lo debía elegir entre los jueces presentes… Es decir, ¡un abogado “soviético”! Y muy educadamente, con cortesía e ironía, Juana lo rechaza: “Ya tengo mi propio consejo y no tengo intención de apartarme de él”.
P.M.: ¿Y ningún abogado se propuso espontáneamente?
Dr. T. de V.: Parecería que algunos se propusieron, pero esos eran como Loiseleur, traidores. Sabemos que entre los 50 o 60 jueces que formaban el Tribunal, algunos se marcharon, no queriendo asistir a este proceso, o fueron expulsados por Cauchon, pues se volvieron demasiado favorables a Juana. Hubo, entonces, muchas luchas internas en el tribunal. Idas y vueltas. De ahí que su idea de alargar el proceso fue hábil: ella pensó que podía dar vuelta a algunos.
P.M.: ¿Cuánto tiempo duró el proceso? ¿Respetaron el procedimiento?
Duró del 22 de febrero hasta el 30 de mayo. Fue largo.
El proceso de anulación, veinticinco años después, mostró las nulidades del procedimiento: incompetencia jurídica del obispo, sumisión a los jueces ingleses, recusación de Juana a sus jueces, apelación al papa y al concilio rechazada por Cauchon, etc.
P.M.: ¿Los testigos fueron descartados?
Dr. T. de V.: ¡No los encontraron! Sin embargo, tenemos un pequeño eco. Cuando Cauchon envía los emisarios a Domrémy para obtener informes a su conveniencia, ellos vuelven afirmando que hubieran querido escuchar los testimonios reportados sobre Juana a propósito de su madre y de su hermana. Juana pide muchas veces hacer traer los informes del proceso de Poitiers y de Chinon. Nos preguntamos si Cauchon no los tuvo y si no los destruyó, de manera de no poder servirse más de ellos. Pero, ¿verdaderamente les llegaron? Las dos posibilidades son difíciles. Cauchon tenía relaciones con el consejo de Carlos VII como también estaba ligado con los Borgoñones. Conocía a La Trémoille, Regnault de Chartres, que no solamente entregaron a Juana, sino también la atacaron. Juana era su enemiga desde hacía largo tiempo. De hecho, Cauchon podía tener emisarios, espías que habrían podido procurarle los procesos de Poitiers o de Chinon.
P.M.: ¿Cómo definiría usted a Cauchon?
Dr. T. de V.: Es el verdadero cerebro. Un verdadero mal juez que reúne lo más horrible: Caifás y Pilatos juntos. Es pérfido y cruel. Tiene astucias de juez. Es necesario haberlo frecuentado para poder darse verdaderamente cuenta. Por un lado, es muy cortés -incluso al final cuando Juana le dice: “Obispo, yo muero por vos”, él responde: “Tened paciencia”, ¡es típicamente la respuesta de un magistrado! – y por el otro, la odia. Desde el principio ella le aclara: “No estoy segura sobre qué usted quiere interrogarme. Puede ser que no le diga todo”. Entonces Cauchon se da cuenta de que tiene delante de él a un gran adversario a quien es necesario someter. Utilizará todos los medios, comprendida también la prisión. En la época, ésta era considerada como un instrumento de tortura, legítima, para hacer hablar a las personas. De ahí que Juana sea puesta en una prisión particularmente dura. Cauchon le dijo lo que sólo él podía decirle: “Yo soy el dueño de tu salvación temporal, pero también de tu salvación eterna”. Juana fue torturada físicamente, y encima tuvo derecho a algo más: a una tortura moral y espiritual inaudita.
P.M.: ¿Cambió usted la visión sobre Cauchon entre que comenzó su trabajo y hoy día?
Dr. T. de V.: Sí, porque mi anterior visión dependía mucho de la de Anouilh [1]. Pero por lo que puedo juzgar, Cauchon representa verdaderamente la encarnación del mal juez como en la Escritura, los jueces de la casta Susana.
P.M.: Siempre estamos sorprendidos de las respuestas de Juana, que son de una gran calidad teológica y de una precisión que asombra. ¿Acaso los jueces se sorprendieron de la misma manera?
Dr. T. de V.: Sí, hay notas de los escribanos que lo dicen. Por ejemplo, después que Juana respondió: “Si yo no estoy en gracia, que Dios así me ponga, y si yo lo estoy, que Dios así me guarde”, los escribanos asentaron que hubo un gran silencio entre los jueces. A veces ellos anotan: “responsa superba”. Quiere decir respuesta orgullosa, o “responsa mortifera”… Es necesario saber que son 50 borgoñones. Y cuando ellos le preguntan si había un borgoñón en Domrémy, ella responde: “Sólo conocí un borgoñón y hubiera deseado que tuviera la cabeza cortada, si eso hubiera complacido a Dios”. Objetivamente, ella se da el gusto. Si no hubiera sido así, no sería Juana de Arco. Ella está todo el tiempo con humor picante. Era su manera de ser durante la guerra, en el consejo del rey, probablemente en su familia, delante de los jueces de Poitiers. Ella es muy sumisa, muy discreta muy humilde y al mismo tiempo, muy viva, muy divertida, y a veces, no se resiste a la tentación de hacerles ¡una broma!
