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jueves, 8 de junio de 2023

La pornografía, gran pecado disfrazado de pasatiempo. Por Javier Navascués

Garfia Codón viraliza un artículo sobre la pornografía, 
gran pecado disfrazado de pasatiempo
 08/06/2023

Sergio Garfia Codón, tiene 48 años, está casado y es padre de una niña de 8 años. Nació en Sevilla, creció en Castalla (Alicante) y actualmente reside en Murcia. Comenzó a estudiar Filología Hispánica en la Universidad de Alicante (UA) mientras compaginaba su trabajo como redactor de prensa pero, tras unos años de profundo discernimiento, abandonó ambos quehaceres para diplomarse en Ciencias Religiosas por el Instituto Superior San Pablo de Alicante, adscrito a la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia. “La intención –confiesa- era dedicarme a dar clases de Religión y sentar las bases de los estudios teológicos eclesiásticos, por si el Señor me pedía más”.

Finalmente, no lo hizo, y los caminos de Dios lo han llevado a buscar la santidad en medio del mundo como supernumerario del Opus Dei, en el seno de una humilde familia cristiana –de tres miembros, como la de Nazaret-, santificando y santificándose en su trabajo profesional. A Murcia llegó en 2011 para ocuparse de la gerencia de la librería San Pablo, integrada en la red de librerías religiosas del Grupo San Pablo España (PP. Paulinos). Tras cuatro años, los Hermanos Menores Franciscanos le propusieron formar parte de la editorial Espigas y Azucenas OFM, ubicada en el Convento de La Merced de la capital murciana, donde actualmente desempeña la labor de gerente. Le apasiona la escritura y, siempre que sus obligaciones se lo permiten, pone este don al servicio del apostolado, “tratando –afirma- de defender la causa de Cristo en la plaza pública”. Recientemente, el Club Chesterton, en su página web, le ha publicado un artículo sobre un tema controvertido, la pornografía, pero que ha gozado de una amplia acogida. Por tal motivo, Ñ TV ha mantenido una conversación con él…

¿Cómo nace su vocación como redactor y comunicador?

Bueno, ya estando en el instituto, con apenas 17 años, me propusieron ser el corresponsal del diario Información de Alicante en el municipio de Castalla, donde he vivido gran parte de mi vida. Un lugar verdaderamente acogedor. Con el tiempo también llegué a colaborar en La Verdad y en Las Provincias hasta que me incorporé, ya como redactor profesional, al semanario Escaparate Digital. Allí me forjé en el periodismo escrito gracias a un equipo humano fantástico. No obstante, hoy en día concibo la escritura únicamente desde un prisma apologético. Poco a poco he ido comprendiendo que mi necesidad y mi afición por escribir no evidencia otra cosa más que un don puesto en mí exclusivamente para la evangelización. Según nuestra capacidad, según nuestros dones debemos dar razón de nuestra fe. Si para el ejercicio del apostolado hay quien sabe hablar muy bien, pues magnífico: que hable entonces; y si hay quien sabe cantar, debe cantar. En mi caso, yo siento con nitidez una llamada a escribir. En cualquier caso, todos tenemos que ahogar el mal en abundancia de bien. Basta ya de silencios, como decía santa Catalina de Siena. Gritemos. Eso sí, con mansedumbre y suavidad, como aconsejaba san Agustín, pues así es el corazón de nuestro Señor. Pero, en definitiva, no callemos. No nos avergoncemos. Vayamos nosotros también a morir con Él.

¿Por qué decidió escribir un artículo sobre la pornografía, que ha tenido tan buena repercusión?


Sí, con mucho esfuerzo, logramos estar atentos cuando sopla el Espíritu e intuimos lo que quiere, entonces debemos obedecer al instante. Si no, nos tenemos que quitar de en medio. Él es el que manda y nosotros lo único que debemos hacer es no andar distraídos ni estorbar. En otros artículos entendí que debía elogiar, por ejemplo, cómo se vive el compromiso en el matrimonio cristiano, o encomiar la valentía de traer al mundo a un hijo Down, o enaltecer virtudes como la amabilidad o el pudor. Esto último, en su momento -y ahora también, desgraciadamente- me pareció muy urgente, pues sales a la calle y muchas veces percibes hostilidad y falta de recato. Este mundo tiene mucho de intemperie, como bien define el filósofo Josep Maria Esquirol. Pero, volviendo al tema, en esta ocasión, una serie de circunstancias confluyeron para que me animara a poner negro sobre blanco lo que la Iglesia considera sobre la pornografía. Un día cayeron en mis manos varios textos, aparentemente sin conexión, en los que aparecía este tema como denominador común. Poco después, recordé el testimonio de varias jóvenes que, en YouTube, se jactaban de ver cine para adultos con una insensatez que provocaba auténtica pena. Entonces, lo vi claro. De todos modos considero que nunca es suficiente hablar o escribir sobre doctrina cristiana, pues la mies es mucha. De forma recurrente, por tanto, debemos mostrar nuestra posición en temas como el aborto, la eutanasia, el concepto de pecado o la existencia del demonio, por ejemplo. Esto va a ser un no parar hasta el fin de los tiempos

¿Esperaba tan buena repercusión?

