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domingo, 26 de diciembre de 2021

Elogio de la niñez inspirado en el Niño Dios. Por Javier Navascues

Elogio de la niñez inspirado en el Niño Dios
 26/12/2021 

El día de Navidad, en el que celebramos con gozo el nacimiento del Niño Dios, es idóneo para reivindicar la infancia, un período entrañable de nuestra existencia. En esta entrevista José Alberto Ferrari nos explica los motivos que le llevaron a escribir un libro elogiando la infancia y reflexiona, desde una cosmovisión católica, acerca de este período de la vida humana, edad de la inocencia y de la ensoñación.

José Alberto Ferrari con su familia

El autor es oriundo de Mendoza, Argentina. Casado y padre de cuatro hijos. Es profesor de historia por la Universidad Nacional de Cuyo y Magister en dirección de empresas por la Universidad F. de Vitoria de Madrid. Su interés se inclina por la poesía y la educación. En el año 2015 la Editorial Vórtice publicó su primer libro (poemario): “Santa nostalgia”. Recientemente, ha salido a la luz su segunda obra: “Elogio de la niñez”.

– Decía Rilke que la niñez es la única patria del hombre… ¿por qué?

Esa frase que usted recuerda sugiere de algún modo ese valor escondido que guarda la niñez. El mismo poeta aconsejaba mirar nuestro mundo con ojos de infancia para no dejarse morir entre tantas preocupaciones. Este volver al solar de la infancia es recuperar esa mirada que nos sana y nos renueva. Y es la misma mirada del poeta que alienta al hombre a detenerse en su interior. Por eso niñez y poesía tienen un misterioso parentesco que no sabría explicar. Supongo que son dos los principales motivos que familiarizan al niño con el poeta y que los hacen tan saludables: la realidad y el asombro.

Es decir, la cercanía de lo real y el modo en que se relacionan con ella. Hay como cierta connaturalidad con las cosas que les permite verlas y gustarlas sin acaso poder entenderlas. Es eso que escribe bellamente en el prólogo Natalia Sanmartín: “Los poetas tienen como oficio abrir ventanas de par en par (…) Los niños, y ese es el gran misterio de la infancia, parecen vivir rodeados de ventanas”. Es ese el lugar común de niños y poetas… las ventanas de realidad que nos arriman al Misterio.

– Se relaciona esta edad con la inocencia…

Por supuesto. Solemos tener un presentimiento de Dios en la infancia, y creo que eso es porque sus pensamientos están recién impresos en ella. Los niños, sin mérito alguno, son prefiguración de gloria o –como dijo el Cardenal Newman– una santa insinuación de lo que hará Dios con nosotros si nos abandonamos a Él.

– Aunque cada vez se pierde más pronto esta inocencia…

Es cierto. El mundo moderno no soporta el peso de la infancia y quiere destruir cualquier destello de verdad o de pureza de sus costumbres. O distorsionarla de mil modos, como tantos pedagogos enfrascados en sus ideologías retorcidas…

Dos ejemplos patentes de este intento dañino de sacar a los pequeños de su infancia, y doy cuenta en el libro, son los juegos y los cuentos. El valor del juego es inusitado y a fuerzas de tantas pantallas (televisor, tableta, etc.) se los han quitado. Lo mismo los cuentos y cuentos de hadas. Se los han cambiado por ficciones ridículas, “superhéroes mendaces, frutos experimentales de manos humanas sin ninguna injerencia feérica y sobrenatural tan cara a los niños”.

– ¿Podría hablar de la especial predilección de nuestro Señor por los niños?

Los niños no se han des-quiciado ni des-centrado todavía. El Señor los propone como imagen de su inocencia y nos invita a asemejarnos a ellos. Sus almas no han envejecido todavía por el pecado… Cuando el Señor se enoja con sus discípulos porque regañaban a los niños, les dice: “Dejad a los pequeñuelos venir a Mí: no les impidáis, porque de los tales es el Reino de los Cielos” (Lc xviii, 16). Quizá de ahí provenga su predilección.

– También Nuestro Señor habla de la gravedad del pecado de escandalizar a un niño.

La sentencia del Señor es clarísima e inequívoca. Pero además de esos escándalos innombrables que nos provocan una santa ira, hay otros más frecuentes y no por eso menos nocivos para nuestros niños. Porque el niño demanda amor y el amor está por encima de la ley. Ellos reclaman más de lo que pueden suponer los tan mentados derechos… Escribo en el libro: “hay una paternidad desatendida por aquellos que viven en otra esfera, sensual y utilitaria, incapaces del vínculo esencial y la donación. Aprisionados en sus placeres e intereses jamás verán que `los hijos son don de Dios, y que el fruto del seno es un regalo (Sal. CXXVI, 3).” Y creo que las familias católicas no debiéramos desatender este punto.

– La infancia espiritual, una espiritualidad basada en la confianza.

Bueno, ésta es un poco la esencia de la cuestión. Jesús nos dice que el que no se hace como niño no puede entrar en el Reino de los cielos, pues de los tales es dicho Reino. Verdad capital que nos habla de una misma condición, pero distinta disposición. El Señor no dice “de los niños” sino “de los tales”, de los que se asemejan a los niños en virtud de esta disposición y costumbres. Lo que los convierte en imagen nítida de la infancia espiritual. Así lo interpretaron los Padres.

Y ese disponerse, echarse al vuelo del Espíritu, es la confianza de la que tantos maestros espirituales nos hablaron. Una confianza extrema en Dios y una desconfianza extrema en nosotros. “Allí descansa la niñez –anoto en otra parte–. Ella es la acuciante semilla de una realidad espiritual arrinconada en tiempos de tan convulsos voluntarismos…”

– ¿Por qué escribió este Elogio de la Niñez?

La inspiración no pregunta ni suele tener razones. Un buen día empecé a mirar la infancia, a contemplarla con serenidad, leer lo que sobre ella se había escrito aquí o allá. Y continué haciéndolo mientras aparecieron los primeros poemas; luego comencé a anotar algunos pensamientos que consideré más oportuno ponerlos en prosa y, finalmente, pensé que podría darle algún orden a todo eso y publicar un nuevo librito. Y así fue.

Si me convencí de publicarlo, fue porque creo en la necesidad imperiosa de recuperar ese instinto de infancia que nos hace la carga ligera y la vida más apacible. Sopesar la niñez es un buen remedio para nuestro itinerario espiritual, para reorientar la educación y para mirar las cosas altas desde el lugar que nos corresponde.

“Tener el corazón puro de un niño, siendo viejo, es haber vivido realmente como un hombre”, dije por ahí y es lo que creo. Un mundo sin infancia ni poesía no puede buscar a Dios, porque no puede salir de su soberbia, ni de su prosaísmo y estulticia.

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