P.M.: ¿Cuál es la respuesta que más lo marcó?
Dr. T. de V.: Pienso en aquella sobre el estado de gracia con el texto que le sigue, pocas veces citado como dice Brasillach, y que se eleva como un canto del alma: “Yo sería la persona más dolida del mundo si supiera que no estoy en gracia de Dios”. Y el summum es cuando describe las voces: “Cuando yo tenía 13 años, escuché la voz de Dios para ayudar a gobernarme. Esta voz vino alrededor del mediodía, en el verano, en el jardín de mi padre”. Creo que es la frase más bella de la lengua francesa.
P.M.: ¡Es el poeta que habla allí!
Dr. T. de V.: Es el poeta y es la cristiana. Si usted analiza bien la frase, allí se muestra el carácter de Juana. Es una niña llena de luz radiante. Nacida para la victoria. Por eso ella es risueña, y en una primera impresión, llena de vida. Y al mismo tiempo, agrega: “¡Y la primera vez tuve mucho miedo!”. Este texto es bellísimo. También el que le encantó a Barrès, cuando ella describe las niñas que iban al árbol de las hadas. Tiene una poesía increíble. También es necesario mencionar su respuesta, cuando le pregunta acerca de sus voces: “Fue a san Miguel al que lo vi primero”. Entonces el juez le pregunta cómo ella le creyó: “Tuve voluntad de creerle”. Eso va muy lejos en la experiencia mística.
P.M.: ¿Podemos deducir de las copias de las actas una política según Juana?
Dr. T. de V.: ¡Una política y un arte jurídica! Juana tiene la legitimidad sobrenatural; posee el arte de la política, el arte militar y el arte jurídica, las tres prerrogativas del rey. Y ella instala la santidad en el corazón de estas tres instancias que son todo, menos santas. Ella pone también la santidad en el corazón del mundo eclesiástico, oponiendo Dios a estos hombres de Dios. Puede ser que el texto más bello se encuentre en su respuesta a los jueces cuando le preguntan cómo ella le habla a su Consejo. Y Juana explica: “Yo presento mi pedido a Santa Catalina o a Santa Margarita y a su vez ellas se lo presentan a Nuestro Señor que me envía su respuesta”. Es el procedimiento celestial. “Pero cuando no tengo tiempo, rezo interiormente y le digo: ‘Dulcísimo Dios, en honor de los méritos de vuestra santa Pasión, si me amáis, dime qué debo responder a esta gente de Iglesia’. Cuando ella les explica esta manera de rezar, esta gente de la Iglesia no puede más. Y quiere matarla. Juana es la laica pura. Ella es campesina, soldado y artesana. Son las tres características del laico que es el pueblo viviendo del trabajo de sus manos. Los otros son clérigos y religiosos.
P.M.: ¿Qué es lo que caracteriza esta política?
Dr. T. de V.: Como en todo su arte, la simplicidad absoluta. Es necesario establecer un orden: “Yo tenía un gran deseo: que el rey tuviera su corona”. Es todo el orden nacional e internacional. Y en ese momento ella resuelve el problema. Si el rey de Francia tiene su reino, la Guerra de Cien años está terminada. Después de todas sus victorias, los jefes militares y los consejeros del rey le explican que es necesario, a partir de ese momento rechazar a los ingleses hacia el mar. No es la opinión de Juana. Para ella es necesario ir a Reims que representa la respuesta política, más importante que el aprovechamiento militar de la victoria. El rey consagrado: esa es su política. Desgraciadamente, después, el rey no la siguió y la desaprobó. Por eso perdió siete años, a causa de su negociación con los borgoñones, que permitió a los ingleses rearmarse. Mientras que, en los planes de Juana, después de Reims, estaba París. Pero Carlos VII prefirió negociar. Aunque, ella explica: “Pero, Señor, ¡no tendréis la paz sino en la punta de la lanza!”. Y no la escucha. Ella está en el límite de la desobediencia porque se va a poner sitio delante de París. Finalmente, obedece al rey que la envía a hacer una campaña inútil para ocupar Charité-sur-Loire, para que no esté más cerca de él y así el rey pueda hacer sus negociaciones como quiere. Ella sufrió todo. Acaba de hacer consagrar al rey; lo ha establecido. Y él hace exactamente lo contrario de lo que ella evidencia que debería hacer, pero le obedece para no destruir el orden que acaba de instalar.