Uno siempre espera que, cuando planta una semilla, ésta fructifique. Pero no me esperaba tan buena acogida, la verdad. Es un verdadero orgullo para mí que este artículo se haya difundido como lo ha hecho y haya podido ayudar a alguien. Estoy muy feliz por la aceptación que ha tenido y muy agradecido también a los chicos de www.chesterton.es por las facilidades dadas para su publicación. Dicho esto, el lápiz no puede vanagloriarse de lo que escribe el escritor. Yo sólo soy un instrumento y ya sabemos Quién es el que está detrás de todo esto. A lo sumo, como quien recibe una palmada en la espalda, aspiro a recibir de Él las palabras que le dedicó a Natanael cuando regresaba de la higuera o, ya cuando llegue el momento de poner el punto y final al libro de mi vida, escuchar de sus labios aquello de: ven, bendito de mi Padre. De momento, siervo inútil soy, pues no he hecho otra cosa más que cumplir con mi deber. Esto es así.

¿Por qué habla de drama al referirse a la pornografía?

Por lo que le decía antes de la insensatez. Porque muchas personas, en especial los jóvenes, no saben que la pornografía es un pecado, una falta grave. Bueno, en realidad, muchos no saben ya nada del cristianismo, ni de que defendemos que existe un Dios que nos invita a amarlo a Él y al prójimo como a nosotros mismos; un Dios que nos ha dejado un libro de instrucciones, los Mandamientos, que no son prohibiciones de un dictador cruel al que le gusta golpear donde más duele, sino consejos de un Padre bueno que ya recorrió el camino antes que nosotros. Hay un tonillo burlón en la sociedad cuando se dirige al hombre religioso que, poco a poco, ha ido calando con el tiempo y, ahora, muchos ni se plantean su condición de seres creados por el Amor. Actúan como soberbios títeres que, voluntariamente, han querido mutilarse los hilos pensando que, así, serán libres. Lamentablemente no saben lo que han hecho, pues deambulan inertes, ahora sí verdaderamente esclavos, pero de sus pasiones. Desconocer esto es, para mí, un auténtico drama. La influencia cristiana en la cultura actual, sin duda, se ha desvanecido y, tristemente, volvemos a ser tierra de misión.

No ayuda tampoco el hecho de que este aberrante y degradante pecado lo quieran hacer pasar por mero pasatiempo.

Exacto. Esta sociedad nuestra lo disfraza de ocio, de entretenimiento, y ahí es donde radica el peligro. No saber que lo que haces está mal y que puede hacerte daño es verdaderamente funesto. Pero la gente debe saber –y ésa es la tarea de apóstol del siglo XXI- que de lo que estamos hablando es de una ofensa a la castidad, equiparable a la lujuria, la masturbación o la fornicación. Pasa exactamente igual, por ejemplo, con el aborto. A muchas jovencitas les dicen que están en su derecho, que no pasa nada y que ellas mandan en su cuerpo. Pero luego, estas pobres chicas, abandonadas a su suerte, llenan las consultas de los psicólogos rotas por dentro, traumatizadas, al tomar verdadera conciencia de su acción.

Ahí es cuando comienzan un duelo muy amargo de digerir. Incluso físicamente sus propios cuerpos se rebelan y se han dado casos de llegar a desarrollar enfermedades autoinmunes –endometriosis, tiroides…- o incluso ¡infertilidad! Y de eso no habla nadie en los medios de comunicación nacionales. De todos modos, siempre hay esperanza. No podemos quedarnos sólo con lo maligno o lo perverso en sí. Siempre hay una salida. Y Dios es experto en curar heridas. No existe culpa tan grande que no pueda ser perdonada por el Salvador. Y esos simbólicos hilos cortados de los que le hablaba antes, si la marioneta del hombre contemporáneo quiere, se pueden volver a unir. Y entonces ese día hay fiesta en el Cielo. A mí me gusta acabar los artículos con esa pizca de luz. Al error hay que llamarle error, sí, pero testimoniamos un Dios que es misericordia. Por eso Jessa Dillow, la ex actriz porno que tuvo el coraje de cambiar de vida, ocupa el epílogo de mi artículo.

Llega a decir que enferma el alma, ¿por qué?

El Catecismo nos dice que el hombre es un ser corporal y espiritual. Que el porno enferma el cuerpo ya nos lo confirma la psicología, por ejemplo, cuando nos habla de que su consumo provoca una hipersexualización de la mirada que, literalmente, nos trastorna. Pero, perfectamente, es válido decir también que la pornografía enferma el alma. ¿Por qué?, pues porque sabemos que estamos hablando de un pecado grave, que la priva de una gracia santificante que no podrá recuperar más que en el sacramento de la Confesión. El alma, por tanto, queda dañada, lastimada, sucia. Y no sólo eso. Como integrante de la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, mientras siga en pecado, el alma será un miembro enfermo que provocará un mal no sólo al cuerpo –místico- sino también a toda la sociedad pues, momentáneamente, perderá su condición de luz, de fermento, de sal. Un elemento estropeado no sirve para la masa. En ese sentido, toda la literatura cristiana está repleta de referencias a Cristo como médico de cuerpos y de almas. Ya los Padres de la Iglesia, desde el siglo I, aplican este título a Nuestro Señor. Pero es que, además, el mismo Jesús nos dijo que vino al mundo para esto, para ocuparse de aquellos que tienen necesidad de ser sanados. En el lenguaje teológico se suele decir que el alma que peca frecuentemente contra la castidad se enfanga, se oscurece y, desde el punto de vista espiritual, digamos que desprende un hedor enfermizo, putrefacto, que contrasta vivamente con esa fragancia beatífica que emana de los santos. La dualidad enfermedad versus salud, como vemos, es muy recurrente en el mundo de la fe.


La pornografía es un problema que afecta cada vez a más personas, muchos de ellos menores. ¿Se debería restringir el acceso para que no se pueda acceder de forma tan fácil desde el móvil, por ejemplo?

Por supuesto. Históricamente, como sociedad, funcionamos mucho mejor desde la prohibición. Basarlo todo en la educación de los padres y en la buena voluntad de los críos, en algunos casos, no funciona. Debemos recordar que, a pesar del progreso técnico, el hombre no deja de estar herido por el pecado original. Por poner un ejemplo, si dejamos como opcional el cumplimiento de los límites de velocidad en carretera, ¿qué ocurriría? Pues eso. Evidentemente, algo hay que cambiar si queremos reducir la cifra actual que dice que ya un veinte por ciento de los jóvenes, según datos de la OMS, tiene algún tipo de trastorno mental debido al uso indebido de las nuevas tecnologías. Hablamos de chavales adictos a las apuestas, las redes sociales, los videojuegos y, por supuesto, a la pornografía. Leía el otro día que casi el cien por cien de los jóvenes, desde los once años, ya tiene un móvil con conexión a internet. De todos ellos, tan sólo el treinta por ciento tiene alguna norma de uso o limitación.

Esto es una bomba, por ejemplo, para la cuestión de la educación sexual y afectiva de nuestros menores, pues ese setenta por ciento restante es susceptible de llevar porno en el bolsillo. Parece que, ante la gravedad del asunto, ya varios países están estudiando implantar algunas medidas urgentes tales como establecer un toque de queda que impida a los muchachos, por ejemplo, no poder usar el móvil a unas horas determinadas, o impedir el acceso a las redes sin la autorización expresa de los padres. Por fin, parece que habrá más control de los gobiernos sobre las empresas tecnológicas, a las que, por ejemplo, se les obligará a eliminar los elementos adictivos de los videojuegos –parece que te penalizan por dejar una partida a mitad- o el famoso scroll infinito, ese diabólico invento por el cual no acabas nunca de ver el contenido de una página web. Es terrible. Y luego hay otra cosa. A mi juicio, se debería ser muy duro con la prensa deportiva online y comenzar a instaurar sanciones económicas por publicar sin ningún tipo de restricción según qué noticias. El deporte es algo que atrae a millones de jóvenes en España y resulta indecente, cuanto menos, que las noticias sobre fútbol o tenis, por ejemplo, estén rociadas con otras, excesivamente erotizadas, que pueden incitar a los menores a curiosear donde no deben.

Ya ha apuntado antes que la psicología ha alertado del peligro de la lacra de la pornografía. ¿Cómo se puede salir de este infierno?

Efectivamente, ya hay estudios que, desde la psicología, alertan que el consumo habitual de pornografía provoca, por ejemplo, un descenso en la autoestima de la persona, una mayor agresividad física y verbal, así como serias dificultades para establecer en el futuro vínculos sólidos y saludables. Las parejas que ven pornografía se separan un cincuenta por ciento más. Para los adictos, la solución no pasa por obligarse ellos mismos a dejar atrás viejos hábitos o tratar de evitar a toda costa situaciones que les vuelvan a impulsar al consumo. Según los expertos, y en mi artículo cito a Carolina Lupo, psicopedagoga del Instituto de Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, la mejora vendrá gracias a que los implicados puedan crear nuevos hábitos y conductas, frecuentar amistades sanas, o saber dedicar el tiempo de ocio a actividades que no les sean perjudiciales. Y, por supuesto, ponerse en manos de especialistas.