P.M.: ¿Cuál es su lección política para hoy día?
Dr. T. de V.: ¡Nos es necesario un rey! La lección política de Juana hoy día es la misma que desde hace cinco siglos. Pero esta lección no puede estar separada de la lección mística. Al mismo rey ella le dice: “No eres más que el lugarteniente del Rey de los cielos”. El verdadero rey de Francia, es Jesucristo. Y en la guerra que existe hoy en día en el mundo, es una guerra religiosa por lo que es necesario substituir la laicidad a la republicana por la laicidad de Juana.
P.M.: En su invitación, parece que usted ve en las jóvenes que se levantaron para oponerse a la “ley” Taubira (“matrimonio” gay), unas nuevas Juana de Arco.
Dr. T. de V.: Una de las causas que desencadenó la escritura de mi libro fue una invitación realizada por un grupo de jóvenes a una velada de adoradores. Cada interviniente debía llegar con un texto. Yo tomé algunos extractos del proceso de Juana. Después les dije: “Es vuestra hermana mayor”. Fue por eso que hice esta invitación, ellas tienen esa vivacidad, ese espíritu de réplica, esa libertad interior. Créame, el linaje de Juana no está muerto; para nada.
P.M.: Volviendo a vuestro libro, desde un punto de vista técnico, ¿Cómo trabajó esta imponente materia?
Dr. T. de V.: Aquí debo rendir homenaje a Jean Piat, a quien le confié el inicio de mi manuscrito. Me pidió tirar el prefacio, diciéndome: “Tómenos de la mano y condúzcanos dentro de la sala de audiencia”. Llévenos de audiencia en audiencia, explicándonos qué es lo que pasa. Entonces seguí su método. No soy el abogado, sino un cronista judicial. Por otra parte, muchas veces pasé al lado de la belleza de este texto sin verla. Por eso, decidí seleccionar una parte para ponerla en relieve. Quise sacarla del olvido del escribano judicial para revalorizarla. De igual manera. Debo agradecer al autor del prefacio, Olivier Sers, porque después de haber visto mi primer manuscrito, me observó que me había olvidado 60 páginas. Toda la requisitoria de Estivet. En efecto, este pasaje es un largo capítulo. Creyendo que sería muy largo, lo resumí, pero nos permitió escuchar las respuestas de Juana que son asombrosas. Lo reinserté y por eso tenemos el texto más preciso y auténtico posible.
P.M.: ¿Fue un trabajo que le llevó una larga meditación?
Dr. T. de V.: No, fui rapidísimo. Al principio fui atrapado por la Juana que vi, que encontré. Antes ella era, como en todos los libros, un personaje que se admira y se sueña. Pero aquí, la vi en escena como a veces descubrimos a un cliente, sobre todo en la sala de audiencias. Pues es allí que se da el choque. Y es ahí que se crea una suerte de fraternidad entre el abogado y el cliente, en el combate común. Es lo que me pasó con Juana.
P.M.: Esto quiere decir que sin las actas del proceso, ¿nosotros no podemos conocer realmente a Juana?
Dr. T. de V.: Sí, efectivamente. Las actas del proceso nos permiten conocer a Juana íntima, al personaje vivo, más allá de su gesta magnífica. Por esta razón, estoy muy feliz con la tapa del libro que hace aparecer al autor, Juana, tal cual ella es. Es ella que entra en el prestigioso catálogo de la editorial Les Belles Lettres. Y ella tiene para entrar ahí todos los títulos, pues practica las bellas letras, todo sin saber ni “a” ni “b”.
P.M.: ¿Comparte usted el juicio de Brasillach, según el cual, estas actas son “la más emocionante y la obra maestra más pura de la lengua francesa”, aunque “no haya sido escrita por un hombre de letras” pero que “surgió de la colaboración dolorosa de una joven de 19 años, visitada por los ángeles, y de algunos sacerdotes transformados para la ocasión en torturadores?
Dr. T. de V.: ¡Tal cual! Verdaderamente insisto: Juana tiene bien ganado su lugar en la editorial Les Belles Lettres, al lado de Virgilio, Homero, san Agustín, Cicerón, Demóstenes, etc. Ella no sabe ni “a” ni “b”, pero habla una lengua excepcional que de hecho demuestra que fue educada durante seis años por los ángeles. Habla una lengua angelical, ¡que de paso prueba que, en el Cielo, se habla francés!
Traducción: P. Javier Olivera Ravasi
[1] Jean Anouilh, un dramaturgo francés que en 1953 estrenó con el tema de la vida de Juana una obra de teatro titulada L’Alouette (La Alondra) donde se relata el juicio, la condena y la ejecución de la doncella. Con la particularidad de mostrar a Pierre Cauchon como un obispo arrepentido que ordena, a último momento, extinguir el fuego… aunque Juana ha muerto.
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